La Montaña Escondida (II)
Me doy vuelta con miedo y ansiedad para darme cuenta que es mi madre, la voz era la de ella. Allí esta parada, a pocos metros. Sola, con un vestido negro hasta los tobillos, sus ojos parecen hundidos en su rostro, grandes ojeras ennegrecidas que llegan hasta sus mejillas. Es extraño que ella tenga el cabello revoltoso pero no me importa, si ella ha vuelto, es lo único que me interesa.
Quiero correr, quiero abrazarla, pero me detengo al dar el primer paso, ella no me pondría jamás en este peligro de ser quemado hasta mis entrañas por un geiser.
—Hijo —coloca sus brazos para que yo reciba el abrazo que tanto anhelo—, ¡ven conmigo! No dejes a tu madre esperando...
No puedo, quiero pero no puedo, sé que es un engaño, aun así, quiero correr a sus brazos y decirle todo lo que la extrañé. Necesito de su compresión, de sus palabras que funcionaban como un sostén.
Pero está ahí parada, muerta, sufriendo y esperando a su hijo que jamás le devolverá la vida, que seguirá en el avión viendo una y otra vez la muerte de toda su familia. Verá a Paul y Mathew sufriendo e intentando sostenerse de mi padre, buscando que su superhéroe lo salve de alguna manera. Eso no sucedió y jamás lo hará. Ella me miró pidiéndome perdón con sus ojos humedecidos y llenos de terror, sabía de alguna forma lo que me esperaba y que estaría de cierta manera solo. Pero no siempre la soledad es estar sin compañía, sino que en cada rincón donde estas, nada te completa, nada te abraza, nadie te extraña.
David buscó reconfortarme, vio en mí todo lo que él sufrió, pero no me da protección a mí sino al niño que él fue y no supo cuidar. Y valoro hasta lo más profundo de mi corazón que siempre busque la forma de que no muera de hambre, de frío y de soledad.
—¿Vendrás o no? —pregunta sonriendo y ahora quiero correr hacia el lugar contrario donde se encuentra ella. Su boca es negra como el mismísimo universo, no tiene dientes, y donde debería estar su lengua hay un pequeño reptil parecido a una serpiente que se asoma mirándome con sus ojos oscuros que en el centro tienen un pequeño punto rojo.
—Tú no eres Francis... tú no eres mi madre, maldito engendro. —Salgo corriendo hacia la sombra mientras el suelo comienza a temblar.
El vapor vuelve el ambiente más peligroso y caluroso, y logra que no pueda ver hacia donde camino. Una risa macabra resuena en todas las direcciones y la falsa Francis quiere derrotarme generándome miedo. No lo logrará, no insultando el nombre de mi madre.
Me detengo, en mi mano aparece la asesina roja con su llama rojiza y furiosa. Vibra y desprende calor, y nos conectamos de la misma manera. No permitiremos que se aprovechen de nuestro dolor, de nuestra búsqueda. Los conjuros y las maldiciones son un medio para acabar rápido con la batalla, pero el poder viene de las almas puras, de las que deben ser salvadas, las que en este momento estan siendo devoradas.
Cerrar los ojos y respirar profundo se volvió algo rutinario, pero en este caso lo necesito más que otras veces. El lugar se está cayendo a pedazos por la energía de los geiseres, las risas macabras busca que huya y yo necesito llegar a la Montaña Escondida.
Una brisa roza mi cabeza, no abro mis ojos porque a veces el miedo es el peor enemigo. Arniscan me enseñó de mala manera que uno no debe confiarse de lo que ve u oye, porque el engaño se maneja de esa manera atacando uno a uno los sentidos.
Otra vez la brisa me acaricia, y esta vez es con más violencia. No me rendiré. No es justo, aunque sé que no existe la justicia en una guerra, que me ataquen donde más me duele.
La falsa Francis quiere de alguna manera llevarme a sus brazos para devorarme el alma, la única que por el momento puede salvar a los tres mundos. ¿Ella será algún demonio? Yo creo que sí, pero no son de mostrarse de esta manera, siempre usan algún show soberbio de presentación.
La asesina roja sale disparada de mi mano y hace que abra mis ojos para darme cuenta que acaba de detener una mano gigante gris que buscaba agarrarme. Sus dedos agrietados, que liberan un hedor a carne podrida, hacen que dé varios pasos para atrás, completamente asustado. Ella no deja de moverse, de buscar atraparme, como si fuese la garra de un depredador. El hedor me revuelve el estómago y hago arcadas mientras mi espada se mueve lastimando la mano perversa que desea apretarme hasta destruir cada hueso. Su sangre, o lo que debería ser sangre, es un líquido viscoso negro parecido a la brea y cuando toca el piso lo destruye. Crea grandes agujeros y el hedor se vuelve insoportable.
De mi espada, de la empuñadura sale una pequeña luz como un copo de nieve que se acerca a mi rostro asustado. Todo sucede mientras el líquido viscoso sigue destruyendo el suelo mientras la mano gris se lastima al intentar destruir a la asesina roja. El copo de nieve brilloso se abre como una burbuja transparente y me envuelve. Yo, sin comprender lo que sucede pero a la vez sin sorprenderme, sigo contemplando la batalla sanguinaria rogando que mi espada gane. La burbuja se oscurece, aniquila en un segundo todo el panorama, convirtiendo el paisaje sanguinario en una esfera opaca.
—Se vendrán tiempos peligrosos Luke, yo no siempre podré protegerte.
La voz, que suena alejada, es melódica y dulce. Es la voz de un hombre, un hombre que parece que siempre estuvo a mi lado dentro de la espada.
—¿Tú eres el alma de la asesina roja? —pregunto intentando tocar el contorno de la esfera pero me detengo unos centímetros antes, retiro la mano negando.
—Hoy seré parte de ti, no volveremos a escapar, ni a permitir que nos sigan dañando.
La esfera me expulsa, se achica y golpea con fuerza en mi corazón. Mis ojos se nublan, por mi cuerpo circula un frío abrazador y yo me siento angustiado. A mi mente llegan imágenes de hombres y mujeres escapando de un ataque de bolas verdes que destruyen todo a su paso. Niños y niñas que lloran en los cuerpos moribundos de sus padres. Todo lo que veo es lo que la guerra de los tres mundos producirá si no actúo como es debido, como se me encomendó desde que el alma de Hícari me seleccionó.
Me despierto sobre una pequeña roca, debajo de ella solo hay un vacío oscuro. Mi espada brilla como si fuese oro, levita y se aleja de la mano aterradora.
—La verdad llegará a ti cuando sea el momento, nunca antes, nunca después —dice una voz susurrante dentro de mi cuerpo.
—¿Quién eres? —pregunto sabiendo que no recibiré respuesta.
Es momento de acabar con esta mano diabólica. No sé cómo batallar contra algo que no tiene rostro, no tiene voz y no se rendirá hasta que me atrape. Saltar no es una opción, es muerte, y quedarme quieto esperando que todo termine me acerca a ser un demonio, el peor de todos, y aniquilador de los tres mundos.
La mano busca atacar a la asesina roja que solo con su brillo la aleja, haciendo que nuestro enemigo se caiga en las profundidades. Sin embargo, mi arma leal, no se mueve de su lugar. No es su primera batalla y como tal, la experiencia le indica que la arremetida será peor.
Nuestra enemiga aparece de las profundidades con rocas gigantes, las arroja al cielo y caen como meteoritos dándome pocas opciones para escapar. Me posiciono para saltar, para que sea lo que tenga que ser, pero no moriré aplastado, eso sí que no.
El cielo silba como una pava con el agua en el punto de ebullición, y al levantar mi cabeza observo como las rocas vienen furiosas, envueltas en grandes llamaras rojas y con una excelente puntería. Llegarán pronto a donde me encuentro. Llamo a la asesina roja con mis manos, viene con velocidad y energía. La tomo, le sonrío y la aprieto con fuerza. No permitiré que nadie nos venza.
—Adinventionem —digo pensando en suelo, más precisamente en un puente que me conecte con alguna salida.
Aparece, tramo a tramo, cayendo del cielo más rápido que las rocas furiosas. No tengo tiempo para analizar si es seguro o no el puente. Salto a él, corro, y los estallidos no tardan en llegar, y el puente empieza a desmoronarse. La velocidad que siempre tuve, la que me llevó en algún momento a asumir que sería un gran deportista antes de devolverle la camiseta a mi entrenador, ahora parece ser excesivamente superior. La brisa golpea en mi rostro y vuelvo a sentirme vivo.
Una roca impacta delante de mí, produciendo un cráter, y salto majestuosamente logrando esquivar ese obstáculo; vuelo sonriente pensando que diría Morrison si me viera escapando, cuando él asumió que ser niñita sería un insulto. Al contrario, ellas son más poderosas e inteligentes que los que usan su poder para dar algún tipo de escarmiento.
La mano reaparece arrojando más rocas, esta vez más pequeñas que vienen a mi encuentro con velocidad y no me dejan espacio para esquivarlas. Debo destruirlas y creo que la asesina roja así lo entiende cuando su llama negra y lila se combinan en una perfecta armonía. Su brillantez es el camino perfecto para una victoria asegurada.
Me detengo, coloco a la asesina roja cerca de mi mejilla derecha esperando la arremetida. Destruyo las primeras con suma facilidad, solo moviendo mi espada de derecha a izquierda y luego varios relámpagos salen de ella destruyendo dos rocas, las que mayor peligro presentaban.
La mano que me ataca es lenta y predecible. Parece una mano de un niño buscando una galleta dentro de un gran frasco.
Doy un brinco que me ayuda a quedar en la parte superior de ella, y corto sus dedos que parecen de manteca por la forma sencilla en que se salen de su lugar. Caen al vacío oscuro y no se escucha en ningún momento que impacten con el suelo. El líquido viscoso sale despedido con furia de cada herida corroyendo el puente, y hasta la misma mano. Ella deja de moverse, deja de luchar y cae al vacío hasta desaparecer.
Corro de nuevo por el puente que parece eterno, y detrás de mí escucho algunas explosiones, las ignoro, no tengo más tiempo para perder. Siempre en las películas colocan estos puentes con comienzo y casi sin final, para representar lo que cuesta llegar a cumplir ciertas metas. Yo siempre asumí que si un puente tenía comienzo, era lineal, el final sería sencillo y todo se terminaría pronto. Pero me olvidé que estoy en el mundo de los sueños y nada es lo que parece.
Desde el abismo comienza a ascender agua en forma de lluvia y se escuchan truenos en las profundidades. Con fuertes vientos que aparecen como si fuesen el aliento de un monstruo peligroso que gruñe por saborear mi carne; si ese aire llega en forma de sudestada no lograré sostenerme de nada y el abismo me comerá como lo desea desde el comienzo.
Mis pasos son acelerados; el miedo me azota de la misma manera que el viento y la complejidad de no conocer qué me encontraré al final del puente.
Mi mente me reclama mi falta de astucia y de conocimiento por no haber preguntado algún conjuro que me permita conocer qué pasos dar en un lugar completamente desconocido. Me imagino que de la punta de la asesina roja sale un mapa que se dibuja en el aire, o una brújula que siempre señala el norte como la salida a este problema. Pero ni ella me ayuda, ni mi collar, están esperando que yo sea quien decida los pasos a seguir.
Los sonidos del abismo son cada vez más tenebrosos, y mi necesidad, motivada por mi edad, de mirar la oscuridad que está debajo de mis pies, se vuelve como el deseoso gran banquete luego de varios días de ayuno. Ser curioso siempre me caracterizó, sin embargo, aquí la muerte se asoma como la luna en el cielo encapotado, se sabe que allí está oculta. Y con la muerte en este lugar ocurre lo mismo. Siento su aliento en mi nuca como el viento de un pequeño ventilador.
Medio cuerpo se asoma mientras mi mente me ruega que no mire hacia abajo y tenía razón; los rayos violáceos iluminan el abismo. Un rostro monstruoso y enojado se forma con las líneas gruesas de los rayos y asciende hasta pasar por mi lado.
—¡Tú morirás aquí! —dice el monstruo con su voz gruesa y penetrante.
—Eso lo veremos —respondo preparándome para pelear de nuevo.
Corro y la asesina roja se enciende con su llama celeste. Es ahora o nunca, es el momento de llegar a la Montaña Escondida.
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