La habitación sin tiempo (V)

—¿Cómo te atreves a venir a este lugar, Yoru Ikari? —pregunta Dorothy desviando el rayo con el poder de sus manos.

—Yo hago lo que se me dé las ganas —sonríe.

—Rompes una de las reglas sagradas —se coloca delante de mí, buscando protegerme, pero no quiero que lo haga.

—¡No me importan las malditas reglas sagradas! —le apunta con el tridente—. Bueno, si tengo que acabar con los dos, lo haré, total son basura.

—Inténtalo. —Dorothy sube las manos, las baja, las lleva de derecha a izquierda. Repite el proceso tres veces con velocidad y seguridad—. Eres el demonio más estúpido de todos, el que esconde su poder en la furia e ira, el que no cree en nada. Pero este muchachito está a mi cuidado, y ni tú, ni nadie lo atacarán mientras esté en el entrenamiento. Tu insolencia será condenada por Edaxnios o Coelum, pero yo te dejaré un lindo recuerdo. —Sube su mano derecha y baja la izquierda, luego las junta como si sostuviera una esfera imaginaria—.Sphera, Sphera aureum —Arroja el conjuro a Yoru Ikari.

Los rayos del cielo atacan con frenesí el ambiente, golpeando el suelo como si fueran agujas gigantes. Sin embargo, Dorothy no se mueve de su lugar. Yoru Ikari grita y cuando lo veo, él esta encerrado en una gran esfera cristalina con líneas doradas que lo cruzan oblicuamente. Dentro de su prisión lo golpean relámpagos haciéndolo sangrar. Su sangre es violenta, impura y viscosa.

—No podrás escapar del conjuro de la prisión del dolor eterno, sin embargo, le he puesto tiempo porque yo no debo acabar con tu vida, es la misión del guardián. ¡Que no se te olvide que has injuriado este lugar! —Dorothy me agarra de la mano—. Vamos muchachito, no hay nada más que podamos hacer.

—¡Maldición! —exclama furioso el demonio y nosotros desaparecemos del desierto.

Volvemos a la habitación sin tiempo, el dolor por momentos es insoportable. No me queda otra opción que soportarlo como una forma de entrenamiento sabiendo que las batallas aumentarán en intensidad. Abro y cierro mis manos esperando que desaparezca el hormigueo o la ansiedad que me ataca sabiendo que en este momento soy un presa fácil.

En el pupitre está el ave de la discordia que me observa con sus ojos negros y presiento que me quiere pedir disculpas, la verdad, no lo sé. Dorothy chasquea sus dedos haciendo aparecer una silla y se acomoda en ella. Parece cansada y frustrada. Comienzo a comprender que esta guerra va en serio.

—Pensé que los tiempos oscuros tardarían en llegar, que los demonios esperarían el momento indicado para atacar, antes ellos respetaban los lugares sagrados. Pero esta vez no lo hicieron, yo me confundí en no tenerlo en consideración y te pido disculpas muchachito. —Apoya sus manos en lo que debe ser sus rodillas, yo solo veo negro, debajo de su vestido parece una penumbra sin fin—. Has batallado muy bien hasta que yo logré ingresar. No obstante, si tardaba un poco más, no estaríamos hablando en este momento.

—Hice lo que mi mente me dictó —digo ignorando la última frase—, creo que fue obra de Hícari, tuve una gota de suerte.

—Nada de suerte, en tus manos, por un tiempo tuviste la espada de la llama blanca, y no sabe aparecer en el entrenamiento.

—Los dignos podrán usarla y los malvados probarán el dulce sabor del filo —digo con una leve sonrisa.

—¿Cómo es que sabes eso? —pregunta confundida.

—Cómo te dije, una gota de suerte o será Hícari que quiere hablar a través de mí —me encojo de hombros.

—No... no es una frase que Hicarí sabe... Bueno eso es verdad, pero el único digno de usarlo es el guardián más puro. Hícari, el primer guardián y tú la vieron, los restantes guardianes tuvieron otras armas. La verdad, no dejo de sorprenderme —menea su cabeza buscando alguna explicación, de seguro no la hallará. Nada es lo que parece.

—Entonces —apoyo mis manos cansadas y que arden sobre el pupitre haciendo que el ave de la discordia vuele hasta el hombro de Dorothy.

—Hoy se acaba el entrenamiento, por más que aquí el tiempo no transcurra, tuviste una batalla y tienes que descansar. Pronto nos volveremos a ver. Pero antes —se levanta, se acerca a mí y coloca sus manos encima de mi cabeza—. Redimun, redimun —me envuelve una luz blanca y comienzo a sentirme mejor—, redimun as. —La luz desaparece—. Ahora puedes volver a tu vehículo, lo que te diré ya debes saberlo: las heridas que sufras en el mundo de los sueños repercutirán en tu cuerpo en el mundo real, y por supuesto, si mueres aquí, mueres allá. Dicho esto, adiós muchachito, nos vemos pronto

Me despierto mirando a David y la tormenta que antes de irme estaba, sigue gruñendo.

—¿Estás bien? —intenta levantarme y me niego, lo hago solo.

—Sí, fue solo que el viento me agarró desprevenido.

—Ahora ingresa a tu vehículo a descansar.

—¿Qué hora es? —pregunto un poco aturdido.

—La misma que era un minuto atrás, ahora descansa —me sonríe y agarra a Pequeño alejándose.

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