La habitación sin tiempo (III)
El lugar me parece conocido, es... No puede ser, es mi hogar, igual que antes del accidente, antes de que mi familia... Bueno, es mi hogar al fin. Me miro las manos son más pequeñas y en la izquierda tengo una pequeña cicatriz producto de una quemadura por una travesura. Tiene la forma de una medialuna parecida a la que tengo en mi muñeca derecha, esa jamás desapareció. Es de noche, el gato del vecino, uno negro con ojos verdes está en el tejado. Veo a Charles sin remera cocinando algo en la parrilla que él adoraba, Mathew está armando un circuito, uno que no pudo terminar jamás, que era para un avión a propulsión. Paul, pequeño como lo era antes de morir, juega con su muñeca calva y mi madre esta bella, tomando un vaso de limonada, ¿cómo lo sé? Ella en verano siempre bebía limonada con dos hielos.
Comienzo a acercarme con un gran nudo en la garganta, estoy feliz pero a la vez triste. Ellos no pueden existir en serio, ellos estan muertos. Llego a la escalera del costado donde estan todos y mi madre me mira con una gran sonrisa.
—¿Dónde estaba mi explorador? —pregunta y luego bebe un sorbo.
No puedo contestar y la abrazo con todas mis fuerzas en un gran mar de lágrimas. No quiero soltarla nunca más, no quiero que me abandone, no quiero que su cuerpo desaparezca en el fuego de la explosión del avión.
—¿Estas bien? ¿Te perdiste de nuevo? —pregunta preocupada.
—Sí, estoy bien —digo secándome las lágrimas con mis manos—. Es... que... te extrañé con todo mi corazón.
—Cielo, hace diez minutos que nos separamos —me despeina.
—A mí me pareció una eternidad de cuatro perversos años.
—¿Perverso? —pregunta Mathew mirándome con desconcierto—. ¿Dónde aprendiste esa palabra?
—Leyendo —respondo preocupado.
—Tú no lees —niega molesto.
—Mathew no pelees a tu hermano —dice apaciguando mi madre.
—Está bien, pero está raro últimamente —vuelve a trabajar en su circuito.
Yo miro el entorno admirado, todo es como la última noche: grillos que cantan su única melodía, luciérnagas que con su tenue luz iluminan el sendero de flores de mi madre. La cadena oxidada de mi perro, Manchitas, que murió hace tiempo por una mordedura de serpiente. El aljibe contaminado, que tiene varias macetas de plantas de las más variadas. El sauce, que un mes antes de nuestro viaje, comenzó a secarse por la falta de lluvia y los hongos que lo atacaron. Mi madre prometió curarlo, «aunque sea un árbol no merece sufrir», dijo cuando preparaba la medicina, pero no lo logró, el árbol se secó, y murió. No obstante, ahora está en pie, con sus hojas verdes y repletas de vida; no comprendo nada de lo que sucede.
La soga con la ropa de toda la familia, sigue en su lugar; el césped amarronado y el arco de futbol, se lo ve lejano, donde tantas tardes jugamos con mis hermanos. Me vuelvo a secar las lágrimas, es difícil contenerse ante la invasión continua de recuerdos que habían quedado enterrados en las profundidades más oscuras de mi mente.
¿Qué es lo que busca Dorothy y el ave de la discordia al enviarme aquí? No lo sé, pero no voy a buscar descubrirlo, sino disfrutar de mi familia. Corro a abrazar a mi padre, por su altura solo le llego a la cintura y él acaricia mi cabello con amor y calma.
—¿Qué sucede muchachito explorador? —Es la pregunta que siempre me hacia cuando me veía triste.
—Nada papá, te extrañé —digo soltándome.
—No me he ido a ningún lado, pero bueno si me extrañaste significa que puedes seguir haciéndolo y dejar tus travesuras de lado —me mira con una gran sonrisa y me guiña el ojo—. Luke, quiero decirte algo —da vuelta la carne asada, que esa noche fue sabrosa y jugosa, se inclina hasta mi altura y coloca sus manos en mis hombros—. Sé que he sido muy recto, que te he puesto en penitencia más veces de las que puedo recordar y que he intentado que fueras como he sido yo pero me confundí, tú eres distinto, sabio y observador, y quiero que me perdones.
—No hay nada que perdonar —lo vuelvo a abrazar y estoy seguro que esta charla no se dio la última noche.
—Ve a saludar a Paul que seguro lo has extrañado —se levanta y tararea su canción de cuna preferida, creo que mi abuela se la sabía cantar.
Me acerco a Paul viéndolo como hace volar a su muñeca, de un lado a otro, y yo solo sonrío, siempre adoré su imaginación y pureza.
—¿Cómo estas Paul? —Él me mira y sigue haciendo volar la muñeca—. Nunca fuiste de hablar mucho y solo deseos que me escuches. Te pido perdón por haberte sacrificado por mi causa. —Paul me mira con una gran sonrisa y sigue en lo suyo.
Me quiero acercar a Mathew, con el único que no hablé de mis sentimientos, de mi culpa. Él sabe que algo extraño me ocurre, sin embargo, tengo que confesarle que lo necesito, que necesito de mi hermano mayor para que me proteja de todo lo que me sucede, de los niños que buscan molestarme, de los desamores.
Un fuerte viento me arroja al comienzo, y veo que mi casa empieza a quemarse, primero como un pequeño fuego, y luego un gran incendio. El gato del vecino es el primero en perecer, sin embargo, mi familia no se percata de lo que sucede. Intento correr y no puedo, intento gritar y es en vano, mis palabras quedan detenidas en las profundidades de mi garganta. Muevo mis manos, nadie me ve. Las rosas, el hermoso camino de rosas, se desvanece en cenizas; el aljibe desaparece hundiéndose. El arco de futbol arde con llamas enormes en forma de garras de algún demonio. La ropa también arde y la casa, mi familia, todo, se desintegra, dejándome solo sin poder salvar nada.
Ahora es un desierto, un maldito y desolado desierto, donde solo hay arena seca que se levanta con las brisas tenues. En esa brisa se escuchan risas diabólicas y puedo jurar que se burlan de mí, de mi absurdo intento de salvar a mi familia, a mis recuerdos de una noche feliz. No quería ver a mi madre arder mientras aún el vaso de limonada subía a su boca, no quería ver desaparecer a mi padre mientras tarareaba feliz y cocinaba. Tampoco observar a Paul hacerse cenizas en el momento que su muñeca seguía danzando en el aire. Y Mathew con un tornillo en su boca se había convertido en una gran bola de fuego.
El ave de la discordia me enseñó mi peor y más terrorífico miedo, no poder volver a salvar a mi familia, tenerla a mi lado para volver a perderla.
—A veces, la vida es dura —dice alguien delante de mí. Es un ser de cabello verde, lentes redondos, alto, fornido y con una sonrisa exagerada. Sus ojos lilas tienen una mirada profunda que hace que retroceda unos pasos. Viste una túnica negra con círculos violáceos y un cinturón blanco. En su mano izquierda tiene un anillo dorado.
—¿Quién eres? —pregunto furioso y dolido.
—¿Quién crees que soy? Me doy cuenta que aún no me recuerdas después de tanto tiempo Hícari.
—¿El ave de la discordia?
—No —niega sonriente—, no soy esa ave inservible... No vuelvas a atreverte a compararme con ella.
—Entonces, habla de una buena vez, y deja el misterio para los libros. —Mi mano tiembla, pero no es miedo, es ira.
—Soy, Yoru Ikari —hace una reverencia—, el demonio de la furia y la ira oscura. Tardé en encontrarte Guardián pero por fin nos conocemos.
—Parece que todos los demonios aparecen para molestarme —niego con mi cabeza—, entonces, aquí es donde tenemos una gran batalla, ¿no?
—¡NO TE ATREVAS A INSULTARME! —Me señala furioso, y a su lado aparece una gran abeja negra y amarilla, con olor putrefacto—. Yo no tendría que estar aquí, en tu entrenamiento, romper las reglas. ¡Que se vayan al demonio! Pude oler tu ira a kilómetros y tú me invitaste a venir. Es tu culpa.
—Parece que ustedes los demonios usan las mismas frases —sonrío molesto mientras niego con mi cabeza.
—¡ERES UN MALDITO! —la abeja revolotea con más violencia, y luego se pone delante de Yoru Ikari.
—Tú lo eres, yo estoy en entrenamiento, acabo de ver morir a mi familia, y vienes a este lugar a invitarme a pelear. ¿Crees que quiero hacerlo? Me tiene sin cuidado todo lo que sucede. —La ira comienza a crecer en mi cuerpo, se vuelve insoportable.
—Así, Hícari, deja crecer esa furia que alimenta mis deseos de saborearte —pasa su lengua larga de un lado a otro.
—Me encantaría batalla contigo —digo negando—, pero no es momento... Sabes, tienen que empezar a respetar las reglas, si quieren enfrentarse a mí.
—Tú no podrás escapar de aquí, no conoces mi punto débil y Asashin esta hambriento. —La abeja se acerca luego que Yoru Ikari le da un golpecito cerca del aguijón.
Ave de la discordia he aprendido mi lección no estoy preparado para subestimar a los demonios, y quiero volver a la habitación sin tiempo. Ave de la discordia no permitas que Yoru Ikari me ataque porque será el fin. Ave de la discordia, si no quieres venir a buscarme, bríndame las herramientas para pelear.
—No creo que puedas escapar con tanta facilidad, mi poder supera lo que pueda hacer ese pajarraco.
—Parece que sí, ¡qué lástima! Quería ver mi máximo poder y ver tu cara derretirse del miedo.
—¡NO INSULTES MI BELLO ROSTRO!
—Para ser el demonio de la furia y la ira oscura, te enojas con facilidad.
—¡Ira diriget viam meam! —levanta sus brazos en alto y el cielo se vuelve oscuro con rayos dorados—. Hícari todo finalizará hoy, tu alma será encerrada en la vasija de oro donde Edaxnios descansó por una eternidad, para luego, cuando él lo decida, ser devorado.
No sé qué hacer, mi cuerpo esta completamente tieso y pensar ya no parece ser la solución. Estoy solo, y solo tendré que salir de aquí.
—¡Ira diriget viam meam! —En las manos de Yoru Ikari aparece un tridente dorado—. Esta arma será la que destruya la vasija y deje salir el alma de Hícari.
—No creo que él se rinda tan fácil —señalo nervioso. En mi mano derecha aparece una espada plateada y en su punta posee una llama celeste y ardiente.
—Es imposible —mira perplejo.
—Nada es imposible si lo sueñas.
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