La batalla en el desierto de la irrealidad (I)
Me encuentro en un lugar cubierto por una gran penumbra. La oscuridad no me deja, siquiera, distinguir mis manos, doy algunos pasos escuchando el eco que se produce y rogando que todo se vuelva a iluminar como en un día de verano.
El tatuaje de la media luna me arde, brilla tornándose de un color rosado intenso. Sale expulsados de mis brazos y se posicionan en frente. La media luna forma un círculo perfecto y dentro de este, hay siete circunferencias más. Giran de forma alocada sin perder su eje, ni su posición. Arrojan chispas que me iluminan y siento que ahora la luz es mi aliada. Los dos puntos se unen y se alargan formando una gran línea con dos cabezas. Se acercan al círculo energético que de un momento a otro se detiene. La gran línea serpentea como una víbora peligrosa buscando atacar a su presa. Todo el espectáculo es digno de ver si ocurriera en una película y no en la vida real. Todo estalla en una gran bola energética arrojando chispas, una llama ascendente de un fuego amarillo intenso y una llama descendente azulada.
Todo termina y el círculo inmóvil ahora tiene una franja que lo cruza zigzagueante, una de las cabezas queda en el centro, la otra traza un recorrido hasta destruir en un punto específico el circulo inicial. Se acerca con virulencia hacia mí, intento esquivarlo corriendo en sentido contrario, pero me dan un gran golpe en la espalda. Chillo de dolor, mi espalda arde de una manera descomunal y no puedo evitar apretar los dientes al tiempo en que varias lágrimas brotan de forma agresiva.
Deja de doler, deja de arder. Todo por fin termina, sin embargo, no comprendo que ha pasado. Creo que los Jokan me han arrojado alguna maldición que acaba de activarse.
El tatuaje de mi brazo, las tres líneas, ahora es un triángulo con tres colores diferentes en cada lado: rojo, amarillo y azul, con dos puntos negros dentro.
Sonrío al sentir un gran poder fluyendo por mi cuerpo, por mi sangre. Es un poder descomunal, un poder que podría explicar con palabras. La sonrisa dura poco tiempo cuando mi cuerpo comienza a moverse de manera involuntaria para viajar en un túnel luminoso, desolado y extraño. La luz no me da tranquilidad, ni comodidad, sin embargo, la prefiero en lugar de la penumbra.
Aparecen camas, muchas camas, de niños y niñas que duermen con muñecos, con pijamas, con sus dedos pulgares en sus pequeñas bocas rosadas. Sueñan, descansan, confían. Comienzo a comprender que es lo que me quieren mostrar, sea quién sea que lo esté haciendo. Me detengo abruptamente, es como si el túnel terminara allí, y las camas giran alrededor de mí. Mi tatuaje, el triángulo arde, duele y molesta. Lo acaricio como si eso fuera a calmarlo, sin embargo, sé que eso no sucederá. Varios tentáculos filosos, negros, desagradables, como los que tiene Ingnisute, aparecen por debajo de las camas y se clavan en las cabezas de las almas puras. Desaparezco sin saber que sucederá con las almas puras.
Aparezco en un lugar desolado con suelo resquebrajado, con piedras humeantes, con olor a azufre. Sin dudas es Reiga, el lugar que cuida Ingnisute en Jigoku. Voy volando con la punta de mis pies rozando el piso, y con mis brazos caídos, como si estuviera dormido. ¿Dónde fueron todos esos niños? No tengo ninguna buena idea, solo espero que no sea aquí.
Ingreso a una cueva poco iluminada, pero la luz que me permite ver el camino: es roja, tenue y poco acogedora. La penumbra escarlata es extraña, es como si estuviera recorriendo las venas de mi cuerpo mientras busco un virus que me infectó. Cada centímetro que recorro, me da más ganas de volver a casa para abrazar a David y besar a Pequeño.
Llego a un lugar abierto, a los costados rocas oscuras, con cabeza de demonios que tienen cuernos largos, sin ojos y sin boca. El pasillo de piedra caliza es lo único bonito de este lugar y frente a mi está Ingnisute sentado en un trono negro. Su postura demuestra enojo, frustración y está señalando a un Hellish.
—Ustedes malditos súbditos tiene que obedecerme a mí, no a Arniscan. Él no sabe nada, no tiene conciencia, no piensa. Atacar la ciudad, asesinar a los pobladores... ¡Fue una maldita estupidez! Pero ustedes, acatando sus órdenes, es lo que me ha decepcionado. Ahora perdí a uno de mis más leales Hellish, tardará tiempo en reconstruirse, y Hintam no quiere volver aquí. ¡Juro que acabaré con mi hermano! Tendré la oportunidad de hacerlo y luego lo haré con...
Vuelvo sobre mis pasos, quiero escuchar sus últimas palabras pero no lo puedo hacer. Necesito hacerlo. Es en vano, ya volví al túnel luminoso.
¿Dónde estan las almas puras? Por suerte no están en el Reiga e Ingnisute parece ignorar lo que sucede.
A la izquierda hay un paraíso bellísimo: césped verdoso, árboles con flores blancas y una gran variedad de animales. Allí estan los súbditos, allí, en ese paraíso. Intento moverme para detener a Hintam que quiere encender el lugar con el fuego de su melena, y...
¿Qué demonios son esos espectros? ¿Serán los engendros mellizos? No lo sé, todo es confuso... parecen poderosos.
Mi frente golpea varias veces contra una pared invisible, quiero ir a batallar contra ellos y el tatuaje del triángulo brilla encendiendo la furia que poseo al ver como todo comienza a arder. Como, de los árboles bellos que tardaron años en crecer, salen grandes llamas. Los animales corren buscando escapatoria pero los engendros mellizos los asesinan y desaparecen con las cenizas del incendio. El césped ahora es el cementerio de la mayor matanza que he visto en mi vida.
Recupero mis movimientos, los tatuajes, los dos al unísono, resplandecen furiosos; mis manos golpean la pared, no permitiré que siga desapareciendo toda la vida de este paraíso.
No...no, nadie merece sufrir por seres que solo se alimentan del dolor y del sufrimiento.
—¡Nooooo! —grito y golpeo, pero la pared no cede—, ¡Bastaaaaaa!
Nada funciona y a pesar de eso, no detendré mis golpes, ni mi furia. Sé que mi misión es otra, es acabar con cada demonio, con cada súbdito, con Edaxnios, sin embargo, cada vida vale igual, sea un animal, humano o habitante del mundo de los sueños. Un animal parecido a un perro, sin pelaje y con una trompa como un oso hormiguero cae rendido por un rayo que le arroja uno de los engendros. Luego desaparece con lentitud, su cuerpo ahora es ceniza. Sus ojos tristes ya no me miran.
Una fuerza invisible me agarra de las piernas intentando sacarme del túnel, pero no me iré a ningún lado, nadie hará que vuelva a mi cama. Pataleo, la fuerza me agarra con más tenacidad y mis uñas se clavan en el suelo.
—¡Suéltame, quién quiera que seas! —Elevo mi voz haciendo que retumbe en todo el túnel—. Me tiene sin cuidado mi misión, defenderé a estos animales, a los árboles y a los pobladores del mundo de los sueños. ¡Suéltame!
Esta maldita fuerza no lo hará, no me soltará, no obstante, mi terquedad es superior.
—Adinventionem —conjuro pensando en una espada que no sea la asesina roja y en su lugar aparece una daga verde y negra. La entierro con brusquedad y funciona, dejo de moverme. Respiro profundo—. No me interesa si la reina Miru no quiere verme, si Azura y la princesa Tai están en otro lugar, nada me importa. Solo quiero defender a esos animales y me lo tienes que permitir sino tendrás que llevarme a esa cárcel nuevamente porque dejaré de ser el guardián.
Me suelta de manera agresiva, no comprendo quién o qué era esa fuerza pero creo que comprendió que no puedo dejar sufrir a nadie. Me levanto, me acerco a la pared invisible y con la daga comienzo a apuñalarla. Empieza a ceder, a romperse, hasta que todo estalla en mil pedazos. Camino ingresando en el paraíso, los animales, los pocos que sobrevivieron, se acercan a mí.
Mi túnica es negra con una capucha amarilla, un cinturón dorado me abraza el torso en forma de X.
Me siento poderoso, furioso, sin ganas de negociar o intentar devolver esas bestias a su lugar. Odio la muerte, el dolor, la desesperación, sin embargo, aquí ellos no entienden de palabras y muchas personas sufrirán sus ataques si no acabo con ellos.
—¡Oigan! —Los señalo y me miran—. ¡Esto termina hoy, aquí!
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