La arena de combate de Coelum (VIII)
El abucheo del público es silenciado por los guardias luego de golpear varias veces las lanzas contra el suelo, sin embargo, la gente no está contenta con la trampa que me pusieron. Las batallas injustas pueden molestar a cualquiera que tenga algo de moralidad en su alma. La asesina roja late, chilla y de su punta se desprenden varias gotas de un líquido dorado, como si llorara oro.
En la mano derecha del shinshi de la deshonestidad, el espectro que me eriza la piel, aparece un gran látigo que en sus puntas tiene cabezas de serpientes. Sus lenguas bífidas claman morder mi cuello y el Shinshi, acabar conmigo. Es una completa locura asumir que venceré a seres que tienen más experiencia y poder que yo. No obstante, muchas personas cuentan conmigo.
—Él es mío —reclama el espectro—, hace tiempo que quiero acabar con el guardián —se relame.
—¡No! —Niega furioso Arniscan—, no es quien piensas... Ya ha despertado.
—¡No te creo! —Exclama el Shinshi señalándome con el látigo y las cabezas de víboras me miran con sus ojos naranjas—. Aún no es el momento, ni el día, ni el cuerpo perfecto para su despertar.
—Shinshi de la Deshonestidad —interrumpe el Shinshi de la discordia—, Arniscan sabe engañar pero si logras observar sus ojos, esta vez, por primera vez en su existencia, dice la verdad.
—¡Noooo! —Grita furioso arrojándome el látigo que me envuelve todo el cuerpo y me eleva por los aires—. ¡Permitiré que me quiten mi momento, el guardián debe morir!
Me retuerzo de dolor; el látigo comienza a tonarse rojo con rayos violetas, como si por esta arma corriera sangre demoníaca. Las cabezas de las serpientes se elevan por encima de mi cabeza y sisean con sus lenguas bífidas mis pómulos, como si me saborearan. Intento soltarme, pero siento que no lo lograré, nada pasará mientras la asesina roja esté alejada de mi mano. Estoy indefenso. Ellos discuten sobre mi futuro, como siempre hacen los adultos y no le consultan a sus hijos. El poder que apareció hace un momento, sigue recorriendo mi cuerpo y no sé cómo canalizarlo para poder romper este maldito látigo.
—¡ESTÚPIDO! —Insulta furioso Arniscan—. No te atrevas a pelear con el guardián legendario, acabará contigo en un santiamén.
—Ja, ja, ja —ríe de manera burlona y hace que el látigo me apriete con más fuerza—. Nadie ha escapado de mi poder, de mis amigas las serpientes del séptimo infierno. No existe poder tal que pueda romper el encierro, pronto ellas lo morderán y todo se terminará.
—Haz atraído la muerte, tu muerte, adiós —se despide el Shinshi de la discordia y vuelve al lado de Leider mientras le dice algo al oído.
—Lo que digas —mueve su látigo, un rayo recorre cada centímetro de su arma y comienza a electrocutarme. Veo todo blanco, mi cuerpo convulsiona, sin embargo, no siento dolor. Es como si la electricidad fuera mi leal amiga y solo quiere decirme que todo está bien. Mis dedos se mueven enérgicamente como si quisieran quebrarse o salirse de mi mano. Mis rodillas se giran una para cada lado, pero no duele, el dolor dejó de ser parte de mí. Lo blanco desaparece poco a poco como el humo de un pastel recién horneado y aparezco en el mismo lugar que estuve encadenado, dentro de mi propio cuerpo y veo todo lo que sucede con nitidez.
—Seres de todo el mundo —dice Leider parándose y levantando las manos— de los sueños y Jigoku están observando la mejor batalla que se haya dado en esta arena de combate. A pesar de eso, tengo el deber de decir que todos los participantes han roto más de una de las reglas sagradas de Coelum. ¿Detengo la batalla?
—¡Noooooo! —Gritan todos al mismo tiempo y Leider se acomoda con una gran sonrisa.
La verdad no sé quién busca protegerme manteniéndome encerrado en mi cuerpo. Grito furioso, es mi maldita batalla y necesito...
—Guardián cálmate, te lastimarás —dice una voz dulce detrás de mí.
—¿Quién eres? —Le pregunto a la mujer de túnica blanca, cabello gris y largo, con un rostro bello y suave. Sus ojos son achinados y marrones. Sobre su cabeza hay una pequeña aura grisácea, que al mirarla me siento invadido por una gran tranquilidad logrando que deje de pensar en la batalla.
—Mi nombre por el momento no importa, vengo a decirte que estamos orgullosos de ti, de tu manera de sobreponerte a cada obstáculo. Creemos que mereces descansar y dejar que otro ocupe tu lugar.
—Estamos hablando de mi cuerpo, de mi misión, de salvar a las almas puras. No puedo y no quiero descansar, lo haré cuando muera.
—Tienes que descansar, fueron muchas batallas en poco tiempo... Tu cuerpo es tuyo, pero tu alma es compartida, eso ya lo sabes. No podré decirte con plenitud que es lo que sucede en este momento, la verdad completa podría ser riesgosa y te prometo que en el momento que nos volvamos a ver, será para que sepas todo.
—Señora extraña —digo molesto—, al no saber quién es usted no puedo creer lo que dice. ¿Quiere que descanse? Entonces envíeme de vuelta al campo de batalla que en el momento que acabe con cada uno de ellos, prometo descansar.
—No —niega con su voz aún más dulce—, lo siento, no puedo hacerlo... Yo no lo decido.
—¡Dime quién entonces! —Grito furioso.
—Guardián debes calmarte —dice moviendo sus manos.
—¡Estoy cansado que me diga qué debo hacer!
—El aprendizaje es eterno, uno jamás deja de aprender y de enseñar, Lamentablemente aún te faltan años para poder manejar todas las artes. ¿Crees que fuiste capaz de manejar cada conjuro y maldición por qué eres un prodigio? No es así, pero nos has sorprendido.
—¿A quiénes? —Pregunto molesto y frustrado.
No puedo decirlo —se queda en silencio un momento, cierra los ojos y vuelve a abrirlos—. Está bien, te dejaremos volver, pero tú serás responsable de tus actos —chasquea los dedos y desaparece.
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