La arena de combate de Coelum (V)
Caigo en un lugar extraño, presumo que es donde reina Arniscan, pero no estoy seguro. No me puedo detener, no es momento. Camino mirando al cielo, me siento abrazado por una oscuridad tenebrosa. Las nubes son rojas y observo una luna sanguinaria. En el suelo resquebrajado hay pequeñas flores violetas que nace de esas grietas buscando algo de luz, sus pétalos son puntiagudos y sus tallos parecen frágiles. A lo lejos veo un lago cubierto por una tenue niebla y en sus orillas yacen varios animales, que son solo piel y huesos, que beben su agua y caen desmayados o muertos, no lo sé.
Piso un cráneo humano y caigo al suelo perturbado, veo otro y otro... Me encuentro en un cementerio de personas que aún muertas, siguen sufriendo. Unos metros diviso rostros humanos, de hombres, mujeres y niños que sobre salen del suelo y miran al cielo. No quiero acercarme, no quiero estar más aquí, pero mis alas ya no existen. No creo que tenga alguna forma de salir de este lugar, será mi tumba, como lo es para estos rostros.
—Por... favor... ayúdanos —dice el rostro de una mujer a la que le falta un ojo y en su lugar tiene un rubí.
—No puedo, no sé cómo —señalo con angustia.
—¡No nos dejes aquí! —grita un niño.
—¡BASTA! —corro alejándome de los pedidos de auxilio que retumban dentro de mis oídos.
Me detengo al quedar sin aliento. Este lugar es cálido y me hace sudar mojando todo mi cuerpo. Apoyo mis manos en mis rodillas intentando robar el aire que escasea, mis pulmones lo claman a gritos.
—No saldrás de este lugar —amenaza una voz susurrante y penetrante.
—¿Quién... eres? —Le pregunto a una calavera con un manto de sombras y un sombrero rojo.
—Nadie; me han dejado claro que las personas que entren aquí, no pueden salir, excepto que me venzas en una batalla o tengas el poder suficiente para abrir un portal, creo que ninguna de las dos opciones son viables.
—Digamos... que debo vencerte... y así... me puedo ir de aquí —No puedo hablar, el aire cada vez escasea más.
—Exacto, pero nunca nadie lo ha logrado.
—Hay... una primera vez... para todo —respondo sonriente—, solo... que aquí... no hay mucho oxígeno.
—El centro de Jigoku no es lugar para los guardines, mucho menos para un niño, y has caído en el reino de la muerte. Cada alma que viene a este lugar, termina enterrada viendo por la eternidad el cielo que he creado. No soy un demonio, soy más poderoso que ellos y no le rindo cuentas a nadie. Ni siquiera Edaxnios viene a este lugar por el temor que me tiene. La verdad es que este último tiempo este lugar se había vuelto aburrido y desolador, pero has venido en el momento justo para convertirte en mi juguete nuevo, en mi mascota.
En las alturas aparecen aves gigantes, parecen cuervos esqueléticos. Chillan, revolotean, huelen la muerte y yo no puedo hacer nada si sigue escaseando el aire de esta manera.
—En el comienzo de todo —continúa—. Edaxnios creó a los demonios y esos seres perversos no sabían dónde llevar a cabo sus fechorías con las almas en pena, y decidieron invadir mi lugar. Yo había creado un bello palacio, que existió antes de la creación del universo, antes que Zor creara al padre y la madre de los Dioses de la sabiduría y de la oscuridad. Mi hermano, el hechicero supremo, envidiaba mi poder, y me encerró en un agujero oscuro. Edaxnios decidió protegerme creando el Jigoku y ordenando que nadie ingrese a este lugar, excepto mis mascotas.
—Me... encantaría creerte... pero Arniscan... me enseñó... que todos mienten.
—¡Yo no lo hago humano estúpido! —grita y el cielo ruge.
—Entonces... si eres... tan poderoso... no —me agito y no puedo continuar.
—No me vencerás, es así, acabarás como esos rostros en el suelo.
—Parece que...
—Que todos buscan aniquilar al guardián —me interrumpe—, es así, ustedes lo que buscan la luz, la verdad y la justicia, son un estorbo para los que anhelamos un mundo mejor.
Me cansé de escuchar como una calavera me insulta. Con las pocas energías que tengo entierro mi espada en el suelo y sale aire, como si fuese un globo que acaba de pincharse. Mis pulmones se inflan y mi fuerza renace, clavo la espada varias veces más y todo el lugar se vuelve más óptimo para enfrentarme al nuevo enemigo.
—Dime —digo renovado— si tú eres el creador, el hermano de Zor, por qué nunca te nombraron.
—¡PORQUE SOY NADIE! —Exclama con un grito que hace rugir de nuevo al cielo, truena, refusila y los rostros piden clemencia.
—Exacto, eres una maldita creación de Arniscan para engañarme y hacerme creer que no tengo escapatoria de este lugar.
—¿Crees que soy una alucinación? —Pregunta molesto.
—Por supuesto —respondo afirmando con mi cabeza.
—¡Qué equivocado que estás! La soberbia típica del humano, del adolescente.
Mueve sus manos y a nuestro alrededor aparece todo el público que estaba en Coelum, como si estuvieran dentro de grandes pantallas de cines. Su presencia no me molesta, al contrario, quiero que vean que no seré derrotado. Aunque clamen con alegría y pidan mi derrota, sus cuerpos no estan soportando lo mismo que yo, por lo tanto, no los escucharé.
La calavera mete su mano en el suelo. La clava como si fuese un estaca y de allí, saca una cadena que destruye el suelo.
—La muerte —prosigue—, la simpleza de la muerte, es solo una etapa, es la peor etapa para un humano y la mejor para nosotros, los que nos alimentamos del dolor y de las perversidades. Cuando los humanos mueren y recorren el camino de las almas en pena, les sirven de alimento a los demonios porque nunca dejarán de pecar, hasta que Edaxnios decida destruirlos. Algunos vienen a este lugar, como te he dicho, pero jamás sabrás que han hecho para merecerlos...
La inscripción de mi espada late como el corazón de un enamorado, y los símbolos grabados salen impulsados al cielo dejando la inscripción:
«Solo el que porte el arma es digno para encerrar a los demonios»
¿Por qué aparece esa frase en este momento? No lo sé y tampoco deseo saberlo. Creo que por fin confía en mí y me ha elegido para acabar con todo.
De las grietas que dejó la cadena salen miles de esqueletos que se colocan detrás de su líder, del rey de este lugar. El sonido hueco y tétrico de sus huesos chocando entre sí hacen que mi piel se erice, pero intento no perder la postura. El público de Coelum clama, grita y Leider sonríe, no obstante, les demostraré a ellos de lo que estoy hecho.
—Mi ejército, mis leales hombres, destruirán las cadenas que sostienen unidos los tres mundos y acabarán con todo a su paso, dando lugar a mi reinado.
El público abuchea las palabras de la calavera. El ejército de esqueletos camina al compás de unos tambores, que en algún lugar de este infierno, hacen sonar una melodía terrorífica. La misma que supe oír en la película que vi de niños, «los ángeles se despiertan antes de morir», donde la melodía de la muerte destruía el mundo, haciendo que la gente se arrancará los oídos, la piel y muriera en el peor de los dolores.
La calavera líder arroja un conjuro sobre su ejército, el cual, en este momento, viste un uniforme oscuro, con un escudo en forma de estrella negra dentro de un círculo verde chillón. Los cascos tienen un rombo de cristal y en sus manos portan lanzas que desprenden llamas blancas. Dan golpes en el suelo y luego de que la melodía se detiene, caminan a mi encuentro.
—¡DESTRÚYELO! —Grita alguien del público. Lo escucho como si fuera un sonido amortiguado por la distancia. Suena hasta gracioso. Ya el poder de sus palabras no influye sobre mis decisiones.
Si es un Dios o hermano de Zor o una maldita ilusión, me tiene sin cuidado, tengo que salir de aquí y parece que la única forma que conozco en el último tiempo es batallar. Levanto mi espada al cielo y los símbolos vuelven a su lugar pero esta vez la asesina roja no está envuelta en llamas, sino que se tiñe de un rojo carmesí. Golpeo a las primeras calaveras que se desarman en el acto, como si fuesen de cristal. Salto y clavo la espada en el suelo liberando todo su poder, muchas calaveras vuelvan por los aires impulsadas por la gran onda expansiva. Ya que no puedo usar ningún conjuro, haré lo que sea necesario para acabar con estos guerreros de huesos. Caen uno tras otro, no es difícil, es un juego de niños. El último, que en lugar de tener una lanza, arrastra un gran martillo, cae por un golpe certero de mi leal amiga que destruye su cráneo reduciéndolo a polvo. Me detengo, cerca del líder, recuperando el aliento. Él no está sorprendido, su postura no cambia.
Oigo ruido a mis espaldas; el ejército se vuelve a colocar de pie, armándose de a poco, hueso a hueso, como una maldita maldición. Ya he visto esto en miles de películas y siempre me causó gracia la ridícula idea de tener un ejército indestructible de calaveras. Pero esto no es ficción, es la vida real y si no encuentro como destruirlos, me veré en peligro.
—No puedes vencer a la muerte, no la puedes matar. Mis hombres son los más poderosos del universo—Levanta sus manos y me apunta—. ¡Acaben con él! —Ordena.
Intento saltar pero las calaveras me agarran de los pies y me arrojan hacia donde estan los rostros de la gente sufriente. Logro ponerme en pie, antes de que un niño me dé un mordisco. Me gritan, me exigen que los ayude.
—Lo siento niño tengo otros problemas ahora.
Por alguna inexplicable razón el lago ya no tiene el manto de neblina, sino que está congelado. Corro a él pensando alguna estrategia, algo me dice que es la mejor opción. Tengo que recordar que es el mundo de los sueños y de las pesadillas y puedo hacer cosas que en el mundo de los humanos no.
Me resbalo al pisar el suelo congelado. Mi pelvis se estrella contra el duro hielo y giro de manera graciosa, hasta que la asesina roja me ayuda a quedarme quieto.
Las calaveras rodean el lugar, no quieren ingresar, y no entiendo la razón, pero por el momento estoy a salvo.
El líder se eleva por los aires y puedo ver en sus ojos una pequeña llama violeta y algo me dice que esta calavera esconde algún secreto. Mientras vuela dice unas palabras en un idioma que jamás escuché y el hielo comienza a romperse desde el centro, como si fuera el parabrisas de un vehículo cuando golpea contra un ave. Pequeñas rajaduras comienza a ocupar toda la superficie, parece una telaraña y yo soy su presa. Caí en su trampa. Todo el hielo vuela por los aires, arrojándome a las alturas y caigo en un montículo de tierra, dolorido y con mi frente sangrando.
Aparece del lago un monstruo blanco de tres cabezas, con cuello largo, ojos rojos y su cara alargada como la de una serpiente. Tiene lengua bífida y su piel es escamosa. Libera un gran aullido. Ahora sí, estoy completamente perdido, nada de lo que haga funcionara.
—La gran bestiablanca clama la sangre del guardián y hoy se bañará en ella —dice la calaveralíder y la gran bestia viene a mi encuentro.
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