Inaka, un lugar desolado (III)

A mí alrededor está todo oscuro, pero en la lejanía puedo ver un tenue brillo, prefiero ir a investigar que es antes que quedarme en donde estoy esperando morir. Camino y mis pasos suenan como si caminara en charcos de agua. No me siento cansado. La luz deja salir una risita aguda y se acerca a mí, me recorre íntegro y luego aparezco en un lugar que jamás vi en mi vida: su cielo es celeste, imponente, sin nubes y con un brillo tranquilizador. Los árboles de troncos de color sepia, con redondas hojas verdes. Animales de diferentes tamaños, pero estoy seguro que no vi ninguno en la tierra. Uno que parece un gorila blanco con su rostro rosado y un pico largo, ruge y se golpea el pecho con demasiada energía haciendo que retumbe como un tambor. Luego camina, salta a un árbol y se duerme abrazándolo. Debajo hay unas ratitas multicolores, con plumas y veloces. Camino temeroso y suponiendo que este lugar, puede ser uno de los infiernos, el más perverso, porque detrás de la belleza, se esconde la maldad.

Me detengo para dejar pasar varios animales, un elefante sin trompa, de color celeste, sigue con velocidad a unos cerdos negros con grandes orejas. No puedo evitar sonreír, me recuerda cuando jugábamos con mis hermanos. Niego con la cabeza para retirar esos recuerdos que me hacen daño. El gorila con pico vuelve a gruñir pero esta vez sin tanta furia, tal vez esté pidiendo que lo dejen dormir.

Dos niños pasan a mi lado, uno es bajito con su cabello marrón, otro de mi estatura de cabello celeste y blanco. Sin pensarlo los sigo, quiero saber dónde estoy, ellos solo ríen y se empujan.

—Hola..., hola —saludo nervioso—. ¿Me puede decir dónde estoy?

No responden y se alejan; golpeo contra una rama húmeda y caigo al piso. Me levanto con velocidad y no dejo que se me escapen. Llegamos a un acantilado y los niños lo saltan, luego vuelan y caen en el otro extremo. No puedo dudar, corro, salto y muevo mis manos como si fuera un ave, caigo y golpeo contra una gran roca.

Abro los ojos y ahora estoy en una cabaña, donde por debajo pasa un pequeño arroyo, con agua bien cristalina y peces que se mueven danzando de un extremo a otro. Mis pies estan en el agua, y los peces me hacen cosquillas. No puedo evitar reír a carcajadas, mis pies siempre fueron mi punto débil. Me coloco de pie y observo que los niños estan en un gran columpio, donde el más grande empuja al más chico, y los dos cantan felices, pero no entiendo lo que dicen, es un idioma que jamás escuché. Me acerco a ellos, y estando cerca acomodo mi garganta.

—Hola —saludo levantando mi mano derecha—, no quiero asustarlos, pero necesito saber dónde estoy.

Ni siquiera me miran, y me acerco más. El niño más grande me traspasa escapando de su hermano. Empiezo a entender que en este lugar soy invisible, como lo fui siempre. Me siento en una piedra gris con lunares rojos y apoyo mi rostro en mis manos. No tiene sentido buscarle razón a lo que me sucede, si desde que murió mi familia, nada lo tuvo.

—Hícari —dice un gigante, de diez metros, con sus pies sucios y solo unas hojas cubren sus partes íntimas. Su piel es marrón oscura, sus ojos de un verde penetrante y su rostro exageradamente cuadrado. Su voz me hizo temblar de miedo, es grave, profunda y enojada—. Necesito que vengas, hay algo importante que precisas saber.

Aparece el niño de pelo celeste, compungido y cabizbajo. Se acerca al gigante, el cual lo levanta y lo pone en su hombro.

—Haz entrenado con suficiencia, y has sido un gran hijo, sin embargo, el destino hizo su llamado, ¿eso lo sabes no?

—Sí —responde secándose las lágrimas.

—¡Oye, no llores! —dice con una sonrisa el gigante—, esto iba a suceder dijo Akuma, nuestro Dios, y él nos permitió vivir en su alma, donde nuestros mayores deseos se han cumplido. Akuma morirá, te eligió como el guardián, y debes cumplir tu destino. No estoy contento con que suceda, pero si orgulloso. Recuerda que tu padre gigante y tu madre hechicera estamos seguros que tú cumplirás la misión y nos volveremos a ver.

—Pero...

—No hay nada más que decir, el final se acerca, tú y tu poder sellarán el destino de los demonios. Nosotros no moriremos, iremos a un lugar mejor, esperando ansiosos nuestro reencuentro. Hícari tú podrás con cada obstáculo que se te presente, confía en tus instintos y no dejes que lo simple te engañe. Ahora —lo abraza—, ve a salvar al universo.

Hicarí es encerrado en una gran bola de cristal azulada que desaparece cuando el gigante la suelta.

El ambiente a tiembla, pero nada ni nadie se mueve, tal vez solo sea yo el que lo sienta. Del suelo comienza a salir lava; aparecen huesos humanos flotando en el aire como calaveras danzantes. Una estrella más grande que el sol ilumina el bosque haciendo que los árboles cierran sus hojas. El gorila con pico desciende gritando de dolor, su pelaje se prende fuego y el gigante solo se queda tieso mirando hacia arriba, y observo una gran lágrima descender hasta su hombro derecho.

Una pequeña mujer, con una capa azul y dorada, aparece volando y se apoya en el hombro del gigante en silencio. Su cabellera larga pelirroja y su varita blanca en la mano izquierda, me dan los indicios de que ellos son los padres de Hícari. La mujer se abraza al cuello del gigante y luego moviendo su varita hace que comience a nevar. Los copos son más grandes que mi cabeza, perfectamente circulares y blancos, cuando tocan el suelo se disuelven dejando salir un vapor transparente.

La imagen de ellos abrazados esperando lo que tal vez sea su muerte, es lo que quería que sucedería con mis padres, sin embargo, mi madre se sentó a mi lado para no dejarme solo. Y ahora siento la culpa que corroe mi alma, por no permitirles que se despidan, que el amor que se sentían los ayudara a superar el miedo aterrador a morir.

La nieve cubre el piso y eso hace que me sorprenda, si antes se disolvía, ¿por qué ahora puede mantenerse en el cálido suelo? ¿Será que los padres de Hícari son más poderosos de lo que yo creí? Debe ser así. Aun no comprendo por qué ellos viven en el cuerpo de Akuma, es algo que nunca hubiera imaginado. Supuestamente no había vida, y solo la unión de los hermanos podía crearla. Creo que Akuma era sabio y mentiroso.

La hechicera vuelve a mover su varita, ahora acompañada de su otra mano, del frío y nevado suelo, brotan de las más variadas flores y plantas. Rosas de todos los colores, jazmines, girasoles, tulipanes amarillos de gran altura, gardenias rojas y pequeñas, y un gran narciso del tamaño del gigante. Lo maravilloso es que todo ocurre en el mayor de los silencios y eso sí que me enamora.

En un abrir y cerrar de ojos, todo lo bello desaparece, el suelo duro no existe y es reemplazado por lava, pero no roja intensa como siempre la conocí, sino violeta y negra, como si fuera pintura mezclada en un tarro de metal, al moverlo los colores no se combinan sino que se mueven en una perfecta armonía. El gigante flota por un hechizo de la mujer, y ella se posa en la cabeza de su esposo. De la lava aflora un gran y malvado demonio. Y creo que es Edaxnios, es el mismo manto oscuro, la misma energía perversa. Sin embargo, es más grande, superior al gigante, superior a nuestro encuentro.

—Ustedes no debería existir hasta dentro de miles de años, ¿cómo se atreven a engañarme a mí y a mi hermano?

—No te responderemos, si quieres las verdad, tendrás que buscarla por otro lado —responde molesta la mujer.

—¿Saben que aquí morirán no?

—Edaxnios, el mayor mentiroso y ególatra que el universo creó —dice el gigante sonriendo—. Si viniste a buscar a mi hijo, ya se ha ido.

—Eso lo sé, Akuma se está desintegrando y arrojó al vacío las esferas inservibles de las cuales después me encargaré. Pero ustedes que son los guerreros legendarios no deberían existir, no de este modo.

—Me sorprende —dice la hechicera— que aún no comprendas nada, eres un perverso Dios y deberías saberlo todo, sin embargo, si has venido a hablar te confundiste.

Edaxnios dice algo que no comprendo y el gigante comienza a desvanecerse en cenizas, como un papel que se prende fuego. La hechicera arroja un poder, un gran rayo luminoso haciendo que el manto negro se mueva, y luego desaparece con el gigante. Todo se vuelve silencioso y luego de que Edaxnios desaparezca, quedo solo en un lugar desolado cubierto por la lava negra y violeta.

El niño pequeño aparece volando, como si fuera un hada, y me mira con una gran sonrisa.

—Tú no debes estar aquí —empuja con fuerza y me desplazo con velocidad mientras el niño me saluda.

Aparezco de nuevo en el Inaka y parece que la batalla continua.

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