El bosque tramposo (IV)

La prisión de lianas me suelta, caigo de rodillas agotado y me falta el aire, me duele el pecho y me arde. Mi respiración es entrecortada por la angustia de saber que decepcioné a todos los seres del mundo de los sueños, y con culpa por sentirme bien con mi decisión de no pelear con dos hadas que sufren de la misma manera que yo.

La asesina roja comprende de mis decisiones y la guardo en el estuche que se encuentra en mi espalda. Las hadas se elevan por los aires, entrecruzándose de un lado a otro, como si fuese una danza de batalla. Yo observo todo con admiración y sorpresa, cada día que paso en este lugar es maravilloso lo que sucede y también perverso. Tienen una combinación perfecta entre lo bello y lo horrendo, entre la luminosidad y la completa oscuridad.

Frente a mis ojos aparecen un centenar de mariposas monarcas, casi todas de su color característico naranja, con finas líneas negras en sus dos alas y pequeños lunares blancos en las periferias. Sus cuerpos son del tamaño de mi mano. Unas pocas son celestes en su totalidad y un poco más grandes. Es la segunda vez en mi corta vida que puedo observar la plenitud de su belleza. Es triste que tarden meses en completar el ciclo de la metamorfosis para luego vivir tan solo un mes o un poco más. Nacen con la única misión de disfrutar un poco de las bellas flores y reproducirse, sin embargo, siempre nos dejan una enseñanza de cómo deberíamos ser los humanos, con tan corto tiempo se pueden hacer muchas cosas.

La asesina roja comienza a latir y repercute en mi espalda, pero la ignoro, no quiero batallar y menos con hadas que quieren cumplir con los deseos de su padre, quien las salvó y ahora las utiliza. Una explosión cerca de mí hace que me despierte de mis pensamientos y salga despedido para impactar contra un tronco, el árbol se destruye y cae sobre mi pierna. La asesina roja clama por ayudarme pero no la dejaré intervenir, no aún.

Mi pierna derecha tiene un dolor insoportable, que me acecha desde el tobillo hasta el muslo y el peso del tronco hace imposible que, con mi fuerza, logre moverlo. No obstante, lo sigo intentando y la furia, la que había desaparecido, quiere salir para poner fin a esta batalla. Cierro los ojos, respiro profundo, busco tranquilizarme, no quiero caer en la tentación de usar mi poder para demostrar a Arbor que no soy digno de cruzar el bosque. La verdad he cambiado de opinión, no quiero morir entonces deberé encontrar otra solución: una más pacífica, o la semilla de la discordia hará su trabajo. Nunca pregunté si había un conjuro que fuera contrario a Adinventionem, uno que destruya pero ya es tarde para averiguarlo. Coloco mis manos en la corteza más dura del tronco y logro moverlo un centímetro, lo que me produce un dolor terrible, por lo tanto desisto en continuar. El tronco vuelve sobre sus pasos y grito de dolor.

—Tendrás que pelear si quieres sobrevivir —advierte Arbor.

—No —niego dolorido—, no lo haré; creí que había sido bastante claro.

—Mis hijos acabaran contigo —señala con cierta soberbia.

—Es su dolor actuando, no tienen completas acciones sobre sus decisiones —digo intentando encontrar algo que funcione como palanca y solo me queda una opción. De la funda retiro a la asesina roja y sus latidos son más furiosos.

Me recuerda a Mathew el día que se enteró que un compañero de su clase me había robado mis ahorros. Fue terrible ese momento, yo mientras lloraba en mi habitación por el duelo de saber que ese dinero, con el que compraría mi bicicleta, yo no estaba y Mathew ingresó buscando comprender que me sucedía, sin embargo, yo no podía hablar; las palabras no brotaban de mi boca o tal vez no quería que se sintiera decepcionado de mi debilidad. «Cuando dejes de llorar como una niñita, me dirás qué te sucede», dijo cerrando la puerta con fuerza. Comprendí mucho tiempo después que no estaba enojado conmigo sino que se encontraba furioso por verme sufrir. Ese mismo día intenté varías veces hablar con él, practiqué en el espejo, pero no le podía decir lo que me sucedió. Las palabras salían en forma de tartamudez y tenía miedo de que mi hermano, en su enojo, me gritara. Entonces, no sabiendo si era una buena decisión, resolví escribirle una carta y luego de una hora, la pasé por debajo de su puerta. Me quedé con cierta calma porque al otro día era sábado, y por lo tanto, hasta el lunes estaba tranquilo de que Mathew no golpearía al grandulón de Jack.

El arlequín que tenía como reloj despertador sonó con jocosidad sabiendo que amaba los sábados porque era el día que nadie me molestaba. Me levanté, me desperecé mientras me cambiaba mi pijama de media luna. Abrí la ventana para observar el mismo pájaro de cabeza roja que siempre se posaba sobre la misma rama, le sonreí y lo saludé; él con sus ojos profundos y negros me miraba con sorpresa, es una animal acostumbrado a que el humano le haga daño.

Golpearon mi puerta y luego observé que un sobre blanco con unas pequeñas manchas rojas pasaba con gran velocidad por debajo y llegó hasta mis pies. Lo levanté y al abrirlo me di con la sorpresa de que era mi dinero, el que el grandulón Jack me había quitado. También había una pequeña tarjeta que decía: «No volveré a robar tu dinero, te pido disculpas. El grandulón Jack». Quise agradecerle a Mathew pero me pidió que no le pregunte y no le diga nada, que olvide lo que sucedió y me compre la bicicleta. Era una bicicleta roja con rayos amarillos y un pequeño timbre; pero el avión, mi familia, mi sueño banal a lo material, desaparecieron y ese dinero lo utilicé para comer mi primer mes viviendo en la calle.

Una nueva explosión destruye árboles, hacen volar piedras y polvo, algunas pequeñas rocas golpean en mi cabeza y espalda. No voy a pelear pero no dejaré que mi pierna siga sufriendo el peso de este tronco. Lo parto en mil pedazos con un solo golpe de la espada, me coloco de pie con mucho dolor; las hadas están detrás de Arbor y también el lobo líder con su hocico lastimado y sus ojos furiosos.

—Pensé que te dejarías morir en este lugar —indica Arbor mirándome con sorpresa.

—Quería hacerlo pero deseaba mirarlos a los ojos y entender por qué me estan atacando.

—Por la simple razón de que no eres digno —dice Arbor y los restantes tres sonríen.

—La dignidad esta sobrevalorada —niego con mi cabeza—, nunca fui digno de nada, ni siquiera de haber nacido. Mi madre me dijo que nací muerto, con mi cuerpo violeta y mis labios azulados. El médico la miró con los ojos apagados y tristes e intentó revivirme solo por protocolo, no porque tuviera alguna esperanza. Por suerte, al minuto de comenzar la resucitación, mi llanto apareció y el médico le dijo a mi madre que no era digno para este mundo. No comprendí esa frase hasta que de tu boca volvió a salir. Las reglas de este mundo, el de los sueños, estan regidas por la desigualdad y la complejidad, siendo la fuerza y la valentía los ejes fundamentales para sobrevivir. No me interesa ser digno, solo quiero detener el sufrimiento. Si fueras más inteligente te darías cuenta que tus hijos estan sufriendo y que solo me atacan con furia para detener su dolor. Varixia esconde sus sentimientos detrás de un manto de belleza absoluta, como lo hizo mi madre en sus peores días, cuando unos hombres, en su adolescencia le hicieron el peor acto de todos. Asumió que maquillándose y vistiéndose de manera elegante podría ocultar el dolor; la verdad que jamás lo hizo y sus llantos en la oscuridad de la habitación de lavado, así me lo demostraron.

»Drole es el más fiel a su dolor, no necesita ocultarlo pero lo está consumiendo como un incendio en una sabana seca a donde la lluvia tardará siglos en llegar. Es el mismo que sintió mi padre el día que tuvo que acabar con el sufrimiento de mi madre de una manera poco ortodoxa. Mi padre, ahogó sus penas, su decisión, en botellas de vidrio que contenían el alcohol más barato y desleal para el cuerpo. Nunca supe que sucedió hasta que hablé con David, que conoció toda la historia, y creo que yo hubiese hecho lo mismo con esos hombres, lo que hizo mi padre. El dolor es una bomba con un pequeño detonador que para desactivarlo, todos asumen que deben hacerlo en forma de furia.

—Una historia trágica, sin embargo, me dio algo de sueño —acota el lobo líder—. No nos interesa lo que te sucedió y la razón por la cual lastimaste a toda mi manada... ¡Pagarás por ese hecho!

—Ustedes se lo buscaron —respondo molesto.

—¿Entonces decidiste morir de pie como los árboles?

—Te he dicho que sí —respondo con nervioso.

—Que así sea entonces —me señala Arbor— es todo tuyo Laicón.

El lobo se acerca furioso, con saliva blanca en su boca y en sus ojos veo un destello violeta, comprendo que sucede aquí.

Me posiciono para contrarrestar la arremetida de Laicón. Salta a mi pecho, lo golpeo con la empuñadora de mi espada en su cabeza, chilla, cae y queda con las patas abiertas. Del lugar que recibió mi ataque comienza a sangrar.

—Tú no eres el verdadero Laicón, eres un enviado de Arniscan —expreso molesto.

—¡Silencio! —exclama Laicón con su voz entrecortada y dolorida.

—Pensé que ningún demonio venía a este lugar pero parece que si lo hace.

—¡En este lugar sagrado quién no es digno de pisar el sendero, muere consumido por las llamas puras! —pronuncia Arbor.

—Entonces algo sucedió, este animal esta poseído o no es Laicón —digo con seguridad.

—¡Cállate! —grita Laicón mordiendo mi brazo, grito, lo golpeo tres veces con mi empuñadura hasta que me suelta. La sangre violeta empapa su rostro por completo.

—¿Soy el único que ve el color de la sangre? —pregunto frustrado.

—¡Auuuuu! —aúlla Laicón con ferocidad, me mira con furia y hambre. Parece que en este momento tengo que decidir qué hacer. No estoy seguro que sea un engaño de Arniscan y tampoco quiero hacerle daño a un lobo, porque detrás de todo ese manto de ira, hay alguien que sufre. Busco en mi mente algún conjuro que lo pueda salvar y mientras mi brazo sangra, llega uno que recuerdo que utilizó Dorothy—. Sphera, Sphera aureum —conjuro moviendo los brazos como lo hizo ella.

De la punta de la asesina roja se forma una esfera brillosa y se agranda al salir expulsada. Encierra a Laicón que en el momento de ser sorprendido y aprisionado, queda dormido como un cachorrito. Algo dentro de mí me indica en susurros qué otro conjuro debo utilizar.

¡It salerum!

Mi espada se escapa de mi mano, se eleva hasta desaparecer de mi vista y luego cae como un meteorito, envuelta en una gran llama roja. Destruye la esfera y electrocuta a Laicón que comienza a chillar de dolor, mientras que de su cuerpo sale un vapor violeta que se eleva y él se contorsiona. Quiero intervenir pero sé que no debo hacerlo, algo está sucediendo, y creo que es bueno.

Laicón cae con fuerza desmayado, o eso espero, y su cuerpo desprende un vapor, el mismo que uno deja salir cuando tiene mucho calor o deja la ducha abierta para que el baño parezca un sauna. La asesina roja regresa a mi mano y todo queda en silencio. Nadie habla cuando vemos un manto oscuro, con ojos violetas y una sonrisa perversa, que se mueve de manera fantasmal y solo me mira a mí.

—No espere menos delguardián legendario —su voz es diabólica y ronca—. Dedujiste muy bien lo quesucedía con este maldito y asqueroso lobo. Hace dos días este animal decidióque quería ser más poderoso y se escapó de este bosque repugnante; solo requeríhacer un simple conjuro para ocupar su cuerpo y acabar contigo. Pero no es laúnica sorpresa que te espera. Serás aniquilado guardián —El manto se divide entres y posee de manera veloz y perversa a Arbor, Varixia y Drole. Ellos gritan,se resisten, pero es tarde... Sus miradas han cambiado y creo que mi destino igual.Ahora si deberé pelear, ellos no pueden salir de este lugar para lastimar a misamigos. 

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