El bosque tramposo (II)
En el Bosque Tramposo, los árboles son gruesos, de copas verdes y marrones y muy altas. En algunas ramas posan pequeños pajaritos multicolores y un bello colibrí, con sus movimientos híper acelerados, me mira y se aleja.
—¡Ve y dile a Arbor que he llegado, que el guardián legendario cruzará su bosque! —Grito molesto.
El collar, el rombo de cristal se eleva hasta mi rostro y luego con su punta me marca el sendero. Creo que quiere decirme lo mismo que Azura, que no me aleje del camino. Sus movimientos y la fuerza que ejerce sobre mi cuello, hacen que comience a caminar.
—Está bien amigo, ya comprendí, quieres que termine este recorrido lo más rápido posible.
Paso a paso la ansiedad se acrecienta, es difícil saber de dónde me puede atacar Arbor, pero estaré atento a todo lo que suceda. Las almas más puras dependen de mí y no defraudaré a nadie más. ¡Juro que no!
El sendero de tierra me recuerda al mismo que recorría con Manchitas cuando lo sacaba a pasear por las largas y bellas praderas detrás de mi hogar. El suelo, aquí y allá, es seco con pequeñas rocas que sobresalen haciendo que se resquebraje formando rayas parecida a una pintura rupestre. En la pradera predominaban los pastizales amarronados, aquí los árboles con animales e insectos. Sin embargo, por más esplendor que aquí predomine, me quedo con la pradera. Con su tranquilidad, con la brisa que te acariciaba cada centímetro de tu cuerpo y era la misma sensación de un abrazo de mi madre. En ese lugar, Manchita se creía amo y señor, y aquí hay alguien que se hace llamar Arbor, que te drena la sangre para alimentar el bosque. Creo que es el lugar más terrorífico que hasta el momento he conocido.
En mi mano aparece la asesina roja, como si sintiera el peligro, y me señala un árbol, él más débil de todos. Lo corto por la mitad, sin pensarlo, y de su tallo sale un líquido rojizo y meloso; mi cuerpo se llena de él. La mitad del tronco pasa por encima de mi cabeza, y en un acto automático lo corto en varios pedazos. Siempre odié lastimar a la naturaleza, no obstante, no tuve el manejo completo de las acciones. La asesina roja quiso enseñarme a lo que me enfrento, y quiere protegerme en su idioma mudo, de los grandes peligros a los que nos enfrentamos desde que nuestros caminos se encontraron para nunca más separarse.
Los arboles son alimentados con sangre humana, divina o la que circule por algún cuerpo, pero ellos no tienen la culpa de la acciones y decisiones de Arbor, que les entrega los nutrientes necesarios. Y en este preciso momento, prometo no hacerle daño al bosque. Ni a los animales que viven aquí.
—¿Así que tú eres el guardián? —Pregunta un lobo negro que se asoma, primero como una sombra, y luego como un animal hambriento. Sus colmillos presentan sangre que gotea y sus ojos son más oscuros que la mismísima penumbra.
—Depende quien pregunte —respondo alarmado.
—No pareces ser el salvador del mundo de los sueños.
—Y tú no pareces un lobo peligroso —lo ridiculizo.
—Por supuesto que lo soy —amenaza mostrando sus dientes ensangrentados y sarrosos.
—No te temo, excepto que seas Arbor —niego molesto
—No llegarás al amo... No tú... No un muchachito débil con una espada oxidada.
—Digamos —me apuro en decir—, que tendré que pelear contigo.
—Conmigo y mis amigos —detrás de los árboles aparece una gran manada de lobos furiosos y hambrientos.
—¡Quiero probar su carne! —Exclama un lobo blanco de cola plateada que roza el suelo.
—Tranquilízate Amurra —ordena el lobo líder—, aún no podemos comerlo, es orden de nuestro amo.
—¡No me importa Arbor! —Gruñe.
—No lo hagas enojar —acota otro lobo de pelaje grisáceo y sin un ojo. En lugar de él posee una gran cicatriz que le da a su rostro un aspecto tétrico.
—¿Qué nos hará el amo ? Si él nunca aparece por estos lugares —señala Amurra.
—¡Silencio! Aquí se hará lo que yo diga —exige el jefe.
—No puedo perder el tiempo con ustedes, apremia y mucho —digo molesto.
—No tienes que preocuparte por el tiempo —indica el líder—, no saldrás de aquí con vida.
—La verdad no quiero batallas innecesarias y tengo que seguir mi camino —digo señalando el sendero—. He peleado bastante en este corto tiempo, no he venido a molestar su paz, solo quiero seguir caminando.
—¡No pasarás! —Amenaza molesto el líder.
—¡Dime tu nombre! —demando con ira.
—Laicón, el lobo dueño del Bosque Tramposo y quien pondrá fin a tu camino.
—Laicón —digo intentando calmarme—, comprendo tu necesidad de demostrar tu fuerza frente a tu manada y que deseas ser la leyenda de quien aniquiló al guardián, no obstante —lo miro con firmeza—, que mi apariencia no te engañe.
—He dicho que tú no pasarás por aquí y nada de lo que salga de tu boca sucia humana, me hará cambiar de opinión.
—Perfecto, ustedes se lo han buscado —digo resignado y molesto. A pesar de que mi misión se base en batallar contra ocho demonios y el Dios oscuro, no quiero derramar sangre inocente y por supuesto que no quiero que sea de animales que cumplen órdenes.
La manada viene a mi encuentro, elevo la asesina roja, que esta vez no presenta ninguna llama pero si un brillo incandescente rojo. La entierro en el sendero haciendo que el mismo empiece a partirse; debajo de él salen haces de luz blanca y luego todo estalla por los aires. Alaridos y chillidos de dolor, es lo único que se escucha mientras los lobos vuelan. Nunca imaginé tener tanto poder para aniquilar una manada de lobos hambrientos y furiosos en segundos.
No me animo a caminar entre los cadáveres, aunque no hay sangre, sé que estan muertos. Muevo mi mano derecha y la asesina vuelve como un perro fiel, como Manchitas. Me detengo para observar cómo los lobos se desvanecen en cenizas quedando en su lugar el silencio luego de una masacre. Una que yo llevé a cabo por no poseer la habilidad de convencerlos con mis palabras.
Parte del sendero quedó destruido, sin embargo, puedo distinguir por donde debo seguir, el rombo de cristal sigue señalando la misma dirección, nunca dejó de hacerlo. Lo peor es no saber cuánto tiempo me queda en realidad y cuánta distancia debo recorrer. El sendero empieza a sanar y todo es como lo fue en un comienzo. Niego molesto y sigo caminando.
Ahora solo me acompaña una pequeña brisa que acaricia mi rostro y me dibuja una sonrisa. La soledad de un lugar bellísimo, donde algunos graznidos se oyen en las sombras de un bosque tramposo, es la única compañía que necesito. En mi cabeza solo resuenan los aullidos de dolor de los lobos, el latido del corazón del Shinshi, la mirada de decepción de Azura y la necesidad imperiosa de la princesa Tai de querer ayudarme.
La asesina roja se coloca frente a mí y corta una rama que venía con suficiente impulso para destruirme el rostro. Varias astillas me lastiman las mejillas. Salto para esquivar unas raíces que salen del suelo como manos que buscan agarrarme los pies. En el aire, contorsiono mi cuerpo, quedándome acostado evadiendo dos ramas gruesas que me atacaron en conjunto y mi espada recibe un gran impacto, pero no se desprende de mi mano, no quiere dejarme solo. Caigo, giro en todas las direcciones esperando ser atacado de nuevo.
Miro al cielo y una rama viene cayendo en punta, como si fuese un mísil. Doy un salto largo hacia atrás; al tocar el suelo la rama, arroja tierra y viento en todas las direcciones. Mi espada, mi salvadora destruye una roca de gran tamaño que quería aplastarme. Los dos pedazos de la roca caen a mi espalda e intento recuperar el aliento; el aire se envició de un olor fétido, como si fuese el aroma de la flor de la muerte. Mi madre me dijo que esa flor, mal llamada flor cadáver, tiene un fuerte olor a descomposición e impide que los animales se le acerquen.
Las ramas caen de los cielos, las raíces me atacan de las profundidades de los suelos y cada vez me es más difícil esquivarlas.
—Adinventionem —digo pensando en una roca, la cual aparece frente a mí y una rama la destruye como si fuese de papel.
Salto, me alejo, esquivo de las maneras más extraña posible cada arremetida. Estoy agitado, sudado y preocupado. No sé cuánto podré sopórtalo. Tendré que recurrir a la opción que no quería utilizar, deseaba poder evitarla. Con la punta de mi espada rozo con fuerza una piedra creando grandes chispas naranjas.
—¡Adinventionem! —grito pensando en fuego, en destrucción y búsqueda de una salida poco ortodoxa.
Aparece en mi mano un torbellino de fuego, y lo arrojo destruyendo todo el bosque. Los árboles arden y crujen. Yo siento culpa, ellos no debería sufrir porque Arbor quiera mi poder. Logro quemar un gran círculo, los árboles que ahora me rodean estan muy alejados, y eso me permitirá seguir corriendo un gran trecho.
No me detengo por nada, por más que la sed me ataque de una manera despiadada. El sudor corre por mi cuerpo como una cascada sin control, mis piernas tiemblan de cansancio y mi corazón busca salirse de mi pecho para jamás volver.
Algo me golpea en la espalda, me arroja lejos y mi cabeza impacta contra una piedra. Mi vista se nubla, giro mi cuerpo para mirar hacia el cielo, una gran mano de rama me agarra y me aprisiona con fuerza.
Creo que es mi fin.
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