Edaxnios(IV)

Comimos unas verduras salteadas con una sabrosa carne asada. Hacía tiempo que no saboreaba algo tan exquisito. Me había acostumbrado a la comida enlatada, no obstante, imaginaba que se trataba de una comida diferente cada vez que abría una lata.

En Mane siempre hay buenos vecinos, como la señora McWire, y eso me mantiene con vida. No puedo depender siempre de ellos, por eso, a los restantes les tengo que robar. En el primer año en el que estuve solo, me gustaba ingresar a las casas en las que los dueños se iban de vacaciones, comer de su comida y dormir en sus camas. Pero eso levantó sospechas y comenzaron a tomar medidas, arrojándome a vivir en la calle.

Dejo el plato al costado, me limpio la boca con la servilleta mirando a la señora McWire que le da un pedacito de carne al perro. El hogar es ordenado, limpio y con un leve aroma a cítrico. La señora McWire tiene una gran biblioteca, con libros ordenados por color, desde el negro hasta el amarrillo pálido. Mientras comíamos me dijo: «Las historias son la compañía de una anciana que esta sola en el mundo, cada personaje se convierte en mi amigo y cada malvado en mi enemigo. Los trazos, los ambientes y las tramas me llevan a lugares tan mágicos que en este mundo jamás existiría». Estuve de acuerdo, en el baúl de mi vehículo destartalado hay un gran cementerio de libros donde, cuando no lloro, leo hasta quedarme dormido. Todos los obtuve de mi casa abandonada, gracias a la extensa colección de mi padre. Hay alguno que no debería leer, pero dado que nadie me lo puede prohibir, los devoro en cuestión de días. Por eso, gracias a ellos, es que mi forma de expresarme supera a otros adolescentes de mi edad que están hipnotizados por las pantallas de sus celulares.

Levanto los platos, aunque me implore la señora McWire que no lo haga, quiero ayudarla como forma de agradecimiento. Mientras los friego, observo su gran patio, donde hay un sauce frondoso y es tan verde como el que supo existir en mi hogar, lo plantó un amigo de mi padre y yo siempre me encargué de regarlo. Un día se enfermó y comenzó a secarse hasta que solo fue un tronco esperando desaparecer.

Un plato se me resbala en la mano, y logro atraparlo antes de que se rompa. Por su lado, la señora McWire peina a su mascota. Creo que me dijo que se llamaba Mister Pliket, pero no estoy seguro. Cierro la canilla, me seco las manos y carraspeo para llamar su atención.

—Mi familia murió en un accidente aéreo hace cuatro años y por eso no quise hablar con usted de lo que significan los sueños para mí.

—Veo que no puede dejar un tema descansar, ¿no? —pregunta con una sonrisa.

—La verdad que no. Si lo hago, queda revoloteando en mi mente.

—¿Entonces qué opinas de ellos?

—¡Que son perversos! —exclamo cerrando mis manos.

—No entiendo —me mira con sorpresa.

—No sé cómo explicarlo —niego moviendo mi cabeza y mirando el suelo.

—Como lo sientas —dice con calma y sigue peinando Mister Pliket.

—Soñé cuando mi familia murió y puedo jurar que yo estuve en ese avión, luego... Bueno, desperté en mi cama.

—¿Crees que fue un premonición?

—¿Premonición? —pregunto sin entender.

—Sí, es una sensación extraña de que algo va a suceder. Se presenta como sueños y ellos se cumplen de la peor manera. Hay miles de casos en todo el mundo. Pasan semanas con esas premoniciones hasta que sucede.

—No creo que haya sucedido eso, yo lo soñé una vez y era demasiado real.

—Es lo que sucede en esos sueños —deja de peinar a Míster Pliket y me mira con seriedad. Sus ojos muestran cierta oscuridad, sus labios hacen una mueca de fastidio y el perro mueve su cabeza hacia la derecha—. ¿O no me estas contando todo lo que sucedió?

La señora McWire parecía tranquila y amorosa, pero ahora algo en ella no me da confianza. En su seriedad, más en sus ojos, veo maldad, la misma que tenía mi abuelo cuando me pegaba en el momento que yo le mentía; su bastón se incrustaba en mis costillas y sus manos me daban golpes certeros en la base de mi cabeza.

—No le oculto nada señora solo que me parece extraño que haya sido eso que usted nombró.

—Premonición —me indica con una gran sonrisa.

—Eso... Premonición —repito buscando aprender una nueva palabra.

—Bueno muchachito, haz tenido un mal sueño. Dime, ¿tu familia sufrió?

—¿Perdón? —pregunto molesto—. No responderé una pregunta mal intencionada —me cruzo de brazos.

—Yo diré qué debes o no responder. —Míster Pliket me muestra los dientes.

—Muchas gracias por todo, ahora me iré a mi casa.

Doblo una servilleta que está a mi derecha, intentando no insultar a la señora McWire. Comprendo que a veces la gente mayor no tiene una forma agradable de decir las cosas.

—¿Irás a tu vehículo destartalado, a Oxi? —pregunta con una sonrisa malvada y Míster Pliket ladra dos veces.

—¿Cómo sabe dónde vivo? —la miro con sorpresa mientras comienzo a sudar. Los nervios me poseen, haciendo que mis manos tiemblen levemente.

—Muchachito, yo sé todo —se levanta.

—Luke es mi nombre —corrijo nervioso.

—Luke, muchachito, o nene llorón, es el mismo nombre para lo que tú significas para Edaxnios.

Cuando dijo su nombre, comenzaron a titilar las luces de la casa, los libros se cayeron al piso y la tormenta, que antes parecía alejada, ahora estaba encima de nuestras cabezas. Correr sería la opción correcta, sin embargo, por una razón que no comprendo, solo me quedo parado mirando a la señora McWire. Ella me mira con una sonrisa maliciosa; sus dientes amarillentos me generan asco y las arrugas de su rostro me recuerdan a un bulldog. Mister Pliket se lanza de sus brazos y ladra de manera furiosa pero sus ladridos parecen alejados por el gruñido furioso de la tormenta.

Dos libros se elevan por los aires, como si levitaran, como si alguna fuerza extraña les ordenara que debieran flotar para volver el ambiente más terrorífico. Giran alrededor de la señora McWire y luego pasan a mi lado zumbando y golpeando contra la pared. Los tenedores y cuchillos se levantan para terminar enterrándose en las paredes, luego de girar como torbellinos. Yo no cambio mi postura, estoy invadido por el miedo, pero si escapo, no sabré nada de lo que le sucedió a mi familia. La mesa golpea contra el techo y se destruye en el suelo, y luego las sillas hacen la misma danza mortal. Miles de campanas suenan marcando una hora, la hora de conocer a Edaxnios.

—¿Cómo conoces ese nombre? —pregunto a los gritos.

—Edaxnios, se llama —dice enojada, su voz se vuelve grave y penetrante.

—Ese maldito. ¿Cómo lo conoces?

—¡No te atrevas a insultarlo!

—¡Haré lo que se me dé la gana!

—Muchachito eres valiente, lo admito, pero no creo que ahora te salve la protectora de la luz.

—¡Nadie me salvó!

—Eres tan... —sonríe y chasquea sus dedos.

El sonido envuelve el lugar haciendo que toda la casa tiemble con ferocidad. No me puedo mantener en pie, y me abrazo a un pilar que está a mi derecha. Escucho truenos que suenan como miles de bombas. Los caños salen expulsados de las paredes, arrojando agua de manera furiosa, los focos estallan dejando en una penumbra parcial a la casa, solo un pequeño brillo ingresa por los huecos que dejaron los caños. Mi cuerpo está empapado por completo, mis manos arden por la ferocidad con la que debo sostenerme y mi cara de terror es ocultada detrás de tanto caos.

De la nada, como si fuera un acto de magia, el temblor se volvió silencioso. ¿Cómo puede suceder algo así? Debería escucharse las cosas romperse, gente gritar. Parece el momento antes de que el avión impactara contra el suelo.

El terror, el que asumí que no volvería a sentir, me abraza por detrás, no permitiéndome ser el adolescente valiente que se enfrenta al mundo sin tener en consideración las consecuencias. El adolescente que vivió en la calle, que conoció el peligro, que le vio la cara y lo venció. Ahora parece un niño llorón abrazado a un pilar, rogando que todo termine, que de nuevo sea un mal sueño.

Cierra los ojos cuando temas y no sepas como salir. Cierra los ojos.

Los cierro al ritmo de intentar calmar mis respiraciones, comprendiendo que, si algo me sucede, me encontraré con mi familia. Mi cuello late como si alguien lo golpeara con la yema de los dedos, pero comienza a ceder cuando respiro inflando mi abdomen, permitiéndome escapar por un momento del infierno. El pilar ahora parece una parte de mí, una parte leal que no dejará que una pared me aplaste. Mi corazón cada vez bombea menos sangre haciendo que comience a relajarme. Los olores a basura, a miedo y a sudor, invaden el lugar mientras aún no dejo de moverme por el maldito temblor silencioso.

—Ahora sí puedes abrir los ojos muchachito miedoso —dice la señora McWire con su voz ronca.

—¿Y si no lo hago? —pregunto nervioso.

—Te devoraré de igual manera, pero quiero que me veas a los ojos cuando lo haga.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top