Edaxnios(II)

La luna sigue en el mismo lugar, sin embargo, el vaso de agua se acabó y no tengo deseos de bajar a llenarlo, aunque mi sed me lo ruegue. Los recuerdos tortuosos de esa noche, cuando mi familia murió, me persiguen como un demonio, no permitiendo jamás olvidarme que solo yo sobreviví. No puedo explicar por qué sucedió, por qué esa voz decidió salvarme de Edaxnios, ni quién demonios era él en verdad. Ya han pasado cuatro años y los sigo extrañando, como si ayer hubiera sido su entierro en el peor invierno que se presentó en Mane.

Viví dos años con la familia William, en las afueras de la ciudad y con todas las comodidades que un adolescente, en pleno duelo, necesitaba. Sin embargo, ellos no eran mi familia, y si madre no me despertaba con sus ricos desayunos: huevos fritos con un gran jugo de naranja, no quería nada. En la noche del 17 de octubre, decidí escapar, para jamás volver. Recuerdo que llovía a cántaros en la calle principal, una gran avenida de tres carriles. Mientras la cruzaba, del otro lado había un hombre con sobretodo negro, cuyo rostro no logré ver por el diluvio. No obstante, ya no era el chico miedoso, el que tartamudeaba, sino lo contrario, un Luke cuya vida ya no tenía ningún sentido, solo quería escapar del dolor. ¿La verdad se puede? Lo tendría que descubrir por medios que fueran necesarios.

Un vehículo destartalado, en el cementerio de chatarra, es mi hogar desde hace dos años. Es celeste, oxidado y con olor a abandono, no obstante, es perfecto para mí. Me permite estar en silencio y abrazarme a los recuerdo de mi madre. Una pequeña fotografía de ella sonriendo se encuentra en la guantera y la veo todas las noches hasta que me duermo luego de llantos desconsolados. En el volante tengo otra fotografía, la de mi familia completa tomada el mismo de día (el 17 de octubre) del accidente y solo esta allí para que la culpa jamás se esfume.

Me agradan las noches en las que las estrellas y la luna roban todas las miradas, permite que me escape a mi antiguo hogar, subirme a la terraza y contemplar su plenitud por horas, hasta que llega el amanecer y vuelvo a Oxi, es como le digo a mi casa.

En las mañana salgo a conseguir comida, no de la forma tradicional con dinero, sino robando. La última vez que vi un billete, fue en mi cumpleaños número diez, antes de la tragedia. Sé que robar esta mal, que mi alma arderá en el infierno, pero no me importa. Si Edaxnios quiere venir a buscarme, no le será muy difícil encontrarme. Intento no dormir, las pesadillas se repiten una y otra vez; el campo de girasoles se convierte en un gran desierto de cenizas y él aparece buscando devorarme. Yo deseo entregarme, pero la voz, la luz y las esferas blancas, no querían que sucediera eso.

La noche ya se volvió aburrida. Bajo para caminar por el sendero de lo que queda como invernadero. Me prometí y le prometí a mi madre en su entierro que, cuando sea mayor reconstruiré todo este lugar, y haré que mi tío, Robbi, me pida disculpas por dejar que se caiga a pedazos. Recuerdo un gran estanque donde cinco patos nadaban felices: Rob, Bob, Don, Luciérnaga y Menta. Yo a las seis de la madrugada le daba de comer y acaricia sus plumas. Ahora, ese estanque esta seco, convertido en un pozo con la tierra rasgada y seguro que los patos terminaron en alguna cena de Robbi. Me seco las lágrimas por los recuerdos invasivos de una infancia feliz.

Sigo caminado para encontrarme con una casilla, donde mi padre guardaba sus herramientas. Allí me encantaba jugar a que era un capitán que arreglaba todos los barcos que llegaban al puerto. Las herramientas ya no estan, ahora es un lugar vacío, lleno de tierra y enredaderas.

La estructura del invernadero, al lado del pozo de agua, sigue en pie, mi madre hizo un gran trabajo cuando la construyó. Su entrada en forma de triángulo, con un nylon semi transparente que cubre todo el lugar. Me arriesgo a ingresar, aunque mi corazón me dice que no, tengo que verlo con mis propios ojos. Las flores y las plantas ya son historias, solo quedaron las maceta, aunque siguen en buen estado, parece que lloran porque sus amigas ya no están. Me acerco a un armario, y al abrirlo, miro la fotografía de mi madre con su jardinero azul oscuro y su gorro de paja, sonriendo mientras sostiene una pala. Creo que fue el 20 de febrero, dos días antes de mi último cumpleaños y cinco meses antes de que el avión cayera de los cielos, como un pájaro herido. Vuelvo la fotografía a lugar después de darle un beso y volver a recitar mi promesa:

—No importa que suceda, te prometo que tus plantas renacerán, que tus flores tendrán tus colores preferidos. Te prometo que aquí yacerá la tierra más fértil, y tú y yo estaremos juntos en cada hoja, en cada flor, en cada fruto. Cuando sea mi hora, me reencontraré contigo y me enseñaras cómo cuidar un girasol.

Me alejo con mis ojos humedecidos y dejando mi hogar, en el único lugar donde fui feliz.

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