Edaxnios(I)
La luna redonda y blanca ilumina la terraza de mi casa, en las afuera de Mane, quiere de alguna forma abrazarme, sabe que estoy solo, siempre lo estuve. Yo la miro, mientras bebo un vaso de agua y pienso como debo seguir en un mundo donde nadie sabe de mi existencia.
Mis padres y mis hermanos fallecieron en un gran accidente aéreo hace más de diez años. Yo estuve con ellos, cuando todo tembló y el avión empezó a caer de punta. Las máscaras de oxígeno salieron expulsadas de sus escondites. Mi madre, Francis, me ordenó que la utilizara con desesperación. Tenía su cabello negro, a pesar del momento, firme y peinado, y sus ojos eran verdes. Llevaba puesto su vestido preferido, uno amarillo hasta las rodillas, con una rosa roja en la zona del corazón. Amaba esa flor, «sus capullos son la armonía perfecta entre la belleza y el peligro», sabía decir cuando me explicaba cómo trabajar en el invernadero que teníamos. De eso vivíamos, de las plantas, de su sabiduría y el equilibrio de la naturaleza. Ella quería entrenarme, y que el imperio de The wonderful flowers se mantuviera como un legado eterno. La verdad a mí no me interesaba, sin embargo, nunca se lo pude decir y a pesar de eso adoraba sus explicaciones sobra la botánica. Yo quería ser un aviador, uno de guerra, y por mi culpa estábamos en avión a punto de morir, todo por mi maldito y egoísta sueño.
—Todo estará bien —me dijo mi madre con una sonrisa que no expresaba felicidad. ¿Cómo no creerle? Si yo le confiaba la vida, sabía que sería la única que no me haría daño.
Mi padre, Charles, con sus cabellos revueltos y sus ojos asustados, me dijo algo que no pude escuchar. Ya nada importaba, yo solo miraba el dorso de la remera que decía Todo estará bien, como si fuera una broma del destino. Nos miramos con angustia, sabíamos que no nos volveríamos a ver. Luego mi padre abrazó a mi hermano Paul, de ocho años, que lloraba y golpeaba el asiento delantero, como si estuviera sufriendo un ataque histérico. No es para menos, el avión estaba a pocos metros de estrellarse. Mi otro hermano, Mathew, de quince años, que se encontraba a la izquierda de Charles, se secó las lágrimas con sus manos y colocó su cabeza entre sus piernas.
—¡Estamos cayendo! ¡El avión no respondes! ¡Maldición! —gritó el piloto por los parlantes.
—¡Vamos a morir! —exclamó una señora mientras agarraba su crucifico con fuerza— ¡Dios mío no me lleves contigo!
El griterío era ensordecedor pero no lograban callar el sonido aturdidor de los motores prendidos fuegos. La azafata caminaba en zigzag dando órdenes mientras se dirigía a su asiento. Algunas personas rezaban, otros pedían que el piloto haga reaccionar al avión. Sabía que eso no sucedería, que todo se iría al demonio en unos pocos segundos. Agarré la mano de mi madre, le di un beso en su brazo y le dije:
—No te preocupes, te amaré donde sea que vayamos. Ahora cerraré los ojos.
Todo se volvió oscuro y silencioso. No me dolía nada, y la paz reinaba donde sea que estuviera. Mi respiración me retumbaba en los oídos, como si fueran mi última oportunidad de saborear el aire, y cuando quise llamar a mi familia, no pude hacerlo. Creo que la regla del lugar era el silencio absoluto. Y luego comencé a transitar un gran túnel oscuro pero en algunos momentos, como sucede en los subterráneos, aparecían destellos de luz que iluminaban mis manos. En ese momento, eran pequeñas, solo tenía diez años. ¿Qué podía entender? Nada, solo quería llorar. Toda esa falsa valentía que había tenido hace unos momentos se esfumó, como las nubes sometidas a vientos huracanados.
Nunca en mi corta vida me había sentido solo, y la brisa tenue que acariciaba mi cara me indicó que aún seguía en ese lugar. Luego, los destellos fueron más continuos, solo para hacerme saber que nadie estaba a mi lado, que mi familia había muerto, que yo también lo estaba.
Alguien decidió que no podía seguir con ellos, que no merecía de su compañía, que era un mal niño.
Aparecí flotando en un lugar completamente extraño, tenebroso. Los volcanes lanzaban lava a los cielos sin dejarla caer a la espera que algún distraído se animara a cruzarlos. El cielo era naranja con rayos negros y al mirarlos parecían arterias que llevaban toneladas de una peligrosa electricidad. El suelo era rojizo y con rocas marrones de un tamaño abismal. Comencé a volar con un movimiento brusco, y a cada centímetro ingresaba a lo que en su momento, asumí que era el infierno. ¿Cómo yo podía merecer semejante tortura? Había sido un buen niño, uno que acató las órdenes como ninguno. Mathew tendría que estar aquí, el que rompía todas las reglas y robó el vehículo del vecino estrellándolo contra un árbol.
«Cierra los ojos cuando temas y no sepas como salir, cierra los ojos». Sabía decirme mi madre cuando tenía pesadillas.
Una bola gigante de fuego, pasa a mi lado gruñendo furiosa, y yo solo la miré perplejo. Luego otra, y otra, por suerte quien la estaba arrojando no tenía buena puntería. Logré oír cómo explotaban detrás de mí y produjeron una gran torrentada de viento, haciendo que comience a volar con más velocidad. El viento en mi rostro me producía un gran dolor, me cortaba la piel como navajas invisibles. Quería levantar mi mano para secarme el rostro, pero no podía. Estaba débil y me desmayé.
Desperté en un gran campo de girasoles, con el cielo radiante. Era el lugar al que querría venir si moría. Amaba a los girasoles y ellos ahora estaban a mi lado, haciéndome compañía, y no podía dejar de sonreír. Comprendí que tal vez, para llegar a este paraíso había que pasar el infierno.
«El cielo no existiría sin el infierno, el bien sin el mal y la luz sin oscuridad», era la frase preferida de mi padre y nunca me la podré olvidar. Él tenía razón, nada existe sin su contraparte.
El cielo comenzó a nublarse y a lo lejos se escuchaban estruendo. Pensé en un primer momento que eran truenos furiosos demostrando la tempestad que se aproximaba, pero no era así, era un gruñido de alguien furioso, alguien que destruiría todo a su paso.
¿Quién puede esta enojado en un lugar tan bello? Decidí ignorarlo, como hacía con mi padre en sus malos días, en los momentos que nos escarmentaba de las peores maneras.
El perfume seductor de los girasoles me hizo olvidar de los malos presagios. Acariciaba sus hojas como si fuera la bella y humectada piel de mi madre. A los lejos veía saltar algunas langosta de gran tamaño, sus alas eran del tamaño de mi cabeza. Sus saltos eran majestuosos y armónicos, nunca se chocaron entre ellas y sus chillidos agudos, como un enjambre furioso hizo que mirara para otro lado. Creo que estaba escapando de algo o de alguien, en ese momento no tenía consciencia de lo que acontecía. Hasta que el cielo se volvió negro, y los girasoles comenzaron se desvanecieron en un manto de cenizas chamuscadas, como si un gran incendio invisible los consumiera. El único que quedó en pie era uno de un metro y medio, y creí escuchar que me protegería. «Las plantas no hablan Luke Dambeline», me repetí una y otra vez. «Es el susurro del viento », pensé mientras veía que el girasol comenzaba a desvanecerse.
El cielo gruñó de nuevo, esta vez, más cerca. Me coloqué de pie, «enfrenta el destino por más incierto que sea», decía mi padre cuando me encontraba llorando luego de que los niños del colegio Potman me molestaran. ¿Cómo batallar contra lo inevitable? No quería volver a ese lugar jamás, no obstante, no quería decepcionarlo, él estaba seguro que lograría vencer mis miedos. «Solo las gallinas no lanzan golpes de puños, tú eres mi hijo, tú lo derrotarás». Era fácil decirlo cuando eres boxeador, no cuando eres bajito, escuálido y tartamudeas en los momentos estresantes. Ese mismo día, el que Charles quiso darme una lección de vida, recibí la peor paliza a manos de Jack y Ryan. Me dieron tantas patadas en el suelo que aún las recuerdo como golpes que me volvieron más débil de lo que era antes de enfrentarlos.
En el cielo se escuchó otro estruendo, pero esta vez muy cerca. Di dos pasos hacia atrás temiendo lo peor, quería que mi madre me explicara cómo su hijo tenía que estar solo en un lugar desconocido y cómo eso lo volvería alguien fuerte capaz de enfrentar todo.
«Cierra los ojos cuando temas y no sepas como salir, cierra los ojos».
—Sí madre, tienes razón, lo haré —contesté con voz firme.
Mis ojos se sellaron como si fuera la bóveda del mejor banco, impenetrable y guardando grandes secretos. El aroma a muerte, a desesperación, el mismo que estuvo en el avión, penetró mi nariz. Luego una brisa acarició mis tobillos desnudos, era fría y me erizó la piel. Me recordó a mis peores inviernos en la casa de mis abuelos paternos. Negué con mi cabeza, no deseaba volver a ese lugar nunca más. Mi cuerpo comenzó a levitar, el suelo, el lugar seguro donde estaba ya se alejó. ¿Cuánto? No lo sé, no quise ver. Escuché un bufido y luego un gruñido, alguien estaba conmigo, pero no me interesó. Su olor a putrefacción era horrible, me recordó a la ocasión en la que junto a Paúl desenterramos a una mascota que teníamos, a Manchitas. En ese momento, asumí que había vuelto al infierno. Tal vez, no me había dado cuenta que el campo de girasoles era una sala de espera en el juzgado de las almas perdidas. La mayor maldad que había hecho hasta el momento era esconder el bastón de mi abuelo Harry y él se golpeó de la peor manera, sin embargo, no me arrepiento.
Una fuerza me agarró de mi remera a rayas azules he intentó alejarme del olor. Pensé que era mi abogado defensor. La fuerza no pudo llevarme muy lejos, y comenzó a hacer un calor abismal. Quería quitarme toda la ropa y arrojarme a una gran pileta que estuviera parcialmente congelada.
Abrí y cerré mis manos, ardían y dolían, y no me animaba a abrir los ojos. A veces el miedo es superior al dolor.
—Por favor tienes que abrir tu ojos, te lo ruego —dijo una voz dulce.
—No p-p-puedo —tartamudeé.
—Sí no me ayudas, él te comerá.
—¿Quién es él? —pregunté con mucho temor.
—Edaxnios —respondió con su voz áspera.
—¿Edaxnios? —Nunca había escuchado ese nombre— ¿Qué quiere conmigo?
—Devorar tu alma pura e inocente. —Me arrastró un poco hacia atrás, sin embargo, yo sentí que no me movía, al contrario, me acercaba a ese olor podrido—. Esta débil, por eso tienes que verlo —dijo rogándome y creí que era la voz de mi madre.
Abrí los ojos, y vi al engendro; sin embargo donde debería estar su cuerpo, era difuminado con un gran manto negro, en donde debería estar su estómago, había dos cosas blancas que parecían dientes, pero no estaba seguro. Sus ojos eran dos líneas verdes observándome y creo que estaban furiosos, no podría asegurarlo. El manto se movía y no sé si era por el viento que comenzó a soplar con violencia o era solo una forma de danza perversa, fuera lo que fuese, esa criatura me daba mucho miedo. Tal vez, él se había comido a mi familia.
Un brillo descendió del cielo, en forma de círculo, y comenzó a encerrar a Edaxnios y sus gritos desgarradores y furiosos retumbaron en lo que fue alguna vez el campo. Se había transformado en un desierto desolador y en un cementerio donde las almas clamaban por salir. Mientras él gritaba, de su cuerpo salían pequeñas burbujas blancas, como esferas y ellas chillaban. Tuve que taparme los oídos, el sonido era tan intenso que el mismo Edaxnios, desapareció, dejando tras de sí, un manto de destrucción.
La fuerza que me sostenía levitando se esfumó haciendo que caiga y antes de tocar del suelo, la voz que me ayudó a mirar a Edaxnios, me agarró de la remera y a toda velocidad volví por el túnel.
Desperté en mi habitación, todo agitado y sudoroso. Y no fue un sueño, mi familia estaba muerta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top