Capítulo 7
Punto de vista de Victoria
No he pegado ojo en toda la noche, pero la culpa de mi insomnio no la tienen las fotos, sino la curiosidad que me despierta Ackles, y el suceso que había pasado con Tamarah. Una vez en casa, dejó de hablarme a menos que fuera imprescindible, y sólo me respondía con monosílabos. La tensión entre nosotros era tan espesa que podría haberse cortado con un cuchillo. Era horrorosa, y no tenía nada que ver con las fotos que habían llegado. Yo sabía perfectamente lo que hacía en Harvey Nichols.
Lo estuve provocando, haciéndolo sufrir, obligándolo a soportar un auténtico infierno. Y lo peor fue que disfruté mucho viéndolo sudar y revolverse. Sin embargo, cada vez que nuestros ojos se encontraban, la diversión desaparecía y su lugar lo ocupaba otra emoción que no me gustaba tanto. Pero no puedo negar que existía. Traté de ignorarla, pero la electricidad que crepitaba cada vez que nos mirábamos no era cosa de mi imaginación. Aunque ahora eso da igual.
Desde que le dio aquella especie de ataque en la tienda, se ha cerrado en banda. Ni siquiera me mira. Debería estar agradecida, ya que, gracias a eso, me he librado de la
incomodidad de encontrármelo mirándome constantemente, pero es que ahora, en vez de incomodidad, hay tensión. Intriga. Al menos, por mi parte. Él está aquí pero no está, es
como un robot, y no puedo evitar pensar que se siente mal porque bajó la guardia y me dejó mirar en su interior.
No pudo evitarlo: perdió el control. Es angustioso ver a alguien tan grande y fuerte reducido a ese amasijo de nervios. Sé lo que se siente. Me recuerda a alguien: a mí. Yo también doy la sensación de ser muy fuerte por fuera, pero soy vulnerable por dentro. Lo mío es básicamente fachada, pero en privado estoy casi siempre luchando contra mis demonios. Ackles y yo somos demasiado parecidos y eso me incomoda.
Porque, aunque no conozca los detalles de su lucha, entiendo cómo se siente, y eso hace que lo vea con otros ojos: lo he humanizado.
Entro en el salón recogiéndome el pelo mientras camino. Está vacío, Ackles no está en su lugar habitual en el sofá. Se me hace raro ver el mueble sin su gran cuerpo tumbado sobre él. Oigo ruido en la cocina y hago caso a mis oídos. Lo encuentro junto al fregadero, acabándose un vaso de agua. Me pregunto si ha tenido que tomarse otra pastilla.
Betabloqueantes. Si algo tengo claro sobre Jensen Ackles es que sufre estrés postraumático. Sobre eso no me cabe ninguna duda. Además, él mismo me dijo que era veterano de guerra. Y también tiene una cicatriz que con total certeza es de una herida de bala. Pero no quiero hacerle demasiadas preguntas. Después de ver cómo se puso en Harvey Nichols, no me atrevo. Si a mí me dolió verlo, no quiero ni imaginar cómo debió de pasarlo él. No quiero que vuelva a suceder algo así.
Abro la nevera y cojo un zumo detox.
-He quedado con Bárbara para tomar un café -le comento mientras desenrosco el tapón de la botella y me vuelvo hacia él. Ackles no se ha movido y no parece haberme oído. Está embobado.
Lo miro mientras me alejo un poco, bebiendo el zumo, y me doy cuenta de que tiene una bolsa a sus pies.
-¿Va a algún sitio?
Me mira, pero todavía parece estar perdido en sus pensamientos.
-Me han asignado otro caso -responde de forma mecánica.
Se me cae el alma a los pies, lo que es absurdo. Que se vaya es lo mejor para todos.
-Alguien viene hacia aquí para sustituirme -añade-. Estará usted a salvo.
Noto una punzada en el corazón. Duele mucho y me sorprende, pero disimulo.
Aprieto la botella con tanta fuerza que el plástico cruje escandalosamente. Lo más
jodido es que me duele que él se vaya, en vez de estar preocupada por las fotografías que me enviaron. Es de locos.
-Bien -logro decir, apretando los dientes. Regreso al salón y localizo el bolso.
«Coge el bolso y lárgate -me digo-. No lo mires.»
Meto el teléfono dentro y me vuelvo. Jensen está en la puerta de la cocina,
observándome. Cuando sus ojos me miran con esa intensidad, soy incapaz de moverme.
-¿Qué? -le pregunto con insolencia.
Él niega con la cabeza y coge la bolsa del suelo.
-Espere a que llegue mi relevo.
-¡Tengo cosas que hacer! -replico mientras él se cuelga la bolsa del hombro y se
dirige a la puerta.
-Cinco minutos, Victoria. Puede esperar cinco minutos. Luego no tendrá que volver a obedecerme nunca más. -Con la mano en el pomo, me mira por encima del
hombro, conteniendo una sonrisa, esperando que le replique de nuevo.
Pero, justo por eso, no lo hago. No necesito demostrarle nada a nadie excepto a mí misma. Soy una mujer honesta e independiente. Lo que no impide que se me retuerza el
corazón al verlo abrir la puerta. Trato de razonar conmigo misma; me digo que si estoy así es porque ese hombre me hace sentir segura, pero no es verdad, no es sólo eso.
Jensen me dirige una última mirada, larga e intensa, y se vuelve, pero no da ni dos pasos. Veo que los músculos de su espalda se tensan con brusquedad por debajo de la
camiseta. Suelta la bolsa, que cae al suelo, y se lleva la mano a la parte baja de la espalda.
¿Qué busca? ¿La pistola?
Retrocedo cautelosa... y entonces oigo que alguien pregunta:
-¿Está Victoria en casa?
Mi estómago parece lanzarse en caída libre.
Es Sebastián.
Retrocedo asustada, pero al cabo de un momento el miedo cambia. ¡Mierda! Ackles le va a disparar.
Corro hacia la puerta y agarro la mano de Jensen, que ya está a punto de sacar la pistola de la cintura de los vaqueros. Se libra de mí con facilidad y me dirige una mirada asesina. Veo que tiene la frente cubierta de sudor.
Cuando se da cuenta de que soy yo, su expresión se suaviza.
-¡Es mi exnovio! -me apresuro a aclarar.
Ackles se queda inmóvil y, cuando me convenzo de que la información ha calado en su cerebro de robot, me coloco ante él lentamente, con mucha cautela. No dejo de mirarlo a los ojos en ningún momento. Su aspecto es peligroso, irascible... No, mucho
más que irascible. ¡Tiene aspecto de asesino!.
-Joder...
La voz asustada de Seb hace que deje de mirar a Ackles. Mi ex está en el pasillo de la escalera, con la espalda apoyada en la pared de enfrente. Tiene los ojos muy abiertos, y veo que su mirada, aunque desconfiada, está limpia. He pasado nueve meses sin verlo. Nueve meses durante los que me he estado recomponiendo por dentro. Él sabe que lo nuestro ha acabado, que no pienso volver
nunca con él.
-¿Por qué has venido? -le pregunto mirando por encima del hombro.
No me gusta lo que veo: Ackles continúa con la mano en la espalda y su mirada tiene un brillo mortal.
-¿Cómo estás, Vic? -pregunta Sebastián, usando la versión supe abreviada de mi nombre.
Él es el único que me llama así, y esa corta palabra desata un tsunami de recuerdos en mí. Lo bueno es que todos esos recuerdos son de los malos tiempos. Es la mejor advertencia para que vaya con cuidado con él.
-Estoy bien -respondo, acompañando mi sobria respuesta con una expresión igual de sobria.
«¡Estoy bien porque estoy sin ti!» es lo que querría gritarle. Mientras estaba en rehabilitación, él me ponía al día de su vida escribiéndome largos y detallados e-mails.
No le respondí y, tras dos semanas, dejé de leerlos porque me di cuenta de que sólo servían para retrasar mi recuperación. Eran mensajes cargados de arrepentimiento.
Nada raro, Seb siempre se estaba arrepintiendo de algo. No voy a dejar que vuelva a convertirme en la persona débil que fui. No le daré ese poder sobre mí.
Dirige una mirada a mi espalda, sopesando la montaña de músculos que se cierne sobre mí.
Pese a que no me pregunta nada, le contesto igualmente, aunque sólo sea por acabar con esta tensa e incómoda situación:
-Trabaja para mi hermano. Hoy va a hacerme de chófer.
No es toda la verdad, pero tampoco es del todo mentira. Total, ¿Qué más da quién sea Jensen Ackles? Pronto habrá desaparecido de mi vida.
Un nuevo pellizco de dolor me retuerce el corazón. Y lo que es más significativo, ese dolor es más fuerte que el miedo que me produce ver a Seb. En ese momento, doy
gracias por la presencia de Sharp.
Sebastián sonríe y da un paso hacia mí.
-¿Un café?
-Va a ser que no -respondo.
-¿No? -Parece asombrado por mi rechazo, lo que, a su vez, me sorprende a mí.
¿Qué pensaba que haría? ¿Lanzarme a sus brazos y decirle que lo he echado mucho de menos?
Niego con la cabeza y veo que una sombra de furia le recorre la cara. Es una expresión que conozco bien. Trata de disimular, y quizá conseguiría engañar al resto del
mundo, pero a mí no. He visto esa expresión de calma forzada demasiadas veces.
-Vamos -canturrea avanzando un paso más sin dejar de sonreír-. ¿No me has echado de menos?
Esta vez no me da tiempo a responderle. Suelto un grito de sorpresa cuando noto que me levantan del suelo y me plantan a un lado.
Ackles avanza hacia Seb, que retrocede con prudencia.
-Su contacto con la señorita Holland acaba aquí. -Y, con esas palabras, cierra de un portazo y se dirige a la cocina, sacando el móvil del bolsillo.
Muevo la cabeza de un lado a otro. Primero miro hacia la puerta cerrada y luego hacia la cocina, donde Ackles, alterado, acaba de desaparecer.
¿Qué demonios ha pasado?
Lo sigo y veo que ha abierto el grifo del fregadero y se está mojando la cara.
-Pensaba que se iba -comento frunciendo el ceño.
-Ha habido un cambio de planes.
Punto de vista de Jensen
Remuevo el azúcar del café lentamente, sentado a escasa distancia de Victoria y de
Bárbara, en la terraza de una pequeña cafetería en Kensington High Street mientras ellas toman té helado y charlan como sólo las chicas saben hacer. Con mucho esfuerzo, logro
ahogar un gemido cuando Bárbara menciona el evento social de esta noche: la fiesta de cumpleaños de Saffron, que cumple veinticinco.
Genial. Una nueva sesión de tortura en forma de Victoria Holland vestida con algún modelito de esos sexis, pavoneándose por un bar repleto de tipos babeantes. Perfecto. Me muero de ganas de que llegue la jodida fiesta. Al menos, la debacle de ayer en Harvey Nichols ha servido de algo. Ya no se resiste tanto a que la proteja. Su nueva actitud ha sido una sorpresa, lo que no sé es si es una sorpresa agradable.
Su modo de mirarme después de quitarme el resbaladizo bote de pastillas y de darme lo que necesitaba me provocó unas emociones que todavía no he acabado de asimilar. Me ayudó sin juzgarme; en sus ojos sólo había compasión. Aún no sé si fue el efecto placebo de tomarme la pastilla lo que me calmó o si fue su cercanía. He tratado de averiguarlo, pero sólo consigo ponerme nervioso por el consuelo y la paz que me transmite siempre. No puedo dejar de mirarla.
Puedo engañarme a mí mismo diciéndome que la vigilo porque es mi trabajo, pero estaría mintiendo. Lo que hago es admirarla. Admiro su ética de trabajo, admiro que haya sido capaz de recuperarse después de haber estado al borde de la destrucción y que quiera hacer realidad sus sueños por sus propios medios en vez de tomar el camino fácil, como sería usar el dinero de su hermano o aceptar las condiciones de los inversores del otro día.
Es tan fuerte que sólo con estar en su presencia siento una calma que no debería estar sintiendo. Esta mujer no es una distracción, es un consuelo, y no me merezco que nadie
me consuele. Anoche, tumbado en el sofá, llegué a la conclusión de que todas esas cábalas sólo significaban que no tenía la cabeza en el trabajo. Por eso esta mañana he llamado a Genevieve y le he pedido que me buscara otro caso.
Estaba decidido a alejarme de Victoria Holland, dejando atrás los confusos sentimientos que me despierta, dispuesto a encontrar una nueva distracción.
Pero todo cambió en el momento en que abrí la puerta y me encontré a su exnovio.
Supe quién era en cuanto le puse los ojos encima y estuve tentado de meterle una bala en su cabeza de niño rico. El instinto protector que me invadió tenía más que ver con
algo primario que con el deber laboral. Era demasiado fuerte para resistirme.
De pronto me di cuenta de que no podía dejarla. He visto fotografías de Sebastián Peters después de que saliera del centro de rehabilitación. Estaba en clubes nocturnos, con los
ojos vidriosos y la mandíbula desencajada, señales de que ha vuelto a consumir. Al parecer, leer revistas de cotilleos se ha convertido en parte de mi trabajo. Si fuera un tipo menos duro, me sentiría como una nenaza.
Su inesperada visita al apartamento de Victoria me hizo cambiar de idea sobre lo de dejar su seguridad en otras manos. Vi un brillo amenazador en sus ojos cuando Victoria rechazó su oferta de tomar café juntos. Me pareció que era más peligroso para ella que cualquier amenaza, pero pienso protegerla de ambas cosas.
Tengo que concentrarme y evitar cualquier situación que pueda apartarme del cumplimiento de la misión. Sé que no va a ser fácil. Victoria Holland es una joven preciosa y muy tentadora. Es tan independiente y segura de sí misma que me siento muy atraído por ella. ¿He dicho ya que es preciosa? Mis impresiones iniciales no tenían
razón de ser: no es ninguna niñata malcriada; es una mujer que lucha por obtener su independencia.
Rechaza los intentos de su hermano de darle dinero, y está claro que para ella ser su hermana no es un privilegio, sino una carga. He llegado a la conclusión de que tiene mucho resentimiento dentro que la lastra. Se siente observada, no sólo por los paparazzi, sino también por mí. No le gusta, pero ha entendido que, si deja de resistirse, es más probable que todo se solucione antes y pueda seguir adelante con su vida. Es evidente que se siente atraída por mí, pero, por primera vez en la vida, eso no me hace sentirme irresistible.
Esta vez no me estoy comportando como un chulo engreído. La observo embobado. Está riendo, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Tiene las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes.
¡Mierda! Aparto la vista a toda prisa y estoy a punto de pedirle al camarero que me traiga un agua helada cuando un movimiento brusco al otro lado de la calle capta mi atención. La mente se me despeja al instante y mis músculos se ponen en tensión. Aguzo los sentidos. Entorno los ojos y observo la entrada del callejón. Está vacía, pero estoy convencido de que antes había algo.
Oigo que Victoria y su amiga siguen charlando. Yo me muevo con discreción y noto que la pistola se me clava en la espalda. Capto imágenes del entorno y las archivo mentalmente. Los músculos de mis piernas se flexionan, preparándose para ponerse en movimiento si hace falta. Aguardo con paciencia, dividiendo mi atención entre las chicas y el callejón.
Vuelvo a ver el mismo movimiento de antes. Esta vez distingo la cabeza de un hombre que asoma con rapidez y observa a las chicas antes de desaparecer de nuevo.
Sólo es un segundo, pero con ese segundo me basta para obtener una montaña de información. Archivo en mi mente su cara, su constitución delgada, sus ojos pequeños,
iluminados por un brillo malvado. Está espiando. Salgo disparado como un rayo.
Me sienta bien moverme así después de tantos días de inactividad. Llego a la pared que hay frente al café y espero. Segundos después, el hombre vuelve a asomar la cabeza.
Lo agarro por el cuello de la camisa, obligándolo a salir de su oscuro escondite, y lo empotro contra el muro. Lo inmovilizo con mi cuerpo mientras le retuerzo el brazo a
la espalda y hago caso omiso de sus gritos de miedo y de dolor.
-¿Qué coño quieres? -le susurro al oído, soltándolo un poco sólo para poder volver a empotrarlo contra la pared.
Él tartamudea tembloroso bajo mis manos, pero no responde-. ¡Contesta! -le grito, oyendo cómo se acerca el sonido de unos tacones sobre el pavimento. Victoria.
El corazón se me acelera. Me vuelvo y la veo cruzando la calle a la carrera.
-¡Atrás! -bramo, lo que la hace detenerse en seco-. No se acerque.
El hombre que he atrapado sigue lloriqueando. ¡Menuda nenaza!
-Lo siento -se disculpa con un hilo de voz.
-Más te vale. -Tras asegurarme de que Victoria sigue mis instrucciones, le doy la vuelta al tipo. Le mantengo las manos a la espalda, atrapadas entre su cuerpo y la pared de ladrillo. Tiene los ojos tan abiertos que parece que estén a punto de salirle disparados de las órbitas en cualquier momento.
-Dime para quién coño trabajas y les haré saber por qué ya no vas a poder seguir pasándoles información.
-¡Jensen! -grita Victoria preocupada.
-¡Quédese donde está! -la interrumpo sin apartar la mirada de la escoria que he atrapado.
-¡Es un paparazzi! -chilla acercándose.
Tardo unos segundos en procesar la información. ¿Paparazzi? Continúo agarrándolo con fuerza, no muy convencido, pero al bajar la vista veo una cámara hecha pedazos a mis pies.
-Sólo quiere hacerme fotos -me explica ella en tono conciliador, apoyándome una mano en el brazo. Me fijo en sus dedos delgados de uñas pintadas.
-¿Paparazzi? -repito sintiendo el delicioso calor que me transmite su mano.
-Sí -afirma. Está sonriendo para tranquilizarme-. No quiere hacerme daño. -Victoria mira al aterrorizado tipo, que sigue clavado contra la pared-. Hola, Stan.
-Hola, Victoria. -Su voz tiembla tanto como su cuerpecillo-. ¿Te importaría pedirle a este agradable caballero que me suelte? Oigo que ella se ríe entre dientes. ¡Qué sonido tan dulce, joder!
-Claro. -Me mira-. ¿Le importaría soltarlo?
-Sí, me importaría -respondo, acordándome de las fotos que llegaron ayer a su casa.
Cuando ella se acerca a mí y me mira fijamente, me doy cuenta de que sabe lo que estoy pensando.
-Conozco a Stan desde hace años -me asegura-, no es uno de los malos.
Examino de nuevo al tipo, incapaz de librarme de la desconfianza. Parece francamente aterrorizado.
-¿Para quién trabajas? -le pregunto.
-Soy freelance. Llevo la... la do... documentación en el bo... bolsillo de arriba -
tartamudea.
Le quito la cartera y la abro sin dejar de inmovilizarlo contra la pared.
-¿Stan Walters?
-El mismo -contesta con una sonrisa forzada.
Me aparto, convencido ya de que no supone una amenaza, y él se desploma contra la
pared y toma la cartera que le devuelvo. A continuación, me giro hacia Victoria.
-¿Tutea al jodido paparazzi? -le espeto extrañado.
-Claro. -Se encoge de hombros y se agacha para recoger los trozos de cámara rota esparcidos por el suelo. El hombre logra recuperarse lo suficiente como para agacharse y ayudarla, pero no me quita la vista de encima-. Stan y yo hemos llegado a un acuerdo, ¿no es cierto, Stan?
-¡Cierto! -se echa a reír con ironía-, pero me temo que vamos a tener que renegociar los términos.
«¿Qué coño...?»
-No lo entiendo. -Me paso la mano por el pelo. Victoria se levanta, seguida de Stan, y le entrega todas las piezas rotas que ha recogido.
-Tiene permiso para hacerme fotos, pero sólo una cantidad fija cada mes.
-Y entonces, ¿por qué carajo estaba escondido en el callejón, espiando?
-Porque este mes ya se ha pasado de la cantidad establecida, ¿no es cierto, Stan?-Victoria le dirige una mirada acusadora, pero al mismo tiempo comprensiva.
-Sí, así es -admite él con una mueca de culpabilidad-. Lo siento. Este mes ha sido muy flojo.
-Pero ¡si estaba tomándome un té! -Victoria echa la cabeza hacia atrás y se ríe a carcajadas.
«Ese cuello...» Parpadeo e inspiro hondo.
Stan no hace caso de su comentario y me mira. Leo su mente al instante.
-Ni lo sueñes -le advierto con mi tono más amenazador.
-Pero es que es tan guapo... -gimotea, y hace un mohín.
¡Ese tipo me está poniendo morritos, joder!
-No. -Lo apunto a la cara con un dedo-. Te juro que, como vea mi cara en alguna revista, ya sea en un posado o en un robado, te perseguiré y te mataré. ¿Lo entiendes?
-Pero un guardaespaldas guapo es el complemento más valorado de esta
temporada... Y, por mi madre, te aseguro que eres el más guapo que he visto.
-¡A tomar por culo! -exclamo furioso. ¿«Complemento»? Este capullo se está burlando de mí-.
-¡Largo de aquí! -Lo echo con un empujón en el hombro, enseñándole los dientes.
El paparazzi toma la sabia decisión de meter los trozos de la cámara rota en la bolsa y se larga de allí, haciendo un gesto enfadado con la mano por encima del hombro.
-¡Te pagaré una cámara nueva, Stan! -grita Victoria, que no puede ocultar lo culpable que se siente.
Estoy esperando a que suelte un «joder» en cualquier momento. Pero, sorprendentemente, no quiero que me odie. Y eso es una novedad; casi una revelación. Porque las mujeres suelen odiarme tras pasar unas horas conmigo; normalmente después de que las eche de mi cama. Y eso nunca me había preocupado. Nunca me había vuelto a acordar de ninguna de ellas.
De Victoria, sin embargo, es imposible olvidarse. Está siempre presente en mis pensamientos. Ya sean pensamientos inapropiados, dolorosos o cabrean tes. Gruño por dentro. Daría lo que fuera por una copa ahora mismo.
Beber me ayuda a relajarme. Y llevo demasiado tiempo sin correr. Correr también me ayuda a relajarme. Y llevo sin follar... siglos. Al menos, a mí se me ha hecho eterno. Y follar me ayuda a...
Bueno, follar es follar. Es un medio para lograr un objetivo.
Me revuelvo incómodo en el asiento. Mi polla empieza a crecer por mucho que me esfuerce en evitarlo.
Soy un enorme saco de frustración. Nada de esto me había impedido hacer un buen trabajo en casos anteriores, pero es que en esos casos no tenía que pasarme las veinticuatro horas del día pegado a Victoria Holland. No tenía que pasarme las veinticuatro horas batallando contra mi...
Sacudo la cabeza con rabia y la miro de reojo. Por suerte, ella no se ha dado cuenta de mi incomodidad. Está mirando por la ventanilla, perdida en sus pensamientos.
Una parte de mí quiere dejarla en paz para que disfrute de la calma, pero otra parte, una muy egoísta -una emoción que, por cierto, no pinta nada en todo esto-, quiere conocer
hasta el más mínimo detalle de lo que pasa por esa lista cabecita. Porque necesito saber si sus pensamientos se parecen a los míos, esos pensamientos que no debería tener, que son inapropiados. Tal vez entonces dejaré de sentir que me
estoy volviendo loco.
Fin del capítulo
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top