Capítulo 13



*Siento mucho el haber tardado tanto en escribir pero las musas de la inspiración estaban de vacaciones, pero por hoy escribiré este capítulo, espero que os guste.


Punto de vista de Jensen

Ya es oficial. He perdido la puta chaveta. Debo de haberla perdido; si no, ¿a santo dequé estaría aguantando esta tortura?, me he dejado caer en el sofá de cuero negro en unextremo del estudio y no me he movido de aquí. No pienso levantarme por nada ni pornadie. Ni siquiera para ir al lavabo; me mearé en los pantalones si hace falta. Hablandode pantalones..., nunca había visto una cosa más ridícula en toda mi vida. ¿Un bañadorplateado? Tal vez podría competir conmigo en cuanto a músculos, pero perdió todaposibilidad de ganarme la partida en cuanto se puso esas bragas brillantes.

 ¡Menudocapullo! 

Trato de relajarme en el sofá, moviéndome para aflojar la tensión de los músculos;una tensión que no se debe sólo al señor Bragas Brillantes, aunque ciertamente haañadido una nueva dimensión a mi malhumor. Hoy es el tercer día. La bomba derelojería podría explotar en cualquier momento, y no saber a qué amenaza me enfrentome desquicia. Estoy tenso, salto por cualquier cosa y todo el mundo me parecesospechoso. No debería haberla dejado levantarse de la cama en todo el día. Victoria sale del camerino cubierta con un fino albornoz blanco y una mujer pegadaa sus talones, poniéndole laca o algo en el pelo. 

Me enderezo en el sofá y mi pollasigue mi ejemplo.Joder... ¡Joder!Lleva el pelo húmedo, peinado hacia atrás, para dejar bien a la vista su preciosorostro. La melena castaña oscura le cae sobre los hombros. No parece que vaya maquillada,aunque, a juzgar por el tiempo que ha pasado en manos de la maquilladora, y teniendo en cuenta que no se ve ni rastro del moratón en la mejilla, me imagino que debe dellevar una buena capa de chapa y pintura. Parece que tenga los pómulos más marcados,los ojos más oscuros y los labios más carnosos. Está divina, joder.

Cruzó las piernas adoptando una postura estratégicamente discreta y en ese precisoinstante nuestras miradas se cruzan. Ella abre mucho los ojos. El marrón achocolatado de sumirada es el único toque de color en su pálido rostro. Siento que he cometido un granerror al quedarme, y alguien confirma mi teoría al quitarle el albornoz. En cuanto sucuerpo queda al descubierto, la atacan con botes de aerosol por todas partes. Toso yaparto la vista; estoy empezando a sudar.

 ¡Joder, joder, qué calor hace! Estáprácticamente desnuda. Ya lo sabía y pensaba que estaba preparado para soportarlo,pero la realidad es otra. Estoy tan poco preparado hoy como lo estaba el día que entréen la oficina de Thomas Stanley Holland. 

Esta mujer siempre me tumba como si nada.

 Echo un breve vistazo a su cuerpo esbelto y desnudo y me obligo a apartar lamirada, pero su imagen se queda grabada en mi mente y baila ante mis ojos,provocándome. Su piel tiene un aspecto suave y brillante, y el diminuto tanga plateadoque lleva apenas le cubre su lugar especial, ese lugar donde podría perdermeeternamente. Mi lugar especial. Gruño entre dientes mientras busco desesperadamentealgo con lo que distraerme. No veo ninguna de esas estúpidas revistas femeninas, nisiquiera un puto periódico. 

Debería irme antes de ponerme en evidencia, pero justocuando acabo de tomar esa sensata decisión y me dispongo a levantarme del sofá, elseñor Bragas Plateadas hace su entrada en el set y me quedo inmóvil a medio camino.«¡Mierda!»No me voy a ninguna parte. Intento destensar los músculos, vuelvo a dejar caer elculo en el asiento y los observo, reunidos en círculo. El idiota ignorante que saludó a Victoria cuando llegamos parece estar bailando ballet de tanto como mueve los brazos.Todo el mundo asiente con la cabeza. Cuando alguien tapa otra vez a Victoria con elalbornoz, respiro aliviado; no quiero que coja frío.

Mi chica escucha con atención mientras el director le da instrucciones, asiente ysonríe. Cuando todo el mundo tiene claro lo que ha de hacer, el grupo se dispersa por elestudio. El caos me inquieta, los sigo a todos con la vista. Victoria entra en una zona con dos paredes y el suelo completamente blancos. Variasluces muy potentes la enfocan desde todas las direcciones. Está resplandeciente.Permanece inmóvil como un cadáver mientras esa gente tira de ella por un lado y laempuja por otro para colocarla como quieren. A su alrededor, se gritan instrucciones. 

Estoy perdido en mis pensamientos, embobado en mis fantasías, cuando él aparecebrillando como un puñetero dios y me arranca de mi lugar feliz a la fuerza. Las ganas deacercarme y apartarlo de Victoria crecen cada vez más. Respiro hondo y trato derazonar. Está trabajando. Sólo es un trabajo. Puedo soportarlo. Soy un hombre tranquiloque controla sus emociones.Entornando mucho los ojos, veo cómo el tipo de las bragas brillantes la rodea y se pone a su espalda. Cerca; demasiado cerca, joder. Se echa a reír y ella losigue. Todo el puto estudio está riendo..., menos yo. No le encuentro la gracia. Tengomucho calor.

Veo aparecer entonces las manos del tipo por detrás de Victoria y contengo elaliento. ¿Dónde demonios irán a parar?.

"Por favor, no. ¡No te atrevas a tocarla!".

Sin dudarlo, se las planta sobre los pechos. 

"¡Joder!"

 Me levanto tan deprisa que el pie se me engancha en la mesita del café. Tropiezo yme tambaleo, pero no llego a caerme. 

—¡Hijo de puta! —grito mientras sigo avanzando a trompicones.

 Miro hacia el grupo y veo que mi actuación no ha pasado desapercibida. Todo elmundo me está mirando; Victoria, con los ojos muy abiertos. El señor Bragas Brillantessigue con las manos encima de mis pechos.Aparto un momento la vista, me acerco y le quito las manos de encima.—Si me disculpan —murmuro retrocediendo con el móvil en la mano—, tengo unallamada. 

Me vuelvo y choco otra vez contra la mesita baja. Inspiro entre dientes y me trago eldolor de la espinilla. Con esfuerzo, logro no echarme a correr hasta la salida. 

"¡Le estaba tocando las tetas!" 

Cierro de un portazo y busco la superficie más cercana para apoyar la frente. Eso haestado totalmente fuera de lugar, y no estoy hablando de mi reacción. ¿Qué coño...? Medejo caer contra la pared, luchando contra los flashbacks de otro hombre con las manossobre Victoria. Me obligo a tranquilizarme; a razonar.

 —Muy elegante, Jensen —murmuro. Cuando el móvil suena, me echo a reír—. Llegasun minuto tarde, Genevieve—es mi saludo—. ¿Qué has encontrado? 

—Nada —responde, como siempre yendo al grano—. Francamente, no entiendonada. Acabo de hablar con Logan. Probablemente vaya a prescindir de tus servicios. 

—¿Qué? —El aviso luminoso de alarma es lo único que veo ante mis ojos. Hoy esel tercer día. ¿Va a prescindir de mis servicios el tercer día? No me lo puedo creer—.Nos oculta algo, Gene. 

—No podemos estar seguros. Y, si quiere prescindir de tus servicios, no podemoshacer nada. —Lucinda suspira y yo miro el teléfono sin dar crédito—. Tengo otrotrabajo para ti. No pagan tanto, pero no está nada mal.

 Miro la pared que tengo delante mientras el alma se me cae a los pies. ¿En serio vaa prescindir de mí? ¿No se puede hacer nada? ¿Otro trabajo? 

—¿Quién? 

—Un diplomático griego. Se ha metido en un lío por un tema de blanqueo de dinero.¿Griego? ¿Grecia? ¿Un país extranjero? Mi corazón sigue a mi alma en su descensoen caída libre. Lejos de Victoria. 

—Tal como está la situación económica en Grecia, no me extraña que haya recibidoamenazas de muerte —Genevieve sigue hablando mientras yo miro la pared sin ver nada—. Creo que un año al sol del Mediterráneo te vendrá bien.

 ¿Un año? Me resisto a aceptarlo, me siento hueco por dentro; me da vueltas lacabeza. Miro hacia la puerta por la que acabo de salir. Los pulmones se me contraen,me cuesta respirar y siento pánico.—Jensen... —me llama Genevieve—. ¿Estás ahí?El dulce sonido de la risa de Victoria llega a mis oídos, intensificando la sensaciónde pánico. No puedo dejarla, imposible; me niego. 

—Paso —contesto en un susurro, a sabiendas de que está a punto de caerme unabuena bronca.

 Lucinda me sorprende cuando me pregunta en voz baja: 

—¿Puede saberse por qué? 

—No —digo, y cuelgo antes de que me haga más preguntas. No puedo ni quiero dar explicaciones. 

Sólo logro pensar en lo que me acaba de comunicar. Lo esencial es proteger a Victoria. Su exnovio es un peligro muy real y todavía no sé qué pensar de su padre. Nopuedo dejarla sola y vulnerable. No puedo permitir que su malvado ex vuelva a ponerlelas zarpas encima. Sólo de imaginarlo, empiezo a sudar. Pensar en alejarme de ella meprovoca escalofríos. Este caso es distinto de los demás. Aquí lo que importa no essumergirme en el trabajo para olvidarme de lo mucho que me odio. 

No se trata deldeber cumplido ni de preservar mi reputación: este caso ha sido distinto desde elprimer día, y la razón está ahora mismo desnuda al otro lado de esa puerta, con lasmanos de otro hombre sobre sus pechos. 

¿Mi reputación? Bueno, ha ardido en patéticas llamas cuando he salido del settambaleándome como un cervatillo recién nacido. Pero me da igual. Lo único queimporta ahora es Victoria; ella y cómo me hace sentir. Por primera vez en cuatro añostengo un objetivo personal en la vida. No quiero irme al extranjero. Quiero estar aquípara poder verla cada día.Me siento en una silla cercana y me quedo observando la puerta. No se trata de queella me necesite; soy yo quien la necesita a ella. Necesito a esa mujer joven, decidida yvaliente. 

Estoy loco por ella. La necesito en mi vida; necesito protegerla.

Las horas que tardan en acabar son las más largas de mi puta vida. Mi mente no para de darle vueltas a la situación; no sé cómoafrontarla. Victoria aparece, con el pelo aún húmedo pero recogido en un moño informal. 

Nose ha desmaquillado todavía, pero, gracias a Dios, se ha puesto unos pantalones anchosy una camiseta extragrande. Que siempre lleve ropa varias tallas más grande de lo quenecesitaría hace que la admire aún más. Tiene un cuerpo de infarto, pero no vapresumiendo por ahí. Me levanto mientras cierra la puerta. Parece pensativa. Tardounos instantes en darme cuenta de que la última vez que me vio estaba tan ofuscado quetropezaba con mis propios pies.

 —¿Ha ido bien? —le pregunto cogiendo su bolso. 

Ella me dirige una mirada acusadora. 

—¿Qué mosca te ha picado?.

—¿Cuándo? 

—Ya lo sabes. 

¿A qué ha venido el numerito de antes?

 —Ya lo he dicho: tenía una llamada —respondo sin mirarla a los ojos. 

—El teléfono no estaba sonando —señala, desmontando así mi mentira. 

—Estaba en silencio. —Me aplaudo mentalmente por mis rápidos reflejos mentales. 

—¿Quién era? —insiste sin acabar de creerme.

Esto es fácil de contestar, porque he recibido una llamada. Un poco más tarde, peroeso da igual.—Una colega de trabajo. —Éste sería el momento perfecto para hablarle de lasnovedades, para decirle que probablemente pronto dejará de tenerme pegado a sustalones, pero no lo hago, y no entiendo la razón. ¿Por qué no lo acepto? ¿Por qué noquiero disgustarla? ¿Se disgustará?—. Me ha puesto al día de algunos detalles. 

—¿Hay alguna novedad? —me interroga cuando indico con un gesto que nosmarchemos. Trata de sonar despreocupada, pero noto la inseguridad en su voz. Supongoque ella también se pregunta qué nos traerá el futuro.

 —Ninguna —contesto, desaprovechando una nueva oportunidad de ponerla al día. 

—Qué curioso, porque mi hermano me acaba de llamar y me ha dicho que está a punto deaveriguar quién está detrás de las amenazas. Dice que probablemente esté todo resueltoantes de que el día acabe —comenta en voz baja, mirándome de soslayo.Me cuesta no abrir mucho los ojos. ¿Eso le ha dicho?.

—No hay nada seguro —replico mecánicamente, y cambio de tema—: ¿Tieneshambre?.

Debe de tener hambre. No la he visto desayunar nada por la mañana, y ya ha pasadola hora de comer. Ya de normal no me gustan sus hábitos alimentarios, pero estacostumbre de no comer nada las veinticuatro horas previas a un rodaje me parece unapesadilla. No es sano. 

—No, estoy bien —asevera, sumida en sus pensamientos, mientras abre la puertaque lleva a la recepción—. Tom también me ha recordado que esta tarde es la fiesta decumpleaños de Chloe. —No parece muy contenta—. Tengo que estar en su casa decampo a las siete. La fiesta es en el jardín. 

—¿Una fiesta en el jardín? —«¡Qué horror!»—. Suena bien. 

Victoria me dirige una mirada cansada. 

—No seas sarcástico. Tú también vas a tener que ir.

 Hago un ruido con los labios apretados. Me gustaría que alguien tratara deimpedirlo.

Su hermano, por ejemplo. Qué casualidad que Thomas quizá vaya a prescindir de misservicios justo después de comentarle que no hubo ningún mensajero el día en quesupuestamente entregaron la amenaza.—Vamos a tomar un té helado —sugiere entonces sin dejar de caminar.Cierro los ojos un instante y la sigo mientras trato de contener mi malhumor. Quierollevarla a casa y encerrarla allí, no ir a tomar ningún puto té helado.

Fin de capítulo

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