Capítulo 10


*AVISO: en este capítulo hay sexo explícito, si tienes menos 18 o no te gusta, recomiendo que no lo leas.

Punto de vista de Victoria

Nunca había visto una violencia igual, tan desatada y cruda. Y, sin embargo, tengo muy claro que se está conteniendo. Si quisiera podría acabar con su vida en un instante. Está haciendo sufrir a Sebastián. Cada crujido pone en evidencia la fuerza de sus puños. El tiempo se detiene y dejo de oír. De no ser por el dolor en la mejilla y el martilleo que noto en la cabeza, pensaría que estoy muerta. Me siento muerta, vencida, golpeada, débil.

Sebastián apareció de repente; estaba escondido en uno de los cubículos. Cuando me negué a darle una segunda oportunidad, perdió la cabeza. Y, cuando traté de apartarlo para marcharme, vi en sus ojos la rabia que ya le había visto alguna vez cuando se colocaba. Pero la violencia de Sebastián resulta insignificante al lado de lo que estoy viendo ahora.

No me cabe ninguna duda de que Jensen Ackles podría matar a cualquier hombre sólo con sus manos. Se nota en su modo de elegir los lugares en los que golpea, en la precisión de cada golpe.

—Jensen —digo con dificultad, porque me noto la lengua hinchada.

Suelta a Seb y lo deja caer al suelo. Me busca con la vista, como si acabara de acordarse de que sigo aquí. Cuando me encuentra, me mira con decisión. Camina hacia mí, se inclina y me toma entre sus brazos en silencio. Me estrecha y me dirige una mirada preocupada con sus ojos vidriosos. El nudo que se me había formado en el pecho se expande y explota, porque acabo de darme cuenta de que lo que acabo de ver no era tan sólo a Jensen haciendo su trabajo: era algo más.

Con determinación, sale de los lavabos conmigo en brazos. La música está muy alta, pero, a pesar de eso, oigo murmullos a nuestro paso. Jensen me sujeta con más firmeza a cada zancada que da. Siento los párpados pesados, pero el corazón lleno de esperanza. Tengo la esperanza de no volver a ver a Sebastián Peters nunca más. Y de que Jensen Ackles esté siempre a mi lado para impedir que se acerque. Para protegerme de él; para protegerme de todo.

Las brillantes luces del vestíbulo me hacen entornar los ojos; el resplandor es demasiado intenso para mi vista cansada. Mi cuerpo sube y baja al ritmo de las largas zancadas de Jensen. Le rodeo el cuello con los brazos para sostenerme mientras doy vueltas a un montón de cosas en la cabeza. Sin embargo, en medio del remolino de pensamientos, uno se abre camino por encima de los demás: el que me dice que me agarre con más fuerza y no me suelte nunca. He bebido demasiado, aunque el dolor de la bofetada y del golpe que me he dado en la mejilla al caer me han espabilado. Estoy cansada y abrumada, pero tengo las ideas claras.

Al llegar a casa, Jensen me lleva directamente al dormitorio y me deja sobre la cama. A continuación, se vuelve dispuesto a marcharse.

—¿Cómo te hiciste esa herida de bala? —le pregunto en un intento desesperado de retenerlo. Necesito entender qué ha pasado en ese lavabo. Jensen estaba allí, pero al mismo tiempo estaba muy lejos.

Se detiene, aunque sigue dándome la espalda.

—Me dispararon en combate.

La guerra.

—Estuviste en el ejército. —No se lo pregunto, lo afirmo; me parece una buena manera de sacarle información.

Él asiente y al fin se vuelve hacia mí.

—En el SAS, la unidad de operaciones especiales de las fuerzas aéreas.

Abro mucho los ojos.

—¿Eras un espía o algo parecido?

—Era francotirador.

Mi cerebro comienza a funcionar a mil por hora.

—¿Por eso ya no estás en activo? ¿Por la herida?

—Algo así —murmura con la mirada perdida, como si demasiados recuerdos se agolparan en su mente.

—¿Qué pasó? —no puedo evitar preguntarle. Necesito saber más.

—Tomé una mala decisión.

Me muerdo el labio. Mi mente va a mil por hora. Tomo nota mental de todo lo que me transmite su lenguaje no verbal y llego a la conclusión de que, sea como sea, no lo ha superado. Noto que le empieza a sudar la frente. Da la sensación de estar sumido en una especie de trance, y eso que sólo he mencionado la herida. De pronto, hace una mueca y sacude la cabeza como para librarse de los recuerdos, y eso confirma mi teoría: tiene flashbacks. He oído hablar del tema, muchos soldados vuelven a casa con síndrome postraumático. He oído hablar de las pesadillas que sufren. Eso es lo que le pasa; por eso se toma las pastillas.

El silencio se vuelve muy incómodo, pero antes de poder hacer algo para remediarlo, Jensen se da la vuelta y se aleja.

—Pasó poquísimas veces cuando estábamos juntos —asevero entonces sin más.

Él entiende al momento a qué me refiero. La tensión de sus hombros y la rabia que desprende por todos los poros hablan sin necesidad de palabras. No sé a qué ha venido; me había jurado que no se lo contaría a nadie, pero no he podido resistir la necesidad de contárselo a Jensen.

—Me da igual. Aunque sólo pasara una vez y luego se inmolara a modo de disculpa —me dice gruñendo—, encontraría la manera de devolverle la vida para poder matarlo de nuevo. Una vez ya es demasiado; ni se te ocurra tratar de defenderlo.

—No estoy tratando de defenderlo. Te lo digo para que no creas que soy una patética que se deja pisotear.

—¡No pienso eso! —estalla dirigiéndose a la puerta.

—Entonces, ¿Qué piensas de mí? —Mis palabras hacen que se detenga—. ¿Cómo me ves, Jensen? ¿Crees que soy una mujercita débil que necesita que la protejan? ¿Una niñata malcriada? ¿Una mujer egocéntrica y materialista que no sabe lo que es luchar para ganarse la vida?

Se vuelve bruscamente hacia mí, ofendido por mis acusaciones.

—¡No! ¡De hecho, todo lo contrario, joder!

Me levanto de la cama y enderezo los hombros, tratando de impresionarlo, lo que es ridículo cuando me enfrento a las medidas de Jensen.

—¿Qué ha pasado en el baño? —le pregunto a traición. Me da igual; necesito saber la verdad.

—¿Qué ha pasado? —repite mirándome como si fuera idiota, lo que hace que me den ganas de darle un puñetazo—. ¡Pues que le he dado una paliza a un hombre que te estaba atacando! ¿Qué querías que hiciera?, ¿Qué te sostuviera para que pudiera alcanzarte mejor?

—Eso no ha sido todo lo que ha pasado ahí dentro. Te he visto: tu mente estaba a kilómetros de ahí. ¿Qué te ocurría?

—¡No es asunto tuyo, joder! —brama, demostrándome que está perdiendo el control una vez más—. ¡Tú eres la clienta y yo, el guardaespaldas! ¡Eso es todo! ¡Deja de hurgar en mi interior! ¡No trates de entenderme!

Empiezo a temblar de rabia. Sus palabras me duelen más de lo razonable. Le sucedió algo en el pasado y tiene razón, no es asunto mío, pero yo le he contado mis secretos y me duele que me rechace de esta manera. No soy la única que he tenido problemas. ¡Maldita sea, lo he visto buscando ayuda en las pastillas! Sé lo que se siente. Sin poder evitarlo, mi mano vuela hacia su cara. Él me ve venir de una hora lejos y me sujeta la muñeca.

A continuación, permanecemos uno frente al otro, observándonos..., y mi rabia se transforma en una emoción distinta. Suelto el aire entrecortadamente y me estremezco al sentir que me mira los labios un momento antes de volver a mirarme a los ojos. Saltan chispas entre nosotros. Trato de aclararme las ideas, pero no tengo tiempo de analizar la situación. Jensen me agarra con fuerza y pega sus labios a los míos. Noto que la tensión abandona mi cuerpo de golpe, acompañada por el estrés y la confusión. Es un beso primitivo e implacable.

Su torso de piedra se clava en el mío. Gimo y acepto su poder, abrazándolo por los hombros mientras nos exploramos la boca mutuamente, con ansia, con desesperación. Llevo las manos hacia su pelo al mismo tiempo que el placer me debilita, aflojándome las rodillas. Me tambaleo y me sujeto con más fuerza para evitar caerme.

Dios, llevo tanto tiempo soñando con este momento... En secreto había rogado que pasara; deseaba experimentarlo, y ahora, al fin, está pasando. Nos estamos besando como locos, movidos por una tonelada de frustración y desesperación.

—¡Joder! —Jensen me suelta y da un paso atrás, dejándome jadeante ante él y con los labios hinchados. Se pasa una mano por el pelo, tirando de él con rabia contenida; luego se vuelve y empieza a recorrer la habitación de punta a punta—. No podemos hacer esto —afirma con la voz ronca, y su tono convencido se me clava en el corazón como una daga—. No es correcto; soy tu guardaespaldas. —Se vuelve hacia mí y veo que su expresión es decidida—. Tu hermano se aseguraría de que no volviera a trabajar nunca más. —Cierra los ojos—. Y lo necesito, Victoria. Necesito un objetivo en la vida; necesito trabajar.

Noto que los ojos se me llenan de lágrimas y maldigo a mi hermano, y no por primera vez. Jensen necesita un objetivo en la vida; algo que le permita concentrarse para que su mente no dé vueltas y más vueltas a lo mismo: el pasado, la guerra, esa mujer. Aunque me mata por dentro, digo lo que tengo que decir. No sólo porque Jensen necesita oírlo, sino porque tiene razón. Mi hermano acabaría con él si supiera que se ha tomado libertades en el trabajo. Es mi guardaespaldas.

—Lo entiendo.

Se me hace un nudo en el pecho mientras retrocedo varios pasos antes de dar media vuelta y echar a correr. Necesito alejarme de él cuanto antes. Llego hasta la puerta con las piernas temblorosas, agarro el pomo y tiro de él, pero la puerta no acaba de abrirse del todo. Por encima de mi hombro veo la mano de Jensen, que vuelve a cerrarla de un brusco empujón. Noto un nudo en la garganta. Trago saliva con la vista clavada en su mano, sintiendo que su torso se pega a mí por detrás.

—No quiero que lo entiendas —me susurra al oído. Cierro los ojos al notar que me apoya las manos en los hombros y me da la vuelta. Me giro despacio porque las piernas me siguen temblando—. Abre los ojos —me ordena, y yo obedezco. Levanto los párpados, dejándole ver el caos que se ha adueñado de mi cabeza y las lágrimas que se agolpan en mis ojos mientras trato de recuperar la cordura.

—Sé que esto está mal —murmuro luchando por contenerlas—, sé que no debería sentirme tan atraída por ti.

Él asiente con discreción.

—Te entiendo; no sabes cómo te entiendo, hostia —susurra—. Ahora mismo no puedo pensar en nada más que en ti.

Me mira a los ojos y luego baja la vista por mi cuerpo como si se hubiera liberado y pudiera al fin dedicar todo el tiempo que quisiera a contemplarme en mi totalidad. Y eso hace. No deja ni un rincón por examinar. Levanta las manos y me acaricia el pelo. Con más delicadeza de la que una esperaría de un hombre así, me aparta un mechón de la frente mientras me observa fijamente. Permanezco tan inmóvil que podría disparar a una manzana colocada sobre mi cabeza. Me encanta notar sus manos en cualquier parte, y su mirada, tan concentrada, es la de un hombre deslumbrado.

—Joder, eres preciosa —musita rodeándome la cintura con el brazo y acercándome a él.

Contengo el aliento y levanto las manos hasta sus hombros. Él dobla las rodillas y se inclina hasta unir su frente con la mía. Con la otra mano, me rodea la nuca y cierra los ojos. Me siento diminuta entre sus brazos, y muy segura, aunque eso no hace que mi corazón se calme. El sonido del pulso en mis oídos es ensordecedor; la sangre me circula por las venas llenándome de un deseo tan intenso que hace que me tambalee.

Pero no me caigo porque me sostiene con fuerza. Parece haber cambiado de táctica. Ha sustituido el salvaje y caótico choque de lenguas por el silencio y la calma. Respira lenta y profundamente mientras lo observo. Estoy tan cerca que podría besarlo, pero no lo hago; no porque no desee desesperadamente sentir sus labios sobre los míos una vez más, sino porque contemplar su ruda belleza es muy gratificante, y porque me fascina esa nueva faceta suya, tan calmada y silenciosa. Nunca lo había visto así, en paz, dócil, como si se hubiera rendido.

—¿Estás bien? —me pregunta, y la luz que veo en sus ojos me deslumbra. Es la luz de la esperanza, la misma esperanza que yo también estoy sintiendo. Trago saliva mientras afirmo con un ligero golpe de cabeza y deslizo las manos por las mangas de su americana hasta llegar a los codos. Pienso en lo delicioso que debe de ser notar la piel oculta bajo la ropa. Aparta un poco la cabeza y el mar de barba de pocas horas que le cubre la cara me llama la atención, haciendo que me fije en su boca.

Sus labios se separan lentamente y traza un camino con la lengua por su labio inferior. Lo miro a los ojos, asegurándome de que lee en los míos lo decidida y desesperada que estoy. Nunca he estado tan convencida ni tan ansiosa. Deseo a este hombre críptico e indescifrable. Lo deseo con cada fibra de mi ser.

Jensen inclina la cabeza hacia mí muy despacio, como preparándose para la embestida de placer que se acerca. Yo hago lo mismo. Cada vez un poco más cerca, nuestras miradas permanecen clavadas la una en la otra hasta que nuestros labios se rozan. Me estremezco entre sus brazos. Mi respiración está tan alterada que me falta el aire. Las sensaciones que ese pequeño roce me causa son abrumadoras, mucho más que las provocadas por el beso salvaje de hace un momento, lo que me deja impaciente por descubrir lo que me espera.

Él profiere un gemido ronco y entrecortado y abre la boca ante mí. Mi lengua sale disparada al encuentro de la suya. Siento que me consumo. Le llevo las manos al cuello y lo atraigo hacia mí mientras nuestras lenguas se acarician delicadamente pero con decisión.

—La madre que me parió, Victoria... —dice dentro de mi boca. Me aparta las manos y separa un poco el cuerpo, pero sin interrumpir la danza de nuestras lenguas. Me roza los muslos con los dedos cuando busca el dobladillo de mi vestido. Tira de él hacia arriba hasta que tengo que apartarme de su boca para que pueda quitármelo por encima de la cabeza. En cuanto lo suelta, se lleva las manos al cuello para desatarse el nudo de la corbata. Contagiándome de sus prisas, trato de quitarle la americana. Él saca los brazos de las mangas y me busca de nuevo la boca, devorándola con fuerza.

—Camisa —murmura mientras encuentra el cierre de mi sujetador y lo abre de un solo gesto.

Siento que la tela deja de apretarme los pechos mientras me peleo con los botones de su camisa con dedos temblorosos. Al darse cuenta de mis dificultades, me releva y se abre la camisa de un tirón, haciendo que los botones salgan disparados en todas direcciones. Luego coge el sujetador que ya había desabrochado antes y tira de él. No me queda otra opción que extender los brazos si no quiero que lo destroce igual que la camisa.

Contengo el aliento cuando veo asomar su pecho. Aunque me encantaría quedarme admirándolo un rato, Jensen tiene otras ideas en mente. Se lleva la mano a la espalda, saca la pistola y la tira al suelo, encima de la americana. A continuación, se suelta el botón de los pantalones con destreza; se quita los zapatos y los calcetines, y los pantalones los siguen poco después. No pierde ni un segundo. El bóxer es lo último de lo que se desprende. Lo hace lenta y cuidadosamente, sin apartar la mirada de mí, que me lo estoy comiendo con los ojos.

Está desnudo.

Y, de nuevo, me quedo hipnotizada por lo que veo, pero esta vez está más cerca. Y esta vez no es por accidente. Esta vez ninguno de los dos se siente incómodo. Lo que hay entre nosotros es aceptación y entendimiento.

—Aquí me tienes —anuncia con la voz ronca, señalándose de arriba abajo—, tómame, joder. Soy todo tuyo.

Trago saliva con esfuerzo y empiezo a temblar como una hoja. Lo deseo. Lo deseo todo; por completo. Pero descubro que soy incapaz de moverme para reclamar ese cuerpo que tanto he anhelado en silencio. Es tan alto y tan fuerte que probablemente podría partirme en dos sólo con un dedo. Su erección asoma orgullosa entre sus piernas. Tiene la punta brillante por la excitación. Los pezones me cosquillean por el deseo, pero es la cicatriz plateada de su hombro lo que me llama la atención. Él baja la vista, siguiendo la dirección de mi mirada. La acaricia formando lentos círculos con el dedo antes de levantarme en brazos como si no pesara nada y llevarme a la cama.

Me tumba con la misma delicadeza con que me quita las bragas. Luego se arrodilla junto a la cama y respira hondo. Su pecho se expande y la cabeza le tiembla ligeramente. Me siento como si fuera una ofrenda situada sobre un altar, a punto de ser adorada. Dejo caer la cabeza a un lado, sobre un hombro. Jensen me toma ambas manos y las lleva hacia atrás. Las deposita con delicadeza sobre la almohada y recorre mis brazos con los dedos hasta llegar a mi pecho. Gimo, incapaz de controlarme, y él sonríe. Estoy tumbada, desnuda y expuesta, y la respiración se me acelera cuando él se toma su tiempo para acariciarme. Cuando llega a uno de los pezones, mi espalda se arquea, rogándole de manera sutil que me dé más.

Lo rodea con la punta del dedo y me mira a los ojos.

—¿Quieres que te bese aquí? —me pregunta deteniendo su delicada caricia.

Asiento en silencio, animándolo a seguir, pero él permanece inmóvil, con el dedo situado sobre el frenético botón de terminaciones nerviosas.

—Háblame, Victoria —insiste mirándome fijamente—. Dime lo que quieres de mí.

—Por favor... —murmuro.

No me importa tener que rogarle. Haría cualquier cosa por conseguir que me tocara. Sus dedos vuelven a moverse, dirigiéndose hacia el sur, siguiendo una línea recta hasta llegar al muslo. Un gemido roto escapa de mis labios mientras el cuerpo se me tensa de excitación.

—¿Y aquí? —Desliza un dedo entre ambos muslos y roza la carne palpitante de mi sexo. Perdiendo el control, cierro los ojos y arqueo la espalda un poco más mientras grito desesperada:

—¡Jensen, por favor!

Levanto los brazos para agarrarlo y acercarlo más a mí.

—Ya viene. —Desliza dos dedos en mi interior, llenándome, calmando un poco mi ardor—. Lo noto —añade con voz temblorosa mientras mueve en círculos los dedos dentro de mí—. Estás a punto.

—Oh, Dios...

Respiro hondo y me calmo un poco, gracias a las sensaciones que me provocan sus dedos, que me masajean profundamente. Los músculos se contraen alrededor de sus dedos. Tiene razón: estoy a punto.

—No te corras aún —me ordena. Abro los ojos alarmada y lo veo inclinado sobre mí, observándome mientras me tortura con sus precisos y hábiles dedos—. Aún no — insiste, pero entonces me acaricia el clítoris con el pulgar, haciendo que seguir sus órdenes sea mucho más difícil.

Ya no puedo dejar los brazos quietos. Los bajo y me toco el vientre, disfrutando de la sensación de mis propias caricias. El embriagador cóctel de sensaciones es nuevo, y sé que podría engancharme con facilidad. Todo en Jensen es muy adictivo: lo que me hace, cómo me hace sentir. Lleva sólo unos segundos centrado en mí y ya estoy al borde de la lujuria eterna. Y de sentirme eternamente segura.

—¿Te gusta lo que te hago, Victoria? —me pregunta en voz baja y muy ronca observando mis manos, que se deslizan por mi vientre mientras él sigue penetrándome metódicamente.

—¡Sí! —Estoy perdiendo la cabeza, y a él le encanta.

—Tengo celos. —Con la mano libre, atrapa mis muñecas y me aparta las manos, dejándome frustrada. Entonces las coloca de nuevo por encima de mi cabeza y con la mirada me advierte que no vuelva a moverlas. Cuando está seguro de que voy a obedecerlo, se levanta y se cierne sobre mí.

—¿Tomas anticonceptivos?

Asiento con la cabeza.

—¿Estás limpia?

Vuelvo a asentir, con seguridad, sin ofenderme. En medio de tanto deseo y lujuria, no hay sitio para la vergüenza. No hay sitio para pensar en nada, por eso ni siquiera le devuelvo la pregunta. Él se encarga de responderla igualmente.

—Yo también. —Se inclina sobre mí y planta los puños sobre la cama, a lado y lado de mi cara.

—¿Los brazos? —le pido instrucciones sobre qué hacer con ellos.

—Déjalos donde están.

Su pecho, pesado y firme, se une con el mío. Dobla los codos para acercar la cara a la mía y, cuando su entrepierna alcanza mis caderas, noto que la caliente punta de su polla da un ligero toque en la entrada de mi sexo. El corazón se me desboca y él se paraliza, cierra los ojos e inspira hondo a través de los dientes apretados. Está luchando por controlarse. Quiere alargar las cosas, lo que me está volviendo loca de impaciencia, pero le sigo el ritmo.

—He tratado de imaginarme lo agradable que sería. —Suelta el aire, abre los ojos y me clava la mirada—. Me lo he imaginado mil veces.

Otro ligero roce de su erección me hace arder. Contengo el aliento, casi asustada por el placer que estoy a punto de experimentar, por la sencilla razón de que sé que voy a querer más. Jensen levanta entonces la pelvis, adopta el ángulo adecuado y empuja con suavidad hacia delante, penetrándome sin prisas, llenándome de manera gradual hasta hacerlo por completo. Gruño y suspiro; le rodeo las caderas con las piernas y los hombros con los brazos, atrayéndolo hacia mí.

—¡Joder! —susurra. Deja caer la cabeza y suelta el aire, temblando—. Lo sabía — dice con la voz ronca—, sabía que encajaríamos a la perfección.

Y así es. Aunque su miembro es largo y grueso, mis músculos internos lo abrazan a la perfección.

—Muévete —le ruego, echando las caderas hacia delante para animarlo.

—Dame un segundo. —Se deja caer sobre los antebrazos y levanta la cara; tocándome la punta de la nariz con la suya—. Necesito un segundo.

Quiero pedirle que se dé prisa, pero está disfrutando tanto de nuestra profunda conexión que me contengo. Dejo que me acaricie con los ojos y espero a que se calme un poco. Aprovecho el momento para trazarle delicadas líneas en la espalda; el leve roce de mi dedo lo hace estremecer.

—No me estás ayudando, Victoria —me reprende suavemente, frotando su nariz con la mía y retirándose de mi interior hasta que la punta de su polla vuelve a hacerme cosquillas justo en la entrada de mi sexo. Contengo el aliento y él hace lo mismo. Echa las caderas hacia delante y se hunde en mí una vez más. Los dos respiramos en la cara del otro y nuestros alientos entrecortados chocan y se mezclan. De nuevo clavado en mí profundamente, comienza a moverse, despacio pero con decisión, trazando círculos y despertando en mí todo tipo de sensaciones.

Estoy perdida. Echo la cabeza hacia atrás y me aferro a sus hombros mientras él marca el ritmo, clavándose en mí, embestida a embestida, de manera constante y precisa. Me pierdo en un mundo de puro abandono con mi fuerte protector, y deseo no encontrar nunca la salida. Nuestros gemidos de placer rompen el silencio que nos envuelve; nuestra piel sudorosa hace que los cuerpos se deslicen con más facilidad.

Todo es perfecto: los sonidos, las sensaciones, el momento.

Jensen mantiene el ritmo, alargando el placer tanto como puede. Pero noto cómo crece en mi interior, señal de que no aguantará mucho. Mi propio orgasmo me avisa de que se está acercando.

—Baja las piernas —murmura llevándose las manos a la espalda para apartarlas de ahí—. Ponlas rectas.

Sorprendida, sigo sus instrucciones, estirando las piernas en su totalidad. La razón de su demanda se cuela entre mis muslos como si fuera una bola de demolición.

—¡Oh, Dios! —exclamo, pero él se traga mi grito cubriéndome la boca con la suya y besándome con fervor y firmeza. La nueva posición me ha hecho alcanzar nuevas cotas de placer.

—¿Lo sientes? —me pregunta con los labios pegados a los míos, penetrándome, alcanzándome en el lugar perfecto cada vez. Gimo y me aferro a su espalda; el orgasmo se acerca a toda velocidad.

—Es tuyo, Victoria, reclámalo —me indica mordiéndome el labio inferior antes de volver a atacarme la boca.

Noto que el mundo empieza a desmoronarse bajo mi cuerpo.

Fin del capítulo 

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