Capítulo 9
A la mañana siguiente, después del incidente con la viuda y las criaturas que habían irrumpido en su casa, Korrina se hallaba jugando con Bruno, lanzándole un platillo de plástico, que el perro atrapaba con su hocico en pleno vuelo. Era una mañana de sábado bastante fresca, con un cielo azul despejado y una brisa que acariciaba el rostro y mecía el cabello de Korrina. Jugaba con su mascota, ajena a lo que estaba pasando. Mientras se preparaba para lanzar nuevamente el platillo, pensó en Trevor una vez más. El muchacho había estado en su casa un par de veces más después de haberle mostrado la biblioteca de la casa. En ocasiones ella se sentía culpable por sentir cierta exasperación con la presencia del chico. Luego recordaba que después de todo, él solo era un alma solitaria igual que ella, buscando solo un poco de compañía.
Tras abandonar a Trevor, su mente divagó nuevamente en aquella incógnita acerca de la verdadera identidad de su bisabuela. El hallazgo de aquel libro, que hablaba precisamente de criaturas como las que ella había enfrentado anteriormente, solamente había sembrado dudas, que pretendía aclarar con Shelby, pero ésta solo se limitaba a evadir sus preguntas, alegando que sabe tanto como los de la ASM, y que además los sucesos que involucraban a la bruja de los monstruos habían transcurrido hace más de doscientos años.
—¿Acaso me ves que parezco de 200 años? —había dicho Shelby en aquella ocasión, para acto seguido soltar una sonora carcajada.
«Pues la brujas suelen ser longevas», pensó Korrina, a menos que los cuentos de hadas le hubieran mentido.
Mientras lanzaba una y otra vez aquel platillo de plástico, Korrina se fijó que una vieja y resquebrajada maceta que reposaba junto la entrada de la casa se desvaneció en medio de un has de luz. Observó, perpleja, el espacio que hasta hace algunos instantes había ocupado el objeto, donde ahora simplemente había un circulo en el piso de un color mucho más vivo, debido a la falta de sol. Abandonó por un momento a Bruno y se acercó lentamente, pero antes de dar un paso más, la maceta reapareció en el mismo lugar, solo que ahora tenía otro aspecto. Ya no se veía vieja y tampoco tenía grietas, en su lugar había una superficie lisa y con relieves de color verde. Korrina pienso que aquella solo podía ser obra de un monstruo, aunque también corrían rumores de que la casa estaba embrujada, y tomando en cuenta que su antigua propietaria era presuntamente una bruja, no sonaba tan descabellado el tema.
—Hola —dijo una voz.
Korrina se sobresaltó y al darse la vuelta vio a Trevor plantado frente a ella, mientras Bruno le lamía la mano.
—Ah, eres tú. ¿Qué haces aquí? —dijo Korrina y tomó nuevamente el platillo.
—Perdón por no avisar. Vine a devolverte los libros que me prestaste. —Trevor se descolgó la mochila que traía.
—No dije que podías devolverlos, son tuyos —lo interrumpió ella, mientras lanzaba el platillo, que giraba, cortando el aire en el proceso.
—Bueno, lo siento. Yo…
—Korrina, ven conmigo. —Ambos se volvieron hacia el origen de aquella voz tan familiar.
Shelby Leal se encontraba de pie en el umbral de aquella puerta mágica que había aparecido en medio de ese patio de césped seco y hojarasca.
—Creí que las lecciones eran por la tarde —dijo Korrina.
—Olvídate de las lecciones por ahora —replicó Shelby, sin atisbo de su característico tono afable y alegre —. Ven ahora mismo.
—¿Yo también puedo ir? —aventuró Trevor.
Shelby rodó los ojos y suspiró.
—Dense prisa los dos, vamos.
Ambos chicos atravesaron la puerta y unos segundos después se hallaban en la gran sala circular de Shelby.
—¿Ha aparecido un monstruo? —preguntó Korrina.
—Me temo que sí —dijo Shelby, mientras preparaba dos tazas de té que posteriormente les entregó a Trevor y Korrina.
—¿De quién se trata? —inquirió Korrina y le dio un sorbo a su humeante taza de té.
—Los llamamos Duendes Lunares. No los veíamos desde aquel incidente en Estados Unidos, en los años cincuenta.
—¿El incidente de Kelly-Hopkinsville? —dijo Trevor
—Chico listo —murmuró Shelby —. En efecto. No sabemos cómo fueron a parar hasta ahí pero sucedió. Para entonces la ASM no le borraba la memoria a la gente, simplemente se les modificó la mente a los habitantes de aquella granja antes de que fueran a la policía y que posteriormente hasta los militares se movieran hasta el lugar.
—¿Entonces todo era verdad? Fueron ustedes los que le hicieron creer a toda esa gente que lo que habían visto eran alienígenas —dijo Trevor, mientras sus ojos brillaban ante tal descubrimiento.
—Era más fácil que los tomaran por locos. De todos modos tampoco les hubieran creído que una tropa de hechiceros llegaron y se llevaron a los duendes —respondió Shelby.
—Bueno, ya, ¿Dónde están ahora esas criaturas? ¿Por qué estamos aquí todavía? —interrumpió Korrina. Palidecía, y sentía que la taza de té le iba a resbalar de las manos.
—Descuida. Solamente atacan durante la noche, al menos por ahora —dijo Shelby.
—¿Por ahora? —inquirió Trevor.
—¿Qué significa eso? —dijo Korrina.
Shelby comenzó a deambular por la sala y se dirigió a su armario de pócimas. Korrina se dio cuenta de que su mentora estaba lidiando internamente con el problema, sin saber cómo exponerlo.
—Una vez hayan ingerido una considerable cantidad de alimentos, éstas criaturas sufrirán una mutación, y entonces la luz del día ya no será impedimento.
—¿Entonces por qué no las detenemos ahora? —dijo Korrina.
—Tú no harás nada por el momento. La ASM se está encargando del asunto. Lo más probable es que los monstruos se estén ocultando en el bosque, pero son demasiado escurridizos, por lo que Magnolia ha designado la tarea de vigilancia a las hadas del bosque.
—¿Hay hadas en el bosque de Villa Cristal? —preguntó Trevor.
—Oye, esto es serio —espetó Korrina.
Trevor bajó la mirada, notablemente avergonzado.
—Vayan a casa —dijo Shelby y se dirigió a Korrina —. Iré por ti cuando te necesite. Hasta entonces continúa practicando los hechizos que te enseñé la última vez .
Korrina no tuvo más opción que cruzar la puerta mágica y auparse en un profundo aburrimiento. Trevor abandonó la casa más tarde, y Korrina quedó sola nuevamente con Bruno, a esperas de enfrentar a los monstruos. Por un momento se detuvo a analizar ese repentino soplo de valentía que la impulsaba a confrontar esas criaturas. Extrañamente, ya no sentía miedo como la primera vez. Estaba ansiosa por conocer a esos duendes y derrotarlos.
Mientras permanecía sumida en sus pensamientos, notó otro detalle. Los primeros dos monstruo buscaban de alguna manera obtener su libreta. Shelby y Magnolia habían dicho que los monstruos iba a llegar atraídos por la energía negra que emanaba la libreta original, lo que significaba que los duendecillos llegarían eventualmente por la libreta. Sería entonces que el campo de magia entraría en acción para protegerla a ella y la casa. Korrina se armó de valor y comenzó a practicar hechizos a diestra y siniestra. Bruno, al verla lanzar chorros de luz y fuego de sus manos, corrió a refugiarse en su casita de madera. Así, bajo un cielo que poco a poco se iba cubriendo de nubes, presagiando una furiosa tormenta, Korrina pasó gran parte del día preparándose para la inminente llegada de los monstruos.
Poco antes del atardecer, Korrina vio emerger el auto negro de su madre, que regresaba del trabajo. Era de esas pocas veces que la mujer salía temprano del hospital. Por lo general, siempre llegaba pasadas las 10 de la noche, para entonces Korrina ya se encontraba envuelta en sábanas, tratando de conciliar el sueño. La chica en ocasiones se preguntaba cómo es que aquella lúgubre casa no le ponía los pelos de punta durante las noches, que era cuando más siniestra se veía. Quizás se debía a que había visto cosas peores en las últimas semanas, y a que tenía la certeza de ver otras más escalofriantes en el futuro.
Al llegar ambas se saludaron, lo estrictamente necesario como para no pensar que se odiaban. Era una especie de acuerdo tácito entre las dos, no hablar demasiado de banalidades y limitarse a un «Hola, querida, ¿cómo estás?» y «Hola, mamá, estoy bien. ¿Cómo te fue en el trabajo? », a lo que Sofía contestaría lo de siempre, ajetreado y toda la cuestión. Gajes del oficio.
A pesar de todo, Korrina amaba a su madre y no estaba dispuesta a perderla a ella también. En ocasiones, mientras reprimía un mar de lágrimas en la soledad de su habitación, anhelaba con toda sus fuerzas que todo volviera a ser como antes, que las risas volvieran a llenar aquel vacío oscuro de su alma. Pero la felicidad se apagó aquel día que su padre partió al más allá. La comunicación entre ella y su madre se había convertido en un acto casi imposible. Habían tantas cosas que deseaba contarle a su madre, expresarle sus dudas en busca de respuestas, pero su ausencia dejaba claro que Sofía también lidiaba con su propia batalla interna cada día. A veces Korrina sentía que la odiaba, que era cobarde y que prefería mil veces refugiarse bajo su uniforme blanco, en lugar de estar ahí, para su hija.
Días atrás, Shelby le había enseñado que la simbología mágica no solo servía para invocar o encerrar monstruos en una libreta, si no también para una infinidad de usos. Mágica Arcana, la llamaba ella. Para realizar un simple conjuro había que trazar un símbolo específico en el aire y luego lanzarlo hacia el objetivo. La chica tardó mucho tiempo en aprenderse uno solo de esos hechizos, pero era el más importantes en ese momento, dadas las circunstancias. El hechizo de protección, que usaría con su madre. Esperó a que la mujer bajara de su habitación y se pusiera manos a la obra a cocinar, una vez de espaldas comenzó a dibujar el símbolo en el aire, pero Sofía se dio la vuelta.
—Hija, me preguntaba si… ¿Qué estás haciendo?
—No, nada mamá —respondió Korrina, mientras borraba el símbolo, gesticulando con sus manos, como si estuviera espantando un insecto —. Es un ejercicio para manos.
La mujer regresó a su oficio, no muy convencida pero quitándole importancia. Korrina regresó a la carga, y esta vez dibujó el símbolo con más rapidez y precisión. Al lanzarlo, se fundió con la piel de su madre y por un momento pudo ver un fugaz destello alrededor de ella. Suspiró, aliviada.
Cenaron en silencio, como de costumbre, y a la hora de dormir, Korrina se enfundó en su pijama y se encerró en su habitación con Bruno, su inseparable compañero. Esperó pacientemente la llegada de las criaturas. A fuera la noche era fría y en el cielo no se lograba ver una sola estrella. Una hora más tarde Korrina, aún sin pegar un ojo, se incorporó de golpe, presentía que algo iba a pasar. Se dirigió a la ventana de su habitación, a oscuras, y descorrió las cortinas y la abrió. Una brisa helada, que olía a tierra mojada y mar, le arañó el rostro. Con un movimiento de mano hizo que las luces de su habitación se encendieran. Bruno también estaba despierto y Korrina supo que él también presentía algo.
—Tranquilo, amigo. Yo me encargo —murmuró.
La noche parecía tranquila, muy silenciosa, y de algún modo daba miedo tanta quietud. De pronto ese silencio sepulcral se rompió cuando un trueno bramó desde el cielo e hizo temblar el suelo. Korrina se sobresaltó y por poco cae de espalda. Rápidamente retrocedió unos pasos, justo cuando un relámpago extinguía las tinieblas, momento en el que pudo notar una misteriosa silueta suspendida en el aire. A continuación un rayo desgarró el cielo, como un trozo de tela negra y Korrina nuevamente se percató de la criatura. Parecía ser una especie de mantarraya, con su larga cola como látigo, cuya punta en forma de rayo chisporroteaba. Los truenos, los relámpagos y los rayos fueron más insistentes, la brisa se transformó en un violento vendaval que mecía los árboles. Las luces se apagaron de improviso, debido a las fuertes descargar que acuchillan la cúpula mágica que protegía la casa. La criatura era gigante, y parecía estar afanada en derribar el campo mágico. Korrina no daba crédito a lo que veía. Parecía estar en transe. De algún modo, aquel espectáculo de luces le parecía hipnótico. Mientras tanto, la criatura colocaba su cola hacia el cielo, funcionando como una especie de para rayos, y desviaba los chorros de electricidad hacia el campo de fuerza, que chocaban provocando ondas expansivas, al mismo tiempo que los truenos martilleaban los oídos de Korrina y hacían vibrar las paredes y el piso.
El viento entraba a raudales por la habitación, tirando libros y ropa por todos lados. Korrina no prestaba atención a eso, en cambio prendió fuego a su mano derecha y la alzó en el aire para alumbrar el diminuto espacio entre ella y el alféizar de la ventana, aunque de igual forma los constantes relámpagos transformaban la noche en día durante un fugaz momento.
—¿Korrina? ¿Qué haces?
Korrina salió de su ensimismamiento y un fogonazo de luz iluminó la silueta de su madre plantada en el umbral con una linterna en la mano. La mujer estaba despeinada y vestía un camisón blanco. Probablemente no vio la llamarada en el puño de la chica, Korrina así lo creía, porque no lo mencionó. En cambio la regañó por haberla encontrado frente a la ventana en medio de una feroz tormenta.
—Dios mío. Te pudo haber caído un rayo —gritó la mujer en medio de aquella orquesta de truenos —. Cierra ahora mismo esa ventana y acuéstate.
Sofía tampoco pudo ver la cúpula de luz y la mantarraya a fuera. Korrina cerró de prisa la ventana y corrió las cortinas. A lo mejor Shelby tenía razón, lo adultos rara vez se fijan en esas cosas, pensó Korrina, mientras se cubría hasta la barbilla con sus cobijas bajo la atenta mirada de su madre. Una vez que la mujer abandonó la habitación, Korrina cruzó a grandes zancadas hasta la ventana y entonces el símbolo en su palma comenzó a brillar y a escocerle la piel. Era la silueta del monstruo. Solamente faltaba el hechizo, pero Shelby no estaba ahí. De improviso la tempestad se detuvo lentamente, la criatura se batía en retirada…
…Mientras tanto en lo profundo del bosque de Villa Cristal, las hadas vigilaban, en espera de los duendecillos. Instantes más tarde los vieron emerger de una pequeña cueva bordeada de arbustos. Las hadas, con figuras esbeltas y vestidos marrones para camuflarse entre los árboles, tocaron un símbolo en el dorso de sus manos, que brilló y dio aviso a los de la ASM. Segundos después media docenas de puertas doradas se dibujaron en la negrura de la noche, mientras una media luna los contemplaba desde el cielo, como una sonrisa siniestra de alguien que sabe que algo malo va a pasar. De entre los recién llegados estaban los del escuadrón Tierra y Agua. Shelby también había llegado, enfundada en un grueso abrigo blanco. La noche era fría y lo fue más cuando el viento comenzó a aullar a lo lejos. Les llegó el olor a tierra mojada de inmediato. El otro monstruo se dirigía hacia ellos.
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