Capítulo 6
El muchacho no se movió ni un ápice cuando Korrina lo invitó a entrar a las profundidades oscuras de aquel ropero gigante. Vio cómo su rostro adquiría un rojo intenso y como sus pies parecían ser de plomo, pensando sabrá Dios qué cosas.
-Oye, no es lo que estás pensando -se apresuró a decir Korrina -. Entra aquí ahora mismo, o tendré que arrastrarte.
Trevor se aproximó lentamente hacia el armario y entró. El interior era todo un mundo de sombras que reptaban silenciosamente. Korrina cerró la puerta con un golpe seco. A continuación una llamarada cobró vida en su mano derecha, extinguiendo las tinieblas sin piedad.
-¡Oye!, ¿qué fue eso? -dijo Trevor, súbitamente aterrado.
-Una bola de fuego -contestó Korrina -. Soy una bruja.
Trevor guardó silencio. Korrina intuía que se estaba desmoronando del miedo, probablemente muy arrepentido de haberla seguido. Ella, sin embargo, estaba dispuesta a llevarlo con Shelby para que le borrara la memoria y no causara más problemas. Aunque, ya puestos ahí, amenazarlo hubiera funcionado a la perfección. De todos modos ya era muy tarde.
La oscuridad dio paso al fantástico escenario del consejo de magia y, al igual que le pasó a Korrina la primera vez que estuvo ahí, Trevor profirió un alarido de horror cuándo creyó caerse en el vacío del espacio. Cuando logró calmarse, siguió a Korrina a través de unos escalones de luz que iban apareciendo conforme avanzaban. De pronto una puerta se materializó frente a ellos y se abrió de par en par. En el interior de aquella habitación se encontraba el doctor Rendell, sentado sobre una banco de madera, examinando lo que parecían ser planos o algo parecido.
Korrina y Trevor entraron rápidamente y el doctor Rendell apenas levantó la vista hacia ellos. La habitación, como todas las del consejo, era circular e iluminada por un candelabro hecho de orbes de luz. Estaba repleta de cachivaches metálicos y planos esparcidos a lo largo de varias mesas. Korrina notó la silueta de un enorme objeto cilíndrico oculto bajo una manta blanca, algo le decía que esa era la famosa maquina que había mandado a los monstruos a otras realidades.
-¿Doctor Rendell? -musitó Korrina.
-Ah, eres tú -dijo, mientras entornaba los ojos para ver mejor el plano que sostenía con ambas manos -. ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a hacerme compañía?
-De hecho vine a buscar a Shelby.
-¿Y para qué la necesitas? -Rendell desvío su atención hacia Trevor y entonces los planos ya no le parecían tan interesantes -. ¿Quién es este chico y por qué lo trajiste aquí? Parece que no dejas de meterte en problemas, chiquilla.
Korrina parecía cohibida, y por primera vez no le pareció una buena idea haber llevado a Trevor hasta ahí. Suficientes problemas tenía con aquellos monstruos que acechaban al otro lado de su mundo.
-Se llama Trevor y lo traje para que le borren la memoria.
-¿Qué? No me dijiste que me traías para eso -exclamó Trevor alarmado.
-Si te lo hubiera dicho no hubieses venido conmigo, ¿o sí?
-¡Por supuesto que no!
-Cállense los dos, por favor. Estoy tratando de concentrarme -dijo Rendell.
-Lo siento, doctor -dijo Korrina -. Al parecer el hechizo borra memoria no funciono en él y...
-¿Te pareció una magnífica idea traerlo precisamente al lugar más secreto del mundo?
-¿Qué está construyendo, señor? -preguntó Trevor, examinando un conjunto de piezas metálicas que yacían desordenadas sobre una mesa de metal, y que le habían robado toda la atención, olvidando momentáneamente que planeaban borrarle los recuerdos de hace un par de semanas.
-Por fin alguien que pregunta -proclamó Rendell y se dirigió hacia donde estaba Trevor -. Me pidieron que construyera un radar de energía oscura. En teoría, este objeto nos avisaría cuando una criatura esté entrando en nuestra realidad.
-Es sublime, señor -dijo Trevor, notándose un poderoso brilló en sus ojos, camuflados por esos feos anteojos.
-Se supone que no debería saber nada, y usted lo está poniendo al día con sus artefactos mágicos -protestó Korrina.
-A mi no me mires. Fuiste tú quien lo trajo hasta aquí, así que, si han de castigar a alguien es a ti. Ya suficiente tengo con estar encerrado todo el día aquí -contestó Rendell y se sumergió nuevamente en sus planos.
-Lo siento, no quiero causar más problemas. Solo quiero irme a casa. Les prometo que no le diré nada a nadie -suplicó Trevor.
-Si hubieses dicho eso antes no estaríamos aquí -dijo Korrina.
-¿Quién es este jovencito tan apuesto? -se oyó una voz sensual desde atrás de Korrina. La chica se dio la vuelta y vio a Shelby que se dirigía hacia ellos con su andar sexi.
Korrina le explicó a Shelby lo ocurrido y a ésta se le esfumó la sonrisa que adornaba su moreno rostro cuando entró a la habitación.
-Querida Korrina, no debiste traerlo hasta aquí. Si Magnolia se entera no sé que será capaz de hacer.
-Bórrale la memoria y ya -dijo Korrina.
Shelby comenzó a pasearse por la habitación, con una mano en las caderas y la otra en el mentón.
-Intuyo que no será tan sencillo, pero lo intentaré.
Trevor, oculto tras unos trastos metálicos, dio un brinco y se aproximó hacia Shelby, arrastrando la pies cuando ella lo llamó.
-Esto no te dolerá, guapo. Solo mírame a los ojos, ¿sí?
Trevor asintió lentamente. Shelby hizo contacto visual con él y chasqueó los dedos.
-¿Y bien? -preguntó Shelby.
-No pasó nada. Sigo recordando todo -respondió Trevor. Aunque para salir de todo aquel embrollo solamente le hubiese bastado con mentir.
-Lo sabía -murmuró Shelby -. Doctor, Flick, ¿tiene aún el casco cerebral que le encargó Magnolia?
-Debe estar por ahí. Lo buscaré.
Solícito, el doctor Rendell buscó entre sus artefactos mágicos y metálicos hasta extraer una especie de sombrero de bruja, negro y desgarrado. Korrina casi pudo verle salir ojos y boca a aquel viejo sombrero, como si de la creación de J.K Rowling se tratara.
-¿Qué van a hacer con eso? -preguntó alarmado Trevor.
-Descuida, no te haremos daño -dijo Shelby.
El doctor Rendell le ordenó a Trevor que se sentara en uno de sus bancos de madera. El muchacho obedeció sin rechistar. El hombre le colocó el sombrero y de inmediato los objetos de la habitación se elevaron en el aire, cual si fueran plumas suspendidas por el viento. Korrina tuvo que apartarse para que una palanca de metal no le diera en la cara. Los dos adultos intercambiaron miradas de sorpresa.
-¿Qué eres, niño? -inquirió el doctor Rendell, mientras le quitaba el sombrero y lo colocaba nuevamente en su sitio.
Trevor, nervioso y temblando, contestó:
-No estoy seguro cuándo pasó exactamente. Desde que tengo memoria he notado que puedo mover objetos con mi mente. Puedo leerle el pensamiento a cualquier persona, aunque me cause jaqueca. También soy capaz de hipnotizar a cualquier ser vivo. Incluso manipular su mente sin que se de cuenta... Pero les aseguro que hace mucho tiempo no lo hago, se los juro. Aprendí a controlarlo con la edad y...
-Sí, ya. Basta, basta, ya entendimos -gruñó Rendell -. Eres un bendito dios de la telepatía y la manipulación de la mente.
-Tienen que irse de aquí, ahora -dijo Shelby -. Magnolia no puede saber de la existencia de este niño.
Korrina asintió lentamente y la puerta dorada hizo acto de aparición. Al sumergirse en la oscuridad, Trevor fue tras ella hasta salir nuevamente en la habitación de la bisabuela de Korrina, donde la libreta y su aura oscura los esperaba desde el rincón de una esquina empolvada.
-¿Y ahora qué? -dijo Trevor, mientras su figura se recortaba contra la ventana.
-Nada. Solo vete a tu casa y olvídate de todo esto. Y lo más importante: no le dirás a nadie lo que has... ¡Cuidado!
Korrina derribó a Trevor de una tacleada, al mismo tiempo que una avispa gigante clavaba su aguijón en la pared, como una flecha amarillo y negro. De no ser por ella, el extraño insecto habría empalado al muchacho. Tras ella se aproximaba una tropa de avispas, zumbando y con sus aguijones listos para atacar. Korrina se puso de pie de un brinco y tiró de la mano de Trevor para sacarlo de ahí, mientras la primer avispa luchaba furiosamente por sacar su aguijón de la pared, agitando sus alas transparentes. Segundos más tarde, cerraron la puerta tras ellos y echaron a correr como alma perseguida por el demonio a través de aquel pasillo vigilado por retratos siniestros. La puerta de la habitación de la bisabuela de Korrina fue perforada por una decena de aguijones, una y otra vez hasta conseguir destrozarla. Zumbando surcaron el aire, oliendo a su presa, que huía escaleras abajo.
-¿Qué son esas cosas? -gimió Trevor, mientras corría detrás de Korrina hacia la salida.
-¡Más monstruos! -gritó Korrina, y al salir al patio, Bruno comenzó a ladrarles frenéticamente. Korrina se detuvo en seco, mientras las avispas hacían añicos las ventanas y la puerta principal.
-¿Por qué te quedas parada? -preguntó Trevor.
-No puedo dejar a Bruno -gruñó Korrina. Las avispas cruzaron el patio y se dirigieron hacia ella, pasando de largo a Bruno.
Trevor se lanzó al suelo y se cubrió la cabeza, listo para ser perforado como una brocheta. Korrina prendió fuego a sus puños e interceptó a dos de las avispas con sus bolas de fuego, reduciéndolas a meras motas de ceniza y humo. Las otras se desplazaron y rodearon a los dos muchachos. Korrina elevó su escudo de luz azul, resguardándose, mientras los insectos gigantes lo acribillaban con sus poderosos aguijones. Desde ahí fue fácil derribar a tres avispas más.
-Dijiste que podías mover objetos con tu mente. Este sería un buen momento para hacer gala de tus habilidades -dijo Korrina, lanzando otra de sus bolas de fuego que le prendió en llamas las alas a otro insecto.
Trevor, hecho un ovillo sobre el suelo de hojarasca, se puso de pie y se quitó los anteojos. A continuación sus ojos emitieron un extraño brillo azulado. Las rejas puntiagudas del portón oxidado fueron arracadas de cuajo y el chico las utilizó para atravesar el resto de avispas que sobrevolaban la cúpula. Una a una las avispas cayeron al suelo, perforadas por aquellos afilados trozos de metal negro y enmohecido. Totalmente inertes, se desvanecieron en un cúmulo de polvo negro que el viento esparció.
Ante eso, otra decena, o tal vez más, de avispas acudieron a cobrar venganza por sus compañeras caídas, inundando el aire con zumbidos ensordecedores. Korrina procedió rápidamente a utilizar su llave para cruzar la puerta de oro y desaparecer junto con Trevor. Al otro lado se encontraba la gran sala circular de Shelby. La mujer se hallaba buscando algo entre sus frascos de pócimas y hierbas, mientras que su pesado libro de símbolos mágicos reposaba sobre la pequeña mesa de té.
-Vaya, no pensé que los vería tan pronto -murmuró.
-¿Shelby, qué son esas cosas? -preguntó Korrina.
Shelby tomó dos frascos, cuyo contenido amarillo burbujeaba como si fuera cerveza, y se los ofreció a ambos.
-Beban esto. - Korrina y Trevor intercambiaron miradas, por lo que Shelby se apresuró a decir -: Es un antídoto contra el veneno de esas avispas. Evitará que sean paralizados si los atacan.
-¿Paralizarlos?, ¿Viste el tamaño del aguijón de esas cosas? -dijo Korrina.
-Por desgracia no, pero conozco su especie. Obedecen a una reina, así que hay que ir por ella y devolverla a la libreta. Y no solamente atacan con su aguijón. Pueden lanzar rayos muy dolorosos y que pueden paralizarte, y luego matarte.
Korrina y Trevor se tomaron de un sorbo aquella pócima que sabía a malta y chocolate.
-¿Y dónde está la reina? -preguntó Korrina.
-Ya la han ubicado, en la biblioteca del pueblo -contestó Shelby.
-¿Entonces iremos ahí? -inquirió Trevor.
-Tú no -dijo Shelby -. Es demasiado peligroso.
-Pero quiero ayudar. Ya viste lo que puedo hacer -protestó Trevor.
-Eso no es suficiente. -Shelby invocó la puerta mágica, tras ella se oía el zumbido de cientos de avispas que habían convertido el pueblo en una colmena. -. Lo siento, tienes que quedarte aquí.
Pero antes de que Shelby pudiera cruzar la puerta junto a Korrina, Trevor la cruzó a toda prisa, captando la atención de las avispas que por ahí volaban. Ante eso, se lanzaron en picado hacia aquel delgado chico. Trevor fue ágil y logró crear una barrera de autos justo a tiempo. El muro de metal fue agujereado sin piedad, y mientras los insectos luchaban por sacar sus aguijones de la carrocería, fueron incinerados por unas bolas de fuego.
-¡Eso fue muy estúpido! -gritó Shelby en medio del fragor de la batalla.
Sobre ella el ejército de avispas se les echaron encima. Shelby, que apenas se sostenía con su libro pesado, conjuró su magia, arrancando varios árboles que frenaron el descenso de aquella infernales criaturas. Korrina creo dos bolas de fuego y transformó en cenizas a un enjambre completo. Trevor hizo levitar un anillo de autos que les sirvió de escudo.
-Tenemos que avanzar -dijo Shelby.
Los tres avanzaron rápidamente, mientras más avispas eran desintegradas en una nube de humo negro y llamaradas. La biblioteca, con su elegante fachada, se erguía frente a ellos, con sus paredes de un blanco inmaculado. De su interior emergían cada vez más avispas. Korrina mientras tanto se sintió casi inútil, pues le resultaba muy curioso que en situaciones como esas no pudiera usar más que su elemento. Siempre olvidaba las lecciones que Shelby le enseñaba. Aunque en ese momento, el fuego parecía ser lo más indicado para combatir. Casi habían llegado a la escalinata de mármol que conducía a las puertas dobles de cristal del edificio, cuando Trevor se desplomó el suelo, exhausto y con ambas manos en la sien. El anillo de autos que levitaba alrededor de ellos cayó con estrépito al duro asfalto, haciéndose añicos los cristales de las ventanas.
-¡Vamos levántate! -gritó Korrina.
Trevor no logró articular una sola palabra entendible. Balbuceaba y su rostro se contraía debido al dolor que acuchillaba su cabeza. Shelby consigo levantar una cúpula mágica sobre ellos, mientras las enfurecidas avispas atacaban una y otra vez con sus letales aguijones como sables. No eran seres muy inteligentes, por lo que era sencillo derribarlas y reducirlas a cenizas de un solo golpe. Pero, cuántas más caían, muchas más se sumaban a la batalla, cuál si fueran el dragón de hydra con sus cabezas infinitas. El enjambre caía sobre ellos como una nube negra tormentosa, opacando el sol y llenando el silencio con aquel zumbido ensordecedor.
-Ya has hecho demasiado, querido -dijo Shelby y con su llave hizo aparecer la puerta mágica -. Nosotras nos encargaremos.
Arrastró al delgado muchacho al interior y segundos después la puerta desapareció. Las dos avanzaron junto con su cúpula, mientras los insectos gigantes arremetían a bocajarro. Al llegar a las puertas dobles, éstas no abrían, por lo que bastó con un fogonazo de luz que salió de las manos de Shelby, para que las puertas salieran disparadas de sus goznes hacia el interior de la biblioteca, aunque tal aspecto ya no lo tenía. Con lo poco que el enjambre de avispas permitía ver, se notaba enormes columnas de cera que ascendían desde el piso hasta la cúpula de cristal, ubicadas de tal forma que formaban un laberinto. Las avispas habían transformado aquello en una colmena gigante y la reina estaba ahí, oculta, esperando a sus invitados.
-Habrá que utilizar todo el arsenal que poseemos -vociferó Shelby, para hacerse oír en medio de aquel incesante zumbido.
-¿A qué te refieres? -quiso saber Korrina, pero Shelby no respondió y se limitó a entregarle su pesado libro para que lo guardara dentro de su bolsa mágica.
Korrina observó como Shelby hacía una pose extraña, con los ojos cerrados y respirando profundamente. Posteriormente notó que un aura rojiza la arropaba por completo, para luego arremolinarse en el aire y adquirir la forma de un fénix en llamas. Para entonces la cúpula mágica que las protegía comenzaba a resquebrajarse, así que Korrina transformó sus puños en dos bolas de fuego y las envío directamente al enjambre, logrando quemar a un número considerable.
-Muéstranos el camino hacia la reina -ordenó Shelby al fénix. Éste aleteó con fuerza y se elevó más alto, desprendiendo una lluvia de brasas y chispas de sus alas.
-¿Qué es eso? -dijo Korrina.
-Es un aliado. Es decir, la manifestación corpórea de tu espíritu animal y de tu elemento.
El fénix desató una onda de fuego que aniquiló a todas las avispas que estaban ahí, pero era cuestión de tiempo para que las demás llegaran al ataque. Shelby echó a correr tras el fénix, que dejaba un rastro de ascuas y una estela de fuego que salía de su larga cola. Korrina sin pensarlo fue tras ella, mientras al fondo se oía que los refuerzos de la reina estaban cerca. Sortearon las enormes columnas a toda carrera, bajo aquél manto mágico azulado. De vez en cuando un grupo de avispas llegaban y lanzaban rayos de sus aguijones, pero rápidamente eran envueltas en una llamarada mortal creada por el fénix, que lucía majestuoso con sus alas doradas, su cresta de fuego y su fino pico de oro. Luego de haber dejado un rastro de insectos muertos, lograron llegar a los aposentos de la reina. Se trataba de una habitación ovalada, cuyo piso era negro y el techo era dorado. La luz caía desde unas bolas de luz amarilla en forma de lágrima. En medio de la estancia había una especie de asiento circular blanco, sobre el cual descansaba un ser mitad mujer y mitad avispa. Su rostro era delicado, con ojos grandes y un poco alargados. Su piel parecía que fuera de porcelana. Tenía brazos delgados y largos. De la cintura para abajo tenía forma de avispa, y Korrina reconoció de inmediato el símbolo, el cuál era una especie de silueta de abeja. En el lugar no había rastro de ninguna otra avispa. La reina mostraba un temple imperturbable. Ni Shelby ni Korrina sabían qué hacer. El fénix sobrevolaba el aire, esperando indicaciones de su dueña.
-Saca la libreta -indicó Shelby a Korrina.
La chica sustrajo la libreta de la bolsa y de inmediato sintió aquel ardor lacerante en la palma de su mano derecha. Al verla notó que el símbolo de la reina se estaba dibujando con trazos de luz roja, dejando surcos de sangre.
-Dame el libro también.
Korrina metió la mano nuevamente en su bolsa, pero el libro era tan pesado que tuvo que utilizar ambas. La libreta levitaba en el aire, abierta, esperando que el monstruo entrara en sus páginas. Shelby tomó el libro y tras preguntarle a Korrina cuál era el símbolo, ésta comenzó a pasar las páginas a toda velocidad, como si se supiera de memoria donde estaban cada uno.
-Encontré el conjuro -dijo Shelby.
-¿Dónde está la reina? -preguntó Korrina.
Se habían distraído demasiado, ahora la reina volaba hacia ellas, con su aguijón chisporroteando de energía. Efectuó un disparo y el escudo se hizo pedazos. El fénix se lanzó hacia ella como una flecha de fuego. Shelby lanzó unas cadenas de luz hacia la reina, pero las esquivó, lanzando otro rayo y extinguiendo al ave de fuego. Shelby cayó de rodillas, repentinamente agotada. La reina lanzó otro rayo y Korrina logró pararlo con su escudo. Un rayo más y Shelby logró apartar a Korrina, recibiendo de lleno el ataque. La chica la vio salir disparada por los aire hasta caer despatarrada sobre el piso.
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