Capitulo 2

Instantes más tarde, Korrina se percató de un objeto pequeño en el pecho de Shelby, que lanzaba destellos de color plateado. Se trataba de una diminuta llave que la mujer utilizó para abrir una puerta que se materializó un par de segundos antes.

—Sígueme — indicó Shelby a Korrina.

La chica obedeció sin miramientos. A esas alturas ya no le importaba nada, solamente quería regresar con su madre, tal vez a escucharla llorar. La puerta se abrió y ambas se encaminaron hacia una negrura que parecía infinita. Al cabo de unos segundos, hubo un breve fogonazo de luz que dio lugar a una cabina de radio. Korrina tuvo que parpadear un par de veces para que sus ojos se acostumbraran a la tenue luz de aquella cabina. Entonces cayó en cuenta que esa era la misma locutora que su madre iba escuchando en la radio. ¡Quién lo diría!

Korrina observó que Shelby hizo un movimiento de mano casi imperceptible y en un abrir y cerrar de ojos la cabina de radio se fundió en una nueva habitación. Aquella era más grande y circular. Había un estante a rebosar de libros, unos de apariencia más vieja que otros. También había un par de sillones de cuero que parecían ser muy cómodos. Y finalmente en el lado opuesto donde se encontraba el estante de libros, se hallaba un pequeño armario de madera con muchos frascos que contenían hierbas secas y fluidos de aspecto dudoso.

—¿Te apetece una taza de té? —preguntó Shelby, mientras se colgaba nuevamente la llave al cuello.

Korrina estuvo a punto de rechazar la invitación, pero le pareció algo de mala educación, además que, realmente necesitaba una taza de té para, según ella, digerir con más rapidez aquella cuestión. Así pues, con un asentimiento de cabeza le indicó a Shelby que aceptaba. Inmediatamente la mujer se dirigió hacia el armario, meneando las caderas en el proceso.  Tomó uno de esos frascos, los que contenían hierbas, y tras hacer aparecer una tetera y una estufa, comenzó con la preparación.
Un par de minutos después, Shelby hizo aparecer una pequeña mesa y dos tazas, en las cuales vertió la infusión que despedía vapor y perfumaba la habitación. También hizo aparecer una azucarera. A Korrina le pareció increíble lo fácil que se le daba a Shelby hacer un simple movimiento de mano y hacer aparecer cualquier cosa, cuando hace algunos minutos había manifestado su inconformidad con volver a involucrarse con la magia.

Tal parece que la impresión también se reflejó en el rostro de la chica, porque Shelby la miró y dijo:

—Bueno, uno nunca se desprende del todo de la magia.

   «Parece que tú nunca lo hiciste», pensó Korrina, pero no dijo nada y solo se limitó a asentir, mientras Shelby agregaba azúcar a su té.

—¿Cuántas cucharadas de azúcar, linda?

—Dos, por favor —dijo Korrina

—Perfecto, toma asiento… Aquí tienes. —Le entregó la taza de té humeante a la chica y luego se desplomó en su sillón, el cual emitió un chirrido.

Shelby miró de soslayo a Korrina y luego le dio un sorbo a su té.

—Y cuéntame, ¿desde cuándo sabes que eres una bruja?

—¿Por qué asumes que soy una? —preguntó Korrina.

—¿Disculpa? Imagino que estás bromeando, ¿verdad? —Al ver que Korrina tenía el rostro inexpresivo, señal de que aquello no era una broma añadió —: Solo la sangre de una bruja puede hacer lo que tú hiciste. Un humano común y corriente ni en mil años podría hacerlo.

—Entonces acabo de enterarme. Gracias por el dato, Shelby —dijo Korrina, evidenciando su sarcasmo con la última frase.

Hubo un breve momento de silencio, dónde solamente el tintineo de las tazas contra los platos se escuchaba. Korrina aprovechó para apurar su té. Shelby dejó su taza de té en la mesita y se dirigió hacia el estante de libros, desde donde sustrajo uno grueso y de color marrón oscuro. Regresó al sillón y colocó el enorme libro en la mesa, que hizo temblar su taza de té.

—Este libro contiene todos los símbolos y sus respectivos conjuros, los cuales han sido recopilados a lo largo de la historia, desde su creación. —Shelby abrió el pesado libro y comenzó a pasar las páginas, que, en efecto mostraban símbolos nunca antes vistos por Korrina —. ¿Reconoces algunos de estos símbolos?

—No lo sé. Recuerdo vagamente haber visto algunos en la libreta, el resto son borrones en mi cabeza —dijo Korrina.

Shelby siguió mostrándole un par de símbolos más a Korrina, con los conjuros adjuntos, escritos en runas. Al cabo de un rato, la mujer se dio cuenta de que aquello no tenía caso. Finalmente decidió poner al día a la chica, contándole la historia de la simbología mágica.

—Hace no más de 200 años, los eruditos en magia avanzada descubrieron un nuevo tipo de magia, ¿sabes cuál es?

Korrina asintió y de un sorbo se terminó su taza de té. Shelby prosiguió:

—Para entonces se había vuelto una moda, y ahí tenías tú a un montón de genios utilizando ese tipo de magia tan peligrosa a cada rato. A lo sumo el más poderoso y sabio solamente llegaba a crear uno o dos monstruos con los que experimentar, y estos no duraban mucho, se desvanecían al cabo de unas horas. De todos modos, seguía siendo muy peligrosa. —Shelby dio su último sorbo de té y continúo —:  Era cuestión de tiempo para que este tipo de magia cayera en las manos equivocadas, y así fue. Lo hizo una bruja que nadie conocía. Su poder era abrumador. Consiguió crear un número desconocido de monstruos, un número alarmante, permíteme decirte. Con eso arrasó con ciudades enteras, conquistó reinos, siempre con su fiel ejército de inmundas criaturas.
« Para entonces El consejo de magia había prohibido la simbología mágica, y penaba con cárcel a todo aquel individuo que intentara practicarla. Afortunadamente, la bruja no era tan lista como todos creían, pues la atraparon con la guardia baja. Se había confiado; creyó que todos le tenían miedo y que no harían nada en su contra. Fue encarcelada y la libreta, por un buen tiempo, estuvo bajo custodia del consejo. Sin embargo, se produjo una revuelta y varios objetos desaparecieron, incluida la libreta. Nunca jamás se le volvió a ver, hasta ahora… ¿Tienes idea de cómo habrá llegado a donde la encontraste?»

—¿Cómo voy a saberlo? Recién acababa de mudarme con mi madre y mi perro…, y luego esos susurros que me llevaron a ella. Todo fue tan rápido y extraño.

Korrina entonces recordó nuevamente que su bisabuela jamás dejaba que ella o alguno de sus tíos se acercara a la habitación donde encontró la libreta. ¿Será posible que ella supiera de la existencia de dicho objeto? Probablemente esa anciana sabía más de lo que aparentaba, pero de ser así, su secreto fue enterrado junto a ella hace siete años.

De todos modos, le pareció mejor idea no profundizar en ello. Solamente quería volver con su madre y olvidar momentáneamente todo ese asunto. Sabía de sobra que lo que tenía que ocurrir, iba a ocurrir, sin importar a cuántos santos le rezaras.

—Solamente quiero irme a casa, por favor —dijo Korrina.

Shelby comprendió que la chica ya no quería seguir hablando de magia, por lo que zanjó el tema, aunque solo fuese por ese momento. Si estaban en lo correcto, los monstruos estaban en camino, y le preocupaba que su salvadora, o mejor dicho, la salvadora de todo el mundo no supiera como hacerles frente. Fue entonces que le obsequió dos cosas a Korrina. La primera,  era una libreta muy similar a la que la muchacha había encontrado en la habitación de su bisabuela, salvo que ésta era color azul marino, y sus páginas estaban completamente en blanco. En palabras de Shelby, esa sería la prisión de los monstruos, al menos hasta que la otra vuelva a la normalidad. El segundo regalo de Shelby era una fea y desgastada bolsa de tela color naranja, con las correas de cuero y adornada con dos ojos y una boca de dientes afilados, como las calabazas de Halloween. En un principio, Korrina se negó a usarla, —no era de extrañar, recién entraba en la adolescencia con 13 años—, pero se trataba de una especie de bolsa mágica sin fondo, por lo tanto era de suma importancia que la llevara siempre. Shelby también le había puesto un hechizo para que ningún enemigo pudiera arrebatarla.

—Guarda la libreta dentro de la bolsa siempre, así estará segura — aconsejó Shelby a Korrina.

Korrina se colgó la bolsa y se sintió ridícula.

—¿Cómo le explicaré esto a mi mamá?

—No se dará cuenta. La gente común y corriente rara vez presta atención a objetos mágicos, especialmente si son adultos —dijo Shelby y le guiñó un ojo a Korrina —. Ve a casa por ahora. Mañana iré por ti para continuar con las clases.

Shelby se descolgó la llave, que refulgió entre sus dedos y la puerta se materializó de la nada. Korrina estuvo a punto de entrar, pero se dio la vuelta y formuló esa pregunta que había estado pululando dentro de ella:

—¿Y si no estoy lista para cuando los monstruos vengan?

—Yo me encargaré de eso, querida. Además, no estás sola. Tienes a un ejército de hechiceros y brujas que pelearán a tu lado —respondió Shelby, mientras colocaba una mano en el hombro de la chica. Sus ojos se encontraron y Korrina sintió una repentina oleada de esperanza.

—Gracias —susurró Korrina.

—Vete ya, por favor.

Korrina abrió la puerta y se sumergió nuevamente en la oscuridad, al mismo tiempo que la puerta se desvanecía en la habitación de Shelby…

… Se podría decir que la historia de Trevor VanDerpol era la más triste y trágica de este relato. Tenía todos los elementos que le conferían esa categoría.

Era un muchacho bajito, de pelo castaño y siempre usaba unas enormes gafas que lo hacían parecer un insecto muy feo. Vivía junto a su padre en una casa que alquilaban en el centro de Villa Cristal. De su madre casi no sabía nada. Su padre le había dicho que ella murió cuando era pequeño, pero Trevor sabía que él le mentía, y no era necesario hurgar en su mente para comprobarlo, el chico no hacía eso a menos que fuera estrictamente necesario. Leer la mente de las personas era un acto tan repudiable, equivalente a espiar muchachas en los baños, que Trevor lo evitaba lo más que podía. Además, eso le causaba un terrible dolor de cabeza.

El chico fue bendecido con un intelecto sin igual, que lo hizo merecedor de una beca para estudiar en una de las escuelas de élite más prestigiosas del país. Desafortunadamente, en Noviembre del año pasado, agentes del gobierno se presentaron en su casa, y al ver la situación en la que se encontraba, Trevor fue llevado a un internado para niños, mientras la situación económica de su padre mejoraba.

Resulta que su padre era un fotógrafo desempleado, que sobrevivía vendiendo fotos para el diario de Villa Cristal y, si tenía suerte, siendo contratado para eventos especiales. Y el hombre no era malo en su oficio, de hecho, sus fotografías bien valían un lugar en la portada de alguna revista famosa, o tal vez él bien podría ser el fotógrafo de una súper modelo internacional. Pero, la triste realidad era otra, y perdió la custodia de su hijo, aunque fuera de forma temporal. A partir de entonces, el hombre se pasaba las noches en vela, fumando cigarrillos de mala muerte y tomando ron barato, maldiciendo su existencia. Durante el día iba de un lugar a otro en busca de un trabajo fijo. Finalmente, logró conseguir un trabajo un poco más remunerado en la editorial donde vendía las fotos. Ahora era uno de los editores del periódico local y entonces su hijo le fue devuelto antes de las fiestas navideñas.

Para Trevor, el mundo se le vino encima al enterarse de que su plaza se le había cedido a otro alumno, debido a que su padre no envió sus documentos a tiempo.

—¡Solamente tenías que enviar un E-mail con mi información personal, papá! —gritó el muchacho, totalmente fuera de sí, con el rostro colorado y demacrado.

Usualmente le gritaba a su padre cada vez que podía, pero esa vez se había excedido. A veces creía que su padre se merecía todas las desgracias que le ocurrían, simplemente por considerarlo un hombre inútil.

Evidentemente el hombre había olvidado enviar la información requerida para que su hijo pudiera asistir a aquella suntuosa escuela llena de niños ricos y consentidos. Sumergido en sinuosas motas de humo de cigarrillo barato y copas de ron, la beca de Trevor había pasado a segundo plano.

Una hora antes, la noche en que los monstruos fueron liberados, Trevor observaba con resignación su miserable cena: un trozo de pan duro y un vaso de leche tibia. En el otro extremo de la mesa, su padre lo veía de reojo, ciertamente cohibido. Había un silencio demasiado incómodo, casi siempre era así.

—Lo lamento, hijo. Hoy tuve que comprarte el uniforme escolar, así que no me quedó suficiente dinero para una cena decente —dijo Victor. Aunque parecía más una disculpa —. La señora del alquiler me tenía al borde de la locura así que…

—Y me imagino que es uniforme de segunda mano —murmuró con amargura el chico.

—Sabes que no tenemos dinero para comprarlo nuevo.

—Me voy a la cama, no tengo hambre —declaró Trevor y desapareció tan rápido que su padre no tuvo tiempo de detenerlo.

Entró a su habitación y cerró la puerta con violencia. Enfurruñado, como siempre, se tumbó en su cama a leer uno de sus cómics favoritos de Spiderman. Un cómic viejo y con las esquinas dobladas. Se lo había regalado uno de sus compañeros de salón, a modo de pago por hacerle las tareas durante una semana. De hecho, los escasos cómics que tenía los había conseguido de esa manera.

Casi eran la 7:00 PM cuando Trevor sintió una dolorosa punzada en la sien. Cerró los ojos y su rostro se contrajo debido al dolor. Se quitó las gafas y se frotó los ojos, mientras los objetos en su habitación comenzaron a flotar en el aire. Le dolía la cabeza. Jamás había experimentado eso, a no ser que usara sus habilidades telepáticas, cosa que casi nunca hacía. Siguió frotándose la cabeza y consiguió que el dolor menguara, los objetos lentamente cayeron al suelo.

Trevor se puso de pie, después de colocarse nuevamente las gafas y se asomó por la ventana. No había nada nuevo, el vecindario seguía igual de aburrido, con su calle asfaltada y las farolas alumbrando los jardines de las casas. Sin embargo, él sentía una presencia extraña y el pecho oprimido por una especie de miedo interno y desconocido.

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