Capítulo 12
La dentellada de luz cegó momentáneamente a Trevor. A los pocos segundos pudo observar que Shelby había levantado un escudo de luz que los pretegía. Se acercó pesadamente hacia ahí, ignorado el aluvión eléctrico que se cernía sobre él. Notó que Korrina levantaba su mano y de ella brotaba una cuchilla de luz que impactó en la bestia encolerizada. Lentamente el monstruo se fue transformando en un has de luz que fue absorbido por la libreta de Korrina, que flotaba delante de ella.
Las nubes se fueron dispersando muy despacio, dando lugar al cielo sembrado de astros luminosos. Korrina cayó de rodillas, mientras respiraba agitada. El doctor Rendell lanzó un grito triunfal y Shelby le ofreció a Korrina otra de sus famosas pócimas levanta muertos, como las llamaba Trevor.
-Lo logramos, señoritas. Finalmente buenas noticias -exclamó Rendell mientras se perdía en el interior del edificio. Al poco rato las torres se apagaron. Rendell regresó silbando y con una pequeña llave dorada entre los dedos.
-¿Y ahora cómo regresamos a nuestra realidad? -preguntó Trevor.
-Paciencia, muchacho. ¿Ves esto?
La llave refulgía bajo la luz de una linterna que sostenía el hombre.
-No me diga que esa llave puede abrir portales hacia otros universos -dijo Shelby.
-Pues sí -dijo Rendell y una puerta plateada se materializó al instante -. Toda tuya, Shelby. Yo me retiro porque mi familia me espera. Fue un placer haberlos conocido.
-Te agradecemos mucho, Flick. El placer fue mío -dijo Shelby y traspasó el umbral.
-Hasta luego, Doc. Y muchas gracias -dijo Trevor.
-Gracias, doctor -concluyó Korrina antes de seguir a Trevor a través de la puerta.
-Y ni una palabra a la ASM de su universo -fue lo último que dijo Rendell antes de que la puerta desapareciera.
En villa Cristal era de día. El pueblo estaba impecable, como si nada hubiera pasado. ¿Cuánto tiempo habrá transcurrido?
-No sabía que ese doctor Rendell tenía familia -dijo Korrina, que iba a la saga de Shelby.
-El nuestro también tiene, o tenía -murmuró Trevor...
...Era el año de 1981. Un joven Rendell Flick yacía sentado bajo la sombra de un grueso árbol, con un libro de ciencia ficción abierto y sobre su regazo. Tenía once años y aún usaba pantalones cortos. Los mechones de cabello dorado bailaban con la brisa, mientras ensimismado, contemplaba el lago que se extendía ante él. La quietud de aquel cuerpo de agua invitaba a la relajación, a una siesta bajo el árbol quizás. Sin embargo, para aquel muchacho pálido, ese lago de superficie lisa solamente despertaba terror, un terror mudo y condescendiente.
Una de sus hermanas había fallecido ahogada ahí mismo hacía ya cuatro años. El chico desde entonces se culpaba por haber sido tan cobarde y no poder ir al rescate de su pequeña hermana que fue arrastrada sin piedad a las profundidades. El recuerdo lo perseguía noche tras noche, y tenía pesadillas recurrentes, dónde el cuerpo descompuesto de la niña se le aparecía y le estrujaba el cuello, mientras le reprochaba con voz gutaral: ¡Es tu culpa!
Despertaba empapado en sudor y orina, y su rostro cubierto de lágrimas. Su otra hermana menor tampoco la pasaba bien, siendo víctima del fantasma de su hermana gemela.
-¡No vayas a entrar al lago, Rendell! -gritó una mujer de cabello rubio y encrespado. Era delgada y estaba tejiendo algo, sentada sobre una silla mecedora.
Rendell salió de su transe y miró a su madre, sentada en el porche de la cabaña. El niño tomó el libro y se alejó de la sombra del árbol. Entró a la casa y al pasar por dónde su madre, apenas y le dirigió la mirada. Se dirigió a su habitación y al pasar junto a la de su hermana, notó que la puerta estaba abierta y que la pequeña estaba sentada frente a un enorme espejo, inmersa en una animada conversación, con su reflejo.
-¿Amy?, ¿con quién hablas? -susurró Rendell.
-Es Larissa, Rendell. Ella está dentro del espejo.
-Solo es tu reflejo, tontita -dijo él y se esforzó por mostrar una sonrisa. A continuación presenció con horror que la niña del espejo se levantaba y salía de la habitación. El reflejo de su hermana reapareció y el suyo también. Dejó caer el libro al piso y se aproximó a grandes zancadas hacia el espejo. Lo palpó cuidadosamente y dictaminó que era un objeto común y corriente. Aún con el corazón latiendo con furia, dio fe de que aquello había sido real y lejos de adjudicarlo a un evento paranormal, su vivaz imaginación le gritó que aquello significaba la existencia de otras dimensiones, cuyo acceso eran los espejos.
La idea jamás abandonó la mente de aquel niño que pronto se convirtió en un adolescente, cuyas ideas eran el objeto de burla de sus compañeros de la secundaria. Rendell no se rendía y la idea de poder viajar a otros universos era alimentada con relatos y supuestas noticias de personas que aparecían de la nada en algún lugar, alegando que venían de un país que no existía, para luego desaparecer sin más. Seis años más tarde habría conocido a quien sería su futura esposa, Rita. En su colegio se celebraba la feria anual de ciencias y Rendell había ganado el primer lugar con su bobina de Tesla hecha en casa. A su mesa se acercó una muchacha delgada, muy guapa, con aretes redondos, maquillada y con el cabello rubio sujeto con una pañoleta. Iba acompañada de un chico delgado con sombrero.
-¿Unas palabras para el diario escolar? -dijo la chica mientras sostenía una pequeña libreta y un bolígrafo. Su compañero no dejaba de tomar fotografías con su cámara Polaroid.
A Rendell le falló la voz al principio, pero pudo dar una entrevista medianamente decente. La chica en efecto era una estudiante más de su colegio. ¿Por qué no la había visto antes? Seguramente era una de las populares que se paseaban por los pasillos del lugar como estrellas del cine. Sin embargo ella era amable y hasta se hicieron amigos. Con el paso del tiempo su amistad evolucionó a algo más. Rita se interesaba cada vez más en Rendell y su gran intelecto.
Para 1992 ya se habían casado y en todo ese tiempo él jamás dejó de pensar en la idea de otros universos existiendo paralelo al nuestro. Fue tanto que a sus oídos llegó el rumor que en cierto pueblo alejado del resto de la civilización se daban sucesos extraños, dignos de un episodio de X Files. Villa Cristal se llamaba, sin dudarlo viajó junto a su esposa y alquilaron una casa mientras él investigaba el lugar. Un pueblo muy tranquilo dónde al parecer nada fuera de lo normal sucedía.
La noche que Rendell recibió la llamada de un antiguo colega suyo de la universidad, alegándo que en aquel pueblito tenían lugar eventos completamente fuera de lo normal, él se encontraba junto con Rita degustando una buena taza de té, mientras de fondo se oía la radio, transmitiendo un viejo programa religioso. Tomó el teléfono con parsomonía, mientras le lanzaba una mirada a su esposa sentada en un sofá, quién vestía una bata rosa, pues su embarazo estaba muy avanzado. Ella lo oyó hablar animadamente con su amigo. Notando de pronto como en sus ojos aparecía un brillo que ella sabía reconocer muy bien.
-¿Mundos paralelos? Por favor, mi vida, eso suena muy fantasioso -dijo ella tan pronto Rendell le contó lo sucedido.
Aquella fue como una bofetada en pleno rostro para Rendell. Ofendido, se retiró a su habitación. En otro momento quizá hubiese discutido con su esposa, pero en vista de su embarazo decidió dejar las cosas así. De todas formas su determinación estaba intacta y de ninguna manera iba a desperdiciar la oportunidad de escribir aquel artículo científico que finalmente probaría la existencia de otros mundos.
A pesar de todo, Rita finalmente accedió a la petición de su marido, a riesgo de abandonar su profesión de periodista para siempre, pues no estaba segura de cuánto tiempo le tomaría a Rendell obtener pruebas sólidas de aquellas supuestas realidades alternas. Viajaron a Villa Cristal, un lugar tranquilo para su hijo, había dicho Rendell. Un par de meses más tarde Erick nació, y Rendell seguía sin presenciar los eventos que lo habían traído hasta ahí. Un año más tarde, Rita había desistido de convencer a Rendell de abandonar el pueblo, ya que sus experimentos no lo llevaban a ningún lado. El hombre, por otro lado, vivía de los murmullos de la gente, quienes aseguraban que los objetos flotaban en el aire, que otras veces se desvanecían en un abrir y cerrar de ojos, otros incluso decían que habían traspasado, sin saberlo hacia otra dimensión, donde el pueblo tenía otro nombre.
La vida de Rendell se fracturó aquella mañana de Marzo. Había salido junto con Rita y el bebé a una especie de picnic en la cima de una loma, donde el viento soplaba suavemente y se podía apreciar casi por completo el pueblo. La mujer ya tenía preparada la mesa con un mantel rojo a cuadros. Eric balbuceaba en su cochecito mientras se chupaba el pulgar. Rendell estaba de espaldas a ellos, atizando las brasas de una parrilla dónde varios trozos de carne y salchichas se cocinaban. De pronto sintió una extraña sensación de vacío, el suelo comenzó vibrar y la brisa dejó de soplar. Se dio la vuelta de inmediato y una nube de miedo se abalanzó sobre él al notar un fugaz destello azul y el rostro de su amada en el interior. Habían desaparecido sin más. Solo había quedado la mesa puesta, pero ni rastro de la mujer y el bebé.
-¡Rita! ¡Erick! -comenzó a gritar Rendell, mientras su rostro se deformaba en una mueca de desesperación.
Por un tiempo se refugió en su casa, contemplando todos los días el suicidio, siendo salvado únicamente por aquella leve esperanza de encontrar a su esposa e hijo, esperanza a la que se había aferrado con todas sus fuerzas desde aquel trágico día. No estaba seguro de si ellos estaban con vida, él esperaba que así fuera. Pero la idea lo atormentaba cada noche. Los días se transformaron en semanas y estas en meses. De aquél hombre alegre solo habían quedado despojos. Nadie en el pueblo extrañaba la ausencia de la pareja. Suponían que se habían marchado quizás.
Finalmente un día, Rendell se encontró a una extraña criatura de baja estatura que confundió con un duende. No tan alejado, pues se trataba de un enano, pero no cualquiera, sino un enano del mundo mágico. Rendell le creyó a la primera. A esas alturas estaba seguro de que incluso una nave alienígena podría aterrizar ahí mismo. Aquel enano le confesó que lo había estado observando todo ese tiempo. Habían pasado dos años desde la extraña desaparición de su esposa y de su hijo. La criatura también le dijo que él sabía cómo ayudarlo. Fue así que, haciéndo uso del poco dinero que le había quedado, hizo un trato con aquel enano a cambio de todo lo necesario para construir un máquina para fracturar la realidad y abrir un portal que le devolviera a su familia. No fue fácil y tardo ocho años en completar su invento. Poco sabía Rendell que su invento traería consecuencias destructivas para el universo y talvez fuera eso o una fuerza mucho mayor lo que evitó que tuviera éxito la noche en que los monstruos fueron liberados por Korrina.
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