Capitulo 1

Primera parte

El centinela vigilaba las doce realidades, que parecían estar en perfecta calma. Sin embargo, algo estaba a punto de suceder, algo tan grande que podía alterar el perfecto equilibrio de las realidades.
El centinela era un ser muy poderoso, encargado de velar por el bienestar de todas las realidades, las cuales se proyectaban en líneas rectas dentro un círculo, algo así como un reloj. El punto de encuentro de las líneas era llamado la realidad cero o el Vacío, y era ahí donde el Centinela evitaba tener que llegar. El Vacío era un lugar hostil, donde el tiempo no existía y el espacio se distorsionaba de maneras muy surrealistas, una zona que eventualmente consumiría todo aquello que pudiese llegar hasta ahí. Y aunque el Centinela era un ser que desbordaba poder, solamente era un peón más en un tablero lleno de seres cósmicos, cuyos poderes se escapan de la compresión humana. Aun así, las acciones de este ser cósmico tenían repercusiones de dimensiones colosales en las realidades y era por eso que evitaba a toda costa tener que intervenir en los asuntos de los seres humanos. No obstante, aquello que estaba a punto de suceder requería acciones inmediatas, a fin de evitar un cataclismo que podría hacer sucumbir a los doce universos...

El sol se cernía sobre los prados a costados de la carretera, tiñendolos de un azul oscuro que poco a poco se iba tornando violeta, mientras destellos de luz titilaban en el firmamento de principios de primavera, un sedán gris, el último recuerdo alegre de una familia separada por la tragedia de la guerra se deslizaba por la ruta treinta y seis . Korrina Falcón, una muchacha morena, contaba los árboles de manera consecutiva de acuerdo a forma y especie. Una forma poco divertida pero muy efectiva para olvidar el motivo de la mudanza. Pronto un cartel de bienvenida un poco lúgubre mostraba el comienzo de su nueva vida en Villa cristal.


—Pronto estaremos en la entrada del pueblo —dijo su madre mirando por el retrovisor.

—Sí... Asombroso —dijo Korrina sin apartar la vista de la ventana jugando con su cabello.

—Creeme que a mí tampoco me gusta la idea.

Korrina dedicó una fugaz mirada a su madre y entonces evocó los recuerdos más bonitos que atesoraba con mucho ahínco. Momento reducidos a eso, gracias a una guerra civil que se llevó a su padre.

De eso ya había transcurrido más de un año. La madre de Korrina desde entonces había entrado en un vaivén de emociones y sentimientos amargos que casi la llevan a la locura. Incluso perdió su trabajo como enfermera en el hospital donde laboraba. A falta de algo que la alejara de todo aquel tormento que había pasado junto a su hija, decidió mudarse a la casa de su difunta abuela, dónde cada año pasaba las vacaciones. Ella era su única heredera debido a que su madre había pasado a mejor vida hace un par de años.

Korrina también había pasado un par de veranos en aquella casa cuando era más pequeña, y no recordaba que luciera tan tétrica, y la vez señorial, erguida sobre una pequeña colina, con sus torreones elegantes y los balcones de las ventanas ocupados por macetas con flores marchitas. Al menos así se veía de lejos, pero cuando el auto finalmente se detuvo, Korrina pudo observar que la casa lucía aun peor de cerca. Habían cortinas de hiedra seca que descendían desde los ventanales de la casa, cuyas paredes verdes ahora estaban ennegrecidas, incluso podría jurar haber visto un par de cuervos revoloteando en torno a una de las torres más grandes. Calle abajo, las farolas ya se habían encendido, a pesar de que aún quedaba un poco de luz.

Un pequeño aullido proveniente de la parte trasera del auto hizo que la muchacha apartara su atención de la casa. Se trataba de su perro Bruno, un Golden retriever que Eduardo le regaló meses antes de fallecer, por lo que aquél can representaba el único recuerdo vivo de su padre. Korrina sacó a Bruno de su jaula y juntos caminaron hacia un portón de metal negro que les daba la bienvenida, mientras su madre le bajaba el volumen a la radio y se disponía a bajar.

«Yo soy Shelby Leal, gente hermosa de Villa Cristal, y nos vemos mañana en otro emocionante programa.»

—Uff, vaya viaje. Menos mal ya estamos aquí. ¿Qué te parece la casa, hija? —dijo Sofía.

—No recordaba que fuera tan espantosa —contestó Korrina, arrugando el entrecejo.

—Esto es lo que hay —afirmó la mujer, notablemente ofendida —. Ayúdame con las maletas si eres tan amable, por favor.

De mala gana, Korrina fue hasta el maletero del auto y sacó la mitad del equipaje que llevaban. Avanzó lentamente hacia el portón, mientras las hojas secas de un viejo olmo crujían bajo sus zapatos, Bruno la seguía casi pisándole los talones. Había una farola que parpadeaba de forma tenebrosa. Los muros que rodeaban la casa eran altos, pero igualmente descuidados, con la pintura desgastada y con grietas llenas de hierba seca. Al abrir el portón, produjo un sonido de ultratumba que hasta espantó unos pájaros que se posaban en las ramas del olmo. Aquello resultaba tan deprimente y a la vez tenebroso que Korrina tuvo un profundo impulso de correr hacia el auto de su madre y huir de ahí lo más rápido posible, pero de solo imaginárselo se sintió ridícula. Últimamente se había planteado dejar de ser tan berrinchuda y ponerle fin a ese interminable pleito que se tenía con todo aquello que la rodeaba, desde personas hasta una simple casa. Pensar en hacer una rabieta equivalía a derrumbar todo aquello por lo que se esforzó desde que su padre fue asesinado.

Al llegar al patio, el panorama no parecía mejorar, de hecho había empeorado: el césped estaba seco, había una fuente agrietada llena de agua verde y flores secas. Los árboles a su alrededor tenían una apariencia de cuento de horror, con sus ramas secas que parecían las garras de un monstruo sanguinario. También había un viejo Volkswagen sedán montado sobre un pedestal cubierto de hiedra trepadora y espinosa. El auto con forma de escarabajo, en su tiempo debió haber sido muy bonito, sin embargo hoy, su aspecto era desolador. Las luces estaban dañadas, las ruedas sin aire, el cristal de las ventanas con grietas en forma de telaraña, y la pintura que en otrora fue un blanco brillante, ahora era un gris enfermizo. Aquello definitivamente no ayudaba a levantarle el ánimo a Korrina, por lo que se apresuró a entrar detrás de su madre a la casa.

Por suerte el interior era un poco más acogedor. El piso de madera estaba reluciente y las paredes con un tapiz lleno de formas sinuosas le daba un aspecto bastante victoriano. Sumado a ello, también habían muchos retratos de gente elegante que parecía que te escudriñaban el alma con su penetrante mirada, desprovista de cualquier expresión.

Korrina de pronto vio a su madre y notó que tenía una mirada apremiante, como debatiéndose entre dos cosas. Ella ya conocía bastante bien los gestos de su madre, por lo que no le quedó duda de que estaba a punto de llorar, y Korrina no estaba dispuesta a verla en tan penoso estado.

—Hija, debemos hablar...

—Iré a explorar la casa —dijo Korrina abruptamente, esperando no haber sido muy grosera con su madre —. Sígueme, Bruno.

El perro la siguió, trotando escaleras arriba mientras jadeaba. Una vez pasaron el último escalón, se encontraron con un enorme pasillo alfombrado, cuyas paredes empolvadas estaban cubiertas con más viejos retratos de los ancestros de Korrina. Se encontró con varias puertas, pero una de ellas llamó su atención, ya que era grande y pulida, y estaba al final del pasillo. De pronto, Korrina escuchó una especie de susurro que iba en aumento con cada paso que daba. Seducida por la curiosidad, apresuró el paso y comprobó que el susurro era cada vez más apremiante. No tenía idea de lo que decía, pero algo en su interior le hacía saber que debía buscar la fuente de ello. Avanzó hasta estar frente a la puerta pulida ya antes mencionada, para entonces eran varios susurros, y más fuertes.

Korrina recordaba vagamente que su bisabuela vigilaba con ahínco aquella puerta. No sabía qué había en el interior de aquella habitación pero, fuera lo que fuere, aquella anciana que parecía ser eterna nunca dejaba que nadie siquiera asomara un ojo por la cerradura. Ahora Korrina estaba ahí, a punto de entrar por primera vez en su vida. Levantó la mano y la colocó en el pomo frío de la puerta. Al girarlo, sintió una fugaz pero poderosa descarga de energía, aún así su mano siguió aferrada y luego de un chirrido la puerta se abrió, dejando a la vista una habitación grande y elegante. Había una gran cama con cuatro postes, un estante lleno de libros, una mesita con una lámpara y el ropero de madera más grande que Korrina había visto. Casi rozaba el techo y era de color negro.

Los susurros seguían ahí y la muchacha entró lentamente a la habitación. Bruno se había quedado en el umbral, con las orejas echadas para atrás y el rabo entre las patas, aparentemente aterrorizado.

—Vamos, Bruno, entra.

El perro hizo caso omiso y le pareció mejor idea hacerse un ovillo en el piso, esperando que su dueña abandonara aquella misteriosa habitación.

Korrina no le prestó atención al perro, en cambio, fijó su vista en una especie de trampilla que se encontraba cerca del estante de libros. Al acercarse los susurros eran cada vez más insistentes. De momento parecía encontrarse en una especie de transe, donde su voluntad la había abandonado y daba la impresión de estar actuando en piloto automático. Se colocó en cuclillas frente a la trampilla, la cual estaba asegurada con un oxidado candado, algo que no fue impedimento, pues en cuanto la chica lo tocó, éste se abrió.

Cuando Korrina abrió la trampilla los susurros cesaron de golpe. Dentro habían un montón de chunches inservibles, a excepción de una bonita libreta de color verde esmeralda. Ella inmediatamente la tomó entre sus manos e intentó abrirla, pero había una especie de sello que lo impedía. El sello contenía una serie de símbolos que Korrina nunca había visto en su vida. De repente, unas letras comenzaron a flotar en la portada de la libreta, alineándose lentamente hasta formar la frase: «La llave para explorar la libreta yace en tus venas.»

Evidentemente la chica sabía qué se refería pero, ¿por qué algo tan insignificante requería de su sangre para ser abierto?. ¿A caso era brujería? Si ese era el caso, lo más inteligente que Korrina debía hacer era dejar esa libreta donde la encontró y huir lo antes posible de ahí. Pero no, no lo hizo. Como dije, Korrina no era consciente a plenitud de lo que hacía, fue presa de un poderoso hechizo en cuanto escuchó el primer susurro. Fue así que buscó por toda la habitación algún objeto corto punzante, hasta que dio con una pequeña navaja que encontró en la parte de arriba del estante de libros.

Regresó con la libreta y se hizo un corte en la palma de la mano izquierda. Ni siquiera sintió dolor. Derramó su sangre sobre el sello y de súbito los símbolos comenzaron a brillar y la libreta se abrió. Sus páginas contenían dibujos de criaturas y símbolos, con hechizos escritos en runas mágicas. Korrina se dio cuenta de que entendía aquel lenguaje, aún sin saber qué era exactamente. Todas y cada una de las páginas contenían al menos un dibujo con un símbolo y un hechizo. Korrina comenzó a pasar las páginas velozmente, hasta situarse en la última, la cual estaba en blanco. Pronto empezaron a aparecer letras y formaron otra frase: «En tus manos tienes la oportunidad de traer de vuelta aquél ser querido que tanto añoras. Dibújalo aquí y luego da una ofrenda de sangre una vez más». A continuación se materializó un extraño lápiz negro. Korrina lo tomó y sin dudarlo comenzó a hacer trazos en la página, hasta que le dio la forma que quería. Era un hombre con uniforme y haciendo un saludo militar. Así recordaba a su padre. No sabía cómo aquello sería posible, pero dudarlo no podía, ya había presenciado demasiado como para hacerlo. Estaba convencida de que la magia realmente existía.

Cuando terminó el dibujo, supuso que lo siguiente que tenía que hacer era dejar caer un par de gotas más de sangre sobre el papel. Korrina de pronto comenzó a saborear aquel escenario donde el hechizo funcionaba y su padre aparecía en aquella habitación, tanto así que se le escaparon unas lágrimas solitarias. Dejó caer las gotas de sangre sobre la página y entonces los contornos del dibujo desprendieron un poderoso brillo. Luego, un poderoso viento hizo pedazos las ventanas de la habitación y se produjo un pequeño tornado. Korrina seguía en transe y a pesar de todo no podía soltar la libreta. Súbitamente un cegador destello azul también hizo acto de aparición y destrozó el tornado, así como también la conexión entre Korrina y la libreta.

El impacto del rayo fue tan poderoso que Korrina salió volando por los aires hasta estamparse contra la pared. En cuanto a la libreta, ésta quedó envuelta en un halo de energía oscura. La habitación entera estaba hecha un desastre...

Cinco minutos antes y muchos kilómetros más allá, en el claro del bosque de villa cristal había un hombre joven con una extraña máquina cilíndrica, equipada con una turbina en la parte trasera. El sujeto terminaba de darle los últimos retoques a su más preciada creación. Una máquina a la que le había dedicado más de diez años de su vida en completarla.

Rendell Flick era un científico y experto en robótica, que aseguraba la existencia de otros universos muy similares al nuestro. Durante su juventud fue el hazme reír de sus compañeros cada vez que decía que algún día lograría abrir un portal hacia otra dimensión. Y ahora ahí estaba. Luego de múltiples experimentos e incontables sacrificios, por fin había logrado construir la máquina que sería capaz de romper la delgada línea que separaba a nuestra realidad de las demás.

Dispuestos frente a la máquina había tres espejos, uno detrás del otro. Rendell estaba seguro que los espejos eran puertas cerradas hacia otros mundos, por lo que lo único que necesitaba era la llave, y él la tenía justo a su lado. Tras varios segundos de retoques suspiró profundamente y se colocó unas gafas para protegerse del destello de la máquina. Luego de eso fue hacia los controles del aparato y presionó el botón que desataría la magia. La turbina comenzó a girar lentamente al principio, pero luego tomó más fuerza y un chorro de luz azul salió disparado de la punta de la máquina. Rendell estaba eufórico, su corazón estaba a punto de salir de su pecho.

El rayo de luz dio de lleno en el primer espejo, el cual se hizo pedazos al instante; el segundo sufrió el mismo destino. Sin embargo, el tercero resistió y ocurrió algo que Rendell no tenía contemplado: el espejo desvío el rayo hacia el cielo nocturno y se perdió en la negrura de la noche...

Korrina no supo cuánto tiempo había pasado inconsciente, ni tampoco qué había ocurrido exactamente. Lo único que recordaba era haber entrado en aquella habitación y luego la libreta con sus misteriosos símbolos, lo demás era un conjunto de imágenes borrosas que se amontonaban en su mente y que hacían que le doliera la cabeza. O tal vez fue el golpe que recibió al chocar contra la pared. De cualquier forma, logró ponerse de pie justo en el momento en que el enorme armario negro abría sus puertas y arrojaba un rectángulo de luz blanca sobre la oscura habitación. Del interior del armario emergieron dos figuras ataviadas con túnicas negras. Se trataba de un hombre moreno, delgado y de rostro afable y una mujer de ojos rasgados y con cara de pocos amigos.

—Korrina Falcón debes venir con nosotros —anunció la mujer.

La muchacha permaneció de pie, sin mover un solo músculo. Estaba demasiado abatida como para pensar en otra cosa.

—Hay que darle un pequeño descanso. Debe estar muy confundida —dijo el hombre.

—¿Crees que tenemos tiempo? Se acaba de desatar un caos de proporciones cósmicas. Ahora mismo deberíamos estar preparados para la llegada de esas criaturas...

—¿Quiénes son ustedes y de qué diablos están hablando? —interrumpió Korrina, mientras trataba de procesarlo todo.

—Mi niña, lamento decirte esto pero... acabas de liberar un número desconocido de monstruos muy peligrosos que están a punto de llegar a nuestra realidad, atraídos por eso. —El hombre señaló la libreta envuelta en tinieblas.

-No estás autorizado para dar esa información. Eso es trabajo de la superior Magnolia -gruñó la mujer -. Ven con nosotros, niñita. La superior Magnolia te explicará todo paso a paso.

—No pienso ir a ningún lado con ustedes —dijo Korrina.

El hombre miró a la mujer asiática en busca de ayuda; ésta solamente se limitó a soltar un bufido de frustración.

—Escucha, niña, estás metida en un lío enorme. Haznos el favor de facilitar nuestro trabajo y acceder de forma voluntaria a acompañarnos. De lo contrario te obligaré a hacerlo por las malas, tú decides.

Korrina de pronto reunió el valor necesario para hacerle frente a aquella extraña mujer.

—¿Qué vas a hacer?
Al mismo tiempo echó un vistazo a la puerta abierta, su vía de escape. Bruno ya no estaba ahí, nadie podría culparlo.

Antes de que ambos pudieran reaccionar a tiempo, Korrina echó a correr hacia la puerta lo más rápido que sus piernas le permitieron, pero antes de que siquiera pudiera llegar, sintió que sus pies se separaban del suelo. Trató de seguir corriendo pero, lo único que hacía era patalear en el aire. Se dio la vuelta y notó un brillo azul en los ojos de la mujer. Sin darse cuenta se encontraba flotando a metro y medio del piso.

—Vámonos —sentenció la mujer.

El hombre le lanzó una mirada a Korrina, como diciendo «Lo siento».

A continuación los tres entraron al armario, cuyas puertas se cerraron tras ellos. Una acuosa oscuridad los engulló de golpe, pero ellos parecían saber dónde pisar, mientras Korrina iba flotando detrás, increíblemente serena.

—¿A dónde me llevan?

—A las oficinas de la ASM —contestó lacónicamente la mujer.

—O la Agencia Secreta de Magia. Una organización súper secreta, incluso para los seres mágicos, por ende...

—Estás dando demasiada información. ¿Que no puedes cerrar la boca?

—La chica ya está dentro, ¿qué más da? -dijo el hombre.

—Y supongo que no querrás decirle nuestros nombres -comentó con sarcasmo su compañera.

—Es cierto. Me llamo Tony y ella es Melina.

—¡Era sarcasmo! —gritó exasperada Melina —. Debo solicitar un nuevo compañero de inmediato.

Habían un par de cosas que Korrina estaba analizando en su mente, mientras Melina y Tony discutían. Primero, la magia existía. Acababa de abrir una libreta embrujada y al mismo tiempo liberó un montón de monstruos. Ahora mismo estaba siendo llevada a las oficinas de una agencia de magia, algo así como un jurado y juez para dictaminar su castigo por sembrar el caos. Y también dijeron ¿monstruos que iban a entrar a nuestra realidad? Habían más universos por lo visto. Todo eso resultaba muy confuso, y Korrina luchaba internamente por no caer en la locura.

Al cabo de unos minutos la negrura se fue desvaneciendo, dando paso a un panorama fascinante. Era como el espacio exterior, con millones de estrellas brillando a lo lejos, formando constelaciones. Muchos planetas girando en torno a un sol ardiente. También uno que otro cometa que pasaba zumbando muy cerca, dejando una estela de luz de colores.

Korrina dejó de flotar en el aire y cayó al suelo, profiriendo un grito que fue amplificado por el vacío del lugar, provocando un eco que se fue apagando lentamente. Pensó que caería a un vacío sin fin, sin embargo, ahí estaba despatarrada en el suelo, cubriéndose el rostro con ambas manos.

—Es solo una ilusión —dijo Tony entre risas —. De haber sido real no hubieses podido respirar en cuanto llegamos. Al parecer a estas personas le encantan las excentricidades.

—Caminen. No hay tiempo —apremió Melina.

De pronto comenzaron a aparecer unos escalones de luz por los que Melina iba subiendo. Korrina no tuvo otra opción que ir detrás de ellos. Cuando los escalones dejaron de aparecer, una gran puerta se materializó enseguida; primero su silueta formada por un hilo de luz azul y luego la puerta en sí. Al abrirse, Melina y Tony cruzaron el umbral seguidos muy de cerca por Korrina. La habitación era suntuosa, circular, con candelabros formados por grandes orbes de luz que iluminaban la estancia. En el centro de dicha habitación había un personaje de pelo corto y blanco, de pie detrás de un atril. Se encontraba también a varios metros del suelo, de tal forma que resultaban imponente. También había un hombre con grilletes en las manos y en los pies. Parecía impaciente y con cara de aburrido. El hombre tenía una gafas que colgaban de su cuello y el rostro cubierto por hollín.

—Aquí está la muchacha —anunció Melina.

—Sí, buen trabajo. Pueden retirarse.

Antes de irse, Tony se acercó a Korrina y le susurró al oído:

—Buena suerte. Y recuerda, no tengas miedo. Nada malo te pasará

—Bienvenida, Korrina —dijo con voz grave la persona de pelo blanco —. En unos momentos llegará nuestra última invitada, y entonces podremos comenzar con... ¡Oh pero ya está aquí!

Korrina se dio la vuelta para ver entrar a una mujer morena, aparentemente salida de los años 70's. Su cabello estilo afro gritaba Disco. Iba vestida con una chaqueta negra sobre una blusa blanca y pantalones amarillos acampanados, pero que delineaban sus pronunciadas caderas. Caminaba con determinación y estilo. Una vez estuvo junto a Korrina, se cruzó de brazos y le lanzó una mirada penetrante a la persona del atril.

—Shelby, querida, ¿cómo estás?

—Estaba a punto de cenar, muchas gracias —dijo la recién llegada.

—Lamento mucho el inconveniente, querida, pero ha surgido una emergencia.

—¿De qué se trata? Sabes bien que hace mucho tiempo rompí lazos con el mundo mágico. No entiendo por qué me buscan ahora —dijo Shelby.

La persona del atril suspiró profundamente y dijo:

—Se ha liberado una cantidad desconocida de criaturas creadas a partir de simbología mágica.

—¿Y por qué no envían a alguien a capturarlas?

—Fueron expulsadas a través de un portal hacia diversos rincones de las diferentes realidades. Ahora mismo están tratando de penetrar nuestro mundo y sembrar el caos. —El personaje de pelo blanco hizo una pausa para entrelazar los dedos y relajar el semblante —. Necesitamos estar preparados para su llegada. No sabemos cuándo lo harán, ni cuántos llegarán, por eso necesitamos tu ayuda.

—Abandoné el mundo mágico precisamente porque no quería involucrarme en este tipo de situaciones. Quería una vida tranquila, alejada del caos. ¿Acaso es mucho pedir eso? —contestó Shelby.

—Querida, no habrá lugar tranquilo en este mundo si no nos ayudas. Eres la única que conoce la simbología mágica -dijo la persona del atril.

Shelby recorrió a Korrina y al hombre con sus profundos ojos café, como si les estuviera leyendo la mente.

—¿Quién lo hizo?

—Fue la niña. Estaba bajo el control de la libreta, ¿sabes de qué hablo?

Shelby asintió y luego preguntó:

—¿Cómo fue que los monstruos fueron expulsados hacia las otras realidades?

—Al mismo tiempo que los monstruos estaban siendo liberados, este señor aquí presente, experimentaba con una máquina, cuya finalidad era abrir portales hacia otros mundos. La máquina en cuestión, fue construida a partir de elementos mágicos que este señor obtuvo de forma ilegal, por lo que será procesado debidamente por...

—¡Eso, señor mío, es una asquerosa falacia! Pagué por esos materiales —bramó el hombre

—¡Soy una mujer! —contestó con ira la mujer del atril —. Magnolia Peralta, jefa de la ASM.

A continuación, Magnolia respiró profundamente y se pasó una mano por su cabello plateado.
—En fin. De no haber sido por este señor, y odio admitirlo, ahora mismo nuestro mundo estaría hecho cenizas. Quizás las fuerzas cósmicas tuvieron algo que ver pero, sea como fuera la cosa, la chica utilizó su propia sangre para liberar a los monstruos, por lo que solo ella puede devolverlos a donde pertenecen. Y ahí entras tú, Shelby. Quiero que le enseñes todo lo que sabes a esta jovencita; quiero que la entrenes lo antes posible para hacerle frente a esta amenaza. Sé que suena poco esperanzador que el destino de nuestro mundo dependa de una muchachita, pero hace unos años el mundo mágico estuvo en manos de otro niño, así que no tenemos opción.

Finalmente Korrina reunió el valor necesario para alzar la voz después de estar en silencio todo ese tiempo

—Nadie me pregunto si quiero hacer esto. Estoy confundida. ¿Por qué están decidiendo por mí?

—Querida, no tienes opción. Lamento mucho esto, pero tampoco nosotros la tenemos. Si no hacemos algo, esas criaturas vendrán y lo destruirán todo —dijo Magnolia —. Y en cuanto a usted, señor Rendell, estará bajo nuestros servicios hasta que todo se haya solucionado. Nos será de gran ayuda un alquimista como usted.

—Perdón por decepcionarla, señorita, pero solo soy un científico inventor.

—Oh no, desde luego que no. Alguien que ha sabido unir la magia con la ciencia y hacerla funcionar, por supuesto que es más que un científico. Usted nos ayudará, a menos que quiera pasar el resto de su vida en prisión. ¿A caso quiere que le lea la extensa lista de crimines que se le adjudican?

—No será necesario. Estoy a su servicio —dijo Rendell.

—Así me gusta. —Magnolia sonrió y luego miró a Shelby —. ¿Qué me dices tú, Shelby?

—Está bien, lo haré. Después de esto, y quiero que me escuches, no quiero saber nada del mundo mágico. Me dejarán en paz.

—Después de esto no sabrán nada de la ASM. Les recuerdo que esta es una organización secreta, incluso para los seres mágicos, por lo que a la señorita Falcón y al señor Rendell se les borrarán todos los recuerdos que tengan que ver con lo que ocurrirá a partir de hoy.

Y así, tras pronunciar aquellas palabras, la aventura de Korrina dio comienzo.

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