QUÉDATE

Su espalda era firme y se sacudía con los espasmos de su llanto incontenible. Mi cara hundida recibía todo su calor. Su aroma era glorioso: madera, sándalo, algodón de azúcar y ángel herido ¿Por qué su olor me calmaba y a la vez me impregnaba de un dejo de tristeza? ¿Qué tanto conocía de este hombre  como para que mi propio olfato lo reconozca  sin poder hacer lo mismo mi memoria?

Se zafó sin darse vuelta y atrapó mis manos, llevándolas hacia sus labios y colmándolas de besos. Sentí un alivio. Sabía que no se iría de ninguna manera. Eso me alegraba, dejando a mi inútil mente sumirse en una falsa ignorancia.
Por ahora necesitaba el plascebo de no saber -o no querer- y funcionaba.

La noche anterior -entre sueños- me había batido a duelo con aquella sombra que me hostigaba. Mis mejores armas fueron apareciendo de a poco: pequeños recuerdos como puntos de luz que la herían sin piedad; hasta que, por fin, la figura de Namjoon emergió como un haz de claridad completo, dejándome en claro que lo necesitaba y era demasiado importante en mi vida. Pero, ¿cuánto? ¿A qué costo?

Por esa razón, hoy desperté con la firme convicción de que debía buscarlo y, si era necesario, rogarle que se quedara. Sabía muy bien que no sería una tarea fácil, pero valía el intento. Fue un milagro encontrarlo al filo de la desesperación y la resignación, eso lo volvió débil y descuidado ante mi ataque; sabía perfectamente que su corazón, de alguna manera, me pertenecía o había pertenecido.

Pero, en estos momentos, lo que más importaba, es que él no partiese dejándome en este bucle eterno.

–Por favor, no te vayas– lo atrapé apresando sus brazos, para evitar que volase.

Percibí su asombro y su pecho expandirse en un segundo; cómo la respiración se le entrecortaba, tornándose en llanto.

–Por favor, no me dejes. Te necesito, Kim Namjoon–continué con mi ataque a sus emociones. Lloraba desconsoladamente, eso me decía que había acumulado angustias y sufrimientos hace tiempo.

–Alma... yo... ¿cómo supiste que estaba aquí?–fue su respuesta, mientras se aferraba a mis manos y la llenaba de dulces besos.

–Eso no importa. Lo que interesa es que no te vayas. Quédate conmigo. Ayúdame a reconstruir y recuperar lo que perdí. Ayúdate tu también.

–¿Ayudarme? Creo que no puedo ayudarme ni salvarme–y el llanto se hizo aún más profundo.

Lo dí vuelta para que me mirase, para que enfrentase su presente. Tomé su rostro entre mis manos y lo acuné. Sus lágrimas eran adorables, eran diamantes en bruto. Quién diría que un gigante como él tendría la calidez y la vulnerabilidad de una margarita.

Me miró a través de esa nube de agua que cubrían sus bellos ojos de dragón. Su reacción fue abrazarme, tan fuerte, que sentí romperme... pero estaba bien. Necesitaba romperme para poder reconstruirme, para que él me reconstruyera.

–No merezco tanta misericordia de tu parte, Alma. No merezco estar en tu vida. Sin mebargo, aquí estoy, indefenso ante tí, porque quiero volver a tí– sus palabras se ahogaban en mi hombro–Sentí morir cuando no me recordaste. Te olvidaste, me olvidaste–dijo en un doloroso susurro.

–Solo sé que quiero recordar para volver a reconocerte. Por eso te quiero en mi ahora y en mi vida. El tiempo dirá si hablaremos luego de un futuro.

Moría por besar, más no sea, su frente, pero sabía que era muy pronto para quemar distancias caminando en el vacío.

A lo lejos, otro hombre también lloraba por mi. Juan Sebastián era el espectador desgarrado de esta escena. Él también había sido olvidado y en ese instante veía correr esa oportunidad como agua entre sus manos... aún así, su corazón no se rendiría.

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