POR MI CULPA... POR MI CULPA... POR MI GRAN CULPA
Buenos Aires se siente frío bajo la lluvia.
Sin embargo, Buenos Aires no es lo que me hiere, ni tampoco el frío.
Cada gota se siente como trozos de vídrio clavándose en mi cara y mis manos.
Las lágrimas se lavan con esa agua que viene del cielo, que me condena por haber perdido tanto tiempo y por haber sido egoísta.
Pero nada en mi vida suele ser lógico y práctico: siempre por el lugar donde el camino se estrecha o más curvas tiene; donde el límite finaliza en una abrupta caída; violencia y resentimiento en las palabras y en el corazón.
Ahora entiendo por qué Alma no me reconoce. Simplemente, porque yo mismo maté al amor de mi vida con hechos imperdonables. La obligué a huir de mí y mi monstruosidad.
Ella no me abandonó. Fui yo quien desde un principio la arrojó a la soledad, la desesperación y la desilusión.
Mi llanto se ahogaba con el ruido de la ciudad atestada de autos, aguacero, gente y gris.
Sentado en la acera, veía pasar lo poco que habíamos vivido, como si mis imágenes mentales fueran viejas diapositivas.
Quería borrar todo. Quería volver a comenzar. Quería que Alma me descubriese como un hombre defectuoso, pero que sabe pedir perdón y aprende de sus errores.
¿Cómo hacerlo? El tiempo no vuelve atrás, sus recuerdos no lo lograron cuando casi la vida se le escapa en la mesa de operaciones.
La mujer que vi era solo un fragmento irónico de Alma: mi esposa, mi mujer, mi amor... la madre de mi hijo o hija.
Como un rayo que parte en dos el cielo, mi mente se despertó con la luz de una terrible duda. "Mi hijo, mi hija, ¿lo logró? ¿Existe? Han pasado tres condenados años y, si vive, ¿a quién se parecerá? ¿A mi? ¿A Alma? ¿Será una perfecta combinación de ambos?" ¿Por qué las últimas preguntas que me hacía me sonaban como eco en la nada?
Una corazonada funesta apuñaló mi pecho y los ojos se llenaron, otra vez, de lágrimas amargas. Mi pequeño Botón de Oro... ¿qué habrá sido de su suerte?
Impulsivamente, levanté el móvil del suelo y sequé agatas la pantalla. Iba a llamar otra vez a Alma; pero me costaba marcar de nuevo. El miedo me subía por la garganta y me nublaba la vista. Mareos constantes tiraban de mi ropa, evitando poder ponerme en pie. Algo me advertía que, si la llamaba una segunda vez, lo que tendría para decirme no me gustaría.
La lucha entre saber y quedar en la ignorancia duró por el lapso de cinco minutos. El querer saber primó más que la "engañosa tranquilidad" de desconocer, marcándo el número de ella.
Esta vez, no esperé tanto ni tuve que remarcar. Contestó al instante. Se escuchaba su respiración tranquila.
—¿Hola? ¿Nam?–mi nombre en su voz sabía a miel.
–Si Alma. Soy yo. Hay una pregunta más que no pude hacerte ¿Podría?–mi voz sonaba tonta y temblorosa.
–Si, no hay problema. Como te dije anteriormente, si puedo contestarla, bienvenido sea.
¡Tenía tanto temor en preguntar! Eran más fuertes las ganas de volver a colgar y dejar todo como estaba; al fin de cuentas, mi vida ya no valía y ya no tenía nada que perder.
–¿Nam? ¿Estás ahí?
–Perdona, Alma. Perdoname por molestarte. Mira, dejemos las cosas como están. Borra mi número y yo me iré por donde vine–otra vez, mis impulsos haciendo la mala jugada.
–¿Por qué debería hacer eso? ¿Justo ahora que encontré quién pueda darme respuestas? ¿Sabes lo que es vivir entre un agujero negro y una realidad armada por otras personas? ¿Sabes lo que es no tener una vida?–gritó rompiendo en llanto.
Me rompió el corazón escucharla. Sabía que todo lo que decía era cierto. Si sabía lo que era vivir sin vivir, porque ella se había llevado consigo eso, mis ganas de vivir.
–Está bien, te haré la pregunta. Solo quería evitar hacerte sentir mal pero, por lo visto, mi duda es algo mínimo comparado con lo que estás pasando.
Agradeció mi intención y me pidió que continuara con la charla.
–Dime qué necesitas saber. Ya te dije que no te reconocía, aunque, tengo a favor, que tú si me conoces. Algo de mi pasado podrás traerme para darme sosiego y poder construir nuevamente mi existencia.
Mi cabeza estaba por estallar, mi pecho de igual manera, pero debía ser valiente y preguntarle.
–¿Tienes un hijo o hija?–disparé sin respirar.
El silencio del otro lado de la línea fue mortal y pesado. Alma no contestaba y eso me daba un anticipo de lo que no quería oír.
–¿Cómo sabes que estaba embarazada?–su contestación con otra pregunta me perdió.
–Yooo... yo... no sé. Solo se me ocurrió.
–Ese tipo de cuestionamientos no vienen a la mente ni de repente ni porque si–ahí estaba la mujer que conocía: herida en su orgullo y a la defensiva.
–Alma, solo puedo decirte (por ahora) que solo lo sé ¿Podrías contestarme?–y ahí estaba el Nam que ella odiaba con todo su ser: el impaciente y resentido.
Respiró hondo y soltó el airé con mucho cuidado.
–Cuando llegué a Buenos Aires, estaba embarazada de tres meses y medio. Pero mi "koala" no tuvo la suerte de sobrevivir al impacto del choque. Él (o ella, jamás lo sabré) se durmió en mi vientre, ese día, después del accidente.
El corazón dejó de pulsar. La sangre dejó de correr. El mundo me dió vueltas y caí desvanecido en medio de la calle. En ese instante escuché a lo lejos la voz de Alma a través del teléfono gritando mi nombre y un remolino de caras, brazos y piernas que se desdibujaban a mi alrededor.
Mi hijo o hija había muerto. Lo habían matado mi inmadurez y mi crueldad. No quería que nadie me tocase ni me ayudase. Quería perder la vida allí en ese mismo momento.
Mi botón de oro se había marchitado sin haber florecido y su madre vagaba perdida en la nada; todo, por mi culpa.
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