PERTENENCIAS AJENAS
" Esto es solo un mal sueño. Eso es"; las palabras sonaban una y otra vez en mi cabeza. Mis labios rezaban una y otra vez lo mismo: "esto es un mal sueño"... pero no lo era. Sin embargo, parecía una pesadilla en la que se suceden las tragedias y no te puedes mover, no puedes hacer nada y asistes a todas las catástrofes que te aterran. Alma cerrando la puerta de mi departamento y yéndose con el idiota de Juan Sebastian Kim. "Él ganó todas las batallas y la guerra, Kim Namjoon ¿Y tú que haces? Mirar y morir, otra vez" Mi propia mente me juzgaba.
Mi cuerpo no se movía, mi cerebro enloquecido me gritaba "¡corre! ¡ve por ella! ¿La vas a perder otra vez? ¿Así? ¡Despierta! ¡Haz algo!", pero ya no quería continuar.
¿Quizás fue para bien que Hannah hubiese aparecido en ese momento para poder armarme de valor? ¿Por qué siempre dependía de las acciones de los demás para huir de mis responsabilidades?
Desde mi ventana pude ver cómo volvía a perder todo, pero esta vez sentía que era para siempre.
Pude moverme del lugar, cuando el auto de Seokjin desapareció al dar vuelta en la esquina. Dejé que las lágrimas tomaran el control de la realidad; no fue necesario gritar ni destruir el lugar, mucho menos hablar al vacío, solo dejé que corrieran hacia donde quisiesen. El peso del cansancio del dolor me daba la opción de no batallar más.
Me senté en el sillón nuevamente. Mi mente estaba en blanco, tampoco quería pensar o recordar. Qué sentido tenía llenarme de "¿y si?" "¿Si hubiera?", cuando eso no resolvía nada.
Me quedé allí todo el día. Me levanté del sofá solo para ir a mi habitación y recostarme en aquella cama que aún permanecía deshecha y que olía a ella, pues su aroma a amor seguía impregnando las sábanas y se mantenía suspendido en el aire. Abracé la almohada y descargué mi tristeza en ella.
Los meses pasaron y mi vida pendía de un hilo. Lo único que me mantenía en este mundo era la idea de volver a Corea y estar con Choi omma. La había descuidado tanto, solo por perseguir un sueño vano, una esperanza ficticia.
Ya no la busqué, no la llamé, solo me dediqué a arreglar los papeles de la sede de la empresa, cerrar los últimos tratos. Restaba, nada más, rescindir el contrato del departamento y hacer la mudanza.
Hannah había vuelto un par de veces. La recibí la última vez que fue, dejándole en claro que ella no era a quien amaba y tampoco me interesaba descargar mi dolor en otros brazos; ya había tenido demasiado y quería estar tranquilo. Solo me miró, me sonrió con tristeza, me dió un beso en la mejilla y desapareció en el horizonte.
Después de eso no supe más de ella. Mejor así, una vida menos que destruir. Para eso quedaba yo: para destruirme lentamente.
El departamento comenzaba a quedar vacío. Había ido embalando las pocas cosaa que había traído conmigo y aquellas pocas de las que me hice aquí: un tocadiscos (me hice aficionado a los discos de vinilo, quizás una manera de retener a través de la música, aquel buen y lejano pasado), algunos álbumes de tango -la voz del inmortal Gardel era mi suicidio en cámara lenta- y una foto de Alma (tarde, pero mía en los recuerdos).
Al levantar las últimas carpetas con documentos, cayó un sobre. No recordaba tener uno así, pero al darlo vuelta, mi corazón sintió la estocada del mal recuerdo: era el sobre manila con los papeles de la sentencia de divorcio. Sabía que, al volverlo a abrir, la caja de Pandora se desataría nuevamente. Pensé en desecharlo, quemarlo, romperlo; sin embargo, una luz brilló en mi mente: dentro del sobre también estaba el requiem de mi hijo sin nombre y sin vida.
"Esto ya no me pertenece, hijo mío... mi tierno Botón de Oro" , y mi voz se escuchó débil ante la grandeza de la habitación. "Tus fugaces memorias deben regresar a las manos de tu madre querido hijo", pero lágrimas ya no había, se secaron con ña resignación y el dolor crónico.
Inconcientemente, levanté el teléfono. Busqué de manera automática el número de ella y la llamé. Sorprendentemente contestó.
– ¿Si?– la contestación me caló de frío los huesos.
–Soy yo, Alma – apenas se me oía.
– Lo sé ¿Qué quieres?
No se si las respuestas o la frialdad me herían más, pero debía seguir. Era necesario darle un cierre a este ciclo.
– Hace tiempo que tengo algo en mi poder y que te pertenece – dije cerrando los ojos, como si algo fuese a colisionar conmigo, como esperando el impacto destructor.
–Puedes mandarlo a través de un servicio de mensajería. Sabes mi dirección – parecía como si la desconocida del principio hubiese desplazado a la mujer que amaba y era la que me hablaba.
– Me voy mañana, Alma. Me vuelvo a Corea – respondí rápido, como si de un trámite se tratara. Del otro lado, el silencio pesó más que la atmósfera. Mi mente se nubló y mi boca se cerró.
–¿Estás ahí? – fue mi tonta pregunta.
– Si.
– Lo que tengo para darte tiene que ver con lo que pasó antes del accidente. Tiene que ver con... – y en ese momento callé, pues las palabras parecían rocas que apretaban mi pecho; se me hacía difícil respirar – tiene que ver con tu embarazo... con nuestro hijo – solté como pude eso último.
El silencio volvió a reinar en la línea. Pensé en que ella iba a colgar y que yo me quedaría con aquello que me quemaba las entrañas y el espíritu.
– Bien. Solo porque es parte de la historia que aún no logro completar y que, seguramente, has de tener que explicarme algo, solo por eso, accederé a verlo señor Kim – ¡qué tan oportuno ese mote!
– Hoy, cerca de las dieciocho horas, nos encontremos en el parque donde mos volvimos a ver – esa fue su condición.
Largué un "ok" como respuesta y ella solo colgó. En mis manos pendía la bitácora de mi niño o niña, lo único que me había permitido tener de su corta vida. Era hora de despedirme de esa gran parte de mi existencia, era el momento de continuar muriendo.
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