LISA
Enojo. Eso es lo que siento. Enojo de dimensiones descomunales; y sé muy bien que es una excusa para no llorar y autocompadecerme. Mi amiga me traicionó: se fue repentinamente y jamás me dijo que estaba embarazada. Me enteré unos minutos después de que el avión ya surcaba el cielo rumbo hacia el otro lado del mundo.
Me había enviado estratégicamente una carta con instrucciones, que terminaba con su despedida y un pedido muy expreso: que no la buscase y que me olvidase de ella, solo así alejaría a su ahora ex esposo y todos aquellos que quisieran buscarla. Estaba más que claro que quería desaparecer; simplemente, quería dejar de sufrir.
Lamenté con el corazón de que su suerte haya sido cruzada por el karma del desgraciado de Kim Namjoon, pero lo que más me pesaba (y siempre me arrepentiré de ello) es el haber cruzado sus destinos.
Fui tonta, lo sé. Pensé que por saber sus historias de vida tremendas, el ser comedida me aseguraría un puesto en el cielo cuando falleciese, y una vejez feliz junto a ellos y los sobrinos que me podrían dar.
Namjoon, actualmente, está parado frente a mi, en mi puerta de entrada. Su rostro me cuenta todo lo que ha pasado durante estos días. Dentro de mi, siento un cierto regocijo por verlo destruido. "Se lo merece", pienso tratando de esconder una sonrisa que, antes de aflorar en mi boca, muere por la pesadez en mi pecho: Nam es un tipo con una vida tormentosa y amarga, llena de abandonos y desaciertos. La llegada de Alma a sus días fue el bálsamo que lo iba curando de a poco; él comenzaba a encaminar sus pensamientos y sentimientos, todo indicaba que podía lograrlo... Pero el ser humano es un animal de mañas y costumbres, por eso pierde a cada instante... y el perdió.
Alma también tuvo, casi, la misma fortuna que él. Los abandonos fueron una constante: desde su madre, que dejó que el señor Kang se la arrebatara alegando que la cultura y la educación coreana eran de excelencia, que al lado de Maura Uribe, "la vida de su hija no serviría nada". La señora Uribe no peleó por la custodia de su hija, solo se remitió a bajar la cabeza. Alma se sintió abandonada por su madre, abandonada por las circunstancias, abandonada por el amor familiar.
Su padre no fue la excepción. Para el señor Kang, Alma fue su trofeo y su indemnisación por el mal "negocio" que hizo al casarse con Maura. Había ambicionado tanto las acciones de la empresa del abuelo de Alma, que no dudó en proponerle al dueño de "Uribe Construcciones" el trato matrimonial. El abandono de su padre fue peor: tomarla de rehén fue brutal, pero ignorarla fue fatal.
Alma transitó las etapas de su vida entre ausencias y tironeos, a tal punto de querer ser invisible y no permitir a nadie acercarse. Podría decir que yo, Yoon Lisa, hice un esfuerzo sobrehumano para poder derribar algo de aquel muro del cual se había rodeado mi amiga.
Allí entendí que creer no es tan fácil, mucho menos confiar. Que, por más que quieras, esas dos palabras no bastan. A las palabras se las derriba con la realidad, con los hechos. Desde ahí fue que comencé a construir con ella una relación que contenía demasiada verdad, tratos directos y opiniones suicidas.
Por eso es que mi enfado tiene más de decepción que de molestia. Si tanto había invertido en una amistad extrema, ¿por qué ella me trataba como al enemigo?
Volví mi atención al hombre que aún no entraba a mi hogar y comprendí que todos eramos el enemigo de Alma, y Namjoon en especial.
—¿Qué buscas Nam?
—Lisa, yo...—y el silencio lo abrumó, tanto, que las lágrimas iban en una caída libre suicida, bañando sus angustiados holluelos en sus mejillas.
—No se nada de Alma, Nam. Estoy igual que tú: en la ignorancia total. Desapareció de la misma manera para ti que para mi—y un nudo en mi garganta iba creciendo de manera apresurada. Necesitaba descargar mi tristeza, pero era mayor mi odio para con él que limitaba mi llanto dentro de mi pecho.
—Necesito saber, por favor Lisa. Por lo que más quieras, dime algo. Se que merezco todo tu odio y el del mundo por haber arruinado tanta felicidad, por haber destrozado así a Alma; pero, ayúdame—decía un Namjoon que jamás había visto: hecho girones, despedazado completamente.
Mi ira se sentó a un costado y le dió tregua y espacio a la pena y a mi tonta empatía. Solo atiné a poner una mano en su hombro, a modo de vano consuelo.
—Kim, de verdad no se nada. Huyó también de mí y me abandonó, al igual que tú. El único indicio que puedo darte es algo de lo que charlamos de su vida en Argentina—su rostro alzó al escuchar mis palabras, como si de ellas dependieran su vida—Solo sé—hice una pequeña pausa seguida de un doloroso suspiro— que antes de venir aquí vivía con su madre en un lugar llamado, algo así, como Palermo. Como el de Italia, pero en Argentina y más pequeño. Que el apellido de su omma comenzaba con "u" en español... U...Uri... ¡Ah! Uribe— esto último lo solté con triunfo y esperanza.
Los ojos de él, aunque enrojecidos de tanto llorar, fulguraron de anhelo. Ese anhelo comenzaba a anidar en el centro de mi ser y sabía a redención.
—Debes apresurarte Kim Namjoon. Es urgente volver a restaurar el equilibrio de este amor. Debes recuperar tu felicidad.
—Gracias por todo, mi querida amiga. Tú también serás recompensada: te devolveré a tu amiga y a tu sobrino.
Lo último que vi de Namjoon, fue su espalda y sus nuevos brios por encontrar a su familia perdida.
Quizás, también, eran los míos y mi ruego por volverlos a tener juntos, otra vez, a mi lado.
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