LA CONTRACARA DE LA HISTORIA

Lo vi llegar y... era perfecto. Tanto, que me dieron ganas de llorar y salir corriendo en ese mismo instante.

Pero la suerte (maldita fortuna) lo trajo a manera de premio por ser buena y solidaria.

Jamás lo vi como un regalo, no; al contrario, sentía como si yo misma me hubiese maldecido con un hombre tan bello para mí, tan insignificante y horrenda.

Podía hacer con él lo que quisiera... y quise tantas cosas que no me alcanzaban los pensamientos para verlo realizar cada maldita perversión que se agolpaba en mi mente.

Pero una criatura como yo no puede ni siquiera mirar a un dios como él,y por esa razón me quedé sentada a la distancia en aquel sillón de terciopelo rojo.

La única postura en la cual me posicionaba siempre era la de dominar. Teniendo todo al límite, me sentía segura e invisible, como una entidad omnipresente.

Le ordené que se sentase en la banqueta frente a mí. Antes de eso, comenzó a desabotonarse la camisa. Su clara intención era desnudarse; quizás pensó en que solo ibamos a coger.

Lo detuve con voz imperiosa diciéndole que se dejase la ropa y que solo descubriese su pene.

Su rostro fue una obra maravillosa entre la contrariedad, el asombro y el calor de lo bizarro. Aún así, obedeció sin ningún tipo de queja.

Comenzó su trabajo de una manera tranquila. Sus gemidos eran burbujeantes susurros en el eco de aquella habitación en penumbras.

Mis manos deseaban, junto a mi boca, ser las artífices de aquellos tortuosos y sabrosos movimientos.

Sin embargo, no soy digna de rozar, ni siquiera, un tercio de esa piel. No lo merezco... basta y sobra con este castigo que me impongo por haber siquiera pensado en él como algo posible.

Cada nervio en mi organismo agoniza ante semejante maravilla: el cielo en un espacio tan reducido y sofocante.

Cuando aposté por él lo hice sin pensar en que cabría la posibilidad de ganarlo... milagrosamente se dió.

Él no sabe que lo miro y sé de cada aspecto de su vida. Él ni siquiera se imagina que la mujer sentada frente de sí es una ordinaria compañera de trabajo en la que jamás reparó.
 
Y, ¿cómo hacerlo? Trato en lo posible de pasar desapercibida hacia los demás; mi aspecto es lamentable así que prefiero mimetizarme con el lugar y que nadie se fije en mí.

Por eso amo la noche y los eventos en donde puedo jugar a ser otra: la chica pervertida, la desenfrenada que todos quieren tocar y tener pero no pueden, y Nam está experimentando eso.

Mi pecho se agita y mi corazón está a punto de estallar: está en el tramo final de la masturbación y en unos segundos más expulsará su simiente en la alfombra.

Cuando acaba, sin querer, me regala una sonrisa exhausta y triunfante: mi único verdadero trofeo.

Escapo en esa milésima de tiempo en el que Namjoon cierra por un instante sus ojos para recuperarse.

Dejo unos cuantos billetes sobre el sillón tapando el círculo mojado que dejaron mis fluidos. Siento a lo lejos una suave risa y adivino que está pasmado por lo que acaba de encontrar.

Mi estómago se inquieta entre la rabia de saberlo soberbio y la ansiedad de pensar que fui descubierta.

Lo cierto es que, después de las doce, esta princesa se convierte en rata y mañana vagará invisiblemente por los pasillos de su empresa entregando copias, disfrazada de "la nerd de las copias".

¡Ah! Me olvidaba. Un dato no menos importante: a pesar de ser la dueña de la compañía, el dinero que poseo no pudo comprar nunca la autoestima que jamás tuve ni la valentía de enfrentar a Kim Namjoon y decirle cuánto lo deseo.

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