DÍA N (Primera parte)
¡Listo! Un chasquido de dedos y todo solucionado... suena magnífico, ¿verdad?
Si todo fuese así de fácil, el mundo sería distinto y yo no la odiaría. Pero la teoría de los universos paralelos la dejo para el cine y los superhéroes. Para simples mortales, como ella y yo, eso no califica.
Aparte, las personas no cambian: solo se muestran como son realmente. Y me encantaría creerle, pero no puedo.
Aunque, viéndola en el estado en que está, toda desilusión se me desvanece y siento un impulso irrefrenable de protegerla, de amarla... de hacerla mía.
Cuando me fijé en ella en la comisaría, solo pude ver una diminuta figura frágil. Eso bastó para que me gane la desesperación, la culpa y la angustia.
Podría decir que me precipité a sus pies buscando su mirada que estaba clavada en sus manos que habían quedado ajadas, como prueba de que la tumbaron en el suelo y la golpearon sin miramientos ¿Cómo podían ser tan desalmados?
Reprimí las lágrimas que amenazaban con volcarse fuera de mis ojos y aclaré mi garganta buscando poder pasar el nudo de tristeza que me asfixiaba.
—Alma, mírame. Necesito ver cuan magullada estás.
—Estoy bien. No era necesario que venga. Le supliqué al sargento que no lo molestara—fue su respuesta dura y ciega.
—¡Dios! Encima de taimada, orgullosa—me salió decir en un momento de desquicio.
—Si va a seguir insultándome como lo viene haciendo hace más de seis meses, señor Kim, por favor, le pediré que me dé espacio para retirarme. Creo que hoy ya tuve bastante castigo, ¿no lo cree?
—¡Mira, mujer! Que el papel de víctima no te queda—seguía encabronado por su manera de ser.
Fue ahí cuando recién me devolvió una mirada cargada de ira, frustración y cansancio.
—Señor Kim le...
—¿Desde cuando soy el "señor Kim"?—enfatizaba la pregunta añadiéndole mis dedos haciendo el gesto de comillas—¿Desde cuando tanta formalidad?
Solo bajó la cabeza y negó en signo de no querer continuar con esta batalla.
—Si me permite—agregó levantándose bruscamente y perdiéndo el equilibrio, mientras se doblaba sobre su flanco derecho y emitía un quejido lastimoso.
—¿Qué pasa? ¡Alma! ¿Qué pasa?— le dije mientras la ayudaba a no caer.
—Mme... me due - le, aquí—y puso su mano en ese costado.
—Déjame ver.
—Nn... no. Es... está... estoy bien.
—¡Por Jesús que me cabreas mujer!— dije con voz desesperada.
—¡Sargento! ¿Tiene alguna oficina que pueda prestarme para poder ver en qué estado se encuentra mi esposa? Quiero constatar si debo llevarla a un hospital o curarla en casa.
—Pase por aquí señor Kim—me indicó el policía abriendo la puerta de un espacio vacío.
Llevé a Alma, muy a su pesar, hasta ese lugar. Cuando cerré la puerta, inmediatamente comencé a levantarle la sudadera para poder ver cuan doloroso era aquello que la había desestabilizado. Ella se retiró rápidamente.
—¿Que hace, señor?
—¿Acaso no puedo tocar a mi esposa?
—¿Su esposa? No sabía que cumplía ese rol. Le vuelvo a repetir, pero esta vez le ruego, dejémonos de hipocresías y váyase. Yo sola puedo. Yo sola siempre pude.
Aquellas últimas palabras impactaron en mi corazón y se perfectamente a qué sabían: tenían el gusto amargo de la impotencia.
Empero, no hice caso a sus peticiones y continué con mi revisión.
"Alma Kang, alguien tiene que ver si estás aún más lastimada de lo que se ve a simple vista. Lamentablemente, fui yo el único que recurrió." No podía proceder de otra manera, era lo más lógico ante el caso. "Así que, por esta vez, te ofrezco una tregua. No puedo ni quiero dejarte de esta manera".
Por sus mejillas comenzaron a rodar copiosas lágrimas, mientras lloraba en silencio y solo asentía.
Miré su lado derecho y un enorme hematoma comenzaba a pintarse en ese lugar. Sentí cómo el estómago se me revolvía de rabia hacia los delincuentes y de asco hacia mi mismo. Yo había propiciado con mis acciones que todo esto ocurriera; yo y mi estúpida terquedad.
Simulé frialdad y control. No quería mostrarle mi lado débil. Sabía que así no la iba a ayudar.
—Debemos ir cuanto antes al hospital. Algo se rompió allí; quizás una costilla—alegué cuasi tranquilo.
Ella solo se dejó conducir. Quizás el dolor era tan insoportable que la hacía perder su orgullo o, tal vez, se sintió tan cansada y triste de ser abandonada tantas veces que prefirió recibir aquellas migajas de buena fe de este monstruo que decía llamarse su marido.
El viaje fue en completo silencio. Alma dormitaba de a ratos teniendo lapsus de sobresaltos. Yo solo me limitaba a mirarla de reojo. No quería hacerlo directamente y descubriese que, de verdad, me importaba todo lo que sucedía a su alrededor.
Pero mi frustración y enojo siempre fueron mis mayores puntos de debilidad y en la actualidad me encuentro —gracias a eso—conduciendo en dirección al hospital llevando herida a la única persona que verdaderamente me interesa.
Luego de ingresar por emergencias, esperé a que atendiesen a Alma. Mi mente no paraba un segundo pensando si todo lo que había hecho estaba bien y nos llevaba a algo positivo. No me dí cuenta del paso del tiempo hasta que escuché al médico llamarme.
—Señor Kim, ya puede llevar a su esposa a casa.
—¿Está todo bien doctor?—pregunté levantándome del asiento.
—Fue muy afortunada la señora. Tiene una costilla fisurada y eso duele como los mil demonios. El resto de los magullones y heridas, son solo eso.
Solo tendrá que estar en reposo durante un par de días y no hacer demasiado esfuerzo si quiere recuperarse de inmediato. Debe tomar estos analgésicos y usar ropa holgada para evitar molestias en la zona de la costilla afectada.
—Bien, doctor, muchas gracias— asentí.
—¡Ah! Una cosa más. Búsquele quien la pueda ayudar en las tareas de su hogar porque sola no podrá en esas condiciones. Ella me comentó que solo vivían ustedes dos y que no tenían quien los apoye con los quehaceres. En este momento, una persona que colabore le vendría bien—culminó el médico.
Solo asentí sonriéndole. Quizás me porté como un verdadero imbécil, y esta era una advertencia de que debía modificar mi comportamiento.
Volvimos a la casa. Al bajar del auto, me dió la espalda con un "buenas noches" casi audible.
—Espera— se detuvo sin mirarme.
—¿Necesita algo? ¡Ah, perdón! Usted no necesita nada de mi. Nuevamente, buenas noches.
—¿Podrías dejar, por esta vez, el orgullo de lado y escucharme?
Sus hombros se elevaron en un suspiro. Se notaba el abatimiento en todo su cuerpo.
Se dió la vuelta, mientras cruzaba sus brazos. "Dime", es lo único que dijo.
"Si no puedes hacer cosas por tus medios aún, deberías pasar la noche en la casa grande, en mi habitación". Las últimas frases las apresuré pues veía como las facciones de su rostro cambiaban de lo molesto a la sorpresa, para volver a enfadarse y volver a cargar contra mí.
"Antes de que discutas siquiera, te diré que dormiré en el sofá que está frente a la cama. Solo intervendré cuando necesites y mañana, sin falta, te designaré una empleada para que te atienda". Escuchaba a mi boca decir tantas palabras como mi cabeza había negado decírselas alguna vez pero ¿cómo podía dejarla en esas condiciones?
Se que en su interior debe haber ansiado negarse rotundamente, pero el dolor de la fisura podía contra cualquier objeción, así que a regañadientes, aceptó.
"Pero solo esta noche" me advirtió poniéndose tensa y a la defensiva cuando pasé a su lado. "Okey, lo que tú digas" fue lo único que pude decir.
Iba a ser una larga noche, aunque más intuía que iba a ser una larga semana en la que se desatarían muchas tormentas. Pero la última, esa es la que me dejaría desolado y yo, inocente, creí estar a salvo.
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