En el año 2019, un amigo de mi papá nos empezó a invitar al estadio.

Todo estaba excelente. Las instalaciones del estadio de Rayados, el Restaurante Azul, el lugar dónde desde ahí, veíamos el espectáculo cada fin de semana.

- Sientanse, con confianza, pidan lo que quieran. nos decía el Tembeleke, amigo de mi padre, que por cierto, también lo conoció por todo ese rollo de los eventos.

Ver un partido de tu equipo favorito, mientras estás comiendo unos totopos y una coca, es lo mejor.  –

– De inicio no quería pedir nada, pero luego, agarré confianza. –

Fueron grandes momentos, cuando íbamos de invitados.

La última ocasión, sucedió un sábado perfecto y que al día siguiente la vida de mi padre le traería un mal domingo, uno para no recordar, catastrófico, que fue fatal.

Después de haber gozado de un partido fenomenal, de formar parte de el coro de la hinchada, de apoyar con buenos cánticos a nuestro equipo, después de haber estado en una feria y vivir la pasión musical, de aquella noche tan especial, la cereza del pastel, sin duda fue haber estado en ese lugar.

El  día del domingo, fue el más gris que pude haber vivido, un día antes todo iba tan bien, a no ser de lo que terminó por suceder.

Mi abuelo y yo jamás tomamos palabras, me siento mal, por no estar en esos momentos charlando con él, se sentía algo mal, que  ganas no tenía de comer.

Todo sucedió tan rápido, fue un día extraño, o más bien anormal. Se supone que la vida no es normal, las cosas que nos pasan, ¿esas coincidencias que nos dan?, ¿acaso es normal? , claro que no.

Llegó la tarde y el sol  apareció,
la luna comenzaba a brillar,
cuando todo aquello se presenció,
me dejo con un aspecto que me deslumbró.