6. Nueve vidas
But you'll never be alone, I'll be with you from dusk till dawn...
Alec POV
Alec se quedó fuera, escuchando con su oído agudizado a través de la ventana, con sus dedos pegados al costado de un edificio. El Gato se encontraba dentro, atrapado infraganti, pero sin duda a propósito; probablemente como parte del juego que había iniciado hace tiempo de robarle al peor villano de la ciudad: Valentine Morgenstern.
Decían que Valentine había puesto explosivos alrededor de sus oficinas, sin duda prefiriendo volar en mil pedazos su imperio antes de permitir que alguien le robara. Obviamente el Gato había decidido probar ese rumor y hasta ahora parecía ser solo un chisme que se corrió por la ciudad para espantar a cualquiera que se atreviera a meterse con él.
El Gato le había vaciado ya varias cuentas. Alec sabía que el Gato no se quedaba con todo, ni siquiera con la mitad. Era otra de las cosas que le hacía agradarle el villano. En otra ocasión le había robado unos archivos que había vendido a su competencia. Por lo que Valentine estaba más que enojado y buscando venganza contra el gato.
Valentine se encontraba dando su típico monologo de villano, de esos que les encantaba dar antes de matar a alguien. Su monólogo se detuvo cuando a vio a el Gato atacar a sus guardias de seguridad, dejándolos inconscientes en el suelo, y enterrándoles sus garras. Valentine a penas le estaba apuntando, cuando el Gato se deslizó rápidamente a través de una ventana abierta, con gran agilidad y aterrizando como si nada hubiera pasado.
– ¡Hola, Arañita! – le gritó, mientras pasaba a su lado, para continuar corriendo por la calle.
Alec aterrizó sobre la calle, vacía por la hora que era, y alcanzó al Gato.
– No tenías que seguirme, sabes, – el Gato le dijo.
– Podías haber necesitado ayuda, – Alec le contestó, tomándolo de brazo para detenerle.
El Gato sonrió, soltándose del agarre de Alec. – No seas tontito, – le dice, apretando su nariz sobre la máscara. – La ayuda es para los niños. –
Y comenzó a correr nuevamente, saltando sobre la parte trasera de un camión de carga, para usarlo de impulso para saltar sobre la pared de un edificio. Alec, maldiciendo bajó, lanza una telaraña para alcanzarle y quedar cara a cara con el Gato.
– Si sigues robándole, vas a terminar herido. O peor, muerto. Lo he visto. Ni siquiera yo he podido detenerle, – Alec le dice, rogando porque el Gato le escuchara.
Valentine era prácticamente intocable. Robaba y mataba, y era el jefe del crimen mayor de la ciudad. La Araña ya le había intentado detener en otras ocasiones.
– No te preocupes, cariño. Tengo nueve vidas, recuerda, – el Gato le dijo, poniendo su mano sobre el brazo de Alec. – Y lo siento. –
– ¿Qué sientes? – Alec a penas terminaba la pregunta, cuando sintió como él Gato le enterraba sus garras en su hombro, para impulsarse y saltar hacía otro edificio.
Alec maldice cuando el impulso le hace caer del edificio, solo salvándose de golpear el suelo al lanzar una de sus telarañas. Lanza otra telaraña, para intentar alcanzar al gato, pero al llegar al techo, el Gato ya no está por ningún lado.
– ¡Mierda! – Alec grita, dando vueltas buscando al Gato.
Se deja caer en el piso, sentándose, maldiciendo al gato por huir así y no escucharle. Por arriesgar su vida solo por dinero y secretos, y por no tomarse en serio las amenazas de Valentine.
"Mis explosivos te estarán esperando, felino" le había dicho Valentine al Gato, cuando este huía por la ventana.
Sus amenazas siempre las cumplía. Quizá Valentine no supiera quien estaba debajo de la máscara, pero no sería difícil para él seguirle y encontrar donde vivía, o su casa de seguridad. Mierda, incluso Alec lo había hecho, aunque estaba seguro que el Gato se lo había permitido. Finalmente, Alec se levantó, y soltando telarañas, se dirigió al penthouse que esperaba fuera donde iba ir el Gato.
Llegó justo a tiempo para ver al Gato entrar por el balcón.
– ¡Gato! – grita, intentando atraparle, pero es demasiado tarde.
Alec solo escuchó la explosión, antes de ver un montón de fuego y humo saliendo del edificio. Alec intentó entrar al edificio con la esperanza de encontrar al Gato, pero el fuego y el humo no le permitía ver nada. El suelo comenzó a temblar bajo sus pies, y Alec a penas logró saltar por una ventana antes de que este se derrumbara.
Alec cayó sobre la calle, viendo a la gente alrededor, que comenzaba a llamar apresuradamente al 911.
Primero miró su traje ennegrecido y destrozado, y luego miró de nuevo el humo que salía del edificio. No puede evitar las lágrimas que salen de sus ojos, mientras los bomberos llegan a su alrededor, sin siquiera darles importancia, o al dolor de su cuerpo.
– ¿Es el Hombre Araña? – uno de los hombres preguntó a otro, detrás de él.
Pero Alec no se quedó a escuchar respuesta. Estaba demasiado expuesto y acaba de ver a alguien que quería morir, sin poder hacer nada al respecto. Se apresuró a lanzar una telaraña y salir de ahí, a pesar del dolor en su corazón que no le deja ver claramente.
Más de un año de perseguirse, de juegos y coqueteos, de preguntarse como acabaría su relación. Y ahí tenia su respuesta, en fuego y dolor. Justo como Alec siempre temió.
*
Alec llevó el duelo como si hubiera perdido a un amante, a pesar de que el Gato nunca fue nada para él, ni siquiera sabía su verdadero nombre. Sabía que pasaría el resto de su vida preguntándose lo que pudieron haber sido. Incluso había vuelto a ponerse el traje negro que había sido parte de su etapa cuando se enfrentó a Venom, y que nunca había vuelto a ponerse. Pero ahora lo usaba en honor al Gato, para recordarle.
Ser el Hombre Araña había cambiado desde que había conocido al Gato, este le había devuelto la vida. Ahora, todo se sentía como antes de conocerle, sin sentido.
Mientras detenía un robo en una calle, vislumbró al otro lado a Valentine saliendo de un restaurante, con una sonrisa.
Y eso le hizo tomar una decisión.
Iba a vengarse. Al diablo su código y la moral del hombre araña. Valentine no podía matar así y simplemente continuar con su vida como si nada, sonriendo, como el Gato nunca le iba a sonreír de nuevo.
No se iba a conformar con la prisión, sabía que Valentine fácilmente la libraría o escaparía de ella. Alec tenía que acabar con él, evitar que volviera a hacerle daño a alguien. Ya después lidiaría con las consecuencias.
Siguió a Valentine por dos semanas. Se aprendió sus rutinas, averiguó los puntos donde era vulnerable. Finalmente, un jueves Alec decide actuar. Ese día solo le suele acompañar un guardaespaldas, ya que solo visita su segundo hogar, una bóveda con bastantes reliquias. Alec ya la conocía porque sabía que el Gato la había robado en varias ocasiones.
Estaba listo, mientras veía a Valentine entrar a la habitación para dirigirse a la bóveda, dejando a su guardaespaldas del otro lado de la puerta. Realmente no tiene un plan sobre lo que haría, pero sabía que no será lindo. Ya no le importaba nada, ni lo que pasara, ni su reputación. Solo quería venganza. Ya habían pasado tres semanas desde el asesinato del Gato y Alec no podía dejar de pensar en él. En su voz, su sonrisa.
Estaba a punto de lanzar una telaraña y entrar al lugar cuando escucha una voz. Una voz que podría reconocer incluso entre un mar de gente.
Su voz.
Abandonando su ataque nada planeado, corrió a la dirección de la voz. No corrió demasiado, cuando encontró la fuente de la voz: un pequeño reproductor, pegado a un poste de luz en la parte trasera del edificio de Valentine. La voz del Gato se escucha suave y burlona, pero coqueta como siempre. El reproductor tenía una nota pegada.
Alec tomó la nota, donde se encuentra un beso con labial negro, con un simple saludo escrito con caligrafía perfecta, las palabras que acostumbraba a escuchar al menos una noche a la semana "Hola, Arañita". Palabras también repetidas por el reproductor
– Hola, Arañita, – La voz del gato dice. – Siento haberme tardado tanto, pero ya sabes lo que dicen de los gatos, tenemos nueve vidas. –
El corazón de Alec dio un salto. Nueve vidas. El Gato está vivo.
– No podía simplemente aparecer y ya. Tenía que vengarme. Y parece ser que tu tuviste la misma idea. – el Gato continuó.
Alec miraba el edificio, no podía creer que estuvo a punto de cruzar una línea que nunca había cruzado, por un hombre que ni siquiera estaba muerto. Que ni siquiera se molestó en darle alguna señal de que estaba vivo en casi un mes. Se sentía tan enojado. Aliviado, feliz, pero enojado.
– El negro te queda bien, por cierto, – le dijo, en voz coqueta, que Alec pudo hasta imaginar su sonrisa. – Ahora, hazme un favor, guapo, y cúbrete. –
Alec hizo lo que se le dijo, tomó la grabadora y se puso detrás de una pared, justo a tiempo para escuchar una explosión detrás de él.
Alec salió detrás de la pared, para ver el lugar en llamas. Escuchó sirenas a la distancia, por lo que rápidamente salió de ahí. Lo último que necesita es que los policías le echaran la culpa de la explosión.
Alec se columpió entre los edificios, hasta quedar a una buena distancia del sitio de explosión. Se quitó la máscara cuando aterrizó en un techo, para poder agarrar aire, y se recargó en una pared. Rápidamente aprieta el botón en su traje que sirve para deshabilitar las cámaras a su alrededor, en caso de que hubiera alguna.
– Hola, Arañita, – escucha de nuevo, mira hacía la grabadora aun en su mano, y enojado, la estrella contra la pared.
– Que dramático, – dice una voz familiar atrás de él.
Rápidamente se pone de nuevo la máscara antes de girarse hacía el Gato, su expresión llena de rabia, aunque el Gato no la pueda ver.
– Cabello negro, – murmura el Gato, acercándose. Usaba su traje de siempre, sexy y salvaje a la vez, con los labios negros y brillantes, como el del beso en la nota que había encontrado. – Siempre supe que debajo de ese traje había un alto y guapo hombre de cabello negro. –
En cualquier otra noche Alec le hubiera seguido el juego, quizá se hubiera puesto nervioso, y hubiera objetado sobre que realmente no era guapo. Pero no esa noche. No después de casi un mes en duelo, llorando por un ladrón que había jugado con sus sentimientos.
– Eres un idiota. Estas vivo, – dijo, enojado.
– Arañita, – el gato fingió ofensa, acercándose aun más a Alec. Alec levantó una mano para detener al Gato, necesitando tener distancia entre ellos por primera vez.
– ¿Había alguien más en el edificio? – Alec preguntó. – Porque se que te he dejado pasar muchas cosas. Pero debes saber que para mi, eso sería cruzar la línea. –
– Solo volé su bóveda. Ni siquiera está muerto. Solo le di un pequeño sustito, y un mensaje: que no se metiera conmigo de nuevo. Supongo que tendrá un par de cicatrices, pero también un nuevo respeto por mi, pero eso es todo, – ahora si sonaba ofendido el Gato. – Sabes que no hubiera asesinado a nadie. Me conoces, yo no mato gente, no soy así. –
– No lo sé, – Alec le dijo. Sabía que estaba siendo cruel, y se arrepentía, pero no podía detenerse. – Fingiste tu muerte de alguna forma, me dejaste sufrir tu muerte, y no te molestarse en decirme que estabas vivo. Tampoco te imaginé capaz de hacer algo así, y lo hiciste. Supongo que dos personas que no saben ni siquiera el nombre del otro, no pueden decir que se conocen. –
– Ya me imaginaba que intentaría algo así. Así que había movido mis cosas una semana atrás, y preparado todo, – el Gato le explicó. – Y sabes que eso no es verdad. –
El Gato sonaba triste, y con tono de disculpa. Sabía que realmente sí se conocían, no necesitaban saber sus nombres para confiar en el otro.
El enojo de Alec comenzaba a ceder.
– ¿Por qué no me contactaste? Te pude haber ayudado, – Alec le dijo, el enojo ahora se había convertido en decepción.
Al menos él si pensaba que el Gato le tenía confianza. Debía saber que, a pesar de siempre amenazarle con llevarle a prisión, Alec jamás sería capaz de hacerlo, que entre atraparle y dejarle ir, siempre le había dejado ir.
El Gato tragó fuerte. – Supongo que no estoy acostumbrado a que alguien quiera ayudarme, – dijo, en voz bajita. Y Alec se moría de ganas de abrazarle, de hacerle desaparecer ese sentimiento, de golpear a la persona que le había hecho creer eso. – Es algo nuevo. –
El Gato era algo nuevo para Alec también, pero no lo dijo en voz alta.
– Pues acostúmbrate, – le dijo, caminando hacía el otro lado del techo. El Gato no le siguió. – ¿Vienes? – le preguntó. – Eso fue una gran explosión y estoy seguro que abrirán un perímetro que quizá llegue hasta este edificio, así que lo mejor es irnos.
– ¿Eso es todo? – El Gato preguntó, con duda, acercándose a Alec. Alec le tomó de la cintura, y el Gato puso sus manos en sus hombros, y sus piernas en su cadera.
– Por supuesto que no, – Alec bufó, lanzando una telaraña al edificio de enfrente. – Aun estoy malditamente furioso contigo. No te vas a librar fácilmente. –
– Oh, como me calienta cuando hablas sucio, Arañita, – el Gato dijo, coqueto, enterrando un poco sus garras en la espalda de Alec.
Y Alec tuvo que usar todo su autocontrol para no tartamudear. – Lo sé, – el Gato le miró con la boca abierta, sorprendido de las palabras de Alec. – Pero fingiste tu muerte y no me dijiste, así que hasta que se me pase el enojo, te vas a tener que aguantar la calentura. –
El Gato le miró juguetón, pero a la vez seriamente. Esperanzadoramente.
Y Alec supo, en ese momento, que solo era cuestión de tiempo para que las cosas entre ellos explotaran. Cambiaran. Antes de que no pudieran contenerse. Antes de que Alec ya no pudiera contenerse.
Pero no esa noche. Esa noche Alec estaba aun enojado.
– Tendrás que comprarme unas hamburguesas, – le dijo cuando aterrizan en otro techó, aun teniéndolo entre sus brazos. – Y no cualquier maldita hamburguesa. Quiero una maldita hamburguesa carísima de un restaurante lujoso, de uno de esos lugares que se que puedes pagar. –
El Gato rio feliz, acariciando el cuello de Alec sobre la máscara.
– Creo que el Hombre Araña no debería maldecir tanto, – le dijo el Gato, juguetonamente.
– No, no debe, los niños admiran al Hombre Araña, – Alec le contesta., – Pero esta noche estoy usando el traje negro, así que las reglas no aplican. –
El Gato le sonrió, y Alec volvió a lanzar otra telaraña, columpiándose por la ciudad con su Gato entre sus brazos. Abrazándole fuertemente, con miedo a volverlo a perder.
Magnus POV
Magnus le compró muchas hamburguesas caras a su Araña, sobre todo porque sabe que sus poderes y su súper metabolismo le hace comer demasiado. Después se columpiaron hasta el techo del MET, el lugar donde se habían conocido, para comer en un cómodo silencio.
Magnus se preguntaba si Alec le llevó ahí recordando igualmente que ahí se conocieron, o si solo lo llevó por casualidad. Cual fuera que fuera la razón, Magnus lo tomó como una forma de decirle: me alegro que estés con vida, y que estés conmigo.
– Lo siento, – Magnus le dijo, después de acabar con las hamburguesas. La máscara de la Araña aun continuaba arriba sus labios, algo que pasaba más normalmente cuando hablaba con Magnus.
A Magnus le encantaba, la forma en que mordía su labio cuando se ponía nervioso cuando Magnus le decía un comentario coqueto.
– Realmente no pensé que te fuera a importar mucho. Se que tenemos este juego de que tu me persigues y que a veces incluso nos ayudamos. Y que nunca me has puesto en prisión. Pero supongo que yo... yo no pensé, no pensé que te importara. –
La Araña suspiró profundamente. – Bueno, si me importas. Y mucho. Así que no me vuelvas a hacer algo así, ¿por favor? – le dijo, como un ruego, que hizo que el corazón de Magnus diera un brinco, como nunca antes lo había hecho.
– No lo haré, – dijo, y le sorprende lo mucho que realmente lo decía.
– Entonces, supongo que estas perdonado. Solo pídeme ayuda la próxima vez, – la Araña le dijo, mientras se acomodaba la máscara. – Se que estamos en diferentes bandos, pero eso no me importa. Si me necesitas, estaré ahí. –
Magnus solo puede parpadear, sin palabras. Algo que solo lograba causarle el hombre de traje rojo con azul.
– Incluso si terminas abandonándome con una bolsa llena de dinero, o atravesando una pintura en mi cabeza, – la Araña agregó, soltando una risita y haciendo reír a Magnus, para después tomar la mano de Magnus. – Bueno, si no tienes otro edificio que volar esta noche, ¿Qué te parece ayudarme a detener un robo en la quinta avenida? –
– ¿Desde cuando...? –
– Desde que te disculpaste. Pero supongo que un robo podía esperar a que termináramos de hablar, – la Araña se encogió de hombros, como si no fuera la gran cosa que el gran héroe de la ciudad dejara pasar un robo por hablar con Magnus. Con un criminal. – La policía probablemente estará muy ocupada gracias a alguien, – le dijo, mirando muy probablemente mirándole acusadoramente. – Así que no habrá quien detenga a los ladrones. –
Magnus acaricia la mano de la Araña sobre la suya. Disfrutándolo.
– ¿Puedo tomar un rubí, aprovechando que ando por ahí? – Magnus sonrió coquetamente, acercándose al oído de la araña, sintiendo como el cuerpo del otro temblaba. – Un buen samaritano de azul y rojo me hizo devolver el último que robé. –
Se preguntó si la Araña estaba sonriendo debajo de la máscara, al recordar la memorable persecución que tuvieron cuando su Arañita le logró quitar su grande y brillante rubí que había robado, algunos meses atrás. Realmente había sido una gran pérdida, pero había valido la pena tener el fuerte cuerpo de la Araña presionado contra el suyo mientras le quitaba el rubí.
– Por supuesto que no, – la Araña contestó, bufando, tomándole nuevamente de la cintura, para columpiarse por la ciudad.
El Gato rio sintiendo el aire en su rostro. No importaba, muy probablemente terminaría tomándolo sin el permiso de su Araña.
Ya casi viene el beso Malec... <3
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