3. Cuando los gatos negros salen (Halloween)


I can't believe there's something left in my chest any more
But goddamn, you got me in love again




Magnus POV

Magnus amaba Halloween. Le encantaba la ropa excéntrica, y aunque sabía que era bastante estereotipado, le encantaba un buen disfraz sexi. Era obvio, siendo su disfraz un traje de piel negro pegado a su cuerpo, que sabía que le hacía ver como un dios, recalcando todo lo correcto en su cuerpo.

Además, le encantaban los dulces, así que sus planes de robo de esa noche no eran como los que normalmente hacía.

Elegantemente se dejó caer al suelo, y salió a las calles, donde vio a niños pequeños y no tan pequeños disfrazados, corriendo felices con sus dulces.

Nadie le miro demasiado, nadie le acuso de ser un ladrón. Esa noche no.

Camina hasta llegar a una cerca de metal de estilo gótico, golpeando sus garras contra el metal de la inmensa casa que es parte de la historia de la ciudad.

Ya casi todo ahí eran departamentos, pero no ese lugar. En los escalones se encuentra una bolsa de terciopelo llena de dulces, con un letrero que dice "toma uno, por favor", con una caligrafía perfecta.

Magnus resopla viendo a un grupo de niños pasar a su lado corriendo, para tomar un dulce. "Toma uno", se ríe en su mente, sabiendo que el dueño de ese edificio, la Reina Seelie, podría pagar un suministro de dulces para un año entero a cada niño que llegara a sus escaleras.

Magnus mira a su alrededor, en ese momento no había niños en la casa, la mayoría estaban viendo una exhibición en la casa de al lado. Aprovechó la oportunidad, y entró por la reja, sacando una canica de su bolsa y la arrojándola a las escaleras. De ella salió una luz que hizo que la cámara de la entrada dejara de funcionar.

– Bueno, – Magnus se dice a si mismo, sonriendo y caminando hacía la bolsa. – Eso debe bastar. –

Había sido una compra impulsiva de su casa de compras favorita en la ciudad. Un dispositivo que detectaba cámaras cercanas y las hacía dejar de funcionar. Claramente una buena inversión.

Magnus tomó la bolsa de terciopelo llena de dulces y se la echó al hombro. Bajó felizmente por los escalones para unirse al resto de gente, justo al salir, la pequeña pelotita se autodestruyó, como Magnus había planeado.

Tenía algunas canicas más en su casa, sabía que serían de gran uso en la próxima semana cuando la Reina Seelie saliera de viaje a Paris, y Magnus volviera, para esta vez, robar algo más valioso que dulces.

Magnus prácticamente saltó por las calles, regresando al callejón donde había bajado. Sacó su arpón y lo disparó para caminar por la pared del edificio para subir al techó, con su otra mano sosteniendo su bolsa de dulces.

Al llegar al techo comenzó a revisar la bolsa, tirando los dulces corrientes. La mujer era rica, definitivamente podía comprar dulces de mejor calidad.

Saltó de emoción cuando finalmente encontró sus chocolates favoritos.

– Esto es a lo que me refiero, – Magnus dijo, dejando la bolsa en el suelo, y sentándose en el borde del techo, abriendo la barra de chocolate y disfrutando de la vista mientras comía su dulce.

El sol ya se estaba ocultando, amaba ver como se escondía el sol, los colores en el cielo, y la sensación de ser el afortunado de poder tener la ciudad a sus pies

Pero no el único. Magnus reconoció el color rojo a unos edificios de distancia.

– Arañita, – dijo, con una sonrisa, dándole la última mordida a su chocolate.

Por supuesto que su superhéroe favorito estaría de guardia, cuidando a los niños de la ciudad. Se levantó del suelo, tomó su bolsa de dulces y corrió, detrás de su araña sin que este le notara.

Le encantaba saber que Magnus era el único que podía sorprenderle y agarrarle desprevenido, como si su sentido arácnido no funcionara del todo con él.

Cayó silenciosamente en el techo donde la araña estaba sentado, observando la ciudad.

– Dulce o truco, Arañita, – Magnus le dijo, haciendo que la Araña brincara un poco.

– ¿Estás seguro de que no tienes súper poderes? Porque no deberías poder acercarte a mi así, – la Araña le dijo, sin quitar sus ojos de la ciudad.

Magnus se acercó aun más, tocando con sus garras el brazo de la araña.

– Nop, solo soy un común mortal, – le dijo.

Escuchó susurrar a la araña un "nada de ti es común", lo que hizo que el corazón de Magnus se inflara, y sus mejillas se sonrojaran. Había algo en esa Araña que le volvía loco.

Magnus dejó caer la bolsa de dulces, y se sentó a su lado, con sus piernas tocando las de la Araña.

– Robar dulces de niños es demasiado bajo, incluso para ti, – la Araña le dijo, volteando a verle.

Incluso a través de la máscara, Magnus podía notar como le recorría con la mirada todo su cuerpo. A Magnus le encantaba llamar la atención, pero le encantaba aun más que su Araña fuera el que le mirara así.

– No le robé a un niño, – Magnus soltó una risita. – Lo robé de una puerta de un rico. –

La araña resopló, y Magnus estuvo casi seguro que había una sonrisa bajo la máscara. – ¿Es todo lo que robaste? – preguntó, girándose nuevamente a la ciudad.

– Por ahora, –Magnus se encogió de hombros. – Quizá podrías perseguirme cuando robe algo más. – dijo, en tono coqueto.

Esta vez estaba seguro que había una sonrisa debajo de la máscara.

– Quizá lo haga, – le dijo, en tono tímido pero seguro.

Uno de estos días Magnus iba a saber quien estaba debajo de esa máscara. Magnus dio un brinquito, queriendo estar aun más cerca de su Araña.

– ¿Algo interesante ha pasado hasta ahora? – Magnus le preguntó, mirando a unos niños disfrazados, y riendo.

La Araña negó. – Además de un Gato robando dulces, nada, – dijo, Magnus estaba seguro que sonriendo.

– Que raro, – dijo. En esa ciudad siempre había algún crimen. Bien lo sabía, algunas de esas veces él era el responsable. – ¿Quieres un chocolate cremino? – le preguntó

– Diablos no, no me odio, – la Araña dijo, y Magnus se encontró deseando conocer la expresión de disgusto de la araña. – Pero tomaré un chocolate crunch. –

Magnus le sonrió, sacándole el chocolate a la araña, quien lo desenvolvió. Se detuvo un segundo, con la mano en su cuello donde iniciaba su máscara, como pensado las cosas. Finalmente, después de un rato, se levanto un poco la máscara lo suficiente para comer.

Magnus se quedó en silencio todo el momento, apreciando lo poco que podía ver de la araña. Lo único de la piel de la araña que conocía era cuando su traje se rompía por alguna herida o por sus propias garras rasgando la tela.

Sus labios era rosas, rellenitos, tan llenos que Magnus daría su fortuna por poder morderlos. Su piel era pálida, su mandíbula fuerte, y había un rastro de barba. Magnus se moría de ganas por acariciar la piel.

Sacudió su cabeza, no queriendo parecer un raro, y comenzó a comer sus dulces. Estaba seguro de que su Araña había sentido la mirada de Magnus en él.

Se quedaron en silencio por un momento, disfrutando de la vista del anochecer. El silencio regularmente era incómodo para Magnus, siempre queriendo tener ruido a su alrededor. Pero con su Araña era diferente, era cómodo. Solo el ruido de la ciudad.

– ¿Quieres caminar? – la araña le preguntó, rompiendo el silencio.

– ¿Caminar? – Magnus le preguntó.

– Si, um, pensaba en vigilar desde abajo, y pensé que um, quizá tu también querrías, – la Araña se veía nerviosa. – Caminar. –

Magnus sonrió, levantándose y tomando su bolsa de dulces con una mano, y con la otra ofreciéndosela a la Araña.

– Vamos a caminar, – dijo, y la Araña tomó su mano. Magnus le sonrió, antes de soltar su mano y dejarse caer del techo.

Lo último que vio fue a su Araña negando con la cabeza. Sacó su arpeo y lo disparó para balancearse y caer ágilmente sobre el piso.

– Wow, que cool, – dijo un niño que pasaba por ahí, sin darle mucha importancia al criminal. Al final de cuentas, era Halloween.

– Presumido, – dijo la Araña, cuando aterrizó a su lado. Magnus le guiñó al niño, que se fue feliz riendo.

– Lo soy, – Magnus coincidió, asegurando su lazo en su cinturón.

Caminaron en un cómodo silencio por la calle. Algo que solo podían hacer esa noche. Incluso se encontraron con otras versiones de si mismos, cuando el sol se terminó de ocultar y ahora eran los adultos disfrazados los que salían de casa. Algunas veces hablaban para comentar sobre alguno que otro disfraz

– Bueno, mira eso, – dijo Magnus, lamiendo indecentemente su paleta, señalando a una pareja disfrazada del Gato Negro y el Hombre araña, presionados contra la pared, con sonrisas en sus labios y sus manos unidas. – Si tan solo fuéramos ellos, – Magnus dijo, soñadoramente, comiéndose con la mirada a su Araña.

La Araña rio nerviosamente.

– ¡No! – gritó una niña al otro lado de la calle, y su Araña no pudo evitar correr a ver que pasaba.

– Hey princesa, – le dijo a la pequeña niña vestida de hada rosa. – ¿Estás bien? –

Ella respiró varias veces, intentando contener las lágrimas que parecían iban a caer de su rostro en cualquier momento.

– Mi bolsa de dulces calló en una alcantarilla, – la niña dijo, dejando caer una lágrima. Magnus se acercó a ella, y rápidamente comenzó a sacar algunos dulces de su bolsa. – Y mi hermana no me dará de sus dulces, lo sé, – ella gimoteó más, dejando caer más lágrimas.

Magnus se acercó al lado de la Araña, quien consolaba a la niña, lo cual parecía estar funcionando. Le intentaba convencer de que él era el verdadero Hombre Araña y la niña soltaba unas risitas.

– Bueno, tu puedes presumirle sobre esta gran bolsa llena de dulces que acabas de recibir, y decirle que tampoco le darás ningún dulce, – Magnus le dijo, acercando la bolsa a la pequeña hada.

Sus ojos se abrieron enormemente, notando por primera vez a Magnus.

– ¿De verdad? – ella susurró, viendo la gran bolsa de dulces.

– De verdad, – el le dijo, sonriéndole suavemente,

– Wow, gracias, – ella dijo, tomando la bolsa con una gran sonrisa. La Araña le ayudo con la pesada bolsa, ya que ella estaba bastante pequeña. Ella abrazó rápidamente a Magnus, antes de tomar bien su bolsa y contestarle a su hermana que le estaba gritando. – ¡Ya voy! – le gritó, y nuevamente se giró hacía Magnus. – No eres tan malo como dice la televisión, Gatito Negro. – ella le dijo, y luego corrió hacía su hermana

Magnus se quedó con la boca abierta, un poco confundido y bastante halagado por el comentario de la pequeña a la que le acababa de dar casi una maleta llena de dulces.

– Tiene razón, – la Araña le dijo, acercándose a él.

Magnus parpadeó varias veces sin creerlo, sabía que le agradaba a la Araña, pero eso era otra cosa. Juraba que sintió como su corazón daba un brinco.

Magnus se limpió una imaginaria basurita de su ropa, para intentar distraerse un poco y no hacer algo estúpido como quitarle la máscara a la Araña y besarle con locura.

– No fue nada, – dijo, encogiéndose de hombros.

– Si lo fue, – le dijo la Araña, moviendo su brazo como si quisiera tocarle, pero finalmente deteniéndose, girando la mirada hacía la lejanía y tensando su cuerpo.

– Conozco esa mirada, – Magnus le dijo, sacando de su bolsa uno de los pocos dulces que se había logrado guardar antes de darle la bolsa a la niña. – Hay un agradable ciudadano al que salvar. –

– Si... yo, lo siento... tengo que... – la araña sonaba realmente triste de tener que irse.

Como si quisiera seguir caminando por las calles compartiendo dulces con Magnus, toda la noche. Este juego que tenían se estaba volviendo en algo más, algo peligroso.

– Lo entiendo, – dijo Magnus, acercándose un poco a la araña, tomándole de la mano y dándole un último chocolate. – Feliz Halloween, mi Araña, – le susurró, para después inclinarse y depositar un suave beso en la mejilla cubierta de la Araña, dejando un poco de su labial en la máscara.

Por un momento sintió como el cuerpo de Alec temblaba, como la primera vez que le había besado. Solo que esta vez no estaba huyendo, dejándole encerrado con una bolsa llena de dinero. Así que lentamente le beso, y lentamente se alejo.

– Feliz Halloween, Gatito, – la Araña le contestó, antes de girarse y lanzar una telaraña a uno de los edificios y alejándose del lugar, hasta que la oscuridad de la noche de Halloween ya no le permitió verle.



Fue como un especial de Halloween que sacó durante esas fechas xD ...

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