Capítulo 12
El golpe fue respondido con un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como brotado desde el infierno de la garganta de algún condenado.
El hombre, aturdido y mareado, se alejó tambaleándose de la pared. Una docena de brazos oficiales derribaron el muro para hallar el cadáver maltrecho de la mujer y sobre la cabeza de este, el gato: el delator que entregaba la presa al verdugo.
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