Arrastró el cuerpo hacia uno de los muros del sótano, sacó los ladrillos uno a uno e introdujo el cadáver para volver a rellenar la tapia con material de construcción, dejando la pared sin la menor huella de haber sido tocada.

El hombre estaba convencido de que el gato había sido el culpable de aquella desgracia y lo buscó por toda la casa para matarlo. No lo encontró. El animal, asustado por la explosión de cólera del hombre, se había buscado un refugio seguro.

Por primera vez, después de la llegada del animal, el hombre había logrado conciliar el sueño tranquilo y profundo. Pasaron algunos días y el gato no volvió a aparecer.