Capítulo XVII


Marcos llegó a la obra y antes de bajar del auto para realizar la inspección de rutina llamó a su amigo Alejandro. Estaba ansioso por poder hablar con él sobre los trámites de casamiento. Quería empaparse de todo lo necesario para actuar lo más pronto posible. Darle seguridad a Carla.

—¡Ale! —habló Marcos al escuchar que atendían del otro lado de la línea.

—Buenas Parcero. ¿Qué hubo?

—¿Qué haces a la tardecita? ¿Te pasas por el apartamento? Tengo cosas importantes que hablarte.

—Hágale pues. Voy con unos tragos.

—Tranquilo Parce, que tengo trabajo y no quiero pasarme. Además, quiero hablarle serio.

—No me asuste, Marcos, ¿Pasó algo?

—No hay nada, nos vemos y ahí hablamos

—Ahí nos vemos entonces.

Marcos se quedó mirando el teléfono al cortar, raro con la conversación, temía que su amigo se llegara a su casa con chicas y alcohol como de costumbre. Quizá tendría que haber sido más específico, pero estaba apurado, ya habría tiempo de serlo. Tomó los planos, se puso su casco de seguridad y bajo del auto para la obra.


Carla llegó a la universidad a las apuradas, con las mejillas rojas y sin nada de oxígeno. Bajó de su bicicleta pensando en la falta de entrenamiento que tenía y se dirigió al café directamente para encontrarse con Laura.

—Amiga —saludó Laura dándole un beso en la mejilla—. Tengo varias cosas que contarte.

—Yo también —contestó Carla con una sonrisa que no le entraba en la cara.

—¿Qué? ¿Aceptáste al vecino? —Carla hizo un gesto de afirmación con la cabeza y Laura empezó a gritar como niña con juguete nuevo.

—¡Laura! Calláte que todos nos miran, por favor. —Ya empezaba a sonrojarse.

—Es que me puede la emoción —contestó Laura calmándose y cambiando de forma repentina su expresión—. No te des vuelta que viene Hugo. —Carla bajó la cabeza y se arregló el pelo disimuladamente—. Está mirando para acá, ¡no mires! —Laura le dio un cuaderno a Carla y las dos hicieron como si leyeran—. Viene para acá... no levantes la cabeza...

—Buen día —saludó Hugo acercándose a la mesa—. Laura, ¿Nos permites hablar un minuto? —Carla tomó la pierna de Laura por debajo de la mesa para detenerla—. Por favor.

—Solo unos minutos porque ya entramos a clases —afirmó Laura a Hugo y luego se dirigió a su amiga—. Voy pagando el pedido y te espero en la caja. —Carla asintió resignada.

—¿Cómo estás? —preguntó Hugo sentándose.

—Estudiando...

—No lo hagas más difícil, Carla.

—Hugo, te dejé en claro el otro día que el trato ya no existe más. Así que no tenemos que hablar más allá de cosas que sean referidas a la maestría.

—No me parece justo. Me preocupo por ti, solo quiero ayudarte.

—Y gracias por eso. Pero no necesito tu ayuda. Prefiero que las cosas sean así. Nuestra relación es de alumna y profesor, es mejor para los dos que así se mantenga.

—Es por ese chico, ¿No? ¿Cuándo lo conociste?, ¿Tan rápido te calentaste con él? —Carla se paró inmediatamente enfurecida, pero Hugo la tomó de la muñeca y la volvió a sentar en la silla, casi de un empujón. Parecía que apretarle la muñeca era su modus operandi. Uno que Carla odiaba—. Solo quiero saber cómo son las cosas. Es lo justo.

—Ese chico, como vos le decís, se llama Marcos. Es mi vecino y lo conocí hace unos meses. Nos acercamos bastante, ya que vive frente a mi casa. Todo empezó por mi gato. Él lo encontró en una de sus escapadas y así empezamos a relacionarnos. Y no es calentura como le llamás. Estamos empezando una relación. Eso es todo, ¿Contento?

—¿Y ahora que ya no me necesitas lo vas a usar a él? —Carla pasó las manos por su cara llena de frustración. Maldijo el día en que se le pasó por la cabeza que podía contar con ese hombre. Intuía que no la iba a dejar en paz. Quería gritarle que se fuera, que nunca más le hablara, pero no podía. Había mucho en juego, su título de maestría, los informes de la beca. Necesitaba todavía de Hugo, aunque lo odiara cada vez más.

—Estamos saliendo, Hugo. No lo estoy utilizando... Y no sé por qué me gasto en explicarte nada. Ya te lo dije. No somos más que alumna y profesor.

—Podría denunciarte al registro...

—No lo puedo creer, ¿Qué te pasa Hugo? ¿Qué querés de mí? —Carla cerró el cuaderno que tenía abierto sobre la mesa con un golpe, la impotencia le subía por la garganta—. ¿Y qué vas a denunciar? Te dije que estábamos empezando una relación. No que hice un trato. No hay arreglos ni mentiras.

—Ya, entonces no niegas que vas a casarte con él, si ya no me necesitas más, seguramente es por eso.

—El arreglo entre nosotros se terminó por tu forma de actuar, Hugo. Realmente no te entiendo, terminas de decirme que te preocupas por mí, que querés ayudarme y después ¡¿me amenazas con denunciarme?! —contestó Carla alzando cada vez más la voz. Algunos alumnos que comían en la cafetería se dieron vuelta a mirarlos—. Mirá como nos miran todos. No te das cuenta de que es mejor para los dos así o querés poner en riesgo tu trabajo como profesor —Hugo miró hacia las otras mesas confirmando los dichos de Carla cuando Laura se acercó a ellos.

—Ya tenemos que entrar a clase, Carla.

—Nos vemos en clase, Hugo. —finalizó Carla, dejándolo solo en el café.


Luego de su jornada laboral, Marcos regresó a su apartamento un poco agotado. Se preparó un café, prendió la notebook y se puso a buscar ofertas de pasajes aéreos Barcelona - Buenos Aires. La hacía ilusión poder conocer la ciudad. Lo añoraba desde chico, cuando pasaba muchas horas leyendo a Cortázar. El cansancio lo golpeó y se frotó los ojos un poco enrojecidos por el brillo del monitor. Lo mejor era cortar por un rato y tirarse a descansar en el sillón hasta que llegara Alejandro.


Carla terminó de cursar en la UAB y se dirigió a su turno en el museo. Los lunes eran días tranquilos, no había mucho contingente de alumnos. Seguro iba a tener que colaborar en el área de restauración. Eso le encantaba, poder ayudar a los restauradores, era cuando más aprendía el oficio. Tomó su bicicleta y pedaleó con el viento pegándole en la cara. Se sintió libre por un momento, amaba las bicicletas.


Marcos se sobresaltó al escuchar los golpes en la puerta. Maldijo por la idea de haberle dado una llave a Alejandro de la puerta principal. Se levantó para abrir y lo sorprendió ver avanzar dentro de su casa a las dos chicas, rubia y morena, Marcia y Safira, seguidas de Alejandro. En verdad, no fue tanta sorpresa, ya intuía que su amigo iba a hacer de las suyas desde la llamada telefónica. Alejandro no tenía remedio. Lo miro con cara de pocos amigos. Si fuera un dibujito animado, tendría los ojos rojos y humo saliendo de sus fosas nasales. Le había dicho que quería hablar algo serio, por lo visto a Alejandro las cosas le entraban por un oído y le salían por el otro. Saltó del sillón para hablar con su amigo. Esperaba poder librarse rápido de las chicas, no quería que estuvieran allí cuando llegara Carla a su apartamento. No quería complicarla con su vecina.

—Ahora llegan las pizzas —vociferó Alejandro dejando dos botellas de cerveza sobre la barra sin darse cuenta de la cara de fastidio de su amigo.

—Alejandro, te dije algo tranquilo, no que organizaras una rumba —murmuró Marcos con los dientes apretados y arrastrándolo del saco para hablarle al oído.

—Perdón Parcero, me llamaron las chicas y no sé... Pensé que no habría broncas. Marcia hace días que insiste con verte, que no la llamas y creí que...

—¿No habría broncas? —Lo interrumpió—. Te dije que quería hablar de un tema serio, ¿Te lo olvidaste o qué?

—Chicos, suena el timbre, deben ser las pizzas —interrumpió Marcia acercándose hasta Marcos—. Hola bombón. —Intentó saludarlo con un pico en los labios, pero Marcos la rechazó en un movimiento, corriendo la cara y dejando que el beso se quede en su mejilla—. Qué arisco, ¿Tuviste un mal día? —respondió ella acariciándole el brazo.

—Voy a abrir —contestó Marcos dirigiéndose hacia la puerta, quería escapar de la situación o asesinaría a su amigo.

—Deja yo bajo —dijo Alejandro ganándole de mano.

Marcos se dirigió hacia el equipo y puso música a un volumen bajo. No quería estar cerca de Marcia, más bien, necesitaba alejarse de las chicas y pensar en cómo terminar rápido la noche impuesta.

Cuando Alejandro abrió al repartidor se encontró con Carla volviendo de su trabajo en el museo. Se saludaron y subieron juntos en el ascensor conversando trivialidades. Al llegar al piso, la puerta del apartamento de Marcos estaba levemente abierta. Alejandro entró terminando de abrirla y Carla vio a las chicas tomando cerveza y riendo. Se quedó parada en el pasillo. Marcos se dirigió a la puerta para ayudar a Alejandro con las pizzas y quedó frente a Carla. Se miraron un segundo, en sus ojos, Marcos vio bronca mezclada con tristeza. Carla giró hacia su apartamento.

—Carla —la llamó dirigiéndose hacia su puerta.

—Todo bien Marcos, estoy cansada y parece que estás ocupado —respondió mientras abría rápidamente la puerta. Las llaves se deslizaron de sus manos y los dos se agacharon para tomarlas, quedando muy cerca uno frente a otro. Marcos sintió su olor, como una brisa fresca de verano. Tuvo el impulso de acariciarle el pelo, pero lo frenó, sabía que no era el momento para eso.

—No es lo que parece —dijo, en cambio, tomando las llaves. Carla sonrió.

—¿Nunca es lo que parece, no? —respondió intentando tomar las llaves, pero Marcos corrió la mano—. Dame las llaves, por favor. No estoy para juegos. —Marcos le pasó las llaves con resignación—. Hablamos mañana, soy una boluda.

—Espera Carla, deja que te explique...

—No tenés que explicarme nada, no soy más que tu vecina.

—¿Me podés escuchar?

—¡Marcos se enfrían las pizzas! —gritó Marcia desde dentro.

—Te están esperando —contestó Carla entrando a su apartamento y cerrando la puerta en la cara de su vecino. 



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