Capítulo XV


Al atardecer, Carla volvió del museo con un cansancio y una angustia que la abrumaba. Solo quería dormir y olvidarse de todos sus problemas. Pero se chocó con Marcos que entraba al edificio hablando por teléfono sin verla. Al notar su postura derrotada, Marcos abandonó la conversación telefónica.

—Dale, hablamos luego —afirmó de forma apresurada y luego se dirigió a Carla—. ¿Estás bien?

—Sí —contestó ella esbozando una sonrisa bastante fingida.

—Tus ojos no dicen lo mismo. Se nota que lloraste mucho. ¿Qué pasó? ¿Hablaste con el profesor? —Carla asintió con la cabeza. Las ganas de volver a llorar le aprisionaron el pecho, pero las reprimió. No quería mostrarse tan frágil y problemática frente a Marcos—. ¿Quieres hablar? ¿Me invitas unos mates? Sin compromiso...

—Sí, claro.

La subida en el ascensor fue tensa. Nunca se sentía así entre ellos, desde que se conocieron ambos experimentaron una especie de familiaridad a pesar de ser de diferentes culturas, había algo que los hacía estar cómodos el uno con el otro. Como si se conocieran de siempre. Pero ese momento en el ascensor era la excepción. Carla respiraba forzadamente tratando de contener la angustia y el llanto. Los pensamientos la asaltaban. Se veía sin maestría y desalojando su departamento. Se repetía una y otra vez, en bucle, la conversión con Hugo, su prepotencia al hablarle, como si ella fuera un objeto de su propiedad.

Por su parte, Marcos estaba nervioso por la propuesta que le había hecho a su vecina, no sabía interpretar como lo había tomado, si había sido apresurado o descortés en sus formas, quizá malinterpretó sus intenciones y creyó que él era como el profesor, que quería aprovecharse de la situación. Si bien a Marcos ganas no le faltaban de acostarse con su vecina, porque la veía como una mujer hermosa, su intención era ayudarla y nada más. O por lo menos eso pensaba en ese momento.

Pero al llegar al apartamento de Carla, toda tensión desapareció. Carla cruzó a la cocina y Marcos se tiró en la alfombra de telar para saludar y acariciar a Mishuri. Al tiempo, Carla volvió con el mate y se sentó en el suelo al lado de Marcos.

—Sobre lo que dijiste ayer... —comenzó Carla. Notaba que el tema flotaba entre ellos y tenían que hablarlo—. No quiero complicar las cosas entre nosotros. Después de todo lo de Hugo me di cuenta de que no es tan sencillo como pensaba. Además, sigo sin entender el por qué. Apenas nos conocemos.

—Lo sé —contestó Marcos pasando la mano por su pelo despeinado—. La verdad es que me salió así... lo sentí. Como te dije ayer, entiendo lo que significa querer empezar de nuevo, luchar por los sueños y no quiero que pierdas esa oportunidad. Mira, no creo en el casamiento. Nunca pensé en casarme. Mi plan es viajar, por lo que no me voy a quedar mucho tiempo más en Barcelona. No sería un problema para mí que nos casemos.

—¿Por qué no creés en el casamiento? Capaz es que nunca te enamoraste. ¿Y si pasa que te enamorás de alguien? Yo no quiero ser un problema. —Carla empezó a hablar sin parar, como siempre que se ponía nerviosa—. Además, el trámite no es tan sencillo. El registro civil hace entrevistas; capaz hay que sostener la unión por un tiempo.

—Carla, enamorarse es una cosa y casarse es otra. Seguro tienes una visión romántica del casamiento y para mí no es más que una institución, un contrato.

—Mmm, me suena que hay una historia detrás de esa forma de pensar —murmuró Carla con curiosidad.

—Puede ser que la haya, ¿Además del arte te gusta la psicología? —respondió Marcos sarcástico.

—Se me da bien. —Carla sonrió pasándole un mate. El ánimo de los dos se había distendido. Sus miradas se cruzaron por un segundo que pareció horas.

—Bueno, pero estamos hablando de ti, no de mí. Realmente no me hace problema, de verdad, vecina. Muchísima gente lo hace. Es un negocio. —Marcos devolvió el mate a Carla—. De hecho, mi amigo Alejandro para conseguir sus papeles lo hizo y todo fue bien. Es más, ahora que lo pienso puede salirnos de testigo. Y tu amiga también. Mira ya casi está resuelto.

—Pero por eso, vos lo dijiste bien. Es un negocio. Siempre hay que dar algo a cambio. Quizá si te pago...

—No, no necesito dinero, Carla.

—Y entonces, ¿Qué querés? Nada es gratis.

—¿Qué cumplas tus sueños te basta? Y si alguna vez abres tu propia galería puedes llamarla Marcos el colombiano —Carla sonrió y empujó su hombro, Marcos cayó de espaldas despatarrándose en la alfombra y Mishuri aprovechó para subirse en su estómago.

—Hablo en serio Marcos, si lo hiciéramos me sentiría mejor dándote algo a cambio.

—Déjame pensar... —Marcos se incorporó sin apartar a Mishuri y miró hacia la plancha de corcho con fotos que colgaba en la pared del living—. Mmm, nunca conocí Argentina. —Se levantó y fue hasta las fotos—. Me encantaría conocer el obelisco, las cataratas, comer un buen asado.

—¿Qué estás pensando? —preguntó Carla mientras se levantó para unirse a Marcos.

—¿Cuánto tiempo te falta para terminar la maestría?

—Me queda un semestre —contestó Carla, un poco confundida.

—¿Y ahora vienen las vacaciones de verano, no?

—Sí... ¿Y? ¿Querés ir a Argentina?

—Podría ser el trato. Nos casamos y nos vamos de luna de miel para Argentina. Me haces de guía turística.

—Tengo un vecino loco —contestó Carla moviendo la cabeza.

—O nos casamos allá, en buenos Aires, sería otra opción... aunque acá ya tenemos los testigos y no nos darían los tiempos.

Carla se quedó muda, no sabía si reír o llorar, si tomar en serio a Marcos, si se había cruzado con un loco o con alguien muy especial.

—¿Estás seguro? —preguntó sin estar muy segura ella de lo que estaba haciendo.

—Sí —exclamó Marcos emocionado—. Es una forma de combinar nuestros sueños. Empiezo a viajar con una guía bien conocedora del lugar y vos consigues tus papeles. ¡Qué mejor! ¿Tenemos un trato? —finalizó Marcos tendiéndole la mano. Carla tomó aire y lo exhaló profundamente.

—Tenemos un trato —respondió estrechando su mano. Y pensando que estaba loca de remate, pero. ¿Qué otra opción tenía? Era eso o volver para Argentina con una mano atrás y otra adelante.

—Bien. Entonces te encargas del viaje y yo del trámite de casamiento. Voy a hablar con Alejandro para que me explique todos los pasos. Va a salir todo bien, ya vas a ver.

—¿Y Hugo? Después de cómo me habló hoy, no creo que deje las cosas así como así.

—Le dices que estamos juntos. Te dejará de molestar y además deberá saberlo como lo sabrán todos.

—No sé, Marcos. No quiero meterte en problemas. De repente llego a tu vida y la descontrolo.

—Bueno, eso es cierto... la descontrolas, pero ya sin casamiento —Carla sonrió notando que el calor teñía sus mejillas de rojo—. Carla, mi vida está descontrolada hace rato. Además, exageras. No tengo miedo de Hugo. Es más, creo que es una solución para vos. Si sabe que estás con alguien ya no va a molestarte. —Carla lo miró seriamente. Por algún motivo su vecino le transmitía seguridad—. Déjalo en mis manos, ¿sí?

—Está bien, sí. Esto es una locura, pero sí. —Marcos le dio un beso en la mejilla y Carla sintió que su rostro ahora sí que ardía—. Ahora me voy que tengo que preparar algunas cosas para el trabajo de mañana —comenzó a caminar hacia la puerta, pero Carla lo detuvo.

—Marcos, esperá. Me olvidaba de darte algo. —Carla sacó un paquete envuelto de su bolso y se lo entregó—. Gracias.

—¿Y esto? —Marcos miró el paquete extrañado.

—Una forma de agradecerte todo lo de estos días.

—No era necesario...

—Abrilo, dale. —Marcos abrió el paquete, y en su interior se encontró con un libro de Julio Cortázar, Papeles inesperados—. ¿Te gusta? Vi en tu biblioteca muchos libros de Cortázar y este no lo tenías. —Marcos se quedó mirando el libro sin palabras. Le sorprendió que Carla adivinara sus gustos con tanta precisión, que se hubiera tomado el tiempo de pensar en él.

—Me encanta, gracias. No era necesario... —Miró sorprendido el libro—. En verdad no lo tenía. —Carla sonrió satisfecha por sorprender a su vecino y porque era evidente que su regalo le había encantado.

—Me alegro de que te guste. Te lo merecés de verdad —respondió ahora Carla dándole un beso en la mejilla, Marcos sintió que su corazón se calentaba—. Después me contás que tal es, no lo leí.

—Hoy lo empiezo.

Marcos encerró el libro entre sus brazos y lo apretó contra su pecho; luego, cruzó la puerta hacia su casa.

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