Capítulo XIV

Barcelona. Hoy.

Marcos no estaba muy seguro de lo que había hecho, pero así le había salido en ese momento, cuando vio a Carla cruzar a su apartamento con el gato entre los brazos. Algo le pasaba con esa chica. Sentía la necesidad de ayudarla, de protegerla. Recordó el momento mientras preparaba una taza de café para tomar algo antes de irse a trabajar. Los lunes siempre le costaban.

«— ¿Qué? —contestó Carla.

—Eso. Que puedes casarte conmigo. Sé que no nos conocemos mucho, pero puedo ayudarte. Me gustaría hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque sé lo importante que es para vos quedarte. Tener una nueva oportunidad. Y porque puedo hacerlo.

—No puedo comprometerte de esa forma...

—No es para tanto. La verdad es que nunca pensé en casarme, podría hacerlo por una buena causa. Y no será un matrimonio de verdad. Bueno, piénsalo... cuentas conmigo, que lo sepas —finalizó Marcos.»


«Ya está hecho», reflexionó mientras terminaba su café y salía hacia su trabajo.


Carla se levantó temprano. Había dormido muy poco y le dolía la cabeza por la cerveza y el griterío de ayer. Tomó un analgésico mientras ponía el agua en el fuego para tomar mate. Se sentía muy nerviosa porque hoy tenía clase con Hugo y sabía que no iba a poder esquivar hablarle. No podía faltar ni perder la beca. ¿Por qué siempre eran las mujeres las que tenían que correrse o alejarse de situaciones provocadas por los hombres? No iba a ser su caso. Tenía en claro que el arreglo con él se había terminado. ¿Y lo que le dijo Marcos ayer? Todavía estaba sorprendida por su ofrecimiento. ¿Realmente quería ayudarla? Se sentía muy confundida, desde que Marcos había aparecido en su vida se sentía acompañada, protegida de alguna manera. Sin contar que le atraía demasiado para su gusto. Casarse con él sería una muy mala idea. No quería arruinar ni complicar las cosas. Eran vecinos y estaban obligados a verse a diario. Y le gustaba aquello, no quería perder la relacion que estaban construyendo. Ya tenía el sabor amargo de la experiencia con Hugo. Todo era tan reciente. Todos sus planes se desmoronaron en dos días. Sintió que la cabeza le latía, tomó dos mates y se alistó para la facultad. Había quedado con Laura que pasaba a buscarla para ir juntas, no quería llegar sola.

—Yo te lo dije —la reprendió Laura luego de escuchar el relato de su amiga mientras llegaban a la facultad—. Ese tipo no me gustó nunca. Y ahora, no creo que a él le guste que lo rechaces. No va a ser fácil.

—No quiero ni mirarlo a la cara —siguió Carla—. Espero que no me desapruebe el seminario ni me haga difícil las cosas acá.

—Si hace eso hay que hablar con la rectoría. No sé, se me ocurre que capaz no sos la única alumna con la que se quiso sobrepasar. Estos tipos tienen un prontuario, se aprovechan del poder que les da ser docentes.

—Fui muy boluda al confiar en él. ¿Qué voy a hacer, Lau? No me quiero ir.

—Tranquila, amiga —contestó Laura abrazándola—. Vamos a encontrar una manera de solucionarlo. No te vas a ir, te lo prometo, como que me llamo Laura. —Carla sonrió y abrazó a su amiga por el costado.

—El vecino se ofreció para ayudarme...

—¿Qué tipo de ayuda? —preguntó Laura parándose en seco.

—Que me case con él. Tiene doble nacionalidad porque su viejo es español.

—¡No me lo creo! —contestó Laura emocionada—. ¡Estás arrasando amiga! Dos propuestas de casamiento en un mes y yo acá solterita y sin apuro.

—No seas tarada. No creo que acepte. No puedo. Es una pésima idea.

—¿Por qué? Aceptaste al asqueroso de Hugo...

—Es distinto.

—Es distinto porque el vecino te gusta de verdad. —Laura levantó las cejas varias veces.

—Basta Laura, no te banco —respondió Carla entre risas golpeándole el hombro.

—No me bancas porque te saco la ficha enseguida —dijo devolviéndole el golpe.

Las dos rieron mientras cruzaron el pasillo que conectaba las aulas sin darse cuenta de que Hugo venía directo hacia ellas.

—Carla, podemos hablar un segundo —llamó interrumpiéndolas.

—¿Qué querés? —contestó Carla casi sin mirarlo.

—A solas —siguió Hugo mirando de lado a Laura.

—Ah, no... lo que quieras decir, decílo adelante mío —interrumpió Laura.

—Está bien amiga. No pasa nada. Voy enseguida —Carla la tomó de la mano para tranquilizarla.

—Te espero en la puerta —respondió Laura dirigiéndose a la puerta del aula y cruzando los brazos como un personal de seguridad. No pensaba dejar sola a su amiga después de lo sucedido.

—¿Qué querés Hugo?

—Pedirte disculpas por el exabrupto del sábado. —Carla bajó la cabeza, el profesor la tomó de la barbilla para que lo mirase y ella movió rápidamente su cara evitando el contacto—. ¿Quién era ese chico?

—Eso no te interesa.

—Sí que me interesa. Si no eres cuidadosa vas a echar todo el arreglo por la borda. ¿Te acuestas con él?

—¿Perdón? —Carla contestó con los ojos brillosos, se le estaban llenando de lágrimas de bronca­—. Te estás pasando Hugo.

—No me estoy pasando. Es justo que lo sepa.

—No tengo que darte ninguna explicación porque no somos nada más que profesor y alumna.

—Si tienes que dármelas, no me pasearé como un cornudo ni con los del registro civil. —Hugo subió el volumen de su voz exasperado. Se le estaba olvidando que estaba en los pasillos de su trabajo—. ¿Quieres arruinarlo todo?

—¡Ya está arruinado! Ya no hay trato, Hugo. No voy a casarme con vos.

—Es por ese chico, ¿no? —preguntó el profesor tomando a Carla de la muñeca.

—¡No! Es por vos y por lo que pasó el sábado —Carla trató de soltarse moviendo su brazo hacia arriba, pero él apretó su mano con más fuerza—. No quiero que pase nunca más.

—¡Soltála! —interrumpió Laura—. Los está mirando todo el mundo. Estás en un pasillo en horario de ingreso, ¿Qué te pasa? No te importa nada. —Hugo soltó a Carla mirando hacia un lado y al otro arreglándose la ropa.

—Esto no se va a quedar así —refunfuñó continuando hacia la cafetería.

Carla se apoyó contra la pared para no caerse, sentía su respiración agitada y muchas ganas de llorar. No podía creer como habían llegado las cosas hasta ese punto. ¿Por qué siempre le pasaba lo mismo? ¿Por qué siempre se cruzaba con hombres violentos?

—¿Estás bien? —preguntó Laura mirando su muñeca.

—Gracias —sollozó Carla estrechándola en un fuerte abrazo.

—Tranquila amiga —Laura le acarició la espalda de forma protectora—. No estás sola. No voy a permitir que te joda. Te lo prometo.

—Te quiero, Laura.

—Y yo a vos, petiza. Vamos a clase —dijo Laura tomando de la mano de Carla y caminando juntas hacia el aula. 


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