Capítulo XIII


Argentina. 2 años y medio atrás

Carla sintió los aplausos y las felicitaciones seguidas de un silencio sepulcral. Miró otra vez a Sergio sin poder creerlo, estaba apoyado sobre una rodilla en el piso con una cajita negra en sus manos extendidas hacia ella. Muchas veces soñó con un momento similar, en verdad con una propuesta de casamiento menos cursi que la que estaba viviendo. En su sueño la embargaba la emoción, la felicidad, y ahora no sentía nada de eso. Por el contrario, era otra la emoción que la llenaba, presión. Eso era, se sentía obligada, presionada. «Qué hijo de puta», pensó. Para Carla todo estaba muy claro, llevaban una semana seguida discutiendo con Sergio. La relación no daba para más, y él lo sabía muy bien. Las discusiones cada vez eran peor; como Sergio no podía lograr que Carla hiciera lo que él quería respondía desde la impotencia, denigrándola, insultando y más de una vez golpeándola.

Y ahí estaba, pidiéndole casamiento delante de todos para que ella no tuviera opción.

—Carla, tenés que contestar... —murmuró Belén, su compañera y prima de Sergio, volviéndola a la realidad con un codazo y una sonrisa fingida.

—Ay, perdón, —contestó ella dubitativa—. Es que me tomó por sorpresa. Nunca pensé en casarme antes de terminar la carrera y me falta solo medio año.

—Sacamos la fecha para dentro de seis meses entonces, lo que mi amor quiera —dijo Sergio que seguía de rodillas en el suelo, pero que ahora la miraba fijamente con los ojos más enrojecidos que Carla le había visto nunca. No eran lágrimas o emoción. Estaban rojos de furia.

No le iba a permitir hacerlo pasar vergüenza o sentirse humillado delante de todos, estaba acorralada. Tenía que aceptar, aunque no sé casará nada. Porque ni loca Carla pensaba en casarse con Sergio, por el contrario, buscaba la forma más rápida de dejarlo desde el día que le dio el primer cachetazo.

Sintió llenarse sus ojos de lágrimas, pero no de la emoción, sino de la bronca, la impotencia, el dolor, y pronunció las palabras más falsas de su vida:

—Sí, quiero. —Tomó la cajita con sus dedos temblorosos. Sergio se paró y le puso el anillo dándole un beso que le revolvió el estómago. Luego la abrazó y puso sus labios en su oído.

—En casa hablamos —susurró él con los dientes apretados. Y Carla supo que le esperaba una noche de terror. Las lágrimas empezaron a caer sobre sus mejillas sin poder detenerlas.

—Qué hermosa, llora de la emoción —dijo Belén abrazándola—. Felicidades, prima.

Las imágenes se sucedieron como en un tren fantasma de parque de diversiones del que no podía bajar. Más abrazos y felicitaciones. Las luces bajaron y todos comenzaron a cantar el feliz cumpleaños mientras Sergio aparecía con una torta llena de velas. Era su cumpleaños número veintiuno y como siempre él se las arreglaba para arruinarlo. Siempre tenía que ser el protagonista. Llevar las cosas para su conveniencia. Carla solo quería escapar de allí. En cuanto pudo, corrió hacia el baño del restaurante y se encerró en uno de los cubículos a llorar.

—Carla, ¿Estás acá? ¿Estás bien? —la voz de Soledad, su mejor amiga, la hizo salir. Sergio la había separado de todo su grupo de amigos del instituto, pero Soledad se las había ingeniado para caerle bien. Aunque lo odiaba, no podía dejar sola a su amiga con ese hombre. Se miraron por unos segundos y se abrazaron—. Dios mío, Carla, ¿Qué fue todo eso?

—No tuve otra opción... imagináte si le decía que no... Me mata a trompadas.

—Lo sé amiga, tranquila, vamos a salir de esta.

—Siento que no voy a poder.

—Vas a poder, te lo prometo.

Soledad la ayudó a lavarse la cara en el lavamanos del baño. Carla se miró en el espejo, sus ojos rojos por las lágrimas, su cara hinchada con surcos negros del rímel corrido. Respiró hondo. La noche recién empezaba, debía volver a la casa con Sergio, dormir en la misma cama. Ya no lo soportaba más. Mirándose a los ojos, a esos ojos tristes que le devolvía el espejo, se juró que su historia no terminaría ahí. Algún día, no sabía muy bien cuándo ni cómo, sería una mujer feliz. 


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