Capítulo VII
Colombia. 2 años atrás.
«¿Qué hace un cronopio cuando se enamora? Pierde la cabeza, eso y se dedica a cortar margaritas. Cuando a un cronopio le rompen el corazón, llora un poco, y luego un poco más. Se sabe «desdichado y húmedo». Pero mientras llora, piensa en que a todos alguna vez les rompen el corazón. En que enamorarse significa también llorar un poco. Y que a diferencia de los famas, el cronopio llora cuando tiene ganas, y como tiene ganas, llora un poco más.»
― Julio Cortázar
Marcos sintió las turbinas del avión rugir en la pista de despegue. Un remolino de emociones lo atravesaron. Excitación por la inseguridad de lo nuevo y angustia por lo que dejaba detrás. Todavía tenía la humedad de las lágrimas de su madre en la mejilla. No quiso que lo acompañara al aeropuerto. No le gustaban las despedidas y su madre era como un personaje de los famosos culebrones de la televisión; bien dramática y exagerada.
En cinco horas estaría en Ciudad de México, encontrándose con su padre. Mandaría un auto a buscarlo porque como siempre él estaba en la empresa. Por suerte su mujer se encontraba en la casa de Acapulco y no la cruzaría. No se llevaba mal con ella, pero habían pasado años de la última vez que se habían visto y no quería dar explicaciones o contar lo que le pasaba. Ya bastaba con tener que hablar con su padre. Sabía el sermón que se le venía encima: que no era para tanto, que era demasiado sentimental, que estando con un par de mujeres se olvidaría. Y lo principal, ¿cómo iba a dejar la carrera faltando cuatro materias para recibirse? Le encantaba la arquitectura, pero al fin y al cabo no tenía tan claro si había decidido entrar a la carrera por él mismo o por agradar a su padre.
Desde chico le gustaba construir cosas, diseñarlas en su mente y darles forma. Jugó con los Rastis hasta una edad donde ya era poco aceptable. Tenía la repisa de su habitación llena de naves, castillos y fuertes construidos con los ladrillitos de colores. Al principio, pensó en estudiar literatura. Le encantaba leer, ingresar en los mundos creados por los libros, perderse en las historias. Con la palabra también se podía crear. Pero para su padre no era una profesión redituable. Debía estudiar algo más de «hombre». Siempre se sintió como un «Cronopio» que vive al margen de las cosas, muy sensible y poco convencional. Por el contrario, su padre era lo más parecido a un «Fama», rígido, sentencioso y organizado.
Abordó el avión y se sentó al lado de la ventanilla. Acomodó sus pertenencias, que no eran muchas, como fue indicando la azafata. Puso su celular en modo avión y se centró en ver cómo la enorme máquina tomaba velocidad y despegaba del suelo. Amaba esa sensación de adrenalina, el vértigo en la panza. Se puso los auriculares con un disco de Harry Styles.
No iba a estar muchos días en CDMX, pero los suficientes para poder visitar algunos lugares que siempre quiso conocer, como el Templo Mayor y el Palacio Nacional. Hacía años que soñaba con conocer los murales históricos de Diego Rivera. A veces, lo peor que te puede pasar es lo que te despierta a cumplir tus mayores deseos.
Luego de aterrizar en el aeropuerto de Ciudad de México, se encontró con un chofer que lo esperaba con un cartel con su nombre. Subió al auto en dirección a la zona del Zócalo, donde estaban las oficinas de la empresa. Odiaba tener que pedirle favores a su padre o depender de él, pero sabía que siempre había querido que trabajara en una de sus empresas, así que no sería difícil. Estaría una semana o dos allí y luego su próximo destino: Barcelona.
Se asomó a la ventanilla del auto, ya estaban llegando a la plaza. Se maravilló por esa mezcla de culturas propias de los países latinoamericanos y que en esta ciudad estallaba en edificios, construcciones y colores. La mixtura entre lo aborigen y lo colonial, los Aztecas y los colonizadores, los templos y las catedrales.
Al llegar a la empresa se sorprendió del tamaño del edificio. En su vida de cronopio, desordenada y al margen, nunca se había interesado por las empresas o el patrimonio de su padre. No le importa el dinero sino el tiempo de padre que le faltaba. Ahora se daba cuenta de que su éxito y dinero era mucho mayor del que pensaba. No debería ser fácil crear una multinacional y sostenerla.
—Por aquí, señor. —Marcos dio vuelta la cabeza sorprendido por el trato, del que no estaba acostumbrado, y dejó que el chófer lo guiara por las instalaciones. Al llegar a la oficina de su padre lo encontró sentado, hablando por teléfono.
—Un minuto —dijo al aparato y luego hizo una seña a Marcos para que se sentara—, te llamo más tarde. —Colgó el teléfono y miró a Marcos respirando profundo—. Estás hecho una piltrafa, pálido y flacucho. —Marcos hizo un ademán para contestar, pero no lo dejó—. Tu madre ya me contó todo por teléfono. No necesito decirte lo que opino porque ya lo sabes. Así que vamos al punto porque no tengo mucho tiempo. No me gusta que hayas dejado la carrera.
—La terminaré algún día —respondió Marcos tratando de meter bocado, pero el hombre levantó una mano para callarlo y seguir.
—Algún día es muy vago. Sabes que me gustan las cosas precisas. Pero bueno, iba a otra cosa, no me interrumpas. —Marcos asintió con la cabeza para que siga—. Como dije no me gusta que dejes la carrera, lo que uno empieza hay que terminarlo. Pero sí me agrada la idea de que conozcas mis empresas y las trabajes. Al fin y al cabo serán tuyas. Ya hablé a la sucursal de Barcelona y empiezas en una semana, mi secretaria ya te está buscando boleto.
—¿En una semana? Quería quedarme dos acá en ciudad de México...
—No hay tiempo para paseos, Marcos. Ya es hora de que madures. Justo necesitaba alguien que supervise las obras y que gestione los permisos municipales. Así que te necesito ayer trabajando. ¿No esperabas empezar como gerente?
—No, está perfecto, es más, quisiera que ni supieran que soy tu hijo. No quiero trato especial.
—Eso es difícil, Marcos. Los gerentes, encargados de personal y relaciones humanas, ya lo saben. Depende de ti y de tu trabajo ganarte el respeto. Ya basta con esas estupideces. Ahora tengo que seguir trabajando. El chófer te dejará en la casa.
Marcos se levantó, un poco aturdido, conocía a su padre, sabía que era un hombre práctico y resuelto, determinado como un Fama. Pero nunca pensó que trataría su problema con tanta frialdad, como si fuera un empleado que pide un traslado. Sintió la soledad golpearle el pecho mientras se retiraba de la oficina. Dejó que el chófer lo guiara conteniendo las lágrimas, odiaba ser tan sentimental. Se limpió los ojos con la manga de la camiseta justo cuando volvieron a pasar por el zócalo en dirección a la casa de su padre. «Solo será una semana», pensó. Una semana para ver a su padre, una semana para ver los cuadros de Rivera, una semana para empezar una nueva vida.
*Los cronopios son personajes de una serie de cuentos del libro Historias de Cronopios y de Famas (1963) del escritor argentino Julio Cortázar. "Un cronopio es un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas", en palabras de autor. Junto con los famas y las esperanzas, integran el universo de este libro.
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