• 5: Go •

   Cuando cerró la puerta detrás de él, las orejas alertas y oscuras de Kou realizaron un leve movimiento hacia los lados.  La felicidad que lo embargó fue muy satisfactoria.  Sobre todo, porque el chico no parecía tan desanimado como acostumbraba cada vez que su cuerpo pasaba por la abertura y el pedazo de madera se acoplaba ruidosamente en su lugar.

Yuu —medio maulló—. ¿Qué tal fue todo?

   A decir verdad, aquella pregunta era insignificante, dado a que extrañamente, poseía la habilidad de observar sus recuerdos.  Y vaya que estos salieron disparatados desde su cabeza, directo a la del felino.

—Yo...

   Sin acabar la oración por completo, arrancó las vendas de su mano y la observó con una expresión incomprensible, luego de desplomarse en la cama.  Su cuerpo y el de Kou rebotaron ante ello.  Las letras brillantes se reflejaban en su rostro vagamente.

¿Yuu?

Si no fuese por el casi... me habría ido bien —seguido de esto, hundió su cara entre las sábanas.

   La pelusa negra cerró los ojos.  En aquellos escasos segundos había absorbido la suficiente información como para saber a qué se debía eso.










•[...]•










   Día martes.  Le tocaba trabajar.  Se levantó con las energías por los suelos.  Quedarse hasta altas horas de la noche conversando con Kou no había sido la mejor idea.


   7:30 AM.  Esos eran los dígitos que su celular marcaba, por lo que, aún si sus párpados le rogaban desesperadamente cerrarse, despabilaría con una buena ducha.  Y luego de tomar lo necesario y quitarse un poco de ropa, un intenso escalofrío recorrió su cuerpo entero.  Su piel se había enchinado casi dolorosamente.


   Mientras sus dedos delgados masajeaban su cuero cabelludo inundado en la espuma del shampoo, unos extraños, pero casi impalpables bultos fueron descubiertos por éstos.  Su ceño se frunció; creyendo que tal vez se le habían hecho nudos en el cabello.


   Se apresuró a lavarlo cuidadosamente, para luego apagar la ducha.  Caminó hacia el espejo del baño, repartiendo grandes chorros de agua a su paso, y examinó su cabeza.  Aunque a simple vista no notara absolutamente nada, cuando sus manos se paseaban libremente por entre las hebras oscuras y empapadas, podía sentir dos pequeñas extensiones a los lados de su cráneo.

   Tomó su peine azul y lo deslizó levemente por aquella zona, pero tal fue su sorpresa al notar que no se trataba de ningún revoltijo de sus mechones.  Esas pequeñas montañas, estaban hechas desde su piel misma.  Nacidas desde su propio cuero cabelludo.  Y lo comprobó al despejar todo pelo de allí.

   Se extrañó, frustró, enojó y mil emociones más revolucionaron su aún vacío estómago.  ¿Qué diablos estaba ocurriendo con él últimamente?

   Primero, los inexplicables dolores en la mano, luego, sangre saliendo de las letras de ésta y ahora, dos clases de cicatrices en la cabeza...

   Bufó inevitablemente, aunque se obligó a calmarse una vez que una pequeña grieta surcó una esquina del espejo.

—Ni siquiera sé por qué me sorprendo —susurró para sí mismo, observando sus ojos verdes y las ojeras impregnadas bajo éstos—. Kou me ha dicho que soy como una especie de alien, estas cosas deberían ser normales en mí...

   Miró las resplandecientes letras de su palma y suspiró.

   «¿Cierto?»











•[...]•












   Ambos adultos, asomados por entre los vidrios de la puerta de la enorme cocina, vislumbraban con curiosidad a su reciente empleado, quien no parecía totalmente dentro de sus casillas.  Estaba distraído, por no decir que incluso parecía que caería dormido en cualquier instante.  Tenía ojeras, sus movimientos eran torpes y enlentecidos, y no le hacía ni el más mínimo caso a Shinoa, que insistentemente, quería entablar alguna conversación con él.


—Ya lo ves, Shinya —murmuró el azabache con el entrecejo arrugado—, te dije que no fue buena idea haber contratado a un mocoso para esto. ¿No ves que se dormirá encima de la pizza?

—Tú cállate, sé lo que hago.

   Yuu tenía como tarea esparcir salsa de tomate por la base de la pre-pizza recién horneada, pero el gran cucharón que cargaba con el contenido carmesí, estaba siendo depositado sobre la mesa sin él darse cuenta.

   Uno de sus superiores lo regañó y Guren miró a su amigo con enojo.


—No me veas de esa manera —musitó de igual forma—. Soy el dueño y puedo contratar a quien quiera.

—Si fuese por tí, contratarías hasta a un asesino serial o a un niño de cinco años.  No jodas, Shinya.

   El albino se disponía a golpear la nuca del hombre a su lado, cuando otra llamada al teléfono fijo lo interrumpió.  Ambos sabían que se trataba del servicio Delivery.

   Como todo jefe responsable, el angelical oji-azul corrió a atender los pedidos, mientras Guren continuaba en la labor que antes realizaban en conjunto.  Aquel muchacho despertaba su insaciable curiosidad.  Le resultaba demasiado misterioso, pero no sabía precisamente la razón.  De alguna manera, quería descubrirlo y su tonto amigo iba a ayudarlo quiera o no.

—Gureeen~ —canturreó con aquel tono que irritaba al nombrado—. Aquí está la lista completa.  Dásela a Shinoa.  Hoy hay mucho que hacer.

   Una vez que el de ojos amatista recibió la hoja de papel, fue hacia la chica para entregársela y comenzar con los preparativos para algunas pizzas especiales que habían sido ordenadas con anterioridad.

/

   La fémina peli-morada bostezó.

—Yuu-san, anoche no pude dormir muy bien —comentó de repente.

   Él la miró sin entender.  ¿A qué venía eso? Su particular sonrisa pícara alertó todos sus sentidos.


—Y estoy muy cansada —exageró, alargando la "u"—. ¿No ves mis ojeras?

   El rostro de la chica se acercó en demasía al suyo.  Pero aunque quisiera, no podía distinguir ninguna sombra bajo sus orbes cobrizos.  Así que ya tenía una idea de lo que trataba de hacer.

—¿Qué es lo que quieres?

   Shinoa rio.

—¿Entregas las órdenes por mí, hoy? —expresó sonriente.

   Le había dejado ver la lista primero.  Pero su respuerta se convirtió en un rotundo no cuando el apellido de cierto chico, de cierto cabello rubio, ciertos ojos azules y cierta sonrisa encantadora se hallaba pulcramente escrito en la preciosa caligrafía cursiva de su jefe albino.

   Un gran rastro de culpa y así mismo vergüenza inundó su interior.  ¿Cómo podría mirarlo a la cara después de lo que hizo?  Reconocía habérsela pasado de maravilla en la cita, pero lo que había sucedido no podía perdonárselo tan fácilmente.

   Sabía perfectamente que su acompañante no estaba enterado de...

  Momento...

   ¿Cita?

   Sus mejillas se sonrojaron a más no poder, por lo que su compañera de baja estatura lo examinó sin perder detalle, levemente sorprendida por el abrupto cambio en él.

   No pasó ni medio segundo y ya tenía la hoja nuevamente en sus manos.

—L-lo siento, hoy no puedo... —y huyó de allí.












•[...]•











   Una semana.  Una maldita, larga, aburrida y tortuosa semana había pasado desde que no veía la cara de aquel hermoso chico de ojos esmeralda y cabello negro.


   ¿Qué había pasado?

   En la salida que ambos habían realizado, quizás él no la había pasado estupendo al cien por cien, pero se había cerciorado estrictamente que su compañero sí.  Pero y si así sucedió, ¿entonces por qué no sabía más nada de él?

   Se golpeó la frente por décima vez al olvidar pedir su número de celular o alguna red social para contactarlo.

   Todos y cada uno de los días siguientes ordenó una pizza, exactamente en el mismo horario y la única persona que encontraba al abrir la puerta era a una chica bajita con sonrisa aterradora y cabellos morados.  Ya no más a su lindo Yuu-chan.  Y lo extrañaba.  Sólo tenía una última alternativa para verlo de una buena vez y calmar esa extraña ansiedad que calaba sus sentidos cada que se acordaba de su divina sonrisa.  Y estaba dispuesto a cumplirlo en ese preciso momento.


   Escogió sus prendas más decentes, arregló su cabello, cepilló sus dientes y aprovechó la visita de su molesto tío.

—Ferid —llamó, bajando el escalón final que conducía a la sala.

—Mika-kun~ —murmuró con sus ojos carmín brillándole—, ¿al fin vienes a darle un abrazo a tu queridísimo tío?

   El rubio hizo una mueca.

—Sirve para algo y llévame a este lugar —musitó, dándole una diminuta tarjeta.

—¿Escuchaste eso?

—¿Qué?

—¡Fue mi corazón rompiéndose! —dramatizó, agarrándose el pecho con una mano, y con la otra, recibiendo el objeto cuadrado y aplanado—. ¡Eres muy cruel, Mika-kun!

   Su lindo sobrinó sólo atinó a blanquear sus ojos.  A veces se avergonzaba del infantil comportamiento de aquel hombre extraño que se hacía llamar su tío.

—Ya déjate de estupideces y vámonos, que estoy apurado —lo regañó, caminando hacia la salida.

   Aunque antes de avanzar un poco más, el adulto peliplateado lo interceptó con una sonrisa.

—Pero primero, debes darme un abrazo —expresó con sus brazos abiertos de par en par.

   Mika suspiró pesadamente.  No le quedaba de otra si quería que aquel tipo empalagoso cooperara.

/

—Con abrazos todo se puede en la vida, Mika-kun~ —parloteaba felizmente sin cesar.

   Llevaban alrededor de treinta minutos dando vueltas en el coche por las calles.  El malhumorado ojiazul presentía que en cualquier instante perdería la paciencia.  Su estúpido tío siempre tomaba los semáforos en rojo, se produjo un leve embotellamiento, sin contar que avanzaba demasiado lento, y además no había parado de hablar del amor y la paz desde que habían salido de su casa.

   Regañarlo no servía de nada, ya lo había comprobado.  Era como un niño.  Si lo hacía, éste inmediatamente comenzaba a llorar.  Metafóricamente, claro está.  Aunque a veces no.


   Estaba realmente desesperado por llegar, pero a ese paso, no se extrañaría si pasaban dos días antes de eso.  Se aburría y los ojos habían comenzado a pesarle.  Era muy molesto.  No quería dormirse, pero si las cosas continuaban de esa manera, sería inevitable.

   Observaba por la ventanilla, con su mano sosteniendo su mejilla derecha, y sus ojos se cerraban paulatinamente a medida que la aguja del reloj de oro en su muñeca avanzaba también.  O por lo menos, así lo hicieron hasta que sintió que el auto se detuvo.

—Mika-kun, ¿es aquí?

   Más despierto que nunca, levantó su cabeza para verlo con sus propios ojos.

   Sonrió.  Tan brillantemente que le contagió el gesto a su pariente.

   Definitivamente, sí era.

   No esperó ni un minuto más para abrir la puerta velozmente y sin llegar a cerrarla siquiera, corrió a perderse dentro del local.  Su corazón palpitaba agradablemente y su rostro se sentía tibio.  Estaba sonrosado.

   Vio a un hombre albino en la caja e inmediatamente se dirigió hacia él.

—Buenos días, jovencito —alegó, con una sonrisa y sus azules ojos cerrados—. ¿Qué es lo que...?

—¿Se encuentra Yuu-chan aquí?

















































editado 22/12/2019

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