• 4: Yon •

—¿Así que tú eres el chico nuevo? —lo interrogó por sexta vez aquella chica de cabellos morados que conseguía intimidarlo levemente.

   Y como no.  Con esa sonrisa sacada directamente de una película de asesinos seriales, lograba adquirir nada más que desconfianza por cualquier acción que pudiese salir de ella.  Pero lo aliviaba un poco el que le sacara más de dos cabezas.

—S-sí —arrulló, desconcentrándose ligeramente de sus quehaceres por culpa de seguirle la corriente.

   Le resultaba molesto el hecho de que no le quitara la vista de encima.  Pero le repercutía aún más, el que lo hiciese adrede.  Y lo notaba porque casi descaradamente, se reía en su cara cada que sus movimientos eran torpes y despistados.  Sí, la tenía prácticamente al lado.  De todas las mesas disponibles, justamente en la que él se hallaba ansiando, de una vez por todas, que el amasado le saliera bien, llegaba ella a introducirlo en su mundo de habladurías sin sentido.  ¡Y ni siquiera hacía nada mientras que él sudaba como un marrano! Guren lo reprendería de nuevo como no se quitara a la garrapata de encima y por ello no realizara correctamente su trabajo.

   Intentó mezclar perfectamente bien los ingredientes y llegar a aquella consistencia suave y esponjosa que Shinya le explicó y demostró, debía tener.  Y luego de batallar en campo difícil, donde ese pedazo de aglomeración pegajosa se adhería frustrantemente al guante de látex que cubría su mano derecha -que se había tomado la molestia de traer-, la fémina parloteara sin cesar de cualquier cosa, y le diera un hambre feroz, consiguió completar su cometido.  Casi sin ningún error.  Casi.  Pero era suficiente para sentirse orgulloso de sí mismo.

—Por fin... —sonrió.

   La pulcra circunferencia blanca que reposaba en la madera empapada en harina era lo único que capturaba su atención.

—... Y entonces, Mit-chan me contó que un lindo repartidor había ido a su casa ayer —rio—. No dijo que era lindo, pero si tomamos en cuenta el hecho de que se sonrojó y tartamudeó, yo sé que se moría por decirlo, y...

—¡Hey, tú, la que sigue! —gritó, interrumpiendo la "interesante" conversación, el encargado de cocinar las pre-pizzas en el gigantezco horno de acero.

   Yuu reaccionó al instante, colocando su obra maestra en una pequeña bandeja bañada en hilos de aceite, y se encaminó rápidamente a llevársela, asegurándose de que las cintas de sus zapatos estuviesen bien amarradas y que ningún obstáculo se interpusiera en su camino.

   Ésta, llegó sana y salva, por ende, se permitiría cantar victoria.  Suspiró aliviado, retirando discretamente el látex de su mano.  Acción que, lamentablemente no pasó demasiado desapercibida por los curiosos trozos de cobre incrustados en el rostro de la chica.  Ni por las amatistas del azabache que se disponía a irrumpir en la amplia cocina.

—¿Por qué tienes vendas en la mano? —interrogó sin pelos en la lengua, señalando el área.

   Los oídos del subjefe de la pizzería se alertaron en cuanto oyeron dicha pregunta y se ocultó detrás de la puerta.  Esperaba pacientemente la respuesta.  Él también deseaba saber la razón por la que aquel joven de ojos verdes cargaba vendas todos los días en la misma maldita mano.

—A-ah, es que, yo...

   «¿Qué hago?», exclamó nervioso.  No podía decirle que debajo de las vendas, ocultaba un mensaje extraño tallado en plena palma que sobresalía fulgurosamente como en una película de ciencia ficción.  Probablemente creería que estaba loco a menos de que se lo mostrase.  Y definitivamente no iba a hacer algo como eso.

—Me lastimé —mintió.  Guren lo supuso, aunque aún no estaba del todo seguro—. Soy demasiado distraído y un día me caí sobre mi mano. Eso es todo —concluyó con una media sonrisa, tratando de sonar lo más convincente posible.

   El mayor hizo una mueca.

   A juzgar por la mirada perspicaz que ésta le enviaba, sencillamente dedujo que no iba a tragarse aquel cuento tan fácil.  La sonrisa burlona desapareció.  Toda expresión decayó de inmediato, y Yuu no podía sentirse más descubierto.  Instintivamente resguardó su mano detrás de su espalda, sin desechar la opción de que tal vez se le ocurriera quitarle las vendas a la fuerza.

   Pero de pronto, se rio.

—Tranquilo, tranquilo, no robaré tu mano para averiguarlo si es lo que estás pensando —se mofó.

   Y Yuu se sintió aún más estúpido, así que sólo atinó a tratar de reír forzosamente con ella.

—Oe, Shinoa —llamó Guren de repente, sobresaltando al chico.

   Su fisonomía inmediatamente caminó hacia el duo, extendiéndole una larga lista que ella tomó.

—Es para el servicio Delivery, sales de inmediato.

   La potente curiosidad de Yuu no se resisitió a observar los domicilios escritos en ella.  Buscó uno en específico casi desesperadamente.  Y su corazón retumbó como loco al hallarlo al final del todo.

   Se aseguró de perder de vista al hombre antes de hablar.

—¡Shinoa!

   Su mano sujetó la ajena, frenándola de todo escape.  Sus ojos sorprendidos conectaron con los de él y sin siquiera desearlo, se sonrojó.

—¿Me permitirías entregar las órdenes por tí?












•[...]•











   Allí estaba, frente a esas despampanantes rejillas de oro otra vez.

   A diferencia del día anterior, sentía que el corazón se le saldría del pecho.  Sus manos sudaban como si no hubiese un mañana, y estaba completamente seguro de que su rostro era una imitación perfecta de un tomate maduro.  «Lo veré de nuevo», se dijo mentalmenteCaminó con pasos decididos y presionó la campanilla, por lo que en un par de segundos, su entrada ya era concedida.  Recorrió nuevamente el sendero de rocas brillantes y hermosas, deleitando su mirar a propósito.  Quería grabar cada centímetro de esa maravillosa casa donde un ser aún más maravilloso vivía.


   Golpeó tres veces la puerta con sus nudillos y esperó.

   Mientras tanto, luchaba internamente para lograr serenar los nervios que comenzaron a carcomer tortuosamente su reciente motivación.  Hasta era capaz de oír sus propios latidos desenfrenados y su respiración que se agitaba poco a poco.  Pero trató de contenerse cuando notó que estaba presionando la caja de pizza con demasiada fuerza.

   Sus pensamientos cesaron cuando la puerta se abría.

   Cerró sus ojos fuertemente.

—¡La pizza! —exclamó estirando sus brazos hacia adelante.

   Un profundo silencio se apoderó del ambiente, colocándolo aún más tenso de lo que ya estaba.  Sabía que él estaría ahí, divisándolo, analizando sus facciones.  Aunque, en ningún momento sintió a alguien recibirla.  Se extrañó.  Descubrió sus orbes nuevamente para darse cuenta de que frente a él no había nadie.  Sólo la puerta abierta de par en par.

   Cautelosamente, ladeó su cabeza hacia adentro.

—¿Hola? —murmuró.

   Vislumbró verdadera belleza allí.  Las paredes, el suelo alfombrado, los muebles, la cantidad industrial de adornos... todo era tan increíble como afuera.  La combinación perfecta de colores, las texturas suaves y cálidas, la asombrosa amplitud que al mismo tiempo demostraba ser tan acogedora a la vista... sus ojos brillaron con emoción, la ostentosidad brillaba por su presencia.

—¡Whoa! —susurró.

   Pero casi muere de un infarto al escuchar un audible carraspeo.  Rápidamente miró hacia todos los ángulos posibles, tratando de adivinar el origen de dicho sonido, más se sorprendió cuando al agachar la cabeza... una pequeña pelirosa lo observaba con el ceño fruncido.

—A-ah, hola, niñita, vengo a entregar su pedido —musitó, utilizando su tono más dulce de voz.

—¿Niñita? —gruñó ésta con un notable tic en el ojo—. ¡Puedo asegurarte que soy mil veces mayor que tú!

—¿E-eh?

   Su sobresalto no duró demasiado, pues otra presencia ocupó su lugar en la escena.  Y al divisar de quién se trataba, su cerebro momentáneamente se apagó.

—Krul, por favor, no seas así con él.

   La fémina bufó, arrebatándole la caja de las manos antes de desaparecer hacia interior del hogar.  El rubio la siguió con la mirada hasta que ésta se perdió en las escaleras.

—Lo siento por eso —rio, cerrando la puerta, quedándose afuera—. Está molesta porque ayer tuvo un mal día y trata mal a todo ser que le hable.

   Tras escuchar la voz que tan embobado lo traía, sus pies aterrizaron nuevamente.

—C-claro, no hay problema, lo entiendo —rascó su nuca—. ¿Le pasó algo muy grave?

—Es sólo que ella es pintora —sonrió—, y ayer, cuando volvió a casa, su estudio estaba hecho un completo desastre... no logro entender la razón, pero estamos seguros de que es imposible que alguien entrara a robar.

   Yuu se alarmó levemente.

—¿P-puedo preguntar cuándo fue eso?

—Bueno, no sabría decirte con exactitud, pero descubrimos eso cuando ella llegó, y fue aproximadamente unas horas después de que estuviste aquí.

    Su mueca no tardó en aparecer.  Estaba más que claro quién había sido el culpable.  Reconocía haber perdido los estribos innumerables veces mientras estuvo con el chico.

—Oh... —murmuró casi inaudiblemente, al mismo tiempo en que bajaba la cabeza.

   ¿Qué había hecho?

—Pero, cambiando de tema, me alegra que hayas venido, Yuu-chan.

   Sus ojos conectaron una vez más.  La confusión plasmada en las esmeraldas del azabache.  «¿Yuu-chan?»

   Las pálidas mejillas del rubio se tiñeron de rosa y apartó nerviosamente la mirada.  No estaba entre sus planes decir aquello tan pronto.

—Lo siento, ¿te molesta?

—N-no... claro que no...

   Sonrojados, enredados, así se sentían.  Ya no sabían qué más podían decirse.  Ni siquiera existía contacto visual.  Sólo eran ellos dos, parados uno frente al otro, aumentando la incomodidad del silencio que bailaba descaradamente entre ambos.

—¿Cómo se encuentra tu mano? —preguntó, en un modo desesperado por impedir que se muriese la conversación.

—Está bien, ya no duele —sonrió, acción que al contrario le resultó contagiosa—. Gracias por preocuparte... Mika.

—No es nada —musitó a punto de ser consumido por la ternura.

   Su nombre dicho de esa forma había sonado celestial.  Tanto, que le habían dado ganas de volver a oírlo salir de los preciosos labios de ese chico.

—Yuu-chan, ¿estás libre mañana?

   Mañana era sábado, ¿verdad?  Nunca tenía nada que hacer los sábados, además de quedarse encerrado en "casa" con Kou.  ¿Qué estaba planeando aquel oji-zafiro?

—Sí... estoy libre...















•[...]•











   Las pisadas resonaban a cada segundo en el frío suelo de madera.  Y ese repetitivo sonido sólo conseguía poner a Guren de un pésimo humor.  Aún más del que ya tenía habitualmente.  En cualquier instante su paciencia llegaría a su límite.

—Shinya, ¿se puede saber por qué diablos caminas de un lado a otro? —gruñó.

   El albino pareció ignorarlo, pero luego de unos minutos, se quedó plantado en medio de la oficina, dándole la espalda.

—Me preocupa Yuu-kun.

—¿Quisieras dejar a ese niño en paz? —murmuró con frustración, mientras frotaba las palmas de sus manos contra su rostro—. Pareces una madre desesperada.

—Si yo fuese su madre... —susurró, acercándose lentamente al asiento donde el azabache reposaba—. ¿Tú serías el padre? —sonrió con su cara a sólo centímetros de la de él.

   Los colores se le subieron a la cabeza y su única respuesta fue empujarlo y gritarle groserías.  Aún no podía acostumbrarse del todo a las pesadas bromas de doble sentido de su amigo.  Era exasperante.  Y el cómo se carcajeaba, también.

—Si tú quieres que deje de preocuparme por lo distraído que ha estado ultimamente, entonces tú deberías dejar de tratar de adivinar por qué tiene su mano vendada.

   Todos sus cabellos se pusieron de punta.  Su respingo fue inevitable.

—Así es, Guren~ —canturreó—. Te descubrí.





















































editado 22/12/2019

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