• 3: San •

—S-su pedido... —murmuró apenas audiblemente, sintiendo cómo sus mofletes se calentaban poco a poco.

   Los ojos de la persona frente a él, se expandieron levemente.  Y de manera casi imperceptible, se sonrojó también.

—Claro, muchas gracias.

   El ya agitado corazón de Yuu, dio un salto en el aire al escuchar la armoniosa voz del chico poseedor de esas piedras preciosas y un particular color de cabello que pocas veces había visto.

   Rubio.

   Rubio platinado.

   No se comparaba en nada al tono rubio de la chica que atendió al principio del viaje.

   Se quedaron mirando, sin poder ser capaces de decir nada más.  No apartaban la vista en ningún momento.  Grababan cada facción de sus rostros sin perder ni un mínimo detalle, por más insignificante que éste fuese.  Se asombraban de la increíble belleza que el otro poseía.

   Pero quizás, Yuu había comenzado a exagerar la mueca en su rostro, ya que en cierto punto, el chico rubio se colocó un tanto incómodo.  Carraspeó levemente y el azabache volvió en sí, tornándose casi tan rojo como la sangre misma, de pura vergüenza.

—¡L-lo lamento mucho, aquí tiene! —extendió rápida y repentinamente la caja de pizza hacia él, por poco rozándole la nariz; su pequeña, fina y respingada nariz.  Yuu se habría golpeado si a causa de su estupidez, la hubiese roto.

   El chico se sorprendió, pero sólo atinó a reír dulcemente.  Aquel joven de ojos verdes como el césped de su jardín y de cabellos tan negros como la noche resultaba ser muy adorable.

   Apenado una vez más, le tendió su comida más decentemente, disculpándose por doceava vez en el día.

—Esto es algo incómodo y confuso —rio el oji-azul, yendo a tomar la caja—. ¿No crees? —sonrió.  Yuu casi se desmaya—. Soy Mikaela.

   Yuu también rio, liberando así, la tensión y frustración acumuladas por el sólo hecho de pensar en que no había hecho sentir muy a gusto a su último cliente.

—Sí... mi nombre es Yuich... ¡AAGHH!

   Soltaron la caja al mismo tiempo.  Ésta se abrió en el aire, lo que provocó que la deliciosa comida se estampara directamente en la entrada de la mansión.

   El chico más pálido se asustó cuando divisó al joven repartidor de rodillas en el suelo, sujetándose la mano derecha con desesperación.  Gruñía, se quejaba y las pequeñas lágrimas en la comisura de sus ojos, le dio a entender que le dolía.  Y mucho.  Notó que ésta estaba cubierta de vendas y creyó que tal vez estaba herido y el roce entre sus manos al él ir a tomar la caja, lo había lastimado aún más.

—¡Lo lamento mucho! ¿Te encuentras bien? —corrió rápidamente a socorrerlo—. ¿Quieres que llame a una ambulancia?

   Lejos de retorcerse de dolor, sus palabras lo enternecieron, pero negó con la cabeza.

—N-no hace falta —musitó al notar que el poderoso dolor disminuía paulatinamente—. Ya me encuentro mejor...

   «Otra vez», pensó levemente aturdido.  «Pasó otra vez... ¿Por qué?»

   Al ya estar completamente seguro de que aquella sensación no volvería, se levantó, dispuesto a liberar sus rodillas del habitual polvillo del suelo.  Aunque se impresionó cuando no halló ni una pizca de éste.  Pero lo que sí encontró, fue la caja todavía estampada a sus pies.
  
—¡La pizza! —gritó ante la mirada aún preocupada de su atractivo cliente—. ¡Demonios! ¡Van a matarme! ¡Tal vez Shinya-san no, pero el tipo feo y gruñón que no recuerdo el nombre sí lo hará! —tiró desesperadamente de sus cabellos.

   El chico Mikaela rio nuevamente.

   Y lo tomó completamente desprevenido el que le extendiera algunos billetes y los aferrara él mismo entre sus dedos.

—¿P-por qué...?

—Dijiste que te regañarían, y definitivamente no quiero que eso pase. Y tranquilízate, no hay problema, puedo pedir otra mañana —sonrió.

   Las mejillas de Yuu adquirieron un bonito rosa pastel, rindiéndose ante los encantos de aquella sonrisa.

—Pero con una condición... —dijo por último, ensanchando la curvatura de sus labios.

   El azabache se sonrojó mucho más.









•[...]•









   Estacionó la pequeña motocicleta afuera del local y la aseguró a uno de los postes de allí cerca.  Su recorrido por fin había terminado y rogaba a todos los cielos por que no apareciera ese hombre malvado de nuevo a entregarle otra docena para llevar.  Era algo realmente agotador a pesar de ser su primer día.  Pero si se encontraba con un chico así de dulce, lindo y atento a diario, todo esfuerzo valdría la pena.


   Sonrió con sus mofletes calientes al recordar las últimas palabras que le había recitado antes de irse.  Tan encimismado, que ni siquiera se acordaba del potente dolor que casi lo hacía doblarse en dos.

   Entró a "Pizzería Byakkomaru" y se dirigió hacia la cocina.  Ni se molestó en prestar atención a su alrededor.  Ni a la mirada calculadora de Guren, ni a la curiosa de Shinya, que lo siguieron hasta que éste se perdió dentro.

—¿Qué le habrá pasado a Yuu-kun?

—¿Por qué lo dices?

—Ni siquiera nos miró, a pesar de que pasó casi al lado de nosotros y lleva una cara muy rara —el albinó trató de analizar los patrones que el chico le ofrecía: sonrojo, cara de idiota y sonrisa delirante.  ¿Qué podría significar?

—Creí que la cara rara ya la había heredado desde nacimiento.

   La escandalosa carcajada de Guren la escucharon hasta los clientes del fondo.  Pero le convino callarse cuando los ojos furiosos de su amigo se posaron sobre él.

—No ayudas a concentrarme —lo regañó.

   Y Guren se sonrojó un poco, pues se percató que unas niñas que pasaban por allí, lo habían visto y se reían de él.  ¿Un adulto regañado por otro adulto?  ¡Vaya! Chasqueó la lengua por lo bajo, sabiendo que quizás aquellas mocosas irían a contárselo a sus padres.

   «Sea lo que sea que te esté pasando, lo descubriré, Yuu-kun», murmuró Shinya en su mente, dejando al descubierto una pequeña, pero pícara sonrisita, obviando totalmente la escena que le había montado a su amigo de la infancia, que claramente fingió que no había notado.












•[...]•











   Ejerció presión contra las finas rejas de metal, y subió unos grandes, pero cortos escalones.  Al entrar, una mujer de edad avanzada, más baja que él, lo observó, para a continuación, obsequiarle una sonrisa.  Yuu sabía que era falsa.  Más no resistió a la idea de devolvérsela.


   Caminó por entre los grandes pasillos.  Allí, varios niños mucho más pequeños que él, corrían, jugaban, saltaban y gritaban divertidos.  Otros, charlaban amenamente en los rincones.  Algunos comían.  Pero todos se hallaban con resplandecientes sonrisas.


   A él siempre le habían encantado los niños.  Siempre creyó que eran unas criaturas de lo más inocentes y adorables; llenos de cariño, con esos rostros tan hermosos y enormes ojos puros.  Pero no le gustaba que lo miraran de esa manera cuando se les acercaba.  Justo como lo hacían en ese momento.


   Todos y cada uno de ellos se alejaron casi despavoridos cuando notaron su presencia.  Ya no habían más sonrisas en sus pequeñas caritas.  Sino, una expresión cercana al miedo, pero sin exagerar.

   Bajó su cabeza.  Aquello lo hacía sentir tan triste...

   Él no era malo.  Y un gran remordimiento le calaba hasta los huesos al saber de ante mano que la directora los engatusaba, diciéndoles que si no se alejaban lo suficiente, podrían salir heridos.  No mentía del todo, pero las extrañas desgracias que él causaba jamás recaían directamente en una persona.

   Siguió caminando, pasando por las habitaciones de los niños, deseando tener una así también; bonitas decoraciones, algunas cosillas para entretenerse un rato y un bombillo de luz que funcionase... tantos años viviendo dentro del mismo cuarto sumido en la oscuridad ya le era aburrido.

   Se hundió hasta el final del recorrido, donde una habitación apartada y solitaria lo estaba esperando.  Su habitación.  Abrió la puerta y sólo lo recibieron las penumbras.  Las penumbras y Kou.  Sus ojos verdes brillaron al entrar en contacto con la negrura.

Yuu —lo saludó su mascota—. Dado a que volviste antes del almuerzo, me imagino que lograste conseguir el empleo.

   Con una grata sonrisa asintió y, luego de despojarse de un poco de ropa, se echó a la cama con el felino a su lado.

—Sí, el dueño es realmente amable, pero se la pasa con un sujeto que parece que en cualquier momento va a descuartizarme.

   Los momentos antes vividos en la pizzería y su estresante misión de repartidor, viajaron por la mente del chico azabache, y desde allí, su gato pudo visualizarlos.  Aunque, se extrañó un poco cuando, en determinada ocasión, Yuu yacía sosteniendo su mano trabajosamente junto a un desconocido que parecía consolarlo.

¿A caso...? —su dueño lo miró sin comprender—. ¿Pasó otra vez?

—¿Mmh? ¿De qué hablas?

Tu mano...

   Su mente quedó completamente en blanco por unos segundos, pero al razonar las palabras del minino por lo menos veinte veces en un segundo, le cayó la ficha.

—Oh, sí, y no entiendo por qué —alzó su brazo a la altura de sus ojos—. Sucedió cuando le entregaba el último pedido a un cliente... y fue mucho más doloroso que la vez anterior. Sentía que iba a morir —rio.

   Pero Kou no reía en lo absoluto.  Presentía que algo malo estaba sucediéndole al chico.  Jamás le había ocurrido algo así, entonces, ¿por qué ahora?

Esto no me da buena espina, Yuu.

—Tranquilo, seguro que no es nada. Cuando menos me lo espere, todo volverá a la normalidad.

   Decidió no pensar en ello.  En cambio, reemplazó aquellas memorias por una imagen mucho mejor; una imagen de cabellos rubios y ojos tan azules como el cielo.

   Las orejas de Kou se alertaron por varias razones: una de ellas, las visiones que recibía, y la más extraña, una sonrisa y sonrojo plasmados en su rostro.  Nunca había tenido la posibilidad de ver a su dueño con esas dos facetas combinadas.

   Pero aún así, decidió callar y sólo ver lo que Yuu recordaba con tanto esmero...

•[...]•

—Pero con una condición... —dijo por último, ensanchando la curvatura de sus labios.

   El azabache se sonrojó mucho más.

—¿Q-qué?

—Ven mañana.

   Las órbes esmeraldas brillaron y ensancharon con euforia.  Pero no tanto como el desenfrenado latido de su corazón.  ¿Qué haría?  Se suponía que sólo estaba cubriendo el turno de alguien más.  Pero sabía que sería mentir descaradamente el decir que él tampoco quería volver.  ¿Tal vez debería consultar con Shinya si le concedía ese cargo? ¿O tal vez rogarle a la chica delivery si le otorgaba su posición?

   No lo sabía.

   Pero estaba decidido a volver para reencontrarse con ese misterioso chico que tan flechado lo traía.

   Sonrió inconscientemente.

•[...]•

   «Con que eso era», pensó el gatito negro con picardía.

   Si pudiese sonreír burlonamente, sin lugar a dudas, lo estaría haciendo.  Y agradecía que el oji-verde estuviese tan inmerso en ello, que no hubiese recordado que él podía ver sus reflexiones.

   Sus orbes se medio cerraron levemente.

No olvides cambiar tus vendas, Yuu rodó los ojos. ¿Tengo que repetírtelo todos los días?

Sí, sí, lo siento, ya voy murmuró un aún distraído azabache, quien lentamente y sin abandonar sus embobadas expresiones, se sentó entre las sábanas para así, desprender la tela de su mano.

   Una vez que las había retirado por completo, y sin prestarle mucha atención realmente, las colocó a un lado y rebuscó en el pequeño cajón de su mesita de noche el nuevo vendaje.

¿¡P-pero qué...!?

   Inmediatamente el chico lo observó.

—¿Qué pasa, Kou? —enarcó una ceja, totalmente ajeno al sobresalto del animal, quien poseía su vista clavada en las hilas blancas.

   Se acercó de nueva cuenta, dispuesto a descubrir la razón por la que las pupilas de su gato se hallaban tan diminutas.  Pero al chequear también, las suyas sufrieron el mismo destino.

—¿¡Hah!?

   Sangre.

   Abundantes manchas de sangre se esparcían por casi toda la superficie que cubría la palma de su mano.  E instintivamente la escudriñó también.

—No puede ser...

   El brillo de las letras se opacaba levemente debido a un gran rastro de sangre seca que goteaba de cada una de ellas.

—K-Kou... ¿Por qué?...

   El miedo lentamente se apoderó de todo su ser.  El de él, y el de su extraña mascota.













•[...]•












   El sonido de un coche entrando a la morada no lo sorprendió en lo absoluto.  Sabía perfectamente que era su hermana mayor recién llegando de un arduo día de trabajo.  Lastimosamente, se obligó a sí mismo a preparar el almuerzo, pues justamente aquel día, ninguno de los empleados laboraba y la pizza que sería su salvación, acabó besando el suelo.  Pero no podía culpar a ese chico por ello.  Sonrió al recordarlo.  Sus enormes y brillantes ojos verdes, cabello negro y sedoso, una suave piel morena, figura esbelta y delicada... estaba perdido.

   Nunca había creído en el amor a primera vista, pero desde ese día, se arrpentía totalmente de eso.

   Él era perfecto.

—Buenos días, Mika —saludó la fémina entrando al hogar, cargando una gran bolsa de tela.

—Ah, Krul, ¿qué tal te fue hoy?

—¡Fue estupendo! —expresó con una gran sonrisa—. Crowley-sensei me felicitó por cada una de mis pinturas y dijo que le gustaría pintar algún día conmigo.

   Su hermano sonrió sinceramente.

—Eso me alegra mucho, ¿ya ves que se puede seguir adelante?

—Sí... —susurró—. Debimos haberlo hecho hace mucho tiempo...

   Ambos callaron por un momento y se miraron a los ojos.  Se hallaron cara a cara con una emoción que ninguno supo describir que rara vez los embadurnaba de tal forma.  Pero sólo uno de ellos sabía que continuar lamentando hechos pasados no era la mejor opción.

—Bueno, será mejor que almorcemos antes de que la comida se enfríe —interrumpió Krul.  El rubio asintió—. Sólo déjame ir a mi estudio a dejar los retratos y vuelvo.

   La chica más bajita subió rápidamente las escaleras.

   Los pensamientos del oji-cielo comenzaron a divagar.  Se sumergía en recuerdos buenos como malos.  En palabras que creyó olvidadas y memorias que casi no podía perpetuar.  Y de la nada, la imagen de Yuichiro se materializó en su mente, con la hermosa sonrisa que le vio plasmada por una fracción de segundo antes de marcharse. 

   ¿Volvería a verlo?

   Aquella duda le carcomía el alma.  Pues hace varios años, su condición no fue cumplida.  Y rogaba por que ésta vez fuese diferente.  Necesitaba su presencia otra vez y comenzar de nuevo.  Ésta primer impresión no fue como él la habría querido, pero estaba decidido a cambiar eso.  Sólo necesitaba que regresara.  Y si no lo hacía, lo buscaría.  De cualquier manera, sabía dónde encontrarlo.

   Sonrió.  Apenas lo había conocido hace unas horas y ya sonaba como todo un acosador.

—Ojalá vengas, Yuu-chan... —murmuró, sorprendiéndose de la forma en la que había pronunciado su nombre.

   A decir verdad, dado el asunto con la herida en su mano, no pudo saber al cien por ciento su nombre conmpleto.  Pero Yuu sonaba hermoso.

   Y Yuu-chan, mucho más.

—¡MIKAELA! —gritó la chica desde arriba, liberando al susodicho de su invisible burbuja de amor. 

   No perdió tiempo y subió tan velozmente como sus piernas se lo permitían.  Un leve temor floreció en su estómago.  ¿Qué había hecho ésta vez para causar el enojo de Krul?

   Vio a su hermana parada en la puerta totalmente abierta de su estudio, con una mueca de espanto inugualable.  La bolsa de retratos que cargaba con anterioridad, desplomada a sus pies.

—¿¡Se puede saber qué pasó aquí!? —exclamó con furia.

   El chico asomó su cabeza y su rostro palideció mucho más de lo que ya estaba; todos y cada uno de los frascos, tarros y depósitos de pintura de su querida hermanita se encontraban reventados.  Éstos ensuciaban las paredes, mesas, y otras pinturas que ocupaban un espacio en ese cuarto, creando así, la más desastrosa obra de arte jamás antes vista.





























































editado 22/12/2019

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