• 2: Ni •

   Aquel día no tenía prisa.  Caminaba tranquilamente por la acera que conducía hacia su destino.

   Temprano en la mañana, con su estómago satisfecho, sin rastro alguno de sudor u otros líquidos extraños que hicieran de su aspecto uno menos favorable, y si bien había olvidado peinarse esa vez, prefería al Yuu de siempre; un chico de cabellos rebeldes y oscuros como la noche.

   Su cabeza navegaba entre los recuerdos de la mañana anterior.  Muchas cosas habían sucedido tan repentinamente que a duras penas sí había tenido tiempo de procesarlas correctamente.  La directora del orfanato lo había mantenido ocupado con sus quehaceres luego de aquel suceso en su habitación.

   La mano derecha se convirtió en puño dentro de los bolsillos de su chaqueta gris.

   «Aún sigo preguntándome qué rayos pasó», pensó confundido, «Jamás en mi vida me había dolido de esa manera... ¿Tal vez las letras tengan algo que ver?», concluyó levemente distraído.  Tanto, que casi se llevó por delante un carrito de bebé.  La mujer que lo llevaba lo miró disgustada.

—¡Lo lamento mucho! —se disculpó, recibiendo a cambio un ligero reclamo.

   Suspiró.

   La agobiante rutina ya había comenzado.  Contó mentalmente hasta diez, para finalmente serenarse.  Alejó todo pensamiento negativo e innecesario y dio rienda suelta a todo el positivismo que inundara su cuerpo.  Estaba emocionado, después de todo.

   Prestó especial atención hacia los carteles que indicaban los nombres de las calles y avanzó hacia una de ellas.  Chequeó la hora y sonrió; aún estaba a tiempo.  Hasta le daban ganas de respetar los molestos semáforos.

   Condujo sus pies unos pasos más y al fin y al cabo se quedó plantado frente a un local.  Leyó detenidamente el nombre e introdujo su mano dentro del bolsillo trasero de sus vaqueros negros.  De allí, la blanca cuadrícula de papel se hizo presente una vez más.  La extendió con ansias y comenzó a leer su contenido en voz baja.

—"Se solicita empleado urgente en la Pizzería Byakkomaru. Interesados, consultar al local establecido en la calle Shinjuku o llame a este número..." —leyó.

   Apreció, impreso en el papel, una gran fotografía del sitio empleado.  Ambas imágenes coincidían a la perfección; paredes de un tono amarillo pastel con detalles en marrón rojizo y arriba, un gran cartel con la figura de un enorme tigre blanco devorando un trozo de pizza.  Al encontrarse a escasos metros de allí, el débil pero delicioso aroma de su comida favorita le ahogó las fosas nasales.  Su estómago rugió con ferocidad y por un momento, se imaginó a él mismo en lugar del felino.  Su boca se hizo agua.

—Muchas gracias, Shusaku —murmuró con sus ojos cerrados y una grata sonrisa.

   Emprendió un nuevo camino hacia la puerta.  Tiró de ella, pero ésta no cedió.  Con un leve ceño fruncido lo volvió a intentar.  No se movió ni un centímetro, lo que lo obligó a soltar algunas maldiciones.  Aplicando la fuerza que él creía suficiente, posicionó ambas manos en el largo picaporte y antes de siquiera intentar tirar, una firme voz le habló desde atrás.

—Oye, idiota, ¿A caso no viste el cartel ahí que dice "empuje" o no sabes leer?

   Sus bellas esmeraldas lo divisaron casi al instante.  Cómodamente, un pequeño letrero rojo se hallaba pegado al lado del mango.  Sus mejillas morenas se tiñeron de rojo en un parpadeo, y su vergüenza aumentó cuando se dio cuenta de que diversas personas lo habían estado observando y se reían de él sin siquiera disimular.

   Volteó, mirando detalladamente al sujeto.  Alto, cabellos azabaches muy idénticos a los propios y penetrante mirada amatista.  Su presencia era levemente intimidadora.

—¿Qué tanto me ves?

—A-ah, nada, no veía nada —apartó sus orbes, sintiéndose doblemente apenado.

   Se dio la vuelta nuevamente, listo para empujar la puerta y alejarse de aquel señor y el atisbo fulminante que sentía clavado tortuosamente en la nuca.  Tomó la manija e hizo presión hacia adentro, pero...

—¡GUREN! —se oyó a alguien gritar desde el otro lado.

   La puerta se abrió y Yuu, al seguir sujeta a ella, tropezó con el escalón continuo y su delgado cuerpo se estampó contra las frías baldosas.  La cabeza le dio vueltas, más una risa burlona resonó en sus oídos.

—¡Guren, no seas grosero! —lo regañó una presencia agradable, aunque sólo provocó que el nombrado lo hiciera aún más fuerte—. Lo lamento mucho, pequeño, ¿estás bien?

—Estoy bien, no se preocupe —musitó sobándose la nariz.

   Se incorporó y se hizo a un lado para permitirle la entrada al hombre de presencia no tan agradable.  Una vez que todos estaban dentro, la puerta se cerró por fin.

—¿Vienes por el trabajo? —interrogó el peli-plateado sonriéndole amablemente.

   Yuu asintió.  Caminaron hacia una de las mesas y allí se instalaron los tres.  Ambos mayores juntos, frente al chico.

   Se permitió explorar el lugar con la vista.  Se sentía un ambiente muy cálido y reconfortante, sin mencionar que el aroma a pizzas recién horneadas era mucho más fuerte.  Era una pena que en el trabajo no se pudiera dar el lujo de comerse unas cuántas... si es que lo aceptaban, claro está.

—Muy bien, mocoso, empecemos con esto —dijo el hombre más gruñón.

   El de ojos zafiro le propinó un codazo.

—Es un placer tenerte aquí —sonrió—. Mi nombre es Shinya Hiragi y él es Guren Ichinose, soy el dueño de la pizzería. ¿Cuál es tu nombre y qué te trajo hacia aquí?

   Inmediatamente, el apellido "Hiragi" hizo un eco en su mente.

—¿Usted será pariente de Kureto-san y Shusaku? —preguntó, ignorando la interrogante anterior—. Es que... tienen los mismos apellidos.

   Shinya se sorprendió un poco.

—¿Conoces a mi hermano y a mi sobrino? —ahora fue el turno de Yuu de sorprenderse, pero aún así asintió—. ¡Oh, vaya! —rio—. Qué pequeño es el mundo... ¿Verdad, Guren?

—Sí, sí ... —restó importancia—. Ahora, si quieres obtener el trabajo déjanos ver tu currículum primero, niño.

   Yuu tragó saliva.

—E-esque, yo... no tengo algo como eso...

   El tal Guren alzó una ceja.

—Verán... lo que sucede, es que yo... soy menor aún y...

—Fuera.

—¿¡Eh!? —corearon zafiro y esmeralda.

   Dentro de la cocina, repentinamente la temperatura del horno donde gran número de barras de pan se horneaban, aumentó.

—Si eres menor, ¿qué diablos haces trabajando, mocoso? Ve a estudiar y deja de querer jugar a ser adulto.

—¡Pero señor, usted no entiende!

   En el almacén, ubicado unos metros más allá del horno, los frascos de salsa explotaron, aunque no producieron ni el más mínimo sonido desde allí.

—Y-yo... mi nombre es Yuichiro Hyakuya...

—¿Hyakuya? —comentó un pensativo albino—. Como el...

—Sí, el orfanato Hyakuya —murmuró cabizbajo—. Yo vengo desde allí.  Si les soy sincero, agradezco que esas personas se hayan hecho cargo de mi desde la última vez que alguien intentó adoptarme.  Verán... no sé qué es lo que pasa conmigo, pero cosas malas suceden siempre que yo estoy alrededor.  Cada familia que ha intentado algo conmigo, acaban devolviéndome siempre a distintos orfanatos por esa razón.  Éste último ha sido en el que me quedé por ya varios años y cuando viene alguna persona para adoptarme, ellos siempre les advierten que no lo hagan, porque soy un niño maldito y ya nadie quiere acercarse a mi —presionó sus puños—. Jamás me habían enviado a la escuela y dudo que alguna vez lo hagan.  Temen por la seguridad de los alumnos y profesores.  Y yo también temo hacerles daño... —levantó su cabeza, dejando al descubierto sus brillantes orbes llenas de determinación—. ¡Es por eso que ahorraré todo lo que sea necesario para salir de allí e irme tan lejos como pueda para no seguir causandole males a nadie más!

   Las pre-pizzas que reposaban apetitosamente arriba de la mesa, repentinamente fueron inundadas por múltiples ratas que sin perder tiempo, comenzaron a devorarlas.

   El rostro del de ojos violáceos se encontraba serio, mientras que el del otro, parecía que en cualquier momento se echaría a llorar.

   Aquella curiosa mirada escudriñó detenidamente a la persona frente a él.  No estaba demasiado convencido.  Y menos al notar un abundante vendaje en una de las manos del chico.  Pero prefirió guardar silencio hasta el momento y no perturbar al albino.

—¡Oh! —dramatizó Shinya con ambas manos en su pecho—. Pobre criatura... debe ser muy difícil para ti...

   Dirigió una de ellas hacia el brazo del azabache menor en un gesto conmovido, pero sólo recibió una fuerte descarga eléctrica de su parte.  Y un grito casi afeminado retumbó por todo el lugar.

—¡Shinya! —se alarmó Guren—. Maldito mocoso, ¿¡qué le hiciste!?

—N-nada.  ¿Ven? Eso es lo que pasa siempre...

   Su cabeza decayó nuevamente y un suspiro abandonó su garganta.  Aquello, logró ablandar completamente el sensible corazón del hombre poseedor de la pizzería e ignoró totalmente el dolor en su mano para comentar su decisión final.

—¡Contratado! —exclamó con ferviente alegría.

—¿Eh? —corearon, ésta vez, esmeralda y amatista.

—Quiero que cumplas tu deseo.  Aún si sea alejarte de todos, pero sé que lo haces para proteger a los demás y eso es muy noble —musitó con admiración—. ¡Bienvenido, Yuichiro-kun!, ¡Nuevo empleado de "Pizzería Byakkomaru"! —concluyó extasiado.

   Los ojos del chico no podían irradiar nada más que no fuera alegría y felicidad.  La sonrisa en su rostro lo decía todo.  Pero la mueca en el otro no parecía estar de acuerdo.

—¿Qué mierda estás diciendo, Shinya? No podemos aceptarlo así como así...

—Podemos y ya lo hice —le guiñó un ojo y se levantó del asiento—. Ahora, Yuu-kun, te mostraremos el lugar donde elaboramos nuestras más deliciosas obras de arte... ¡La cocina! —comenzó a caminar, siendo seguido por Yuu y al final, por un molesto Guren—. Síguenos, es por aquí. También, te diré cuál será tu cargo y depende de eso, tu uniforme.

   El alegre chico sólo se dignaba a asentir emocionado a cada palabra pronunciada por su ahora, nuevo jefe.

—¿Sabes hacer masa? —preguntó sin esperar respuesta realmente—. ¡No te preocupes! Mi querido Guren estará encantado de enseñarte.

—No cuentes con ello —le cortó el susodicho, a lo que su amigo rio.

   Abrió las gigantescas puertas de la cocina y los rostros de todos los presentes se desfiguraron al siquiera ver el desastre que había allí; los frascos de salsa totalmente destrozados y a causa, gran cantidad del líquido espeso se escurría por el suelo y las paredes del almacén.  Las pre-pizzas recién horneadas de la asombrosa mano de Shinya, comidas por los ratones y el horno a punto de estallar, con las tiras de pan aún dentro que estaban casi tan negras como los cabellos de Yuu.

—¡EL PAN! —gritó el albino desesperado, corriendo a apagar el fuego—. ¡Guren, saca a esas ratas de mi cocina!

—¿Q-qué diablos pasó aquí? —preguntó un pasmado oji-violeta.

   Y mientras Shinya se lamentaba casi lanzándose a abrazar a los pobres panes calcinados, Yuu bajó la mirada.  El sentimiento de culpa consumiéndolo... de nuevo.






•[...]•






—¿Sabes siquiera usar una cuchara? —preguntó Guren con burla, observando al chico intentado preparar la masa.

   Su cara y mandil se hallaban totalmente llenos de harina, y una cuchara reposaba en su mano derecha en las mismas condiciones.

—Lo lamento...

—Déjame a mi. Tú sólo limítate a observar y tomar nota. No pienso volver a hacer tu trabajo, ¿escuchaste, mocoso?

   Yuu asintió.  Guren comenzó casi a hacer malabares tratando de mezclar los ingredientes que el menor esparció desastrozamente en la mesa.

—Demonios, ¿qué rayos intentaste hacer?

—Lo sien...

   La puerta de la cocina abriéndose abruptamente cortó la oración del chico.

—¡La mesa 24 está esperando su órden! —exclamó Shinya, a lo que el azabache mayor siguió amasando con más velocidad—. Shinoa acaba de avisar que no vendría hoy y ya han llamado varios clientes para pizza a domicilio, ¿quién tomaría su turno hoy?

   Yuu y Guren se miraron mutuamente.  La sonrisa maliciosa en la cara del azabache más alto no le dio buena espina al pobre oji-verde.

/

—Eres un adolescente, así que me imagino que sabes conducir una moto, ¿cierto?

   La mirada del chico vio con desconfianza a la pequeña motoneta montada en el borde del asfalto frente a él.  Guren cargó aproximadamente unas catorce pizzas en la cajuela que ésta poseía, y le tendió una hoja con una lista de direcciones y la cantidad de cajas que había pedido cada una.

—No lo sé, es la primera vez que conduciría algo así.

—Entonces aprende. Es fácil, después de todo... ¡Buena suerte! —expresó, soltando una malvada risa al final y le cerró la puerta del local en la cara.

   Éste suspiró.  Con aquel hombre iba a ser difícil su estadía allí.

   Se subió arriba de la moto e instintivamente giró la llave incrustada a ella y se encendió.  Se asustó al principio, pero intentó calmarse, por el bien de todos.  Tomó el manubrio y accidentalmente lo giró, provocando que ésta comenzara a andar de pronto.

—¡Aahhh! —gritó aterrado.

   Uno de los faroles instalados en la acera dejó de funcionar.  Yuu se disculpó mentalmente.

   Gracias a que esa calle no era demasiado transitada, pudo darse la molestia de andar despacio y con cuidado, probando cada botón y palanca para tener algún mero conocimiento de la utilidad que tenían.  Y fácilmente, ubicó los frenos y aceleradores.  Ya estaba listo para partir.

   Miró la lista.  La primer casa no quedaba muy lejos de allí.  Tomó el acelerador y comenzó a andar con más confianza.

   Una chica rubia y de coletas lo atendió.  No había parado de sonrojarse mientras lo veía y de ofrecerle un trato brusco y seco.  Pero a fin de cuentas, hizo su trabajo.  Le entregó dos cajas de pizza y luego de recibir el dinero, se marchó amablemente, muy a pesar de que ella le exclamaba que no volviera nunca más.

   La segunda casa quedaba un poco más allá.  Un niño había ordenado al menos cuatro cajas.

   Continuó visitando hogares casi por una hora entera.  Y es que los domicilios restantes quedaban bastante alejados entre sí.  Ya tenía un registro de diez paradas y trece pizzas entregadas.  Sólo faltaba una última.  Ojeó la lista.

—"Residencia Shindo, calle Sanguinem, 408" —leyó—. Bien, es la que queda.

   Presionó el acelerador y marchó hacia el lugar antes mencionado que, a decir verdad, se encontraba mucho más lejos que cualquier otra casa a la que había ido.  Casi a las afueras de la ciudad.

   Tarareaba una canción en el camino, y se distraía de vez en cuando con alguna que otra vidriera, o se sumergía en el mundo de sus pensamientos.

   Ya entrando en la calle Sanguinem, reconoció algunas casonas demasiado lujosas para su gusto.  Luego, cayó en la cuenta de que se dirigía hacia una de esas mansiones de adinerados, ya que el sitio al que debía acudir estaba muy cerca.

   Finalmente se detuvo y observó el espectáculo visual que aquella morada le brindaba; jardín perfectamente cuidado, esculturas de mármol y una gran fuente de agua, paredes de un blanco brillante y decoraciones doradas que parecían resplandecer en el agradable sol mañanero.  Aquello seguro, valdría una fortuna.  Yuu se preguntó, ¿quién podría ordenar una simple pizza, sabiendo que con tanto dinero, tranquilamente podría tener chefs personales que le hiciera cuantas quisiera?

—Qué remedio... —murmuró para sí.

   El portón se hallaba cerrado, pero supuso que el pequeño botón a un costado era la campanilla.  Rápidamente la presionó.  No oyó nada, pero pasados los segundos, la gran reja de oro se abrió paulatinamente y Yuu comenzó a dudar en si debía entrar o no.


   Al fin y al cabo, con caja en mano, lo hizo.  Atravesó el jardin delantero, siguiendo un hermoso sendero de rocas brillantes hasta quedarse frente a la puerta y en medio de dos gigantezcas macetas de un tipo de planta que desconocía.

   Antes de siquiera apoyar un dedo en ella, la puerta se abrió.  Yuu se quedó mudo ante lo que veía.  Del otro lado, un par de zafiros, los más preciosos que alguna vez haya visto, lo admiraron casi con la misma intensidad.



























































editado 22/12/2019

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