• 1: Ichi •
—¡M-mierda! —balbuceó entre jadeos y entrecortadas respiraciones atorándose con brusquedad dentro de su pecho ardiente.
El sudor recorría lentamente su frente morena, empapando los mechones que tantos minutos le había costado peinar. Leves gemidos y suspiros escapaban de sus labios ligeramente abiertos y hacía esfuerzos sobrehumanos por tragar saliva decentemente, aunque no ayudaba en mucho el que su cuerpo mojado rebotara constantemente. Sus mejillas se teñían en su totalidad de un fuerte escarlata. Un escarlata que hacía juego con su uniforme de trabajo.
—Llego tarde, llego tarde, llego tarde —murmuraba para sí mismo al borde de la desesperación. De la chaqueta que colgaba en su antebrazo, —chaqueta que ni siquiera alcanzó a vestir dada la prisa—, sacó su celular. Sus preciosas esmeraldas colapsaron al divisar los peligrosos dígitos en la pantalla que parecían burlarse groseramente de él—. ¡Llego muy, muy tarde!
Haciendo caso omiso a los gritos de agonía de sus piernas y pulmones, continuó corriendo y esquivando personas a medida que avanzaba por las transitadas calles de Tokyo.
—N-no debí rechazarle la bicicleta a Shusaku —refunfuñó—. Pero es que, demonios... ¡No tenía tanto dinero!
Un hombre que pintaba una pared departamental tropezó, dejando caer, así, su tarro de pintura a los pies de una anciana. Un coche casi se estrellaba contra otro. El biberón de un bebé cayó por la alcantarilla. Una vidriera se crizó por completo... Yuu se sintió realmente culpable al oír a personas gritando, maldiciendo y niños llorando. Estaba conciente de que debía calmarse.
Un malvado semáforo se colocó casi tan rojo como su rostro justamente cuando se disponía a cruzar la última cuadra que lo separaba de su tan anhelado empleo; empleo que perdería si no se daba prisa de una vez por todas.
Fijó su vista al frente. Su corazón sufrió un vuelco al observar hacia el pequeño mercado de comestibles en el que se ocupaba todos los miércoles y viernes de la semana. Su jefe le enviaba una fulminante mirada desde la entrada del lugar. Estaba claramente escrita allí la frase: "ya veras lo que te sucederá si te atreves a llegar tarde una vez más".
No. El no tenía ganas de enterarse lo que sucedería por más que ya lo sabía.
Los autos, camiones, motos y bicicletas circulaban rápidamente por la calzada sin dejar siquiera un mísero hueco por el cual poder escabullirse y así ignorar el estúpido semáforo que no tenía intensiones de cambiar de color. ¿Desde cuándo se demoraba tanto? Oh, claro, desde ese día que tenía más prisa que nunca.
Su rostro se desfiguró en una mueca cuando vio que su jefe había medio cerrado la puerta del local. Él entendió perfectamente lo que significaba esa señal.
La desesperación acabó venciéndolo.
—¡ESPERE! —gritó.
Y como por arte de magia, todos y cada uno de los semáforos de la manzana explotaron. En consecuencia, varios choques se produjeron. Las personas murmuraban, exclamaban y otras lo veían sospechosamente, alejándose de él.
Miró a su alrededor con culpa, pero no podía darse el lujo de seguir perdiendo tiempo. Cruzó hasta la otra acera velozmente, murmurando bajito un lo siento. Pero sus esperanzas se hicieron añicos cuando vio los penetrantes ojos del dueño de la tienda observarlo desde adentro. La puerta de vidrio cerrada totalmente frente a él.
Luego de diez segundos de miradas mortales, el hombre lo dejó pasar. Entró con su cabeza agacha esperando el inminente sermón.
—Llegas tarde —lo reprendió su firme voz mientras se colocaba tras el mostrador.
—Y-yo lo siento mucho Kureto-san, prometo que no volverá a suceder.
—Pero tú sabías lo que pasaría si volvías a hacerlo —espetó duramente—. ¿Tengo razón, o no?
—S-sí...
—Entonces ya sabes qué hacer.
—¡Señor, por favor! —exclamó.
Inmediatamente la electricidad se esfumó dentro del lugar. El ceño fruncido se enmarcó en las facciones del mayor.
—¡Ya lárgate de una vez, niño infortunado! —gritó señalando a la puerta.
Bajó su cabeza apenado. Dio un último vistazo al sitio que por casi dos meses había sido su única manera de ser libre del lugar en el que vivía, al menos por unas horas. Iba a extrañar mucho ese pequeño trabajo de medio tiempo.
Le dedicó una mirada final al hombre de grandes cejas y posteriormente al chico que mejor le había caído en el lugar. El único que no se había apartado de él cuando se enteró de lo que provocaba. Era casi como un amigo. Aquel joven lo vio con angustia.
Se dio media vuelta y salió de allí. No alcanzó a dar más de cinco pasos cuando sintió una presencia a sus espaldas. Luego, una cálida mano en su hombro.
—Yuu.
—Ah, Shusaku —volteó avergonzado.
—¿Estás bien? —Yuu fue capaz de observar la preocupación reflejarse en su mirada. Ésta aumentó al divisar la falsa sonrisa en el rostro del más bajo. Dos meses habían sido más que suficiente para conocerlo, y es que el ojiverde era como un libro abierto.
—E-estoy bien...
—Por favor, disculpa a mi padre. Me molesta cómo puede ser tan brusco a veces —se quejó.
—No hay problema —musitó, luchando por que su voz no saliera entrecortada—. De cualquier forma, no es para tanto, digo, sólo estaba allí para hacer algo con mi vida, alguna vez me tenía que ir.
El azabache mayor rio.
—Eres tremendo, enano —expresó amablemente mientras despeinaba aún más sus alocados mechones oscuros.
—¡Oe!
Una fuerte descarga eléctrica obligó al joven a retirar su mano de la cabeza de Yuu. Un quejido adolorido escapó desde su garganta.
—L-lo siento.
—No te preocupes —le sonrió comprensivamente mientras sobaba sus dedos. Del bolsillo de su uniforme sacó un pequeño papel doblado en cuadrados y se lo extendió—. Ten. No creí necesitarlo, pero creo que conservarlo fue buena idea. Míralo cuando llegues a casa.
—¿Qué es esto? —curioseó a punto de desdoblarlo.
—Te dije que lo abrieras en casa -lo reprendió—. Bien, tengo que volver. Ven a visitarme de vez en cuando —expresó mientras golpeaba amigablemente su brazo con el puño—. Adiós, gatito negro.
—Cállate —rio, despidiéndose.
•[...]•
Suspiró pesadamente. Había llegado a "casa". Ni siquiera la comodidad de su cama y el relajante ronroneo de su gato lograban devolverle algo de alegría.
—Yuu, ¿En serio estás bien? —oyó dentro de su mente a alguien preguntar.
—Lo estoy...
—Mentiroso.
—Me conoces tan bien, gato tonto —respondió acariciando el suave pelaje del animal postrado en sus piernas.
—¿No murió nadie mientras venías hacia aquí, cierto? —bromeó.
Yuu lo vio con molestia. Aunque ésta desapareció al instante cuando recordó las tantas desgracias que había causado en el camino de vuelta al orfanato. Su felino también pudo verlas.
—Ten en cuenta que debes mantener bajo control tus emociones para evitar que esas cosas pasen —fue reprendido, por segunda vez.
—Sí, ya lo sé —musitó con desgana. ¿Cuántas veces se lo había repetido ya?—. Pero yo también soy una persona y tengo...
—Tú no eres un humano, así como yo tampoco soy un gato. O por lo menos no somos normales —ambos pares de ojos verdes brillaron en la oscura habitación—. Tienes que asegurarte de mantenerte a raya hasta que sepamos de dónde venimos y por qué estamos aquí.
Miró hacia el techo con aburrimiento. Su mascota tenía toda la razón, pero era muy despistado y a veces se le olvidaba. Siempre se consideró alguien apasionado y expresivo, y es por eso que de vez en cuando pasaba horas y horas tumbado en su lecho pensando en cómo sería de diferente su vida si sólo fuera un chico normal. Tendría amigos, padres quizás, y mucha gente que lo querría, y no el rechazo que recibía todos los días. Y como siempre cuando pensaba en ello, las ganas de llorar eran muchas.
—¿Dormirás? —interrogó el gato negro al percatarse del cambio de posición de su dueño en el colchón.
—¿Y qué más puedo hacer? —habló con su rostro estampado en la almohada—. Faltan algunas horas antes del almuerzo y me perdí el desayuno por tratar de llegar a tiempo a la tienda.
—Entonces quítate las vendas o cortarán la circulación de tus venas.
Se incorporó nuevamente en la blanda superficie, levantando su mano derecha hasta que ésta quedó justo frente a su pequeña nariz. Aún si lo que lo rodeaba eran puras penumbras, podía visualizar perfectamente la blanca tela que recubría su extremidad y parte de los dedos. Tomó el extremo de ésta y jaló hasta que comenzó a deslizarse por su muñeca. En la palma de su mano, resaltando en letras de tonalidades acuosas, algo se podía leer.
—"Mala suerte tú eres, y mala suerte has de dar. Si a cambio recibes flores, ésta magia se invertirá". Aún si han pasado casi ocho años, no puedo entender qué rayos significa.
—No lo sé, pero no puede ser nada bueno. Por lo menos, si se trata de ti, no puede ser algo bueno —rio el felino, pero se detuvo al instante en que notó la clara mueca de tristeza del contrario.
—Tienes razón... las cosas buenas no me pasaron, no me pasan y jamás me pasarán a mi —se lamentó. Levantó su mano, enseñándole donde las letras impresas resplandecían—. Mala suerte yo soy... es lo único que me queda claro de esto...
El gato se sintió mal igualmente. Sabía más que nadie lo mucho que le costaba conseguir la aceptación de las personas a su alrededor. Sufría emocionalmente por ello.
—Era una broma, Yuu. Yo sé que algún día algo o alguien bueno podrá ver más allá de todo esto y así podrás encontrar la felicidad que tanto buscas y mereces.
El chico rio levemente.
—¿Sabes, Kou? —su minino lo miró—. Creo que tú eres la única cosa buena que tengo —susurró dulcemente estrechando a la pequeña pelusa negra entre sus brazos. Éste comenzó a ronronear nuevamente.
Sonreiría, pero como animal, no podía hacerlo.
—Ahora que recuerdo... —dijo soltándolo para hacerlo aterrizar en su regazo—. Shusaku me dio algo antes de volver.
—¿Qué cosa? —curioseó.
Introdujo su mano en el bolsillo trasero de sus jeans azules y sacó la dimimuta cuadrícula de papel.
—No sé qué es, pero lo descubriremos ahora los dos.
Comenzó a extender lentamente la hoja. Casi a nada de rebelar su contenido, una punzada terrible de dolor le atravesó la mano derecha, concentrándose mayormente en su palma. Las letras brillaban más que munca.
—¡Aaghh! —exclamó presionando su pobre extremidad contra su pecho en un intento por apacigüar la quemazón.
Entre maullidos de preocupación, quejidos adoloridos y demás, la hoja cayó a medio desdoblar a un lado de la cama.
editado 22/12/2019
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