Un nacimiento, una muerte
Una embarazada camina por calles
adoquinadas de cuerpos inservibles
en una sociedad donde ya no hay
qué hacer ni espacio para hacerlo.
Podría ir en un vehículo pero
correría riesgo de asfixiarse por
la masividad. Sería un numero de
lista si muriera y el bebé la seguiría.
Nadie mira para el costado
hoy en día.
La cosa es que ya no hay
nada para ver.
La embarazada llega al atiborrado hospital.
Esquiva colas para medicarse, colas para
visitar, colas para las colas y hasta para
preguntar. Es la utopía de la burocracia.
Traer su cartel en el bolso.
Más arriba incluso que lo demás.
Es su única garantía para ser mamá.
Lo pidió años atrás y ahora lo ha conseguido.
Plastificado oro. Duro y cuadrado.
Su foto y un chip, contiene el permiso
del gobierno para parir. Lo eleva en el
aire y recibe miradas de envidia, de odio,
de felicidad y alegría.
No todos los días se conoce una madre.
Primero en la fila un viejo la observa.
Le llaman la atención y su permiso
otorgan. Con manos temblando se lo lleva.
Un tenga buen día resuena en su
mente. Ideas de muerte también.
Sueños de esperanza o de otra vida
mejor que aquella que ya se termina.
Camina las calles esquivando gentes.
Tropieza, se vuelve, gira y va.
Lo lleva prendido firme al bolsillo.
El permiso de morir, le toca ya.
Un día como otros pero controlado.
Uno nace, otro muere. El mundo así
va. ¿Que elegirá el hombre? ¿Un golpe
muy fuerte? ¿Un disparo? ¿Qué más?
Mientras que en ese hospital se escuchan
los esfuerzos de una asustada mujer.
Los gemidos y gritos del por nacer.
Otros hacen filas, otros vienen y van.
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