En un día de lluvia
Del año dos mil trescientos veintiséis
en un país que aún no existe.
Donde todos los días eran grises nubarrones
de humo y smog en las cúpulas como cielos.
En inmensas ciudades altas.
Largas como esperanzas.
Sombrías como la angustia.
Hermosas igual que siempre.
Los barrios como pedazos
de un puzzle viejo, olvidado.
Como olvidado el pasado
de esa gente sin visión.
Con ojos para mirar pero
ya nada para ver, más que
unas calles cansinas, paredes
altas y esquinas cuyos caminos
llevaban siempre al mismo lugar.
¿Cómo es ser niño en ese futuro
cercano? ¿Qué es la fantasía entre
medio de aceras frías y humo?
¿Se puede jugar en soledad?
La del niño que nace y lo enchufan.
La del que no es criado más que por
la fría pantalla programada.
La del que no tuvo derecho a ser alguien.
Mamando energía de un cable pelado.
Golpeando aluminio, acero, cristal.
Llorando al eco de una urbe,
riendo sin ganas, sin más.
Se dijo que eran "el futuro del mundo"
y al final fueron del futuro un producto
más. Como el brote más pequeño de la
planta. Como el bosque y como el mar.
Cuando la lluvia se desató fue un día
cualquiera de una calendario sin final.
Cinco años sin aquello, diez años o igual
más. Gota a gota va cayendo en un repiquetear.
Se asoman las cabezas curiosas por
ventanas de plasti-glass.
Voces nerviosas en coro que no es
difícil escuchar.
Expectantes están hasta que
un mártir decide correr y con
él corre la juventud enamorada
de su corta edad que ve con otros ojos.
Corren entonces su alegría, su gritería
de chapoteos en charcos sin barro,
de frio en pies descalzos, de suelo duro
que de repente es un mar, una playa.
Tras ojos atentos de padres asustados.
De adultos adiestrados, criados, envasados.
Enseñados en el arte de obedecer.
De temer. Esos que al ver libertad se esconden.
Les recuerdan así los niños felices del
mundo que aún no es, la fiereza de
una sonrisa en medio del cielo y la tormenta.
La magia del jugar con los demás.
Niños que pueden vivir sin conectarse
a una pared. Sin mirar la pantalla de
los otros. Sin ser más que niños.
Así de efímera y fuerte es mi felicidad.
Recordar puede ser solo un poco
de alocada diversión bajo la lluvia,
cantando, riendo, llorando, todavía
en el mil trescientos veintiséis.
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