El hombre olvidado
Tuvo el hombre tres edades.
Sus momentos de existencia.
Fueron el de la esencia,
la religión y la ciencia.
Cada una tenía sus logros
y virtudes con esperanzadores
discursos para las multitudes.
Cómo edades en la vida fueron
idealizadasy en todas se pensaba
que nada mejor llegaría.
La última fue de la ciencia, arte creador de la gente.
Y así fue porque un puente se tendió hacia el futuro,
pero lo cruzamos tan de golpe que al llegar al otro lado,
más de uno preguntaron, para qué habíamos venido.
Tres edades del hombre, con sus figuras y símbolos.
En la esencia fue lo profundo, un pozo oscuro sin fondo,
cubierto de pura agua. En religión fue lo oculto,
el más allá de la vista. La máquina para la ciencia
fue el final de una conquista.
Del hombre sobre materia, más no sobre si mismo.
El primero de esos inventos, un robot de pacotilla
divertía a las familias moviéndose torpemente.
Era el pequeño niño que aprendía lentamente,
y poco a poco ocupaba un lugar en nuestras mentes.
Otro modelo le siguió veloz, con la técnica ya avanzada.
Era capaz y más útil, desarrollado y más bueno.
"Es el último modelo" rezaban esos carteles
de las publicidades y las paredes.
Uno y otro fueron llegando, siempre había un bolsillo para pagarlos.
De diversión familiar a sostener las sombrillas,
de los nuevos reyes de entonces que eran esos humanos,
con sus máquinas de esclavos y nuevas necesidades.
Un viejo pasó un día por el basurero, que ahora tenía otro nombre
-chatarrero- buscaba una vieja caja o bolsas de cierto tipo,
pero no encontró más que puro metal y circuitos.
El primer sitio que conquistaron fue el de nuestros desperdicios.
Pero ya no teníamos que correr, pues la máquina ejercitaba.
Trabajar no fue necesario, pues la máquina trabajaba.
Se olvidaron las recetas, pues la máquina cocinaba.
Se olvidaron las palabras, y demás, pues la máquina
nos rodeaba y todo lo realizaba.
Así se desarrolló la última era del hombre,
sin necesidad de balas y flores, de muertos en los escombros.
Nada se destruyó, más que nuestra memoria.
En esa eterna noria, giramos hasta ir abajo.
Y ya no nos preguntamos, como en las otras dos edades,
¿Qué es ser un hombre? ¿Lo sabes? Si una respuesta no tienes,
quizá debas cuidarte.
Porque la última edad puede llegar a tocarte.
Cuando no supimos respondernos, reconocernos y vernos.
El día que todo valía lo mismo, porque lo mismo era todo.
Ni motivos ni voluntades podrían quebrar ya esa jaula
de comodidad eterna en esta selva inteligente.
Modalidad 2.0, velocidad aumentada, producción ilimitada,
y otro palabrerío. Ya no sorprendió al gentío saberse superado
por la cantidad masiva de lo que habíamos creado.
Cayó entonces el hombre, como cae la serpiente,
que lleva el águila en alto hasta su casa de siempre.
Y nada cambió mucho desde ese momento,
seguimos saliendo y naciendo, sin un propósito.
Se levantan por el día, a veces van a las calles.
Cruzan por estas vías, saludan a las vecinas.
Ya no hay hombres, solo seres, que comparten cada paso,
con otras máquinas con sus triunfos y sus fracasos.
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