El bar

Cuando las luces perecen, es tarde y no amanece
debajo de un gran puente, colgando entre insolentes
casas de mucha gente, se encuentra el viejo bar.

Su puerta, pintadas las paredes, con toque de
secreto, lo oculta del mirar. Curioso, de todos los paseantes
del siglo lejano de entonces, que ya no para de andar
por las noches de parranda, soñando al bailar.

Si quieren emoción para el momento,
hermosas distracciones, pastillas pueden ser.
<<De mode>> se le dice al alcohol de antaño,
y sus vasos sólo sirven para acompañar.

Al bar entrando a sus estancias de olor a cosa rancia
de pasado que no da más, me siento a la esquina de la mesa
serio y poco alegre, dejando a la tristeza que se venga a sentar.
Me canta, se ríe y no es tan triste, la buena compañía de lo que quedó atrás.

Nostalgia, de noches entre amigos, salimos y creímos
que nunca iba a cambiar.
Y el reloj colgado entre los cuadros, de viejos rings conquistados
se detuvo en una hora que ya no ha de importar.

Efectos de whiskies a trasmano, veneno en dosis chicas,
la gran mentira humana de la creatividad.
Cerveza, botella artesanal. El tinto del viñedo
norte de Paraguay. Un murmullo lejano me viene a buscar.

Es el viejo bar, el viejo bar quedaba de paso,
partía la ciudad, sus sombras lentas son
recuerdos de otra era, de la época de antaño,
que no quiero olvidar.

Otra más, pedí al viejo Murra, que atiende en esa barra
desde antes de empezar. Nos mira cada tanto y pestañea,
pensando en ese absurdo, de vivir solo en un bar.
Las cosas ya no son como antes, tiranos y parlantes, se unieron al final.

Y sin tanta tontería, ganamos lotería, tuvimos felicidad.
En otras formas y tamaños, auto administrativas,
química para armar. A ese hombre del futuro, sonrisa
y simpatía, milagro y falsedad. Locura de la tarde.

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