Vaya, vaya, vaya...

Jamás me habían dicho unas palabras tan dolorosas y es mucho decir viniendo de mí. Lo único que pude decir fue:

-¿QUÉ?

Sentí que caía en un pozo y mi interior griraba, mucho. Mi vista se desenfocó, las rodillas me temblaron y caí al suelo. De repente el terror me arrebató el oxígeno de los pulmones. Ya no podía gritar no... jamás había sentido tanto miedo. Nunca quise tanto que alguien estuviera equivocado. Los demás sirvientes me observaron de refilón, continuando rápidamente con su labor pero la mujer me observaba como si no comprendiera mucho. Se acercó a mí.

-Pero lograron liberarse... ellos utilizaron su magia... tenían un aparato que emitía un ruido monstruoso y liberaba luz. Dijeron que tenían el sol encerrado y que si no los dejaban marchar, la noche eterna caería en Babilon. Amedrentaron a los guardias, los dejaron ciegos por unos momentos, uno de los enanos tumbó a la princesa y desaparecieron, nadie sabe a dónde fueron. Ni cómo lograron escaparse.

Sentí que un peso candente y aplastante me abandonaba. Descubrí que estaba sentado en el suelo cubierto de malezas y ramas frescas.

-¿Escaparon?

-Sí, después de un año de investigaciones Babilon verá la coronación de un rey. La continuación del linaje que por año le fue arrebatado. Amorfatuo sigue buscándolos hasta el día de hoy, está convencida de que esos niños fueron los asesinos de sus padres y las personas que le regalaron su huerfanidad. Esa noche muchos dicen que su padre vino a buscarla en sueños y se la llevó a la tierra donde el dolor no existe porque al despertar no era la misma. Parecía otra persona, un títere a merced de la rabia. Continúa segada por una cólera febril y busca con tanto anhelo a los asesinos como si buscara la forma de traer a sus padres de regreso.

¿Cuánto le hubiera costado empezar por ahí?

Me apoyó sigilosa una mano sobre el hombro como si tratara con una bestia que quería conocer pero podía espantar si no era precavida. Estaba agitado. No me veía normal. Deseé que mis amigos estuvieran allí, entonces ellos podrían calmarme y tratar de encubrirme mientras yo dejaba que me arrollara el impacto de la noticia. Acepté la mano que me tendía, ella tiró de mí y me incorporó.

Me froté los ojos escocidos al momento que Tiznado irrumpía en la habitación. Se había quitado la sangre y ahora en su lugar cargaba la tela húmeda por el agua. Él se llevó a la mitad de los sirvientes y prometió volver por el resto.

Ofelia continuó trabajando pero me lanzaba miradas cargadas de un sentimiento que no pude identificar, no recelo ni desconfianza o asombro, un silencio incómodo se alzó entre nosotros. Ella ya no deseaba contarme historias y yo no tenía más preguntas como si una parte de cada uno se hubiera perdido en el relato. Aguardó a que Tiznado volviera a cerrar la puerta y le eche los candados como si tratara de sepultarnos.

-Debo buscar a Finca, ella fue a podar un rincón apartado por el cual se accede avanzando por ese pasillo -indicó señalando levemente con la cabeza y escurriendo el sudor de su frente con el dorso de la mano-. Tiznado únicamente la mandó a ella a esa zona, Finca quería trabajar sola y él se lo concedió, me encomendó llamarla cuando terminara.

Sus manos estaban rojas y ampolladas, se las había vendado precariamente y en algunos lados la venda se había movido arañando sus heridas pero ella actuaba como si estuviera acostumbrada a ese dolor. Pero eso era imposible nunca se podía acostumbrar al dolor ¿o sí? Yo llevaba un año de desilusiones y todavía no lograba encontrarlo no tan demoledor.

-Ve tú -me indicó desprendiendo una mirada crítica a mis manos-. Las tienes peor que yo. No me agrada este trabajo pero verte lleno de cicatrices empeora las cosas.

Iba a decirle que eran cicatrices donde un fuego desconocido había bailado por mi piel al liberar el mundo de Berenice pero ya había habido demasiadas historias oscuras entre nosotros. Asentí, dejé en el suelo las herramientas y me marché flexionando mis temblorosos dedos.

«Están vivos, cálmate Jonás»

Suspiré y me zambullí en el ala del castillo deshabitada.

No me figuraba la cantidad de pasillos y salas elegantes que había atravesado para encontrar a Finca. No sé si Ofelia había olvidado que yo no pertenecía al castillo y no podía orientarme o si sólo quiso apartarme porque la fastidiaba. No me extrañaría que fuera la segunda opción, no sería la primera vez que sucediera. Estaba a punto de volverme cuando la vi.

Era una chica de unos quince años con la piel arrebolada, casi normal, era el tipo de matiz que lucía Dagna cuando estaba un tiempo considerable bajo el sol. Su cabello era del color del fuego, con destellos tan rojos que parecían mojados en sangre pero no, la única sangre de la habitación era la que ella estaba vertiendo de una petaca. Estaba alimentando a unos helechos que se retorcían alborozados, absorbiendo ávidamente la sangre como si no pudieran contener tanto gozo. Lo que yo no podía contener eran las nauseas.

Estaba mejor vestida que las demás sirvientas. Tenía pantalones y una remera corta que permitía ver su torso definido como una gimnasta o hambriento como un cadáver. La segunda descripción le calzaba mejor porque se veía débil y famélica. La piel de los sirvientes era tan pálida que casi no tenía coloración como un lienzo maltratado cuyas pinturas se desteñían. Pude ver su cicatriz en el cuello, la marca de un dios que la protegería, la marca era como una M atravesada de por dos líneas horizontales.

Se encontraba ensimismada en lo que hacía y no me oyó llegar. Me adelanté para detenerla no porque Tiznado me había dado la orden de aniquilar las hierbas sino porque había visto, el tiempo suficiente, los cuerpos en el claro sombrío para definir mi aversión a los helechos.

-¡No lo hagas! -dije tomándola de la muñeca, arrebatándole la petaca y arrojándola detrás de mi espalda. Ella me miró con los ojos desmedidamente abiertos como si no comprendiera qué hacía allí- ¿Por qué hiciste eso? ¡Son unas asesinas! ¡Debes matarlas! -añadí dándole pisotones a sus preciados helechos.

Ella retrocedió como si la hubiese golpeado. Permaneció estudiándome unos segundos, sus ojos vagaban en cada uno de mis rasgos. No decía nada como si fuera muy lenta para comprender que estaba molesto. Cuando se volvió muy incómodo y recordé que mi rostro era una muestra de exhibición detrás del muro, me di vuelta y me fui.

-¡Aguarda! -gritó, reaccionó, se adelantó y me interrumpió el paso-. No te vayas por favor.

Estábamos en una esquina redonda, un baluarte que antes tal vez había servido de torre para vigilar.

-Mira, no tengo tiempo para esto, debo buscar a Finca, no darle lecciones de lógica a una chica con problemas de Estocolmo o algo como eso...

-Yo soy Finca -en sus ojos se reflejó una esperanza queda.

Me sentí tonto por no darme cuenta.

-Pues Ofelia te busca y créeme que no le agradará oír esto, creyó que estabas trabajando...

-¡Por favor! -suplicó-. No digas nada. Soy criada de Tamuz, me costó llegar hasta ahí, no quiero perderlo. Además si le dices a todos lo que hice me matarán.

-¿Entonces por qué lo hiciste? -inquirí sin comprender nada y tratando de alejarme de allí pero ella bloqueaba la salida, incluso extendió sus brazos y colocó cada palma en el marco de la puerta-. ¿Cómo conseguiste la sangre?

Ella respondió la segunda pregunta en lugar de la más importante.

-Fue del sirviente que Tiznado acaba de asesinar -sus palabras me cayeron como una cubeta de agua helada, mi piel se erizó y fue recorrida por un punzante escalofrío.

-¿Acaso aquí existe un concurso de locos que todos se disputan por ganar? ¿Escuchaste lo que dijiste?

-¿Qué dije?

-¡Agarraste sangre de otra persona!

-Él ya no la necesitaba -respondió sin entender a dónde iba.

Suficiente, loca.

No me gustaban las muertes pero al parecer a ella la tenían sin cuidado. Recordé la sangre de la ropa de Tiznado, la sordera de Miles y la insensatez de Sobe. Debía ver si estaban bien, tal vez podían cabrear a Tiznado o burlarlo porque ese hombre parecía pedir a gritos que le tomara el pelo.

Estaba bloqueándome el camino. Por descontado que esa chica tenía serios problemas mentales, estaba loca, no había que pensarlo mucho. A lo largo de mi vida me había topado con varias chicas lavadas de cerebro como cuando iba a clases de natación y una niña llamada Sally Thompson se metía a la piscina con paquetes de sal entre la malla así sentía cómo se disolvían mientras nadaba sobre todo le gustaba meter paquetitos de sal en mi traje de baño y cuando estaba despistado, más que nada. Pero al menos Sally Thompson tenía una obsesión desequilibrada por la sal y no por unas plantas come carne.

La empujé gentilmente, apartándola a la izquierda y dije ganando velocidad a medida que avanzaba:

-Da igual ¿Por qué le diste su sangre al bosque?

-¿Dónde creíste que iban a tirar el cuerpo idiota?

Me detuve y la encaré. No sé si fue la falta de sueño, el cansancio, la frustración por tener tres días para averiguar el miedo de Nisán o porque me había llamado idiota pero le grité. Yo solía ser más educado.

-¿Idiota? ¿Yo? ¡Al menos yo no soy el que alimenta criaturas que si tuvieran pies me perseguirían para comerme!

Finca me agarró del cuello de mi chaleco y me hizo retroceder pero utilizó tanta fuerza que casi me tumbó al suelo. Trastabillé y mis dedos instintivamente estuvieron a punto de girar a anguis y desenvainar una espada. Me detuve a medio movimiento y me avergoncé de mí mismo, yo no era así de agresivo en combate. Además, eso ni siquiera era un combate. Ella interpretó mi arrepentimiento como si estuviera dispuesto a escucharla.

-Eh, sé que lo que acabas de ver se ve mal...

-¿Ver? Oír también ¡Era sangre humana, cochina!

-Lo sé, lo sé pero... mi madre, ella ahora es una catatónica y aunque me duela decirlo vive en el terreno enemigo. El terreno que nos esforzamos por aniquilar. Sé que es una tontería pero ni siquiera tengo una tumba de ella. Simplemente se alejó de mí y sé que está viva en otro lugar pero no me ama. Hacer eso es mi manera de velarla ¿entiendes? Hacer algo por ella me hace creer que todavía no la perdí -no esperó a que le diera una respuesta, la entendía un poco, yo también tenía a alguien que amaba lejos, mis hermanos y nunca derramaría sangre ajena para recordarlos pero el dolor era casi el mismo-. Por favor, no le digas a nadie y haré lo que quieras, te ayudaré en lo que sea. Sólo dame tu silencio y yo te daré mis servicios.

Sobe seguramente hubiera hecho un chiste de mal gusto en ese momento, Dante me habría dicho presa de los nervios que no hiciera tratos con nadie y me mantuviera al margen y Miles se habría quedado parado y sin comprender nada pero yo me lo estaba pensando. Podía serme útil alguien que conociera ese mundo, el castillo, los cargos y las personas. Es más, si las cosas salían mal, ella podía echarme una mano.

Fingí que me lo pensaba más y cerré mis ojos como si me diera trabajo quitar las imágenes de mi mente. Exhalé una profunda bocanada de aire y dije:

-Muy bien, estoy en una especie de misión y debes ayudarme.

-En lo que sea -añadió. Su piel estaba muy pálida por lo cual parecía una chica de mi mundo sonrosada-. Te doy mi lealtad.

-Si necesito tu ayuda te haré saber -no era tan tonto como para contarle todo el plan. Hablé entonando las palabras con diplomacia y aclaré mi garganta-. Pero trata de quedarte cerca.

-¡Dónde estaban los dos! -era la voz de Ofelia, estaba cruzada de brazos y nos observaba con reproche-. Vamos, Tiznado no está de humor. Debemos ir a servir en la fiesta.

Iba a decirle que pasaba, pero luego recordé que eso no diría un sirviente. Tenía que ir, actuar servir, diligente y dispuesto a lo que sea. Les desprendí una mirada a Finca para cerrar nuestro trato.

Ella asintió.

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