No soy feo soy difícil de ver



 Me sentía desamparado pero no porque tuviera poca ropa o interpretara un papel con el cual estaba en juego mi vida sino porque no llevaba cota de malla, ni una coraza protectora, ni nada. Lo tenía todo guardado en mi mochila. Entraría en una ciudad en la cual mi cara estaba en todos lados y lo haría sin ninguna otra defensa que un estúpido chaleco.

 Al menos yo tenía a anguis en mi dedo. Sobe, Miles y Dante no contaban con nada y podía verse en sus gestos cómo les sentaba eso. Un trotamundos desarmado era como jugar a la pelota sin pelota, simplemente imposible. Las chicas estaban casi irreconocibles con la ropa y las joyas pero nosotros no. Es más, era probable que en el castillo hubiera colonizadores que no conocíamos pero que ellos sí a nosotros. Estábamos sumergiéndonos en la madriguera del enemigo.

 Qué puedo decirte, es la vida de alguien popular.

Aun así, nadie nos prestó reparos cuando caminamos entre las precarias viviendas del pueblo. Al ver a Walton y las chicas los pueblerinos se apartaban, todos se abrían como lo hacía el agua del río con las rocas o como si vieran a Sobe cojeando. Ser ricos, o en nuestro caso fingir serlo, traía sus beneficios en el superficial mundo de Babilon.

 Si mi abuelo hubiera visto ese lugar sin duda hubiera tenido cosas de que quejarse toda una vida.

 Cam y Albert se habían quedado vigilando a los hombres inconscientes. Walton había expresado su preocupación, no le importaba que tan amigos se vieran los niños, él no quería dejar a Cam con la compañía de alguien que podía traicionarlo. Pero Cam estaba entrenado y podría defenderse no importa que tan rápido se moviera Alb. No queríamos que ambos vinieran y se hicieran pasar por sirvientes, no en un mundo tan peligroso.

Todavía tenía mis manos vendadas aunque la herida que me había hecho Morbock había cicatrizado con la magia de sanación. Lo única herida fresca que tenía era la que me había regalado el jugador de Canadá hace dos días. Estaba cubierto del polvo que revestía Catatonia. Tenía la cabeza tan llena que me costaba pensar. Andaba como un sonámbulo de aquí para allá. Todos estaban fatigados.

Me aterraba la idea de que ya había estado en el castillo hace casi un año, cuando pasé el portal con mis hermanos. Pensaba preguntarle a algún sirviente si sabía algo de unos chicos extraños que aparecieron caminando por esos pasillos hace un año. Claro que los interrogaría con precaución porque no quería arruinar la misión. Pero lo que más me preocupaba era que en ese mismo castillo había una estrada a mi antigua casa en Dakota.

 Era un portal temporal lo que significaba que actuaba según sus propias reglas, no podías atravesarlo cuando se te antojara, tenía que ser en una fecha específica, como si contara con fecha de caducidad. Ya había pasado un año y hubiera podido traspasarlo y ahorrarme todo el lío de Canadá si mi padre no tuviera vigilada la casa. Él sabía que quería cruzar a Babilon a toda costa por esa razón decidió plantar seguridad por si elegía arriesgarme.

Llegamos a las puertas del castillo. Es una estructura que estaba construida de ladrillo, con amplios muros que contenían murallas superpuestas de forma concéntrica como las dianas. En los vértices de las murallas había torres y barbacanas. En lo alto de los muros había nichos con estatuas de personas horribles, gárgolas y grifos. Pero los grifos eran reales, animales de tamaños pequeños como si fueran palomas. Las personas alrededor no le daban mucha importancia aunque yo no podía sacarles los ojos hasta que Sobe fingió limpiarme la barbilla como si babeara. Grifos en lugar de palomas, estaba bien, podía con eso.

Un pequeño arroyo que se perdía en la distancia rodeaba todo el castillo. El arroyo no era muy amplio pero sí profundo como si tratara de engañarte y hundirte. La puerta era tan monumental que muchas caravanas habrían pasado por allí. Era todavía más grande que el palacio de Logum. El lugar era inmenso.

—No te alejes de mí Jonás, ni abras la boca, sé que es muy difícil para ti callar cuando te ofenden o ves algo que te desagrada pero de verdad no protestes —advirtió Petra.

—Pero...

 Me lanzó una mirada más que asesina así que asentí y caminé detrás de ella. Escarlata sobrevoló muchos metros por encima de mi cabeza, quiso posarse en mi hombro pero lo aparté susurrándole que no era el momento. «Ve a cazar grifos o algo» le murmuré y otra vez creí que me entendía porque abrió sus curtidas alas y levantó vuelo. Lo vi ascender y luego descender sigilosamente hacia una de las torras. Desapareció por las almenas sin ser visto.

Walton se preparó para que elevaran las puertas pero no fue necesario porque cuando un grupo de soldados vio que caminábamos por la calle, dieron la voz y la puerta levadiza se desplomó atravesando el riachuelo. Me pregunté por qué no le pidieron identificación o no sé tal vez una invitación. Pero era mejor así, sin problemas. No tuvimos contratiempos tediosos y atravesamos cada muralla, rígidos como la aguja de un reloj.

En su interior se encontraban espacios ajardinados, patios y viviendas. Incluso pasamos por una plaza en cuyo centro había un patíbulo. La estructura te dejaba con la boca abierta, jamás había visto algo tan grande. Las inmensas torres de color arena descollaban sobre los tejados de ladrillo. Había muchos rincones en el castillo, tantos como ladrillos tenía.

Todos nos observaban como si no dieran crédito a sus ojos. Walton se revolvió inquieto y trató de conservar el porte arrogante que mantenía al andar. Los jardines por los que caminábamos estaban repletos de nobles y cortesanos que caminaban de un lado a otro. Todos paseaban por patios del castillo esperando que la fiesta empezara. El jardín tenía césped cortado que cuando lo pisabas te mojaba los pies como si estuviera hecho de agua. Contaba con encantadores arbustos que estaban podados de formas extravagantes y algunos se encontraban prendidos fuego pero no se quemaban como si fuera una capa de roció y no de llamas. Muchas flores de colores estaban dispuestas de tal manera que dibujaban retratos de personas, dispersas en el suelo o en los techos de algunos cobertizos. Las flores no tenían tallos, estaban en el aire como si germinaran de la semilla en cualquier lado.

En sí el lugar estaba dispuesto para que se entretengan, pero si mi mundo fuera atacado por un bosque salvaje lo último que querría hacer para pasar el rato sería observar un jardín. Varios grifos se remojaban en una fuente.

Aunque esas personas se encontraban felices. No parecían estar viviendo una época trágica es más tenían la apariencia de encontrarse en un circo. Para mi disgusto nunca me habían agradado los circos no desde que descubrí a los cinco años que cuando me decían payaso no era un cumplido. Algunos tenían peluquines o zapatos tan extraños que deformaban sus pies y parecía que tenían más de una pierna.

Petra me dio un golpe disimulado en las costillas.

—No los veas a los ojos, es más no separes tus ojos del suelo.

—¿Quieres que me arrastre también y clame «Oh, mi miserable vida»?

—Eso no estaría mal —respondió sin captar el sarcasmo y luego regañó a Dante por observar con asombro a unos nobles.

—¡Concejal! —gritó alguien en la distancia—. ¡Concejal, aguarde!

Walton se volteó con una mirada inquisitiva que no pudo desvanecer, arqueó sus finas y plateadas cejas al ver que se dirigían a él. Un hombre vestido de túnica se acercaba corriendo en un pasillo de setos, corría tan rápido como mi abuelo por los descuentos. Era petizo, de extremidades cortas y rollizas, su piel ostentaba un color cobre como una moneda oxidada y contaba con un cabello tan refinado como el de Dante. Tenía en las orejas unos aretes que se la estiraban como si fuera buda y su cara estaba pintada con rayas y runas como si le faltara más color.

—Oh... no —susurró Berenice cuando se aproximó.

—¡Concejal, aguarde! —el hombre lo alcanzó jadeando, nos estudió con recelo cuando nos detuvimos como si se preguntara qué hacíamos ahí.

Recordé que mis ojos deberían ver mis pies y me concentré en el suelo al igual que Sobe que parecía aburrido, Miles que no comprendía mucho y Dante que estaba tan nervioso que sudaba tanto que comenzó a regar el suelo.

Mis pies estaban lastimados por andar todo el camino descalzo, al menos eso era lo único que podía notar con los ojos clavados en las lajas del camino. Estaba muy agotado. Maldito Babilon.

—Fui notificado inmediatamente de su inusual aparición por la casa de nuestro Señor —exclamó el hombre cuando alcanzó a Walton—. ¿Puedo preguntarle la razón por la cuál el consejero del trono cruzó las puertas como un humilde anfitrión?

Consejero, bueno esos eran zapatos muy grandes para llenar. Un papel demasiado difícil que interpretar. De repente recordé las palabras del hombre desdeñoso que asaltamos «¿Quieren te robarme la identidad? Inténtenlo, es evidente que no saben con quién están tratando y cuando lo descubran lo lamentarán» Bueno tal vez Cuervillo era un arrogante pero no un mentiroso.

—Los generales lo están esperando para la ceremonia privada.

Walton frotó sus manos y guardó silencio unos momentos como si también recordara las palabras de Cuervillo.

—¿Disculpe?

—La ceremonia a los dioses para garantizar el prospero crecimiento del reino en los años venideros —explicó con aire devoto—. Ya estamos todos listos pero usted se ausentó por horas y cuando vino apareció sin su transporte habitual.

—Fuimos asaltados por unos bandidos —refirió—. Mataron a la mitad de mi servidumbre.

—A la mejor mitad como puedo advertir —observó el hombre.

Walton agitó una mano y cerró los ojos como si le diera dolor de cabeza pensar en eso. Su rostro era un poco arrugado y cuando fruncía el ceño un ramillete de relieves se agolpaba en su entrecejo, Petra me piso el pie y volví a concentrarme en el suelo.

—En fin no pensemos en datos irrelevantes. En breve comunicaré las descripciones y las direcciones que estos bandidos han tomado. Nadie tiene las agallas para burlar al consejero del rey y se sale con las suyas.

Bunu duymak memnuniyet duyuyorum —contestó el hombre asintiendo.

—Perdone, estoy un poco alterado ¿Qué acaba de decir?

—Señor, estoy hablándole en el idioma sagrado —sonaba como si tratara de sonreír pero no pudiera. Un noble paso a mi lado y empujó a Sobe que comprimió las manos y se esforzó por permanecer impasible—. Sólo los sacerdotes conocen el idioma a excepción, claro está, del rey y usted. Es un idioma reservado a los hombres más poderosos de Babilon.

—Claro, perdóneme... —miró a las chicas en busca de apoyo— ¿Y bien no van a presentarse?

Berenice tomó rápidamente la iniciativa y con gestó reverencial exclamó con una voz armoniosa:

—Me llamo Beretras —Sobe tuvo que comprimir una risa cuando el nombre se le antojo chistoso— y ellas son... Dagshara y Petrawen. Lamento desconocer su nombre ¿Y usted es?

—Me llamo Produngs, sacerdote principal a cargo de los sacrificios, ritos y funerales reales —agarró la mano de Berenice y besó el dorso. Sobe puso los ojos en blanco.

—Bien, Produngs —Walton parecía más tranquilo por el simple hecho de saber el nombre del sacerdote—. Llévame al... a la ceremonia privada.

—Sí, sí. Y si me disculpa el atrevimiento la princesa dispuso que todos los sirvientes se encarguen del servicio del banquete.

—Pero necesitamos a nuestros sirvientes —agregó Dagna alejando a Miles del hombre, él no había podido oír nada de la conversación y parpadeó sin comprender lo que sucedía—. Además este está sordo, no veo de que pueda servirle.

El hombre sonaba molestó y escéptico como si no pudiera discernir si la impertinencia de Dagna fuera una broma o un hecho real, pero fuera lo que fuera no le agradaba para nada.

—Lo siento es que estamos hablando de una causa real. Todos aceptaron con gusto brindar sus servicios a los benevolentes gobernadores de este mundo. Jamás en mi vida me había topado con una objeción como esa... discúlpeme si no sé cómo reaccionar.

—Y ellas también están gustosas de ceder a sus sirvientes —se anticipó Walton entre los dos y se frotó las manos como si tratara de encender fuego—. Sólo le pedimos que nos los devuelvan en una pieza porque hoy ya perdimos a muchos esclavos y no estamos de gusto para perder a más.

—¿Incluso a estos? —preguntó Prudungs—. Créanme cuando le digo que son difíciles de mirar.

—Incluso a estos.

El hombre asintió y nos dijo de manera seca que nos dirigiéramos a la cocina. Hubo un momento de incómodo silencio donde ninguno se movió de lugar, levantamos la cabeza y le desprendimos una mirada confundida a Walton. Él se encogió de hombros y Dagna manifestó su descontento frunciendo desmedidamente su ceño. Berenice señaló levemente un pasillo rodeado de árboles en llamas que conducía a un ala del castillo, lejos de los jardines.

Berenice sabía fingir y si ella decía que nos fuéramos entonces teníamos que hacerlo antes de levantar sospechas, debíamos hacerlo.

Renuentes no marchamos, mirando sobre nuestros hombros. Despedí un vistazo fugaz y vi cómo Walton se marchaba con el sacerdote mientras las chicas se quedaban en el jardín. Petra estaba hablando con aire sombrío, tal vez estaba planeando algo nuevo. Lo de dividirnos no estaba planificado pero aun separados podíamos cumplir con el objetivo que era encontrar al rey. Debíamos averiguar su miedo o robarle un poco de sangre. Sonaba fácil.

Dos soldados de la mesnada pasaron marchando a nuestro lado, agachamos la cabeza y contuvimos la respiración. No nos notaron porque jamás repararían en cuatro sumisos sirvientes. Sus pasos se extinguieron con el eco de sus voces y Dante soltó una bocanada de aire, permitiéndose un respiro.    

No sabíamos si podría permitirse otro.

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