Jamás sueñes con Adán


Caminar solo por la calle no es tan malo. Caminar solo por la calle porque huyes de tu casa para proteger a lo que te queda de tu familia puede ser un poco malo. Pero ninguna de las dos se comparan con caminar en la calle acompañado de Escarlata.

No podía permitirme que los confronteras lo viera, entonces empezarían los gritos, se acercarían los curiosos a preguntarme qué clase de animal era ese y entonces Escarlata haría una de sus increíbles demostraciones amigables como enseñar sus dientes o regurgitar huesos y piel de rata en las manos de la persona que intentaba acariciarlo. No solía hacerme eso a mí, al menos no con tanta frecuencia. ¿El problema? Que él si quería hacerse ver y contemplar el mundo con sus ojos escarlatas. Después de bufidos y arañazos de su parte, groserías y empujones de la mía, llegamos al acuerdo de que podía refugiarse en mi sudadera y asomar su morro por allí.

Estuve caminando casi toda la noche hasta llegar a Surry Hills, para entonces tenía las piernas crispadas y agarrotadas, los parpados se me cerraban y el trafico de mi cabeza había colisionado creando un cráter en la autopista. Era la madrugada de un martes y si me buscaban, ya sea mi madre o algún caza recompensas, entonces yo lo sabría porque no había ningún alma en la calle, los transeúntes habían desaparecido por completo.

Caminé por una ancha calle llamada Elizabeth, luego me abrí y avancé en la avenida Wentworth que era surcada por algunos automóviles aislados, hasta llegar al parque Hyde que parecía un gran lugar donde esconderse. Los faroles tenían focos circulares como bolas de luz y bordeaban los caminos, no estaba tan oscuro y la idea de árboles circundantes me hacía sentir que estaba en la Cuidad Plantación otra vez. La calzada rodeaba los árboles que proyectaban sombras espesas en el parque. Había algunos carteles informativos con mapas o notas de las especies de plantas. El parque también contaba con muchos rincones que contenían esculturas, memorias a reyes o gente importante que ya nadie reconocía.

En el extremo norte del parque había una gran fuente octagonal delante de la catedral que se situaba detrás de la calle College.

Todos los caminos te llevaban allí como si estuviera planeado para que no la pasaras por alto. En medio de la fuente había esculturas de hierro, un hombre con un miembro diminuto se alzaba en una especie de podio central rodeado de sus compañeros que se encontraban muy ocupados con animales y armas mirando a otro lado. Todas las esculturas estaban desnudas lo que me resultó en cierto sentido gracioso porque parecía que pelaban con esos animales. Unas tortugas de metal vomitaban potentes chorros de agua luminosos como si les diera asco ver tantos miembros descubiertos. Detrás de la fuente se alzaba lateralmente la catedral con sus dos torres en punta.

Limpié mi cara en la fuente. Caminé por unos minutos como centinela alrededor del parque para comprobar que no había nadie. Desenvainé a anguis y anduve con sigilo, después de un momento no encontré más energías para continuar. Escarlata se recostó en mis hombros como si fuera un abrigo de escamas terrosas. Busqué una banca de metal y me desplomé en ella. Estaba dura y aunque las temperaturas eran templadas el metal se encontraba frío al tacto. Pero aun así logré sumirme en un profundo sueño.

Hay algo que no les conté de mis sueños. Siempre sueño cosas que pasaron o están sucediendo en ese mismo instante, eso es gracias a mi gran amigo Gartet que creyó que me gustaría el toque. Aunque nunca lo vi, él me lo hizo a través de magia y no puedo explicar más porque ni yo mismo lo entiendo. Era su manera de decir que tarde o temprano terminaría perteneciéndole y que tiene más fuerza de las que creo. A veces tenía suerte si mis sueños eran en negro.

Esa noche estaba en claro que no tenía suerte.

Mi mente se trasportó al Triángulo.

Walton, un amigo mío estaba en el laberinto de setos ubicado en el patio trasero del instituto, esperaba allí con aire aburrido y las manos metidas en los bolsillos. Por lo general nadie solía usar el laberinto. Era un juego que se había inventando hace años aparentemente para ser ignorado, sólo era frecuentado por parejas besuconas o personas que querían hablar secretos sin siquiera ser vistos. El calor del mediodía lo rodeaba todo, los pájaros trinaban melodías, el cielo sobre el laberinto se encontraba despejado sin ninguna nube rasgando el horizonte y un aroma a frutas tropicales se esparcía por el aire.

El uniforme de Walton estaba ceñido debajo de sus músculos y anatomía fornida, tenía la espalda ancha, ojos pardos, era de tez pálida pero bronceada, cabellos bien peinados y un lustre impecable. Parecía un soldado de dieciocho años.

A su lado había un chico menudo, de piel oscura y cabellos azabaches que brillaban como si estuvieran engominados. Mantenía una mirada nerviosa y despegaba vistazos fugaces a cada cosa como si desconfiara de su propia sombra. No parecía decidido, vacilaba en si meter las manos en sus bolsillos, cruzarse de brazos o frotárselas como si tuviera frío. Aunque lo último que tenía ese chico era frío, sudaba como si no supiera hacer otra cosa y no sólo por las temperaturas tropicales. Era Dante Álvarez, un sabelotodo que sólo le gustaba seguir las reglas tanto como memorizar libros. Me entristeció ver a mi amigo tan nervioso, por lo general siempre se encontraba de ese modo pero en aquella ocasión podía verse el miedo que brillaba en sus ojos.

Dante desvió la mirada a los muros de hojas podadas que tenía a su alrededor como si de repente se preguntara quién era la persona que los podaba.

-Se están demorando -susurró Walton estremeciendo a Dante como si le hubiesen dado electrochoques.

-¡No grites! -lo reprendió-. Puede escucharnos alguien.

Walton revoloteó los ojos.

-¡No hay nadie en este laberinto por eso decidimos reunirnos aquí!

Dante observó a su alrededor con recelo y lo siseó poniendo un dedo en sus labios.

-Los besucones -indicó como si hablara de unas bestias que no conociera.

-Sólo son chicos que vienen a pasar el rato sin que ningún profesor los vea, lo último que querrán escuchar es nuestra conversación. Tranquilízate, Dan.

-¿Tranquilizarme? ¿Yo? ¿Tranquilizarme? ¿Yo tranquilizarme? ¿Eh?

-¿Estás nervioso o de verdad no escuchaste?

-Alguien pudo habernos visto entrar aquí, tal vez nos siguió.

-Nadie podría... -comenzó a decir Walton pero una voz rotunda lo interrumpió.

Un hombre, alto y fornido surgió de la esquina de un pasillo con una sonrisa amigable. Sus rollizos brazos eran tan grandes que hacían ver a Walton como un niño enclenque, tenía una complexión robusta y gruesa. Llevaba la mitad del cabello rapado como si no hubiese tenido tiempo suficiente para cortárselo del todo. Tenía la piel porosa, perlada de sudor y pálida. Era Adán, un trotamundos de unos veinticinco años pero que se veía como de cuarenta y que nos vigilaba a Sobe y a mí con regularidad.

-¡Adán! -gritó Dante pero más bien sonó como un chillido horrorizado.

-Vaya -Walton soltó una sonrisa incomoda-. Me asustaste.

-Oh, lo siento sólo estaba viendo los chicos que merodeaban por estos alrededores, las reglas del Triángulo no promueven el contacto físico y ya sabemos para qué vienen a este laberinto.

Dante comprimió sus labios en una fina línea, lo que hacía cuando estaba ofendido y decidió qué hacer con sus brazos: Los cruzó arrugando el entrecejo.

-Nosotros no venimos para eso.

-¿Entonces para qué? -interrogó Adán cruzándose de brazos también, como si compitieran quién los anudaba más-. Las artes extrañas ya están legalizadas en el instituto, no tienen que esconderse para practicar magia y si no vinieron para coquetear con un par de chicas que por lo que veo los dejaron plantados, entonces hay otra razón. Quiero saber cuál es.

-Este...

Dante y Walton desprendieron una mirada significativa. No sabía por qué ellos querían reunirse con alguien allí, no se me ocurría por qué necesitarían tanta privacidad. Pero por la expresión de sus rostros denoté que estaban evitando a la persona que los había encontrado, habían ido allí para discutir una inquietud sin que Adán los viera. Pero había un problema, Adán había asistido a la reunión. El hombre se impacientó y comenzó a dar golpecitos con la punta de sus botas de montar.

-Es que... Dante quería mostrarme una supuración que le salió debajo de la axila derecha. Se suponía que nadie debería saberlo. Está preocupado y muy apenado a la vez.

Dante lo fulminó con la mirada.

-Sí, estoy muy apenado -masculló mirando sus botas militares.

-Quiero verla -exigió acercándose un paso.

Dante y Walton retrocedieron los dos.

-¡Oh, Adán! Vaya, eres un viejo muy gracioso. Ja, ja -ambos fingieron una risa incomoda, pero Adán no parecía divertirse-. Tu sentido del humor es muy bueno, viejo.

-No lo llames así -corrigió Dante-. No debes tutearlo.

Ese comentario pareció colmar la paciencia en Adán como si tantas mentiras le dieran dolor de cabeza y reveló el efecto que nosotros solíamos surgir en él. Hinchó sus fosas nasales, comprimió los puños, entornó la mirada y procuró no gritarles demasiado.

-¡Sé que mienten! -espetó mordaz y gritando demasiado-. Vinieron aquí para saber cómo cubrir a su amigo William Payne y esa asquerosa confronteras que andan desaparecidos hace unas semanas, dando vueltas por el mundo.

Dante abrió los ojos como platos fingiendo un pésimo desconcierto.

-¿Sobe y Berenice se fueron del Triángulo?

-¡Ni siquiera lo intentes! -amenazó y su semblante se tensó-. Tal vez crean que les hacen un favor al no delatarlos y decirme donde ellos se fueron pero no es así. Lo están poniendo en peligro. William o como ustedes le dicen, Sobe, es un Creador. Y alguien como él debe vivir en el anonimato. En tiempos de guerra el anonimato ya no existe. Hay filas de personas queriendo capturarlo y aguardando a que ponga un pie fuera del Triángulo.

-Sabemos lo que hacemos, Adán -respondió Walton tan seguro que hasta el mismo Adán vaciló su posición tensa-. Lo supimos al ir a Dadirucso y lo sabemos ahora.

-Ustedes no saben, no tienen idea de las masas que está moviendo Gartet para encontrar a Sobe y Jonás. Con más ansias los quiere después de Dadirucso. Si él llegara a tener a uno de ellos, sólo a uno...

-Eso no sucederá.

La imagen se desvaneció y aparecí en un campo de flores.

Se encontraba atardeciendo y el sol se fundía en el horizonte como una braza de fuego al rojo vivo. Wat Tyler a la edad de quince años estaba entre las hierbas y la fragancia dulce de las flores que me recordaba al olor de los funerales. Tenía un trozo de madera en una de sus manos y una navaja en la otra, estaba modelando el material y dándole la forma de un animal encabritado. La estatuilla dio lugar a un caballo con la crin oleando en el viento. Silbaba una melodía que sólo él podía escuchar. Sólo él y yo. La imagen me destrozaba por dentro, ver a Wat joven y vivo, de verdad era un castigo pero no podía desviar la mirada, eso no funcionaba así. Estuve con él hasta que el cielo se cubrió de estrellas y los labios de Wat se quedaron sin canciones. Entonces se levantó y se fue como había venido: Solo.

Cuando me desperté lo primero que oí fue el sonido de la cuidad. El ronroneó de los motores de los autos, el repiqueteó de las personas que caminaban de un lado a otro y las bocinas procedentes de la autopista. Estaba debajo de la sombra de un frondoso árbol, recostado en la banca y abrazando a Escarlata que se enroscaba alrededor de mi brazo como si fuera una serpiente.

Alguien me abofeteó con tanta rudeza que dejó la figura de sus manos grabada en mi mejilla. Me levanté de un salto listo para la acción cuando una voz me detuvo en el acto:

-Esa arma mágica no te amparará si osas importunar tu suerte.

La pelirroja se encontraba a mi lado cruzada de brazos.

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