III. ¿Perdón? Ja, ja


 Había desembarcado. Ellos decidieron desembarcar también. Albert se quedó cuidando el barco y a Petra. Cam bajó a tierra con Dante pero se quedaron en una cafetería cerca del puerto, ambos llamarían a sus casas y hablarían largo rato. Dagna fue con Miles a un centro comercial, Miles quería intercambiar algunas joyas que había robado de Babilon por dinero. Walton se sentó en una plaza con aire meditativo, se había puesto una chaqueta de lana, apoyó sus codos en las rodillas y observó distraído las palomas. Dijo que esperaría a todos allí. Había dejado su arco y carcaj en el barco, él no iba a ningún lado sin su arco. Sobe le preguntó si estaba armado. En respuesta Walton deslizó el extremo de su abrigo a un lado y reveló una pistola colgando de su cinturón.

Berenice y Sobe insistieron en acompañarme. Berenice tenía su cabello negro y ensortijado suelto sobre los hombros, su piel pálida al estilo muerta resultaba extraña de vuelta en mi mundo como si fuera el personaje de una historia gótica. Ella tampoco tenía el uniforme del Triángulo, llevaba unas calzas negras, una camisa roja y botas militares. Ambos cargaban mochilas y escudriñaban con atención los alrededores, alertas a todo tipo de actividad que indicara rastros de agentes.

Yo me había puestos unas zapatillas deportivas, la remera negra del Triángulo con una insignia en lado izquierdo del pecho y unos pantalones de camuflaje.

Nos tomamos un taxi hasta Bankstown. Estaba atardeciendo y el sol caía dorado sobre la cuidad y las casas. El taxista iba escuchando música y prendió la radio donde daban la noticia de que en Canadá un grupo encapuchado, vestido con trajes raros, junto con un hombre mayor disfrazado de doctor había secuestrado a tres enfermos. Sobe me lanzó una mirada divertida y Berenice continuó en silencio, mirando por la ventanilla.

Cuando dobló por la calle Prairie Vale sentí que el estomago se me salía por las orejas, la lengua se me hinchaba y el corazón se me congelaba. Estaba tan nervioso que las manos me sudaban. Las abrí plenamente y las dejé sobre mi regazo.

Todo había acabado. No importaba si acabó mal. Buscaría a Dracma y cuando el pusiera un pie en mi mundo, dentro de un año, le diría la clave. Ya no importaba nada de Babilon, no importaba si un Corneluis Litwin quería capturarme, si Izaro juraría venganza o si Gartet me atraparía. No importaba si no habíamos encontrado al espía o si el maestro de Gartet se escondió de miedo.

No. De alguna manera sentía que si llegaba a casa todo se solucionaría.

El cielo estaba violeta, casi caía la noche. El taxista comenzó a reducir la velocidad, Sobe se aferró de los dos asientos delanteros y se asomó al parabrisas. Se había detenido frente a una estructura negra y retorcida. Esa no era mi casa.

—Ya llegamos —gruñó el señor que parecía salido de una sucia pelicula de vaqueros.

Berenice se volteó hacia mí y arqueó las cejas. Negué confundido con la cabeza mientras abría la puerta y bajaba del vehículo. Sobe le dio dinero y Berenice me siguió pero los dos se detuvieron cuando repararon en lo que tenían en frente. 

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