II. Vaya, vaya, vaya...



 El lugar donde se celebraba el banquete no era grande, era descomunalmente enorme. Pocas veces había una sala tan gigantesca, medía más de tres estadios. El suelo era una placa de algún cristal que podía soportar demasiado peso porque debajo había un acuario. Los animales más extraños que jamás vi nadaban bajo mis pies, la mayoría brillaba como si quisieran burlar al fuego de los candelabros y cosecharan su propia luz, muchos tenían afilados dientes o incontables ojos negros y planos.

Había un rincón que era donde los nobles bailaban alegremente con sus opulentos trajes y sus sonrisas tan amplias que ninguna mascara podría encubrir. Luego mesas extensas con bocadillos en el centro sur de la estancia y otras mesas o sillones donde podían sentarse y charlar. La comida me hizo recordar lo hambriento que estaba, en un momento como ese me hubiera comido hasta los panecillos que me ofrecieron los hijacks.

Los ventanales iban de lo más alto del techo al ras del suelo. Las paredes eran de alabastro y las columnas que sostenían el techo, unos cincuenta metros por encima de mi cabeza, eran de turmalina de todos los colores. La luz de miles de velas dejaba la instancia clara y hacía que las columnas proyectaran hermosas luces sobre el acuario. En un rincón había una banda de lo que tal vez ahí llamaran músicos pero se oía como una gato muriéndose o Izaro hablando.

Incluso contaba con todo tipo de entretenimientos, varias ventanas estaban abiertas y desembocaban al patio repleto de titiriteros, acróbatas, flautistas, malabaristas, domadores, contorsionistas y tamborileros.

Finca y Ofelia estaban a mí lado. Ellas se dirigieron a una pequeña puerta que estaba escondida detrás del telón de una cortina como si quisiera ocultar algo indecoroso. Esa puerta era para los sirvientes y era una de las muchas que descendía a la cocina. Me dieron una bandeja con aperitivos y me mandaron arriba. Tiznado zumbaba de un lado a otro, supervisando a todo el mundo, profiriendo órdenes y jurando amenazas con tal de que la coronación marchara a la perfección.

Comencé a repartir entre los invitados los bocadillos mientras buscaba al rey y mis amigos. Pero no vi ningún trono ni nada. Ofelia llevaba una jarra de vino o algo oscuro que emborrachaba a las personas y era pegajoso como la miel.

Por una parte era relajante servir comida, mi experiencia con los bailes se reducía a los bailes de fin de curso en los cuales no tenía nada de experiencia, yo era de los que ninguna chica aceptaba su invitación para bailar y terminaba en un rincón fingiendo interés por el ponche y los aperitivos para hacer algo y no quedarse parado como idiota. A veces si la fiesta estaba muy prendida era de los que creaba una fila de conga de uno. Así que ser invisible en esa fiesta no fue nada de otro mundo. Lo único nuevo fue Finca.

—¿A quién buscas? Lo único activo de tu cuerpo deben ser tus manos y tus pies. No sé si es diferente de dónde vienes pero tus ojos deben moverse tanto como tu lengua.

—A veces suelo ser un charlatán locuaz —respondí extendiendo una bandeja y dirigiendo mis ojos hacia las profundidades del acuario, al menos nos daban una buena vista, habían plantas coloridas y espumosas en el agua—. Estoy buscando al rey —farfullé—. Ayúdame a encontrarlo.

—¿Escuche bien? —preguntó levantando un poco su mirada y lanzándome una breve inspección para ver que no estaba bromeando. Aun así no parecía tan asustada con mi petición como si las sorpresas no pudieran agitar su abandonado corazón.

Era rara y estar con ella sobre un acuario, en un mundo lejano, no lo volvía más normal.

—¿Quieres mantener mi boca cerrada?

—Tu boca tiene unas ambiciones muy inusuales.

El silenció volvió a prevalecer en nosotros pero pude ver que hacía lo que le pedí porque cada algunos momentos observaba los presentes, buscándolo. Al menos ella sabía cómo se veía Nisán ya que servía a su hermana pero yo no tenía ni idea. Estaba buscando un trono, un hombre disgustado con corona y cara de amargado o tal vez alguien con no sé... alguien que grite «Soy el rey y está es mi fiesta parranderos y por cierto me dan miedo las arañas». Algo como eso me hubiera caído de maravilla.

Pero también tenía que andarme con cuidado porque el colonizador del revolver se hallaba entre los nobles. Además de que los integrantes de la mesnada, los soldados de Gartet, se encontraban en la fiesta y caminaban de un lado a otro con bellas damas enlazadas a sus brazos. Algunos no se sacaban los yelmos para ocultar que eran monstruos.

Pero ellos no estaban alertas, no esperaban vernos allí, se suponía que estábamos en el bosque. Tal vez por esa única razón caminaron al lado mío y ninguno reparó en que era el enemigo. Estar a su lado me ponía los pelos de punta. La bandeja temblaba, no tenía miedo pero sentía mis circuitos romperse, quería atacarlos o retirarme. Sentía que no podía quedarme a su lado o explotaría.

Ofelia apareció a nuestro lado acomodando la ropa mojada, unos chicos reían pero ella los ignoraban. Le habían tirado algo apropósito. Quise aniquilar a esos mocosos pero no podía. Me mordí la cara interna del labio y pensé en algo inocente que me distrajera como los Ositos Cariñositos.

«Odio Babilon. Lo detesto ¡Lo detesto! Mis amigos. Tengo que encontrarlos»

Me concentré en la esencia de las personas, los confronteras no me hacían sentir nada. De repente experimente un leve pinchazo en el pecho y una reconfortante sensación de libertad y alivio como si estuviera liberándome de unas cadenas. Un Abridor. Estaban cerca.

—¿Son bajas en sodio? — preguntó una voz familiar y vigorizadora.

Petra estaba a mi lado con un vestido del color cardenillo que hacía juego con las motas azules de sus ojos. El vestido era muy ajustado y escotado como el blanco que se había puesto esa tarde, estaba cumpliendo su papel como... amiga de Cuervillo. Sus clavículas resaltaban debajo de la piel bronceada pero no se veía grotesco de alguna manera se veía atractivo. Llevaba sus brazaletes y bajo la luz de las velas podía verse la daga envainada que ocultaba bajo ellos.

Tenía un antifaz y sobre los ojos le nacían plumas suntuosas y sedosas, eran negras como las de un cuervo y resplandecían opacamente. Su sonrisa era deslumbrante, parecía que se la estaba pasando bien pero sus ojos decían lo contrario.

—Petra —susurré mientras miraba a otro lado.

—Me alegra verte bien. Inconveniente —notificó recogiendo un bocadillo y dándole un pequeño mordisco, miró hacia otro lado, lo hizo con naturalidad porque ella nunca mantenía contacto visual cuando hablaba, del mundo que venía hacerlo era considerado una grosería. Tragó y agregó—. No encuentro al rey.

—Yo tampoco. Puede ser que ande con un disfraz.

Ella negó ligeramente con la cabeza y sus plumas temblaron como si supieran las palabras que estaba a punto de decir.

—Ya saludé a casi todos los patéticos hombres de la fiesta, incluido Sobe y no lo encuentro. Y algo más, Berenice y Walton dijeron que tenían malas noticias cuando Amorfatuo los apartó para hablar —sonrió, saludó a alguien alzando delicadamente una mano y agregó—. Están ahora discutiendo algo.

Ya sabía lo que ella quería decir, eran dos malas noticias, la primera una que desconocíamos, la segunda que Walton se estaba involucrando mucho con la realeza. Cuervillo había tenido razón, le sería difícil ocupar su lugar. Rogué que en ese mundo desconociera el poder mágico que tenían las palabras y los movimientos combinados. Levanté mi cabeza sin poder contenerme y para responderle pero Petra había desaparecido tan rápido como se presentó.

Ofelia y Finca estaban mirándome con los ojos abiertos de incredulidad y temor. Sus rostros estaban lívidos por la alarma, mucho más pálidos de lo normal. Ofelia me agarró del chaleco y me arrastró a un rincón apartado mientras Finca continuaba sirviendo a los presentes pero nos desprendía miradas curiosas como si deseara trasladarse lo más rápido posible al lado de su amiga.

—Niño eso no se hace —me reprendió—. No debes hablar con cortesanas ni damas de compañía, no importa que tan atractivas sean, un rostro bonito no merece la muerte.

Iba a protestar pero no podía decirle que era mi amiga y agregar, que para mí, ella no tenía un rostro bonito hubiera empeorado las cosas. Gruñí disgustado.

«Jamás volveré a pisar este mundo una vez que consiga la información que quiero»

—Ja, bueno, sí.

De repente un ruido ensordecedor hendió el aire. La música se detuvo. Unas trompetas de tallo largo tronaron una melodía estridente que adelantaba la llegada de alguien importante. Algo así como un carruaje sin ruedas irrumpió por una de las descomunales puertas pero no pude ver más porque una multitud se cerró alrededor de un pasillo que fueron formando los nobles.

De repente todos los que no eran sirvientes estaban del otro lado del salón contemplando la llegada de lo que tal vez fuera el rey. Tuve que contener mis impulsos de abrirme camino en la muchedumbre. Esas personas me mandarían a la horca por tan sólo tocarlas.

Ofelia me soltó acariciando mi rostro distraída y con instinto protector antes de dirigirse a la cocina para llenar la jarra. Los nobles tragaban barriles enteros de ese líquido que parecía vino. Finca giró su cuello en varias direcciones, lo debería tener entumecido de tanto mirar hacia el suelo. A mí ya me dolía.

—¿Estás bien? —le pregunté.

—¿Tienes que preguntar? Es la mejor parte de la fiesta, ellos se fueron. Por cierto, creo que encontré al rey —dijo señalando el gentío con el mentón como si quisiera elevar su cabeza todo el tiempo que pudiera—. Debe estar detrás de ese muro de personas.

«No, sólo de ese muro»

—Lamento que se hayan aprovechado de Ofelia.

Finca me lanzó una mirada pasmada y arqueó sus cejas. Sus ojos eran café y hablaba con una fortaleza que se le trasparentaba incluso cuando susurraba.

—Pues eso no es nada, lo lamentarás cuando de verdad estén ebrios y quieran aprovecharse de ti.

—Ja —no supe qué más decir ni quería averiguar a qué se refería. Deseé que fuera una broma aunque si lo era no me parecía divertida.

Una sensación nostálgica y opresora se apoderó de mí como si no viera el sol por meses y necesitara un poco de luz para no morir de angustia. Fue un sentimiento fugaz y arrollador. Cuando me pregunté a qué venía vi a Miles y Dante. Cerradores. Sólo ellos podrían descargar esa aura. Sobe venía tras ellos. Le lanzó una mirada despectiva a la cola de los vestidos y las espaldas de los nobles y se apostó a mi lado.

Me relajé al verlos. Sobe cargaba una bandeja con huevos rellenos. Observó a su alrededor y se metió un par a la boca. Arrugó el ceño.

—No sé por qué los piden tanto, son horribles.

Finca retrocedió un paso horrorizada como si viera que Sobe acabara de practicar canibalismo.

—¡Podrían despellejarte por eso! —le advirtió.

Dante asintió con vehemencia como si ya le hubiera dicho eso un millón de veces e hizo estremecer su espeso y grueso cabello azabache.

—Pues preferirían que me despellejaran a que seguir sintiendo el sabor de esta porquería —le respondió Sobe y después le lanzó una mirada incrédula—. ¿Quién eres tú, por cierto?

Dante se cruzó de brazos aferrando en su mano una charola vacía mientras Miles sonreía con aire ausente. Su cabello anaranjado estaba revuelto, su nariz estaba sonrosada y sus ojos vidriosos. Cargaba con él una jarra de barro casi vacía. Miró de refilón a los nobles y la mesnada y cuando comprobó que nadie le echaba ojo, dio unos abundantes tragos lo que hizo palidecer a Finca y apartarse de nosotros. Tenía miedo de que la pescaran en un problema como aquel.

Me dijo que más tarde regresaría, que ayudaría a Ofelia en la cocina. Finalmente les desprendió una mirada cargada de incertidumbre a mis amigos y se marchó.

Su mirada me hizo vacilar, ella había trabajado toda su vida en el castillo y sabía las consecuencias y los castigos que acarreaban cada error.

—¿Miles estás ebrio?

Sobe levantó sus brazos en gesto desinteresado y luego rodeó los hombros del desconcertado Miles que comenzaba a tambalearse.

—Sí, el chico estaba triste, quiso probar... le gustó y ahora está feliz ¿Quién soy yo para juzgar? ¿Quién eres tú para juzgar? —inquirió apartando dramáticamente a Miles como si estuviera a punto de batirse en un duelo.

—Pero tiene dieciséis años, no puede beber.

—¿Y eso qué? ¿no escuchaste al hijack? En el ejército de Gartet los trotamundos de cinco años ya bajan un barril de cerveza.

—¿No hicieron más que beber?

—No subestimes mi trabajo también comí mucho.

Dante apartó a Sobe y se inclinó sobre mí como si estuviera a punto de confesarme un secreto trascendental y no pudiera aguantar a que termináramos de hablar. Sobe tenía una sonrisa burlona en el rostro, Miles estaba en medio de un ataque de hipo y yo estaba molesto porque se habían divertido sin mí. Aunque Dante no parecía alegre.

—Averiguamos algo. El rey no quiere que nadie lo toque, al igual que su padre. Es más, tuvieron que aplazar la coronación por un año entero porque los dos únicos familiares de la realeza que quedaron son Nisán el demente y su hermana la chiflada. La chiflada lo único que hace es buscar a los asesinos de sus padres que por alguna razón creen que siguen cerca y Nisán piensa que todos quieren matarlo por eso no deja que nadie se le acerque a más de tres metros ¿Ves esa multitud?

Asentí.

—Pues ellos están muy lejos del rey, viendo recitar sus votos para el pueblo. Incluso será una nueva ceremonia, algo distinta, Nisán no llevará corona porque afirma que está envenenada y lo volverá loco. Ni siquiera Walton, disfrazado como Cuervillo, el consejero real, puede aproximársele, se comunican a través de cartas que envían como aviones ¿Sabes lo que eso significa?

—¿Qué parecen colegiales?

—¡No, que Petra no podrá acercarse a Nisán y ejecutar el hechizo! Es un ritual de magia oscura, casi oscura... —se rectificó recordando lo que siempre decía Petra— digamos que tal vez es magia gris. Pero no importa, necesita un poco de su sangre ¿Cómo la conseguirá si no puede tocarlo?

—¿Con aviones de papel? —esperancé.

—Tal vez ese sea su miedo: ser tocado. O ser alcanzado por alguien —dedujo Dante.

—Lo único que alcanzó es un papel de idiota —dijo Sobe mirando con interés otra vez los bocadillos.

—Tal vez su miedo sea ser traicionado —dije—. Por eso no permite que nadie esté lo suficientemente cerca, al fin y al cabo su padre se suicidó después de un numerito de paranoia al igual que su abuelo donde creía estar solo, sin ayuda.

Les narré brevemente la historia de la realeza que me había contado Ofelia. Dante y Sobe lo pensaron. Miles dio otro tragó y se secó los labios con su ajado chaleco.

—¿A-apuestas to-todo a esa teoría? —balbuceó Dante como siempre que estaba histérico. Sus ojos me devoraban como si quisiera gritarle a alguien y estuviera cansado de regañar a Sobe—. El sanctus no nos dará dos oportunidades para atinar un miedo, querrá que le demos el verdadero.

—No, no estoy tan convencido. El sanctus dijo que el miedo más profundo es uno que desconocemos... el miedo a ser traicionado es muy evidente.

De repente una chica con una máscara de oro se acercó hacia nosotros, tenía la piel desmedidamente blanca como si la hubiesen roseado con tintura, la luz de las velas la volvía más pálida y su cabellera era tan rubia que resultaba pálida como luz de luna. Hubiese parecido una anciana si no se moviera con una determinación y un vigor que demandara respeto. Era Dagna.

Los cortesanos continuaban apiñados alrededor de la ceremonia por esa razón ella nos abordó sin ninguna interrupción. Todavía tenía la máscara puesta pero aun así pude ver que le desprendía un análisis a Miles y le arreglaba distraídamente la ropa mientras hablaba.

—Walton y Berenice me hablaron. Hay malas noticias. Morbock está aquí, con muletas, muy sedado y con una pierna menos —me lanzó una mirada y traté de mostrarme indiferente—. Seguramente ahora nos odia más, en especial a Jonás. Él está en la fiesta, en este castillo y es uno de los generales en jefe. Comanda el ejército. Cuervillo tuvo una reunión con él esta tarde. Morbock no le mencionó nada de nosotros por lo que pudimos deducir que el consejero del rey no es un colonizador. Walton les dio nuestras descripciones al describir a los bandidos y le indicó mandar cuadrillas de cacería a un lugar muy apartado de donde se ocultan Albert y Cam. Pero el problema es que él no es el colonizador que ustedes piensan, el de la habitación es otro u otra.

—¿Por qué lo dices?

—Porque Morbock tiene una planta reservada. Él es muy importante, vive aquí hace un año, desde que abandonó Dadirucso. Él no se alojará en las habitaciones de huéspedes, ya tiene una propia y fija. Este reino es una ruina, ya cayó hace más de cien años, la realeza no es más que un títere demente y sin cerebro. El consejero maneja al rey y el general del ejército, es decir Morbock, maneja el consejero.

—¿Qué sugieres, que nos alejemos de él?

—No, todo lo contrario, que vigilen a Morbock. Este lugar es un hervidero de colonizadores, si queremos conocer sus caras entonces debemos ver con quien frecuenta la serpiente.

—Ya estamos metidos en unos cuantos líos no te parece querida ¿quieres más? —preguntó Sobe haciendo ademan de golpearla con la bandeja.

—Sólo estoy pasando el informe. Tranquilízate, Payne —Dagna le lanzó una mirada sonriente, le gustaba que las personas tuvieran modales toscos como ella—. Ah y por cierto cuando busquen al rey no tiene corona, su cabello es azul y tiene dieciséis años.

—¿Qué?

Pero Dagna ya se había marchado, iba a seguirla pero entonces vi la razón por la que se había apartado. Tiznado se avecinaba hacia nosotros como una tormenta tempestuosa, sus ojos relampagueaban. Tenía su cabello blanco recogido en una coleta.

Se lo veía cansado, sus ojeras demandaban un descanso y eran tan oscuras que parecían dos pozos debajo de sus fatigados y borrascosos ojos. Nos envió inmediatamente a la cocina. Me quedé lavando platos con Sobe y otras diez personas mientras Dante y Miles iban con bandejas repletas de comida y volvían tan vacías como mi estomago.

Repasé en mi mente toda la información que habíamos reunido. Después de unas horas Dante y Miles bajaron por decima vez la escalera. Descendieron apresurados con un grupo numeroso que comenzó a charlar cuando se encontraron en la oscuridad de la cocina. Estaban a unos siete metros recargando comida en una extensa mesa donde se colocaban los platillos listos para servir.

Dante y Miles le desprendieron miradas huidizas, agarraron sus bandejas y con pasos silenciosos se desplazaron hasta nuestro rincón. Levanté la cabeza de mi pila de platos sucios. Mientras ellos cargaban sus bandejas con bizcochos nos comunicaron una idea lo más rápido que pudieron.

—¿Recuerdan que Dagna dijo que la habitación que encontramos no pertenecía a Morbock sino que pertenecía a otro colonizador?

—Por suerte recuerdo las cosas aburridas —contestó Sobe.

Nosotros nos habíamos colocado lo más lejos que pudimos de los otros tipos que fregaban trastos, en caso de que alguien quisiera venir a decirnos algo privado acerca del rey. Estaba sentado sobre una banqueta con una palangana llena de agua, jabón y una pila de trastos sucios esperando y creciendo a la derecha.

Se oía el ligero murmullo de los sirvientes y el ruido del agua sacudiéndose en nuestras palanganas. La luz de las velas hacía que las sombras bailaran en ese sótano. Dante suspiró tratando de contener sus nervios, estaba sudando. Yo asentí haciéndole saber que le entendía.

—Walton cuando se enteró fue a investigar en la habitación, ya saben, él tiene otra apariencia y todo ese rollo. Y encontró algo perturbador. No lo van a adivinar.

—¿El tipo disfrazado de mujer? —pensé.

Dante negó ligeramente con la cabeza estaba muy serio, rodé mis ojos hacia Miles él llenaba la bandeja pero se concentraba mucho en nuestras reacciones. Me preparé para las malas noticias.

—Encontró un uniforme del Triángulo. Encontró a nuestro traidor.   

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